Mortandad
El amanecer encontró a Cadderly sumido en su meditación, en sus ejercicios, con los brazos extendidos al máximo a cada lado, los músculos compitiendo poderosamente unos contra otros. Miró el libro abierto ante él sobre la mesa, oyó la canción en su mente, y se sintió en armonía con ella. El sudor mojaba su pecho desnudo y los lados de su cara; sus sentidos, aumentados por el efecto del estado meditativo, hacían que el joven clérigo lo percibiera todo vivamente.
Cuando por fin acabó, Cadderly estaba muy cansado. Pensó en su cama, pero luego cambió de opinión, dándose cuenta de que había pasado demasiado tiempo en su habitación los últimos días. El día sería brillante y cálido; al otro lado de su ventana el Lago Impresk brillaba con un millar de chispas en el sol de la mañana.
Cadderly cerró el Tomo de la Armonía Universal, pero, mirando las aguas del lago, tan serenas e inspiradoras, aún podía oír la canción con intensidad. Era el momento de llevar el conocimiento, la fuerza emocional que había adquirido del libro, al mundo. Era el momento de ver cómo su nueva percepción de las cosas podía encajar en las luchas cotidianas de la gente que lo rodeaba.
Cadderly temió esas revelaciones. ¿Podría controlar las sombras que vería inevitablemente bailando sobre los hombros de la gente de Carradoon? ¿Podría descifrar su significado… verdadero? Rememoró los hechos de la noche anterior, cuando había despachado al joven Brennan, asustado por las implicaciones de las manifestaciones retorcidas y gruñentes que había visto.
El joven clérigo se lavó y se secó con la toalla, reforzando su resolución. La elección parecía clara: salir y aprender a asimilar, a la luz de su recién descubierto conocimiento; o quedarse en su habitación, viviendo una existencia como la de los ermitaños. Cadderly pensó en Belisarius, solo en su torre. El mago moriría allí, solo y, con toda probabilidad, el cuerpo no sería descubierto en semanas.
Cadderly no quería compartir ese destino sombrío.
Todavía en el cuerpo del joven Brennan, Espectro, que estaba reemplazando las velas de la lámpara de techo en la parte de arriba de las escaleras, observó al joven clérigo abandonar la Bragueta del Dragón. Oyó que Cadderly le decía a Fredegar que no vendría hasta tarde, y Espectro pensó que eso era una buena cosa. Los Máscaras de la Noche ya estaban en el pueblo y preparados; Espectro tenía que reunirse con ellos ese mismo día. Quizás el joven Cadderly tendría una incómoda sorpresa esperándole cuando volviera al anochecer.
Como asesino paciente, como artista, Espectro habría preferido esperar unos días más antes de acabar el trabajo, le habría gustado acercarse aún más a ese curioso joven, saberlo todo de él de manera que no pudiera haber errores. El asesino consideró esto especialmente importante a la luz de los potenciales problemas que se originaban por la llegada de los otros dos clérigos. Se sabía que los sacerdotes poderosos podían resucitar a los muertos y, bajo circunstancias normales, Espectro hubiera preferido tomarse el tiempo para analizar con exactitud cuánta interferencia mágica se podría esperar de los recién llegados, y en particular del clérigo que llevaba el título de maestre. ¿Podrían los Máscaras de la Noche matar al joven Cadderly sólo para que Avery localizara su cuerpo y le devolviera la vida?
Bogo Rath presentaba incluso más complicaciones.
¿Qué podría estar planeando el mago advenedizo?, se preguntaba el asesino. Bogo habló con el otro clérigo de menor rango la noche anterior, y no podía ser nada bueno.
A Espectro no le gustaban los cabos sueltos. Era un profesional consumado que se enorgullecía de ser un asesino perfecto que nunca dejaba un problema sin resolver a sus espaldas. Pero mientras esta operación fuera irregular, tenía que pensar que los problemas podían ser superados… o eliminados. Un nuevo actor había aparecido en escena, un nuevo deseo para Espectro que, al menos en su mente, justificaba su aparente descuido. Espectro sentía la vitalidad corriendo a través de sus extremidades, sentía las enérgicas necesidades de la adolescencia, y recordó el placer que esas necesidades le podían dar.
