Lo que las sombras dicen
Las largas sombras de las últimas luces del día vetearon el suelo del establo y las paredes. Telarañas grises refulgían en las cavidades de las vigas, que luego se volvieron oscuras cuando el sol fue descendiendo. Vander se recostó contra la pared de madera, contento de estar en su cuerpo de nuevo, pero no tan contento de saber lo que había sucedido en las pocas horas en que Espectro había tomado su forma.
La hija del granjero estaba muerta, y su fin había sido muy desagradable.
Los recuerdos de aquella vez en que había huido hasta su tierra de origen, la Columna del Mundo, cuando Espectro lo había alcanzado y tomado su cuerpo, corrían a través de la mente de Vander, forzando al firbolg a inclinarse ante el muro. Para el orgulloso firbolg, la derrota era completa. Para las susceptibilidades guerreras de Vander, ésta fue la última humillación. Podía aceptar ser vencido en un combate honesto, podía arrodillarse ante un rey legítimo, pero Espectro se había atrevido a dar un paso más; Espectro le había quitado su valor, su honor y su misma identidad.
—¿Han vuelto? —le soltó el firbolg al hombre vestido de negro y plata tan pronto apareció en la puerta del establo.
—Él viaje hasta las montañas les debe haber costado toda la noche —respondió el Máscara de la Noche, como si sintiera la frustración de Vander—. Es probable que aún no hayan encontrado a lady Maupoissant.
Vander apartó la mirada.
—Se ha establecido una línea hasta Carradoon, y el grupo ha tomado posiciones cerca de la Bragueta del Dragón —continuó el asesino con optimismo.
Vander miró al hombre durante un rato. Sabía lo que estaba pensando el humano, sabía que el hombre sólo había soltado la información con la esperanza de que las noticias fueran bien recibidas y lo libraran de la ira impredecible del firbolg.
¡Impredecible! Vander casi soltó una carcajada ante la maliciosa ironía de esa idea. Despidió al hombre con un gesto de la mano, y el Máscara de la Noche pareció más que feliz de seguir la silenciosa orden.
Una vez más, Vander se sentó solo en las crecientes sombras. Se consoló algo en el hecho de que el nudo aparentemente se cerraba alrededor del último objetivo y el negocio pronto acabaría.
Vander apenas empezó a sonreír antes de que la seriedad volviera a su cara. Este negocio acabaría y otro empezaría pronto. Vander sabía que no acabaría hasta que Espectro decidiera que el firbolg había dejado de ser útil.
—Has apuntado que querías ser de ayuda —le dijo Espectro al sorprendido mago—. Ahora te ofrezco esa oportunidad.
Los ojos pequeños y verdes de Bogo Rath parecieron hacerse incluso más pequeños mientras estudiaba al hombre de ojos soñolientos. Acababa de trasladar su pequeña bolsa de pertenencias a la habitación privada que Fredegar le había ofrecido, sólo para encontrarse al misterioso asesino sentado en la cama y esperándole.
Espectro entendió el recelo y las dudas del mago. Bogo no confiaba en Espectro, y hacía bien, y Bogo tenía su propia agenda. Seguramente Bogo quería a Cadderly muerto, pero Espectro sabía que el joven mago ambicioso y oportunista no estaba trabajando con la banda de asesinos. Sino más bien, trabajaba independientemente, con la esperanza de poder usarlos para sus propios fines. Espectro, por encima de todos los demás, podía entender esa metodología interesada y, por encima de todos los demás, el avieso asesino sabía los peligros que podían acompañar a semejantes hechos.
—¿Ejerceré de centinela? —respondió Bogo, escéptico.
Espectro lo consideró, y luego asintió; eso era una descripción tan buena como la mejor que se le habría podido ocurrir.
—Sólo para esta investigación menor —respondió—. Nos ha llegado el momento de saber algo más acerca de la habitación de Cadderly y de sus defensas personales. Puedo hacer eso, no lo dudes, pero no estaría contento si los otros dos clérigos de la biblioteca volvieran a la posada mientras yo estoy de algún modo ocupado.
—Estás muy lleno de acertijos —dijo Bogo al fin, después de pasar un rato mirando al hombre—. Puedes llegar cerca de Cadderly, sugieres que puedes llegar incluso más cerca, y el joven clérigo todavía vive. ¿Es precaución o placer macabro lo que te hace interpretar el papel?
