13

El secuaz del secuaz

Kierkan Rufo miró las estanterías aprovisionadas con abierto desprecio. ¡De compras! Durante más de una docena de años, había trabajado duro en la Biblioteca Edificante, había prestado una atención meticulosa a sus deberes, ¡y ahora el Maestre Avery lo enviaba a comprar!

Todo el viaje hasta Carradoon había sido una humillación tras otra para el pobre Rufo. Supo que sus acciones en Shilmista habían disgustado a Avery, aunque en ese momento estaba convencido de que ninguna había sido culpa de él, pero nunca hubiera creído que el maestre lo degradaría de esta manera. En todas las reuniones con los clérigos de Ilmater, con varias de las demás órdenes religiosas, y con los dirigentes del pueblo, a Rufo se le ordenó quedarse tras Avery y permanecer en silencio. Estas reuniones eran vitales para la defensa de la región, vitales para la supervivencia de la Biblioteca Edificante, aunque Rufo estaba, a todos los efectos, excluido de ellas. No era sólo que Avery no quisiera sus aportaciones, ¡el maestre las había prohibido categóricamente!

Y ahora lo había enviado de compras. Rufo se quedó ante las estanterías durante un rato, imaginándose que el otro lado había ganado en el Bosque de Shilmista, pensando que habría sido mejor si las fuerzas de Dorigen hubieran masacrado a los elfos y lo hubieran unido a sus fuerzas como prometió el imp. Quizás el mundo sería un lugar mejor para Kierkan Rufo si Cadderly hubiera muerto en las sombras del bosque.

¡Cadderly! La palabra sonó en la mente de Rufo como la peor de las maldiciones. Cadderly había abandonado aparentemente la biblioteca y la Orden de Deneir, casi había abofeteado al Maestre Avery y a todos los demás clérigos en la cara con su deserción; no podía haber otra palabra para las acciones del joven clérigo. Cadderly nunca fue un buen sacerdote, no bajo su opinión, nunca atendió los muchos deberes debidos a los clérigos menores con cualquier clase de dedicación. Y además, al menos a ojos de Avery, Cadderly se situaba muy por encima de Rufo, muy por encima de cualquiera excepto la orden gobernante de la biblioteca.

Rufo agarró un saco de harina y tiró de él con tanta fuerza que una vaharada pequeña y blanca se proyectó hacia él cubriéndole la cara.

—Alguien parece no estar muy contento —dijo una voz brusca y ronca junto a él.

—Uh-uh —asintió una voz en el otro lado.

El clérigo esquinado no tuvo que mirar de reojo o hacia abajo para saber que los hermanos Rebolludo lo flanqueaban, y ese hecho hizo poco por mejorar su avinagrado humor. Sabía que los enanos se dirigían a Carradoon, pero confió en que él y Avery ya estuvieran de vuelta a la biblioteca antes de que esos dos llegaran.

Se volvió hacia Iván y empezó a abrirse paso, a través del pasillo angosto de la rebosante tienda. Iván hizo poco para ayudar al joven larguirucho, y con la corpulencia estimable del enano, Rufo no tenía por donde pasar.

—¿Tienes prisa? —comentó Iván—. Pensé que te alegrarías de vernos a mí y a mío hermano.

—Apártate de mi camino, enano —dijo Rufo con desagrado.

—¿Enano? —repitió Iván, fingiendo estar mortalmente herido—. ¿Estás diciendo eso como si fuera un insulto?

—Tómatelo como quieras —replicó Rufo sin alterarse—, pero apártate de mi camino. Estoy en Carradoon en negocios importantes, algo que tú obviamente no puedes entender.

—Siempre creí que la harina era importante —respondió Iván con sarcasmo, dándole a la bolsa una palmada que lanzó otra ráfaga de harina a la cara de Rufo. El joven se estremeció por la creciente rabia, pero eso sólo espoleó a Iván a insultarlo todavía más.

—Actúas como si no estuvieras contento de verme a mío y a mío hermano —dijo el enano.

—¿Debería estarlo? —preguntó Rufo—. ¿Cuándo nos hemos prometido amistad el uno al otro?

—Luchamos juntos en el bosque —le recordó Iván—, o al menos, algunos de nosotros luchamos. Otros se las ingeniaron para esconderse en lo alto de un árbol, si la memoria no me engaña.

Rufo gruñó y empujó, desplazando varios paquetes en su intento de ir más allá de Iván. Casi lo había avanzado cuando el enano extendió uno de sus fuertes brazos, deteniendo a Rufo como si de un muro de piedra se tratase.