No quería renunciar a su nuevo cuerpo.
Pero también sabía que no podía continuar desempeñando esta charada mucho más. Con un simple encuentro, Cadderly había llegado a sospechar que algo iba mal, y Espectro no dudaba que esas sospechas sólo se incrementarían con el tiempo. Además, en este cuerpo, Espectro estaba gravemente coartado. Su otro cuerpo permanecía con vida, y lo estaría hasta que el asesino se decidiera del todo a tomar el cuerpo de Brennan como propio, desde luego una acción peligrosa hasta que esta misión hubiera acabado. Y mientras el otro cuerpo débil respirara, Espectro no podía usar a Ghearufu en nuevas víctimas. Incluso para conseguir a Vander, su víctima escogida, Espectro tendría que pasar a través de su cuerpo, y hacer eso liberaría al joven Brennan.
Sabía que las cosas serían mucho más sencillas cuando Cadderly estuviera muerto. Espectro había pensado intentar el golpe la noche antes, cuando sujetaba un cuchillo en la mano a unos centímetros del pecho desnudo de Cadderly. Si su intento hubiera sido bueno, el juego se habría acabado en aquel momento, y él hubiera podido recoger el oro y pensar seriamente en su impulso inmediato de retener este cuerpo vital y joven, matar el espíritu atrapado del chico en su propia habitación y quitarle el anillo mágico del pie. En sólo unos días, su espíritu se aclimataría a su nueva forma, y entonces Ghearufu sería suyo para usarlo otra vez. La juventud enérgica sería suya una vez más.
La vacilación le había costado la oportunidad al asesino. Antes de decidirse a actuar, Cadderly se había centrado de nuevo en él. Los cabos sueltos, su desconocimiento de los poderes de Cadderly, su desconocimiento de los otros dos clérigos, lo habían refrenado.
—¡Brennan! —El grito de Fredegar sobresaltó al asesino y lo apartó de sus reflexiones.
»¿A qué estás esperando? —rugió el posadero—. ¡Devuelve la lámpara de techo a su sitio, y pronto! El salón de la chimenea necesita limpiarse, chico. ¡Ponte a ello, ahora!
Más restricciones acompañaban al cuerpo joven y agradable. Espectro no discutió. Los Máscaras de la Noche no estaban lejos, tenía suficiente tiempo para ir hasta ellos, y, en verdad, estaba contento por el retraso a fin de poder ordenar mejor los muchos problemas potenciales y las muchas preguntas interesantes.
Casi una hora más tarde, el asesino estuvo aún más agradecido por el retraso que lo retuvo en la posada, cuando una joven, con el cabello pelirrojo claro balanceándose alegremente sobre sus hombros, entró en la Bragueta del Dragón buscando a Cadderly y presentándose como lady Danica Maupoissant.
Otro actor más.
—¡Ahí está el muchacho! —gritó Iván, señalando hacia la fachada de la Bragueta del Dragón y girando a Pikel a empujones.
—¡Oo oi! —dijo Pikel inesperadamente cuando descubrió a Cadderly, más preocupado en apartar las manos de Iván de manera que pudiera detener su giro. Mareado, el enano de barba verde cambió el peso de un pie a otro, esforzándose por enderezar su casco olla.
Iván empezó a andar hacia Cadderly, que aún no los había visto, pero Danica puso una mano en el hombro del enano. Tan pronto el enano sorprendido se dio media vuelta y miró los ojos implorantes de Danica, comprendió.
—Quieres ir tú —razonó el enano.