Espectro sonrió, felicitando a Bogo por su capacidad de percepción.
—Ambos —respondió honestamente, más que deseoso de pregonar sus proezas—. Soy un artista, joven mago, y no un asesino cualquiera. El juego, ya que eso es lo que es, debe ser jugado según mis condiciones y reglas. —Espectro escogió con cuidado el énfasis para la última frase, dejando que sonara como una amenaza para mantener a Bogo en vilo.
—Es pronto para ir al salón —razonó Bogo—. El sol se acaba de poner. Muchos de los clientes habituales todavía están en casa, acabando sus cenas. Y aún no estoy instalado en mis nuevos aposentos —añadió, con un asomo de descontento en su voz.
—¿Consideras eso tan importante? —preguntó Espectro sin rodeos.
Bogo respondió de inmediato.
—Cena abajo, en el salón —respondió Espectro—. No es una práctica tan rara para los huéspedes de la posada.
—Los clérigos fueron al Templo de Ilmater —argumentó Bogo—. Es improbable que vuelvan antes de la hora en que has dicho que me necesitarás.
—Pero podrían —dijo Espectro, con la voz insinuando una creciente ira—. Artista —repitió, articulando cada sílaba lenta y claramente—. Perfeccionista.
Bogo renunció a la discusión y resignado asintió. Espectro había señalado que todavía no mataría a Cadderly, y el joven mago no tenía razones para pensar de otra manera. Desde luego, si el enclenque asesino hubiera querido atentar contra el joven clérigo, lo podría haber hecho en casi cada momento de los últimos días, y no tendría que apartarse de su camino y ocupar a Bogo para vigilar en el salón.
—Informa al joven Brennan, el hijo del posadero, que Cadderly desea tomar la cena ahora —susurró Espectro levantando una ceja, mientras abría la puerta para poder abandonar la habitación de Bogo juntos.
—Eso dejará la puerta abierta —explicó Espectro, una mentira perfectamente razonable.
Espectro se volvió a su propia habitación con Bogo todavía en la escalera. El enclenque asesino se congratuló en silencio por manejar con tanta facilidad al mago potencialmente molesto. Hizo que Ghearufu se hiciera visible mientras se deslizaba tras la protección de su puerta abierta en parte.
El diligente Brennan llegó saltando los escalones un rato más tarde, llevando la bandeja de la comida equilibrada con holgura en una mano y un paquete largo y estrecho en la otra. Espectro admiró la elasticidad en el paso del adolescente, el vigor y la energía ilimitada en el despertar a la virilidad del guapo, aunque un poco delgado, Brennan.
—¡Chico! —llamó en voz baja mientras Brennan doblaba la esquina más allá de la habitación de Avery y pasaba ante la habitación del asesino. Brennan se detuvo y se volvió para observar al hombre curioso, siguiendo el ondeante gesto de la mano de Espectro con el guante blanco.
—Dejadme entregar esto y luego os traeré cualquier cosa que… —empezó a decir Brennan, pero Espectro lo cortó de inmediato al levantar una mano; ésta, Brennan descubrió, curiosamente llevaba un guante negro.
—Mi asunto sólo te llevará un momento —dijo Espectro, el significado de su sonrisa abyecta se perdió en el ingenuo chico.
Un instante más tarde, Brennan se descubrió mirando su propia cara, y al corredor que había más allá. Al principio, pensó que el extraño había puesto alguna clase de espejo, pero entonces la imagen, su imagen, se movió independientemente. Y él, o al menos su imagen, ¡ahora llevaba los guantes blanco y negro!
—¿Qué? —balbuceó Brennan al borde del pánico.
Espectro empujó al joven atrapado de vuelta a la habitación, cerrando la puerta tras él, dejando caer el paquete delgado, ahora sabía que era una especie de bastón o de vara, y colocó la bandeja en su mesilla de noche.
—Es sólo un juego —ronroneó Espectro, tratando de evitar que la aterrorizada víctima pidiera auxilio—. ¿Qué te parece tu cuerpo prestado?
Los ojos de Brennan se movieron rápidamente en busca de alguna salida. Poco a poco, el terror se tornó curiosidad; el hombre que estaba ante él, llevando su cuerpo, desde luego no parecía tan siniestro.