—Danica también está en el pueblo —comentó Iván, con la otra mano levantada y cerrada en un puño.

—Bum —añadió Pikel, inflexible, detrás del joven anguloso.

La referencia al ataque humillante de Danica hizo que la cara de Rufo enrojeciera de rabia. Gruñó de nuevo y se abrió paso a empujones, alejándose de Iván, dando traspiés todo el resto del camino por el pasillo y tirando muchas más cosas de las estanterías.

—Que tengas un buen día —gritó Iván a su espalda. Rufo dejó caer el saco de harina y pasó junto al mostrador, escapando a la calle.

—Es bueno verlo —le dijo Iván a Pikel—. Añade un poco de salsa a un viaje monótono.

—Jee… Jee Jee —coincidió Pikel.

La cara de Iván se puso seria una vez más cuando descubrió a un hombre alto seleccionando artículos de una estantería junto a Pikel. Los andares y movimientos del hombre eran sencillos y gráciles, sus ojos avispados y firmes, y levantaba fácilmente una bolsa de nueve kilos de viandas con una sola mano. La túnica se le levantó en la parte de los pantalones mientras se movía, mostrando una daga colocada firmemente en el cinturón.

Sólo eso no habría encendido ninguna alarma en Iván; mucha gente llevaba armas escondidas en Carradoon, y el mismo Iván tenía un cuchillo en un bolsillo.

Pero el enano estaba seguro de haber visto antes a ese hombre con un aspecto diferente. Observó al hombre unos momentos más, hasta que el hombre lo notó, soltó un gruñido, y se fue en dirección contraria por el pasillo.

—¿Eh? —inquirió Pikel, preguntándose qué problema preocupaba tanto a su hermano.

Iván no respondió de inmediato, ya que estaba demasiado ocupado rebuscando en su memoria. Entonces lo recordó; había visto a un hombre que se parecía mucho al comprador en la callejuela junto a la Bragueta del Dragón. Aunque el hombre estaba más despeinado entonces, llevaba ropas harapientas y parecía un mendigo callejero ordinario, de los cuales Carradoon tenía un contingente. Aunque, incluso entonces, Iván notó la gracia de los movimientos del pedigüeño, un paso medido y experimentado.

El enano no había pensado mucho en ello, y ni le habría dado importancia ahora, de no ser por el desagradable incidente en su viaje al pueblo. Danica estaba convencida de que los bandidos no eran salteadores ordinarios y habían estado esperando para emboscar a los tres amigos. De cualquier manera, Iván tenía pocas pruebas, y, aunque tenía dudas, conocía lo suficiente a Danica como para llevarle la contraria. Aunque una inspección de los cuerpos había revelado pocas cosas, ya que los hombres no llevaban marcas evidentes, ni la familiar insignia del enemigo del tridente y las pociones que los compañeros habían esperado encontrar.

Por todas las apariencias, habían sido simples ladrones que habían ido a cruzarse fortuitamente en el camino de los amigos, y eso se hizo incluso más plausible cuando Iván y los otros llegaron a Carradoon para encontrarse a Cadderly, Avery y Rufo sanos y salvos en la Bragueta del Dragón.

Pero Iván, prudente y bregado, no había bajado la guardia ni un ápice.

—Debemos ir en busca de Cadderly y Danica —dijo a Pikel.

—Tut tut —argumentó Pikel, enrojeciendo por la vergüenza y agitando un dedo rechoncho en dirección a Iván. Danica no había vuelto a su habitación la noche anterior, y los enanos no tenían que esforzarse mucho para imaginarse donde había estado y por qué.

—No los molestaríamos si no los necesitáramos —respondió Iván con un gruñido—. Sólo quiero echarles un ojo, eso es todo. —Iván hizo un gesto con la cabeza en dirección al final del pasillo, donde el comprador sospechoso reunía más artículos—. No estoy seguro de que viéramos al último del grupo que nos atacó en el camino.

—¿Eh? —dijo Pikel con un respingo.

—Seguro, ese grupo está muerto —dijo Iván mientras Pikel saltaba para observar al hombre—, pero estoy pensando que tenían amigos, y me temo que éramos más que blancos accidentales.

—Uh-oh —sollozó Pikel. Miró de nuevo a Iván, cabizbajo y a todas luces preocupado.

—Sólo los vigilaremos, eso es todo —dijo Iván reconfortante—. Sólo los vigilaremos de cerca.