—¿Puedo? —preguntó Danica—. No sé como Cadderly responderá al verme. Preferiría…
—No digas más, chica —rugió Iván—. Yo y mío hermano tenemos más que un poco de trabajo ante nosotros, y el día ya llega a su fin. Conseguiré algunas habitaciones allí. —Señaló el cartel de una posada dos puertas más allá de donde estaban, y también dos puertas más lejos de la Bragueta del Dragón—. Puedes venir a buscarnos cuando nos necesites.
—Y puedes darle esto de parte de mío y mío hermano —añadió Iván, mientras sacaba el buzak de adamantita de un bolsillo profundo. Empezó a dárselo a Danica, y luego lo retiró, avergonzado. Con tanta discreción como pudo, el brusco enano quitó un trozo de la cara de la primera víctima del arma. Danica no pudo pasar por alto el movimiento. Con un encogimiento de hombros le pasó los discos a ella.
Danica se inclinó y besó al comprensivo enano en la frente, haciendo que éste se pusiera muy colorado.
—Jee jee… jee —añadió Pikel.
—Bah, ¿por qué no vas y haces lo que tienes que hacer? —preguntó el nervioso enano a Danica. Le dio una palmada a su sonriente hermano entre los hombros para ponerse en movimiento, alejándose de la posada y de Cadderly. Iván sabía que si el joven erudito los veía a todos, probablemente los invitaría a entrar, de este modo arruinaría los deseos de Danica.
Danica se quedó sola en la calle abarrotada, observando cada paso de Cadderly mientras seguía su camino hacia la Bragueta del Dragón. Al otro lado, las aguas del Lago Impresk brillaban con la luz del sol del atardecer, y casi se dejó llevar por su encanto fascinante y se olvidó de sus miedos. En verdad, Danica no sabía cómo reaccionaría Cadderly, no sabía lo definitiva que había sido su despedida en el Bosque de Shilmista.
Si Cadderly la rechazaba ahora, Danica no sabía a donde iría.
Para la joven luchadora, que había afrontado muchos desafíos, muchos enemigos, ninguna situación había sido tan difícil. Le costó todo el coraje que pudo reunir, pero finalmente dio un salto hacia la posada.
Cadderly estaba subiendo las escaleras cuando Danica entró. Llevaba su familiar bastón colgado del brazo y miraba un pergamino arrugado, abstraído del mundo que lo rodeaba.
Silenciosa como un gato, la ágil luchadora cruzó el salón y se dirigió a las escaleras. Notó que un chico de tal vez quince años la miraba con curiosidad mientras pasaba ante él, y casi esperó que el muchacho la detuviera, ya que no era un huésped. Aunque no lo hizo, y pronto Cadderly, todavía demasiado enfrascado con el pergamino para descubrirla, estuvo justo a dos pasos de ella.
Danica lo observó un momento más. Le pareció más delgado que hacía unas semanas, pero supo que no era por la falta de comida. La figura juvenil de Cadderly había asumido la solidez de la edad viril; incluso sus pasos parecían más seguros y consistentes, menos inclinados a apartarse del camino escogido.
—Te veo bien —barbotó Danica, sin apenas pensar antes de hacer el comentario. Cadderly se detuvo de inmediato dando un traspié. Lentamente, levantó la mirada del pergamino. Danica lo oyó coger aire.
Pareció como si pasaran muchos minutos antes de que el joven Cadderly finalmente reuniera el coraje para volverse y mirarla, y cuando lo hizo, Danica se quedó mirando una cara ciertamente desorientada. Esperó que Cadderly contestara, pero, aparentemente, o no podía hablar, o no tenía nada que decir.
—Te veo bien —repitió Danica, y pensó que era increíblemente fatua—. Yo… nosotros, hemos venido a Carradoon…
Se calló, sus palabras hicieron un alto por la mirada en los ojos grises de Cadderly. Danica había clavado los ojos a propósito en los de él, pero ahora vio algo ahí, una tristeza debida a las amargas experiencias.
De nuevo, pareció que el tiempo no corría.
El bastón de Cadderly cayó a las escaleras con un fuerte ruido sordo. Danica lo miró con curiosidad, y cuando levantó la mirada, Cadderly estaba con ella, abrazándola, casi aplastándola.