—Me siento débil —admitió sin rodeos, luego se encogió, al darse cuenta de que podría haber ofendido al hombre.
—¡Porque lo eres! —bromeó Espectro—. ¿Lo comprendes? Ésa es la razón del juego.
Brennan frunció el ceño aún más confundido, luego sus ojos se abrieron de par en par cuando Espectro, que se movía con la velocidad de la juventud, crispó la mano en un puño y le soltó un puñetazo. Brennan trató de esquivar, trató de bloquear, pero el cuerpo débil no respondió con la suficiente rapidez. El puño escapó de las lastimosas defensas, impactando a Brennan entre los ojos, y cayó sin remedio, sin fuerza para resistir las oleadas de oscuridad que se cernían sobre él.
Espectro observó el cuerpo durante un largo rato, tratando de decidir su siguiente movimiento. Sabía que la acción prudente sería estrangular a Brennan en ese momento y allí, como había hecho con el mendigo en el camino, y poner un guante en el cuerpo para prevenir que el proceso de regeneración reclamara el espíritu errante del chaval.
Otros impulsos argumentaron contra ese curso de acción. El maldito asesino se sentía estupendo en el cuerpo del joven, lleno de energía apenas controlable, y con sus pasiones fluctuando casi con violencia, atrayéndolo urgentemente hacia acciones primarias en las que no había pensado seriamente durante décadas. La impulsiva idea se le pasó a Espectro por la cabeza: sacar la bota y el anillo mágico para matar a Brennan en el cuerpo débil y dejar a éste también muerto. Entonces Espectro podría reclamar esta forma como propia hasta consumirla, como casi había consumido el cuerpo débil.
De nuevo llevaba los guantes negro y blanco cuando sus manos rodearon el cuello del debilucho.
Espectro se dio cuenta de que no debía hacerlo… aún no. Se recriminó a sí mismo por empezar a actuar de manera tan impulsiva. Con movimientos metódicos, ató y amordazó a su víctima de un modo seguro, la arrastró detrás de la cama y la encajó entre ésta y la pared.
El anillo ya había empezado su trabajo, y los párpados del joven Brennan se agitaron con los signos de la consciencia.
Espectro lo golpeó otra vez, y repitió la acción.
Brennan gimió a través de la mordaza y Espectro se acercó a él.
—Debes estarte callado —dijo poniendo los labios sobre la oreja del chico atrapado—. O serás castigado.
Brennan gimió de nuevo más alto.
—¿Te gustaría que te explicara los castigos que he planeado por tu desobediencia? —preguntó Espectro, poniendo un dedo en el ojo de Brennan.
El aterrorizado Brennan no hizo ni sonido ni movimiento alguno.
—Bien, chico listo —arrulló Espectro—. Ahora vamos a ver lo que has traído. —El asesino se alejó y rápidamente desenvolvió el paquete, mostrando un bastón con una empuñadura en forma de cabeza de carnero, hecho con pericia y bien equilibrado. Espectro había visto el maravilloso objeto antes, en manos de Cadderly, cuando el clérigo había ido a la torre del mago fuera de Carradoon. Sólo entonces Espectro se dio cuenta de que el joven clérigo no llevaba el bastón cuando volvió por la carretera.
»¡Qué apropiado! —dijo, mientras se dirigía hacia Brennan—. Te dije que te explicaría los castigos, pero ahora, déjame enseñártelos —dijo, mientras se daba golpecitos con el bastón en la palma de la mano.
La cara de Espectro se deformó por una rabia repentina, y levantando el arma por encima de la cabeza dio un golpe con ambos brazos. Sintió la magia del bastón tamborileando cuando impactó con la cabeza de carnero sobre el hombro de Brennan, y ensanchó la sonrisa cuando vio que la delgada extremidad se desmenuzaba bajo el tremendo encantamiento del arma. A Espectro nunca le habían gustado las armas, pero pensó en quedarse con ésta.
Espectro pensó si era de sabios devolver el bastón a Cadderly. El asesino tenía un dilema, ya que si el joven clérigo estaba esperando que le devolvieran el arma, podría buscar a Fredegar, o al mago de la torre, y cualquiera de los dos plantearía interrogantes más amplios y peligrosos.