Vander paseaba nervioso cerca del establo en las afueras del pueblo. Espectro había contactado telepáticamente con él esa mañana usando el poder de Ghearufu para poner los planes en marcha; el ataque contra Cadderly sería antes del siguiente amanecer. Todos los demás asesinos habían dejado la granja, enviados a tomar posiciones con los socios que quedaban en Carradoon. Aún no tenían noticias de los cinco que habían ido a las montañas, pero las noticias de la llegada de Danica y los enanos al pueblo no presagiaba nada bueno para los Máscaras de la Noche desaparecidos.

No obstante, catorce asesinos entrenados con pericia deberían ser un número holgado para una sola víctima que no sospechaba nada. Al menos, ése había sido el razonamiento de Espectro cuando le había dicho a Vander, el más poderoso del grupo, que se quedara en la granja, apartado.

Verdaderamente al firbolg no le importaban los detalles específicos de las instrucciones; las ejecuciones siempre habían dejado un regusto agrio en la boca del honorable gigante. Lo que le preocupaba a Vander ahora eran los motivos de Espectro para mantenerlo apartado de la acción inmediata. Las únicas veces que el asesino pequeño y retorcido usaba este método de ataque era cuando Espectro respetaba sinceramente los poderes de su pretendida víctima. En esas ocasiones, Vander se transformaba en nada más que una ruta secreta de escape para Espectro. Si el asesino se ponía en serios problemas, podía invocar su objeto mágico y huir hasta el cuerpo de Vander… dejando a Vander en el cuerpo de Espectro para que sufriera cualquier peligro en el que se hubiera metido el asesino.

«¿Cuánto durará? —Se preguntó el firbolg por enésima vez—. ¿Cuánto tiempo continuaré siendo el juguete de ese pequeño enclenque malvado y sin honor?».

Pese al paseo y al concienzudo discurrir, Vander no pudo verle un final ni una salida. Sólo podía encontrar consuelo en decirse a sí mismo que por la mañana Cadderly estaría muerto, y ese capítulo despreciable de su vida miserable se habría acabado.

—Parece que tienes prisa —comentó el joven mago cuando Rufo, con la cara blanca por la harina, entró en la Bragueta del Dragón y se dirigió directamente a las escaleras.

Rufo miró a Bogo Rath y resopló burlón, pero no tuvo el coraje para ignorar el gesto de la mano del joven mago que le indicaba que se acercara para unirse a él.

—¿Qué necesitas? —soltó Rufo, enfadado con todo el mundo y especialmente impaciente en otra situación más en la que estaba obligado a servir. Donde quiera que se girara el clérigo esquinado, se encontraba a alguien más que dispuesto a darle órdenes.

Bogo soltó una carcajada cordial y se apartó el pelo largo hacia un lado, lejos de sus ojos verdes.

—¿Cómo van tus reuniones? —preguntó el mago.

—Deberías preguntarle a Avery —replicó después de volver a soltar un bufido, con veneno goteando en cada letra—. Sin duda yo, el chico de los recados, ¡no lo sé! —Como prueba de su comentario, Rufo levantó unos saquitos de compras que había hecho en los primeros almacenes que había visitado ese día.

—Te mereces mejor trato que éste —comentó Bogo, tratando de sonar como un amigo honesto.

—De ti también —replicó Rufo con aspereza.

Bogo asintió y no discutió. En verdad, el joven mago, Boygo para sus socios de más edad, podía comprender el problema de Rufo.

—Bien, tienes alguna tarea para mí, ¿o simplemente me haces perder el tiempo? —preguntó Rufo—. Aunque no es que mi tiempo sea algo tan precioso.

—Nada —respondió Bogo. De inmediato, el clérigo se dio media vuelta dirigiéndose a las escaleras—. Por ahora —remarcó Bogo a su espalda, tapando algo del ruido de los pasos decididos y llenos de ira de Rufo. El clérigo volvió la cabeza una última vez.

»Serás informado cuando se te necesite —dijo Bogo sin alterarse, con la cara severa y tenaz. El joven mago podía comprender a Rufo, pero eso ofrecía poco alivio al clérigo en los deberes que Bogo, a la larga, requeriría de él.

—Hoy te has reunido con el clérigo —le dijo Espectro a Bogo cuando el joven mago entró en su habitación por la tarde. Realmente no estaba sorprendido de encontrar al elusivo asesino esperándole, o por el hecho de que Espectro supiera de su encuentro con Rufo.