Danica era independiente y fuerte, con razón una de las mejores guerreras de toda la región, pero nunca en su vida se sintió tan segura y cálida. Unas lágrimas serenas cayeron por sus suaves mejillas; no había tristeza en su corazón.
Todavía en el cuerpo de Brennan, Espectro miró a la pareja desde el fondo de las escaleras mientras pasaba la escoba de acá para allá. Su mente retorcida continuó con sus típicas maquinaciones, formulando nuevos planes, haciendo sutiles ajustes en los antiguos. Espectro sabía que ahora tenía que conseguir mover las cosas con rapidez. Las complicaciones innegablemente se estaban amontonando.
El habilidoso asesino, el artista, no tenía miedo. Le gustaban los desafíos, y comparado con los muchos héroes muertos que había dejado en su estela, esta misión, esta víctima, Cadderly, no parecía un problema tan grande.
Danica.
Cadderly no la había visto desde hacía más de cinco semanas, y aunque no había olvidado su apariencia, sin embargo, estaba sorprendido por su belleza. Estaba de pie detrás de la puerta cerrada de su habitación, con la cabeza erguida, levemente inclinada hacia un lado, el cabello rojo claro moviéndose sobre uno de sus hombros, y sus ojos exóticos, grandes y castaños, tiernos y comprensivos, contemplándole a él.
Él había iniciado su separación. Había sido él quien había dejado… había dejado a Danica, la guerra y Shilmista. Todavía no estaba seguro de las intenciones de Danica al venir a verle, pero fueran las que fueran, Cadderly sabía que seguramente era el momento de hablar, de explicarse.
—No esperaba que vinieras —dijo, acercándose a su mesa de lectura y cerrando con cuidado el Tomo de la Armonía Universal. Una risa nerviosa escapó de sus labios—. Me temí que recibiría una invitación al Bosque de Shilmista para ser testigo de la boda de Danica y Elbereth.
—No me merezco eso —respondió Danica, manteniendo su voz melodiosa calmada y firme.
Cadderly levantó las manos desamparado.
—Me lo habría merecido yo —admitió.
Danica sacó el regalo de Iván y se lo lanzó.
—De parte de los enanos —explicó mientras Cadderly cogía los pesados discos—. Lo empezaron hace tiempo, un regalo para aquel que salvó la Biblioteca Edificante.
Cadderly pudo sentir la fuerza del arma, y eso lo horrorizó tanto como lo emocionó.
—Siempre armas —murmuró resignado; tiró el buzak al suelo al pie de su cama, donde rebotó contra el arcón de la ropa, abolló la madera, y rodó para detenerse a centímetros del bastón de Cadderly.
Cadderly observó la apropiada escena y casi soltó una carcajada, pero no dejó que la evidente distracción de Danica le apartara de su argumento.
—Tú amabas al príncipe elfo —le dijo a ella.
—Ahora es el rey elfo —le recordó Danica.
Cadderly no pasó por alto el hecho de que no respondió a su acusación.
—Tú amaste… amas a Elbereth —repitió Cadderly, tranquilo.
—Como tú —respondió Danica—. Es un amigo entrañable, y está entre la gente más honorable y extraordinaria con la que he tenido el privilegio de luchar. Daría mi vida por el rey elfo de Shilmista, como harías tú.
Sus palabras no sonaron como una revelación para Cadderly. Desde el principio, bajo el velo de sus miedos, había sabido la verdad de la relación de Danica con Elbereth, había sabido que su amor por el elfo, y desde luego era amor, era ajeno a sus sentimientos por el clérigo. Danica y Elbereth estaban unidos por una causa común, como guerreros con los mismos valores. Si Cadderly amaba a Danica, y lo hacía con todo su corazón, ¿entonces por que él además no podía amar a Elbereth?
Pero ahí seguía la pregunta molesta, la duda molesta, y no era sobre Danica.
—Tú darías la vida por él —respondió Cadderly con toda honestidad—. Deseo poder demostrar un arrojo semejante.