Ésa sería la peor de las posibilidades.
El asesino artista dejó la habitación unos minutos más tarde, llevando la bandeja y el bulto envuelto de nuevo, y dejando al maltratado e inconsciente Brennan escondido entre la cama y un charco de sangre. Espectro había golpeado a Brennan con dureza, y el chico en el miserable cuerpo habría muerto pronto, si no fuera por la persistente magia curativa del anillo escondido bajo la bota.
Semiinconsciente, Brennan tuvo la esperanza de que moriría. Un millar de explosiones ardientes pareció que estallaban en su interior; cada articulación le dolía, el hombre malvado había puesto particular atención en la clavícula y la ingle.
Trató de mover la cabeza pero no pudo; trató de sacar el cuerpo del estrecho escondite, a pesar del dolor, pero descubrió que estaba muy bien atado al lugar. En un acto reflejo tosió otro coágulo de sangre, sus instintos de supervivencia apenas se las arreglaron para apartar el cálido líquido de la mordaza, de manera que no se ahogara en él.
Destrozado, Brennan rezó para que este tormento acabara pronto, incluso si ese final significaba la muerte. No sabía, desde luego, que llevaba el anillo mágico, que pronto estaría curado una vez más.
Cadderly no estaba pensando en la cena, no pensaba en nada más allá de la cautivante canción que sonaba en su mente mientras pasaba las páginas del Tomo de la Armonía Universal. El libro le ofreció cobijo una vez más, había apartado las imágenes de Avery y Rufo que habían vuelto a ver a Cadderly esa mañana y de nuevo éste los había rechazado bruscamente y todos los otros problemas que abrumaban en exceso al joven clérigo.
Bajo la protección de la dulce canción de Deneir, Cadderly no sintió en absoluto ese peso. Estaba sentado muy erguido, con los brazos extendidos a los lados cuando no estaban enfrascados en pasar las páginas, de una manera similar a las técnicas de meditación que Danica le había enseñado en la Biblioteca Edificante. Entonces, estos movimientos habían sido un simple ejercicio, pero ahora, con la canción fluyendo a través de cada uno de sus movimientos, Cadderly sintió la fuerza, su fuerza interior, corriendo a través de sus labios.
—¡Tengo tu cena! —oyó que decía Brennan a su espalda, y supo por el volumen de voz del joven que Brennan probablemente lo había llamado varias veces y golpeado con fuerza a la puerta antes de eso. Avergonzado, Cadderly cerró el gran libro y se volvió para reunirse con el chico.
Los ojos de Brennan se abrieron como platos.
—Perdón —se excusó Cadderly, mientras miraba a su alrededor para encontrar algo con que cubrirse. Estaba desnudo de cintura para arriba, su pecho y hombros musculosos brillaban con el sudor, y los músculos abultados de su abdomen, recién definidos por los ejercicios de meditación con el tomo, se estremecían por los recientes esfuerzos.
Brennan se calmó rápidamente, incluso lanzó a Cadderly una toalla de la bandeja con la que secarse.
—Parece que necesitas la comida —propuso Espectro—. No sabía que leer podía ser tan extenuante.
Cadderly rió entre dientes ante la ocurrencia, aunque estaba un poco confundido con que Brennan hiciera tal comentario. El chico lo había visto con su lectura muchas veces, y muchas veces envuelto, como estaba ahora, en los ejercicios meditativos.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Cadderly, al ver el paquete largo y delgado.
Espectro manoseó el objeto, todavía inseguro de si el joven clérigo lo esperaba o no.
—Llegó justo esta tarde —explicó—, del mago supongo.
Desenvolvió el paquete y le entregó el excelente bastón a Cadderly.
—Sí, Belisarius —replicó Cadderly ausente. Movió el bastón con facilidad, probando su equilibrio, y luego lo tiró de manera despreocupada sobre la cama—. Casi me había olvidado de él —comentó, y añadió con sarcasmo evidente—. ¡Me pregunto qué poderosos encantamientos le ha conferido mi amigo el mago!
Espectro sólo se encogió de hombros, aunque en secreto se mordía el labio, ahora disgustado por haber decidido devolver el inesperado regalo.
—No es que alguna vez no le vaya a encontrar un uso, comprendes —dijo mientras le guiñaba un ojo al joven.