»Te advertí una vez de tu entrometimiento —continuó Espectro. La cara de Bogo se torció curiosamente, y Espectro se dio cuenta de que había cometido un error. Nunca había advertido a Bogo de semejante cosa; el hijo del posadero había hecho eso, al menos en lo que respectaba a Bogo.

—¿Tú? —cuestionó Bogo, con los labios formando una sonrisa—. Hoy no he visto al joven Brennan —comentó enigmático—. De hecho, su padre está bastante preocupado por él.

Espectro se recostó en la cama, y en silencio hizo un gesto con la cabeza felicitando al observador mago.

—Digamos sólo que el chico sobrevivió a su utilidad —explicó—. Una cosa muy peligrosa.

Ninguno de los dos hombres habló por largo rato, pero la tensión permaneció entre ellos. Espectro se quedó mirando a Bogo durante mucho tiempo, y el joven mago pareció notar que el asesino estaba tramando algunos planes; planes que Bogo sólo podía intuir que le incluirían.

—Entonces el momento está cerca —comentó Bogo—. La desaparición del joven Brennan es una cosa que no puedes dejar sin respuesta por mucho tiempo.

De nuevo Espectro hizo un gesto con la cabeza brindando por los poderes de raciocinio de Bogo.

—El tiempo se nos echa encima —confirmó—, pero parece que han cambiado algunas cosas.

—¿La llegada de los clérigos y Danica? —preguntó Bogo.

—Complicaciones —contestó Espectro.

—¿Y qué más ha cambiado?

—Tu papel —respondió Espectro de inmediato. Bogo dio inicialmente un cauteloso paso atrás, temiendo que, también él, pudiera haber sobrevivido a su utilidad.

—Te dije que sólo eras un observador —explicó el asesino—, y, eso, por las medidas tomadas por Aballister, tenía esa intención. Pero nunca lo creíste, ¿no es así, Bogo? Nunca planeaste sentarte y observar mientras los Máscaras de la Noche se divertían matando a este joven Cadderly.

Bogo irguió la cabeza hacia el asesino, evidentemente inseguro de lo que ese simple hecho quería decir.

—Y me has demostrado —continuó Espectro—, por tus conclusiones astutas y tu habilidad para acercarte a los enemigos, que tu valor se extiende más allá de tu papel asignado.

—Pensé que no querías que hablara con Rufo —respondió Bogo, aún a una distancia segura del peligroso asesino.

—Justo te acabo de explicar que las cosas han cambiado —replicó Espectro—. Tenemos un maestre de la biblioteca con el que tratar y a una joven formidable, parece. Tengo la intención de manejar el último problema personalmente, y por eso deberé tomar prestado a tu secuaz.

Bogo se desplazó hasta la cama, más interesado que asustado.

—Un asunto sencillo —explicó Espectro—. Una tarea simple e inocua para Kierkan Rufo que me permitirá alcanzar a lady Maupoissant.

—¿La matarás?

—De alguna manera —respondió Espectro—. Primero la usaré de manera que cuando los Máscaras de la Noche vayan a por Cadderly, la que crea que es su aliada más cercana, en verdad, será su enemigo.

La sonrisa de Bogo se ensanchó, imitando la expresión tortuosa de Espectro. El plan del asesino era perfectamente simple, con Bogo, y en particular, Rufo, siendo las únicas áreas de problemas que podía prever. Con ese fin, el asesino tendió entonces la red.

Su sonrisa desapareció de repente, haciendo que la expresión de Bogo asumiera un cariz de seriedad parecido.

—Te ofrezco una parte en este asesinato —explicó Espectro—, algo que has anhelado desde que dejamos el Castillo de la Tríada. Te aseguro que tu papel será bien recibido por Aballister.

»Pero —continuó Espectro sagaz, y ésta era la verdadera trampa— mi paga será como acordamos originalmente.

—Por supuesto… —fue a decir Bogo, pero Espectro no se paró lo suficiente para dejar que continuara.

—Y si Aballister no me da la cifra total —continuó Espectro implacable—, entonces tú tendrás que poner la diferencia… hasta la última moneda.

Bogo asintió impaciente, más que contento de pagar semejante miseria por el prestigio, y además empezando a entender por primera vez lo malo que sería ponerse en contra de este hombrecito infame.

Pasaron otra hora juntos, con Espectro detallando los planes y el papel que jugaría Bogo. Para el ambicioso mago, el plan y su parte parecían lo suficiente gratificantes para satisfacerlo y seguros, ya que Rufo, en realidad, haría la mayor parte del trabajo.

Justo como Espectro supo que pasaría.