La sonrisa de Danica no significaba que se burlara de él, pero de cualquier modo lo afectó profundamente.
—Escapé de allí —argumentó Cadderly—. No lo dudes.
—¿Por qué escapaste? —la pregunta de Danica, teñida de inocencia y turbación sincera, cogió al clérigo con la guardia baja.
Dejó caer la capa de viaje en la mesilla de noche y se dirigió a sentarse en la cama de Cadderly, él se dio media vuelta para mirar por la ventana, por encima del lago todavía brillante bajo la luz agonizante del día. Cadderly nunca se había hecho esta pregunta tan directamente, nunca había pensado en la causa de su angustia.
—Porque… —dijo después de un momento, luego se calló de nuevo, las palabras aún no estaban claras en su mente. Oyó que la cama crujía y temió por un momento que Danica se acercara a él; no quería que ella viera el dolor en su cara en ese momento. La cama crujió de nuevo y se dio cuenta de que sólo se había movido y no levantado.
»Demasiadas cosas giraban a mi alrededor —dijo—. Los combates, la magia, mi dilema sobre el cuerpo inconsciente de Dorigen y el temor de haber hecho mal al no matarla, los gritos de los muertos que dejaría de oír. —Cadderly logró reír entre dientes—. Y la manera en que mirabas a Elbereth.
—Todo eso sería razón para que siguieras junto a aquellos a los que amas, no escapar de ellos —observó Danica.
—Esa locura ha ido creciendo desde hace un tiempo —explicó Cadderly—, quizás antes de que el clérigo malvado empezara su ataque a la biblioteca. Quizás he estado atormentado durante toda mi vida adulta. Eso no me sorprendería.
»Debo encarar esos problemas y llegar más allá de ellos —continuó, robándole una mirada por encima del hombro a Danica—. Lo sé ahora.
—Pero otra vez… —fue a decir Danica, pero Cadderly, mirando al lago de nuevo, la cortó levantando la mano.
—No podía encararlos a tu lado, ¿no lo entiendes? —preguntó, con voz suplicante, esperando que ella le perdonara—. Allí, en la biblioteca, siempre que una infinidad de preguntas amenazaban con abrumarme, todo lo que tenía que hacer era buscar a Danica, mi amor. A tu lado, observándote, no había problemas, ni preguntas sin solución.
Se volvió para darle la cara, y vio la alegría emanar de su rostro.
—Tú no eres mi respuesta —admitió Cadderly, y se sobresaltó cuando desapareció la alegría de la cara de Danica, un gran dolor anegó sus ojos castaños.
»Tú no eres mi cura —trató de explicar Cadderly rápidamente, lamentando la elección de las palabras—. Tú eres un bálsamo, un alivio.
—¿Un juguete?
—¡Nunca! —La palabra brotó del corazón de Cadderly, salió con la seguridad que Danica necesitaba oír.
»Cuando estoy contigo, entonces todo el mundo y toda mi vida es bonita —continuó Cadderly—. En verdad, no lo es, desde luego. Shilmista lo demostró más allá de toda duda. Cuando estoy contigo, me puedo esconder tras mi amor. Tú, mi Danica, has sido mi máscara. Llevándola, incluso me puedo esconder de los horrores de esa lucha permanente, estoy seguro.
—Pero no puedes esconderte de ti mismo —agregó Danica, al empezar a comprenderlo.
Cadderly asintió.
—Hay problemas aquí —explicó, señalando su corazón y luego su cabeza— que permanecerán junto a mí hasta que los resuelva. O hasta que me destruyan.
—Y no puedes encararlos mientras la máscara está ahí para poder esconderte detrás —razonó Danica. No había malicia en su tono tranquilo. Honestamente comprensiva con Cadderly, preguntó dulcemente—. ¿Has encontrado tus respuestas?