—Nunca sabemos cuando una lucha puede surgir en nuestro camino —respondió Espectro, deslizando la bandeja en la mesita de Cadderly y ordenando la vajilla de plata. Cadderly lo miró interesado, cogido por sorpresa por el tono serio e inusualmente reflexivo de los pensamientos del chico, normalmente impulsado por la pasión.
El joven sujetó un cuchillo dentado en la mano sólo un momento, a escasos dedos del pecho desnudo de Cadderly. Por alguna razón, esa extraña imagen, de pronto, tuvo importancia para Cadderly; unas alarmas silenciosas se dispararon en su interior. El joven clérigo las apartó, con la misma facilidad con la que secaba el sudor de su frente, diciéndose a sí mismo que estaba dejando que su imaginación se desbocara.
La canción sonó en la profundidad de la mente de Cadderly. Casi se dio media vuelta para ver si se había dejado el libro abierto, pero no; no podía ser. Unas sombras empezaron a formarse sobre los delgados hombros de Brennan.
Aurora.
Por alguna razón que Cadderly no pudo entender, Cadderly sintió de nuevo la inextricable posibilidad de que Brennan estuviera considerando atacarle con el cuchillo.
De pronto, Brennan dejó caer el cuchillo en la bandeja y movió el tazón y el plato. Cadderly no se relajó; los movimientos de Brennan eran demasiado rígidos, demasiado agarrotados, como si Brennan conscientemente tratara de actuar como si nada hubiera ocurrido.
Cadderly no dijo nada, pero mantuvo la toalla alrededor del cuello con ambas manos, los músculos tensados y preparados. No se concentró en las acciones específicas del joven; más bien se centró de nuevo en los hombros del chico, en las sombras deformadas y gruñentes que se amontonaban ahí, garras negras que hendían el aire.
Aurora.
La canción sonó en los huecos lejanos de su mente, revelando la verdad ante él. Pero Cadderly, todavía un novato, aún inseguro de la fuente de poder, no supo si debía creer o no.
Cadderly no pudo identificar las sombras más allá de equipararlas a las mismas cosas temibles que había visto posadas sobre los hombros del mendigo en el camino. Notó que auguraban maldad, antes y ahora, sintió que eran las imágenes resultantes de pensamientos malvados. Al considerar que Brennan acababa de sujetar un cuchillo, que un ataque corto habría llevado el instrumento dentado a clavarse en el pecho desnudo de Cadderly, esas sensaciones incomodaron al joven clérigo.
—Vete —le dijo al chico.
Espectro levantó la mirada hacia él, confundido, pero de nuevo, a Cadderly la expresión no le pareció normal.
—¿Algo está mal? —preguntó el chico delgado inocentemente.
—Vete —repitió Cadderly, con una mirada seria e implacable, y esta vez la palabra llevó la fuerza de un encantamiento mágico menor.
Sorprendentemente, el chico se mantuvo obstinado en su posición. Las sombras en los hombros de Brennan se disiparon y Cadderly tuvo que preguntarse si había malinterpretado las señales, si esas sombras representaban, en conjunto, cualquier otra cosa.
Brennan hizo una reverencia brusca, otro movimiento inesperado del chico que Cadderly pensó que conocía bastante bien, y luego, con prudencia, se fue de la habitación cerrando la puerta a su espalda.
Cadderly se quedó mirando la puerta durante un largo rato, pensando que debía estar volviéndose loco. Volvió a mirar el Tomo de la Armonía Universal, preguntándose si era un libro maldito, un libro que inspirara las mentiras y una canción discordante que sonara verdadera a oídos de la víctima insensata. ¿Cuántos clérigos habían sido encontrados muertos, descansando encima de sus páginas abiertas?
Cadderly se esforzó en coger aire en un momento crítico, en una encrucijada en su vida, aunque no se dio cuenta de ello.
No, decidió al fin. Tenía que creer en el libro, quería desesperadamente creer en algo.
Todavía estaba en la misma posición, mirando hacia la puerta, hacia el libro, y al final hacia su propio corazón. Se dio cuenta de que la comida se estaba enfriando, luego descubrió que no importaba.
Su vacío interior no podía ser saciado por la comida.
Bogo le había dado a Espectro más que la hora que el hombre malvado le había pedido, pero el mago ansioso decidió de todas formas quedarse en el salón, para ver qué podía aprender. La conversación entre el número creciente de clientes habituales se centraba siempre en los rumores de guerra, pero, para alivio de Bogo, ninguno de los reunidos parecía tener idea de la gravedad del peligro que pendía sobre sus cabezas. Cuando Aballister decidiera avanzar, con toda probabilidad al principio de la primavera, el ejército del Castillo de la Tríada tendría pocos problemas en poner a Carradoon de rodillas.
La noche avanzó, los fuegos cálidos y las muchas conversaciones se animaron, y Bogo, a pesar de los miedos de que Espectro ya hubiera despachado a Cadderly, permaneció en el salón, escuchando y conversando. Cada vez que la puerta del vestíbulo se abría, el joven mago levantaba la mirada, ansioso de advertir la vuelta de los dos clérigos, pensando que quizá le proporcionarían mejor información que los desinformados habitantes.
La sonrisa de Bogo se ensanchó cuando Kierkan Rufo entró un rato más tarde, ya que el imponente maestre no estaba junto al joven anguloso. Rufo fue directo hacia las escaleras, pero Bogo lo interceptó.
—¿Eres de la Biblioteca Edificante? —preguntó, con un tono que sonó esperanzado.
Las afiladas facciones de Rufo lo parecían aún más a la luz oscilante del fuego, y sus ojos oscuros no parpadearon cuando observó al joven de apariencia curiosa.
—¿Puedo pedirte algo de cerveza amarga, o quizás un excelente vino? —presionó Bogo, al ver que no habría respuesta.
—¿Por qué? —La réplica de Rufo estaba llena de sospecha.
—No soy de la región —respondió Bogo sin el más mínimo titubeo. El ambicioso mago había interpretado la escena una docena de veces en su mente, junto a varios otros potenciales escenarios en relación al clérigo que era el chivato—. Durante toda la noche he oído rumores de que habrá guerra —explicó—. Y todos los rumores indican que la única esperanza está en la Biblioteca Edificante.
De nuevo Rufo no respondió, pero Bogo descubrió que el joven engreído enderezaba los hombros con algo de orgullo.
—No estoy falto de habilidades —continuó Bogo, confiado de que Rufo estaba cayendo en su trampa—. Quizá pudiera ayudar en esas esperanzas. Seguramente lo intentaría.
»Entonces déjame invitarte a algo de vino —ofreció Bogo después de un corto silencio, sin contener su creciente determinación—. Podemos hablar, y quizás un clérigo sabio pueda guiarme donde mis habilidades sean más útiles.
Rufo volvió la mirada hacia la entrada del vestíbulo, como si esperara, y temiera, que el Maestre Avery irrumpiera en cualquier momento. Luego asintió en silencio y siguió a Bogo a una de las pocas mesas vacías que quedaban en el salón de la chimenea.
La conversación fue informal durante algún tiempo, con Bogo y Rufo bebiendo el vino a sorbos, y Bogo perdiendo con rapidez cualquier esperanza de que sería capaz de conseguir que el flaco joven se bebiera buena parte del vino. Rufo, que había pasado por muchos tormentos estas últimas semanas, permaneció cauteloso y aguardó, cubriendo su vaso medio lleno cuando quiera que Brennan, que servía en las mesas, hacía una de sus frecuentes visitas.
Bogo se dio cuenta varias veces de que el hijo del posadero lo miraba con desconfianza, pero lo atribuyó a la curiosidad natural del muchacho, ya que no era común que un extraño tuviera negocios con un clérigo de la biblioteca, y no pensó más en ello.
Bogo perdió poco tiempo en dirigir la conversación hacia asuntos más específicos, como la Biblioteca Edificante y el rango del corpulento amigo de Rufo. Gradualmente, de manera despreocupada, el mago llevó la conversación hasta el otro clérigo que era huésped de la posada. Rufo, críptico desde el principio, se echo atrás incluso más y pareció que su recelo aumentaba, pero Bogo no aflojó.
—¿Por qué estás en el pueblo? —preguntó Bogo, más bien con aspereza.
Rufo pareció notar el sutil cambio en el cada vez más impaciente tono del mago. Se recostó contra la silla y observó al mago en silencio.