—He encontrado más preguntas —admitió Cadderly después de casi soltar una carcajada—. El mundo se ha vuelto más confuso desde que ahondé en mí mismo. —Señaló el Tomo de la Armonía Universal—. Apenas creerías las visiones que ese libro me ha mostrado, aunque si son verdaderas visiones o ingeniosas falacias, no puedo decirlo.
Por la manera en que Danica se encogió en su postura, Cadderly se dio cuenta de que había dicho algo revelador. Esperó un rato a que Danica respondiera, para compartir la revelación con ella.
—¿Cuestionas tu fe? —preguntó sin rodeos.
Cadderly se dio media vuelta, la mirada buscaba de nuevo la luz agonizante sobre el lago. Había dado de lleno en el blanco, se dio cuenta entonces. ¿Cómo podía él, clérigo de Deneir, dudar de la visión y la magia mostrada por el libro más sagrado de su dios?
—No dudo de los principios expuestos por los clérigos de Deneir —afirmó Cadderly convencido.
—Entonces es el mismísimo dios —razonó Danica con incredulidad—. ¿Cuestionas la existencia de tales seres? —dijo casi sin voz—. ¿Cómo alguien que ha sido criado entre clérigos, y que ha sido testigo de tanta magia clerical, afirma ser agnóstico?
—No afirmo nada —protestó Cadderly—. ¡Simplemente no estoy seguro de nada!
—Has visto la magia otorgada por los dioses —argumentó Danica—. Sentiste la magia… al curar a Tintagel.
—Creo en la magia —razonó Cadderly—. Es un hecho innegable en la tierra de Faerun. Y, sí, he notado el poder, pero no puedo decir de donde viene.
—La maldición de la inteligencia —murmuró Danica con ironía. Cadderly la miró por encima del hombro otra vez—. No puedes creer en algo que no puedes demostrar más allá de toda duda —le dijo a él—. ¿Todo debe ser tangible? ¿No hay lugar para la fe en una mente que puede desentrañar cualquiera de los enigmas menores?
Se había levantado viento en el lago. Las olas volaron hacia la orilla, transportando la última luz en sus crestas.
—Simplemente no lo sé —dijo Cadderly, observando el agua ondulada, y tratando de encontrar algún simbolismo adecuado en el transporte de la luz agonizante.
—¿Por qué huiste? —preguntó Danica de nuevo, y supo por su tono decidido que tenía la intención de obligarlo a llegar al final, sin importar lo que les costara a ambos.
—Tenía miedo —admitió—. Miedo de matar más. Miedo de que te mataran. Eso no lo podría soportar. —Cadderly se calló y tragó con fuerza, impulsado a aceptar esta difícil confesión. Su silencio continuó, y Danica no se atrevió a interrumpir ese curso de pensamiento.
»Tuve miedo a morir. —Ahí estaba. Cadderly acababa de admitir su cobardía. Apretó los brazos contra sus costados, temiendo la refutación hiriente de Danica.
—Por supuesto que lo tenías —dijo en cambio, y no había sarcasmo en su comentario—. Te cuestionas tu fe, cuestionas si hay algo más allá de esta existencia. Si crees que no hay nada más, ¿entonces qué valor tiene el honor? La valentía cabalga sobre la cresta de una causa, Cadderly. Morirías por Elbereth. Ya has demostrado eso. Y si una lanza intentara llegar a mi corazón, voluntariamente tomarías mi lugar. Eso no lo dudo.
Cadderly continuó mirando por la ventana. Oyó que Danica se movía de nuevo en la cama, pero estaba demasiado absorto en la contemplación de su sabiduría. Observó los últimos reflejos de luz que cabalgaban las olas, sobre las crestas, y supo que había verdad en las palabras de Danica. Tuvo miedo de morir en Shilmista, pero sólo porque la justificación para continuar la lucha estaba fundamentada en una causa de principios, y Danica y Elbereth, y con esos principios, estaban, a su vez, fundamentados en la fe. Y estuvo muy enfadado con Danica y Elbereth, y con todos los demás, porque temió por ellos y no pudo apreciar su dedicación a esos principios elevados, su voluntad a continuar por un derrotero que fácilmente podría llevarlos a la muerte.