—Debo irme —anunció el esquinado clérigo inesperadamente, mientras se apoyaba en la mesa y empezaba a levantarse.
—Siéntate, Kierkan Rufo —le soltó Bogo. Rufo lo miró con interés durante un momento, y se dio cuenta de no había dicho su nombre al mago en el transcurso de la conversación. Un pequeño gemido escapó de los labios delgados del joven y se dejó caer en la silla, ahora casi esperando lo que se le venía encima.
—¿Cómo sabes mi nombre? —exigió Rufo con todo el coraje que pudo reunir.
—Druzil me lo dijo —respondió Bogo sin miramientos. De nuevo se oyó el casi imperceptible gemido.
Rufo empezó a hacerle otra pregunta, pero Bogo lo hizo callar de pronto.
—Responderás y obedecerás —explicó Bogo como quien no quiere la cosa.
—Otra vez no —gruñó Rufo con una rebeldía que le sorprendió incluso a él.
—Dorigen piensa lo contrario —replicó Bogo—, lo mismo que Druzil, que ha estado en tu habitación las dos noches que has estado en el pueblo —mintió Bogo—. El imp ha estado en ella desde antes que tú y Avery ocuparais la habitación. ¿Pensaste que escaparías tan fácilmente, Kierkan Rufo? ¿Pensaste que la batalla estaba ganada a pesar del contratiempo menor que sufrimos en el Bosque de Shilmista?
Rufo no encontró palabras para contestar.
—Ahí —dijo Bogo con calma, recostándose en la silla y apartándose el pelo a un lado—. Ahora nos entendemos el uno al otro.
—¿Qué queréis de mí esta vez? —preguntó Rufo, su voz cortante y algo demasiado alta para el gusto de Bogo, en especial desde que Brennan estaba cerca, mirándoles a los dos con abierta curiosidad. Las facciones de Rufo continuaron pareciendo desafiantes, pero Bogo no estaba preocupado. Sabía que el hombre era débil, si no Rufo ya se habría ido, o golpeado a su enemigo.
—Por ahora, nada —respondió Bogo, no queriendo poner muchas cosas en movimiento hasta que entendiera mejor lo que Espectro y los Máscaras de la Noche estaban planeando—. Estaré cerca, y tú estarás disponible para mí. Tengo algunas cosas específicas planeadas para mi visita a Carradoon, y tú, Rufo, jugarás un papel en ellas, no lo dudes. —Levantó el vaso hacia el hombre esquinado y se lo bebió, luego se levantó de la mesa y empezó a marcharse, dejando a Rufo perdido en otra trampa irresoluble más.
—Sé cauto, joven mago —oyó Bogo que le decían desde un lado cuando daba su primer paso en las escaleras junto a la barra del salón. Se volvió para ver al joven Brennan, limpiando despreocupado la barra y lanzándole una mirada peligrosa.
—¿Te diriges a mí? —preguntó Bogo, tratando de sonar superior, aunque desde luego empezaba a estar un poco nervioso por la repentina atención del hijo del posadero.
—Te lo advierto —aclaró Espectro, apareciendo como Brennan—. Y que sepas que es la única advertencia que vas a recibir. Tus asuntos aquí son como observador; esa situación la determinó el mismo Aballister. Si interfieres, puedes encontrarte tendido en el mismo hoyo que Cadderly.
Los ojos de Bogo se abrieron como platos por la sorpresa, una expresión que hizo brotar una sonrisa de satisfacción en los labios prestados de Espectro.
—¿Quién eres tú? —exigió el mago—. ¿Cómo…?
—Somos muchos —respondió Espectro enigmático, evidentemente disfrutando del espectáculo del mago, que había enrojecido—. Somos muchos y estamos a tu alrededor. Se te dijo que hacíamos las cosas como es debido, Bogo Rath. Se te dijo que no nos la jugábamos. —Espectro lo dejó ahí y volvió a su trabajo en la barra.
Bogo entendió la razón por la que se había producido la repentina pausa en la conversación cuando Avery, que acababa de volver a la posada, y Kierkan Rufo pasaron junto a ellos escaleras arriba, en dirección a sus habitaciones.
Bogo los siguió a una distancia prudente, ya no estaba seguro de tener más instrucciones para Kierkan Rufo, ya no estaba seguro de nada.