—Me pondría frente a la lanza —decidió Cadderly.
—Nunca dudé de ti —respondió Danica. Había algo en el timbre de su voz, algo más suave y misterioso, que hizo que Cadderly se volviera hacia ella.
Yacía de costado, sus ropas apiladas junto a la cama. Si Cadderly viviera un millar de años, nunca olvidaría la imagen de Danica en ese momento. Su cabeza descansaba sobre la mano, sostenida por el codo, sus mechones pelirrojos caían sobre su brazo danzando sobre la única almohada. La ínfima luz acentuó las curvas de la suave piel de Danica, el brillo de sus piernas esculturales.
—Después de todas estas semanas, nunca dudé de ti —dijo.
Cadderly notó el ligero temblor de su voz, pero aún no podía creer lo valiente que había sido ella. Sin pensarlo, se desabrochó la camisa y se dirigió hacia Danica.
Un momento más tarde, estaban juntos. La canción volvió a sonar en la mente de Cadderly. No, más bien la sintió, tamborileando con prisa por todos los rincones de su cuerpo, guiándolo a través de cada movimiento sutil, y convenciéndolo de que nunca nada había sido tan correcto.
La mente de Cadderly se arremolinó a través de un desorden de pensamientos y emociones. Pensó en Danica llevando su hijo, y consideró las implicaciones de la mortalidad.
Sobre todo, Cadderly centró sus pensamientos en Danica, su alma gemela, y la amó mucho más. Quizás una vez fue su refugio, pero sólo porque él le había dado ese papel. Ahora Cadderly había mostrado su vulnerabilidad, sus miedos más profundos, y Danica los había aceptado, y a él, con todo su corazón, y con el sincero deseo de ayudarlo a resolverlos.
Más tarde, mientras Danica dormía, Cadderly se levantó de la cama y encendió una vela en la mesa, junto al Tomo de la Armonía Universal. Sin preocuparse por vestirse, volvió la mirada hacia Danica en la cama, y sintió que una oleada de amor pasaba por sus venas. Reforzado por esa seguridad, Cadderly se sentó y abrió el libro, con la esperanza de que, a la luz de las nuevas revelaciones, oiría la canción de una manera diferente.
Muchas horas antes de que Cadderly encendiera esa vela, Espectro se había alejado, confiado, de la puerta del joven clérigo, debido a que había escuchado a escondidas, y que la llegada de Danica Maupoissant poco podría hacer para desviar sus sólidos planes. De hecho, Espectro había llegado a la conclusión de que podría ser capaz de usar a Danica, su cuerpo al menos, para incrementar sustancialmente el placer ofrecido por esta muerte.
Si podía poseer el cuerpo de la amante de Cadderly, podría coger al clérigo con la guardia muy baja.
Pero a pesar de todo el afán mostrado al frotarse las manos camino de su habitación, Espectro era lo suficientemente listo para darse cuenta de que las cosas se habían vuelto peligrosamente complicadas.
Todavía atado en el escondite entre la cama y la pared, el pobre y apaleado Brennan levantó la mirada suplicante.
—Te liberaré esta noche —prometió Espectro—. He decidido que no puedo permitirme tu cuerpo… ¡y es una lástima, ya que el cuerpo es excelente!
Brennan, desesperado por creer, casi mostró una sonrisa hasta el momento en que las manos de Espectro, las propias manos de Brennan, se cerraron alrededor de su garganta prestada. No hubo dolor esta vez para el acosado hijo del posadero; sólo hubo negrura.
Acabado el trabajo, Espectro se sentó en la cama, desatando la débil forma y esperando impaciente a poder recuperar su cuerpo. Lamentó haber perdido la oportunidad de este cuerpo joven, pero se recordó el apremiante asunto y el acechante peligro. Se aseguró a sí mismo que pronto encontraría un cuerpo apropiado, cuando Cadderly estuviera muerto.