10

Profesionales

¿Qué hora es? —preguntó Iván, mientras rodaba fuera de sus mantas y se desperezaba con fuerza.

—Han pasado horas desde el amanecer —respondió Danica con aspereza, recriminándose a sí misma el ser tan idiota de hacer la última guardia.

—Deberías haberme despertado —reclamó Iván. Empezó a sentarse, luego cambió de idea y se volvió a arrebujar entre las mantas hecho un ovillo.

—Lo he hecho —murmuró Danica, aunque el enano ya no la oía—. ¡Seis veces!

»Pero no más —susurró la joven encendida. Esta vez estaba preparada. Cogió dos cubos pequeños, llenos del agua helada del riachuelo de una montaña cercana. A hurtadillas, se deslizó hasta los enanos, sus petates se habían mezclado en un único enredo por su típica manera alocada de dormir durante la noche. Danica aclaró el lío y apartó las mantas a un lado, lo suficiente, para mostrar las nucas peludas.

Pikel presentaba el mayor problema, desde que el enano llevaba su barba por encima de las orejas, trenzada a la espalda con el largo pelo que hacía poco se había teñido de nuevo de color verde bosque. Con cuidado, Danica apartó a un lado la maraña de pelos, obteniendo un semiinconsciente «jee… jee» del enano que dormitaba, y levantó uno de los cubos.

Los rugidos atronadores que resonaron en el campamento hicieron que los animales que había a casi un kilómetro y medio a la redonda se escabulleran a todo correr para esconderse. Incluso un oso negro, gordo, que había salido para tomar algo de la luz matinal del sol, corrió a toda prisa por los arbustos y se subió a un grueso roble, olfateando, desde allí, el aire, nervioso y atemorizado.

Los enanos corrieron alrededor en círculos, chocaron entre ellos varias veces y lanzaron las mantas al aire.

—¡Mía arma! —gritó Iván con urgencia.

—¡Oo oi! —Pikel estuvo de acuerdo de todo corazón, incapaz de localizar su garrote tronco de árbol.

Iván se calmó primero, al descubrir a Danica en pie junto a un árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa de oreja a oreja. El enano detuvo su carrera del todo y la observó con ojos inquisitivos.

En lugar de eso debería haber prestado atención a su hermano.

Pikel le impactó de lleno en el costado, y los dos salieron volando hacia unas zarzas. Para cuando se desenredaron y volvieron al campamento, sus barbas estaban despeinadas y sus camisas de dormir se habían llenado de pinchos.

—¡Tú nos has hecho esto! —gritó Iván acusadoramente a Danica.

—Deseo llegar a Carradoon mañana como muy tarde —replicó la joven igualmente enfadada—. Agradecí vuestra compañía, ¡pero no sabía que significaría mantener el campamento hasta la tarde cada día! ¡Pensé que los enanos eran trabajadores!

—Oooo —gimió Pikel, avergonzado por su descubierta pereza.

—No es culpa nuestra —murmuró Iván, puesto a la defensiva—. Es el suelo —soltó—. Sí, el suelo. ¡Demasiado duro y confortable para que un enano quiera levantarse por la mañana!

—Os habéis perdido el desayuno —recriminó Danica.

—¡Cuando los halflings se afeiten los pies! —rugió Iván, y Danica sospechó, con razón, que se había pasado de la raya. Tirar agua helada por la espalda de unos enanos durmiendo era una cosa, pero negarles comida era algo completamente diferente, algo muy peligroso.

—Entonces, una comida rápida —concedió—, después nos vamos.

Dieciséis truchas, cuatro picheles de cerveza amarga cada uno, medio saco de galletas y tres cuencos de bayas cada uno, más tarde, los hermanos Rebolludo reunieron sus pertenencias y brincaron por los senderos de las montañas en pos de Danica. El Lago Impresk fue claramente visible cuando llegaron a un cerro, y Carradoon pronto también lo fue.

A pesar de los deseos de Danica de ir rápido, el trío había tomado todas las precauciones en el viaje. Las Montañas Copo de Nieve eran un lugar peligroso, incluso en las estribaciones meridionales, donde el gobierno de la Biblioteca Edificante dominaba la región. Con la guerra gestándose al norte y los combates continuando en el oeste, en Shilmista, los compañeros tuvieron que asumir que los caminos ahora serían incluso más peligrosos.

Danica encabezaba la marcha, inclinada para inspeccionar cada huella, cada hoja de hierba doblada. Iván y Pikel vagaban tras ella, Iván con su casco con cuernos de ciervo y Pikel con una olla muy abollada a falta de un verdadero casco. Aunque Danica buscaba en el suelo continuamente mientras viajaba, la rápida monje tenía pocos problemas para aventajar a los enanos y los obligaba a correr a toda prisa para mantener el ritmo.

Danica aminoró bastante e Iván y Pikel casi la atropellaron.

—Uh-oh —murmuró Pikel, al ver la curiosa expresión de Danica.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Iván en voz baja, mientras apartaba a su hermano hacia atrás.

Danica sacudió la cabeza insegura.

—Alguien ha pasado por aquí —declaró.

—Avery y Rufo —respondió Iván.

—Más recientemente —dijo Danica, que se enderezó de nuevo y miró con atención hacia un arbusto cercano.

—¿Iban o venían? —instó Iván.

Danica sacudió la cabeza, incapaz de decidirse. Creía que su suposición era correcta, pero lo que la preocupaba era la naturaleza de las huellas, las marcas de arañazos hechas sobre las aparentes huellas de botas. Si alguien había cruzado el camino por la mañana, entonces estaban ya a una gran distancia para ocultar sus huellas.

Iván bajó la mirada hacia el suelo y, rascándose confundido la barba amarilla, se sacó otra espina.

—No veo huellas —dijo con mal humor.

Danica señaló una pequeña depresión en el suelo, apenas visible, y luego indicó las marcas que le hacían pensar que habían pasado unos arbustos por el suelo.

—¿Podemos irnos? —preguntó Iván en voz alta, después de soltar un bufido, ya sin miedo por el volumen de su voz.

Danica ni trató de hacerlo callar. Siguió confiando en su suposición; sólo podía esperar que algún explorador, o uno de los congéneres elfos de Elbereth, quizá estuviera por la zona. Si no era un montaraz o un elfo, entonces Danica estaba segura de que esas huellas habían sido hechas por alguien con intenciones de esconderse.

En las regiones salvajes de las montañas, eso pocas veces era un buen presagio para los viajeros.

Unos cientos de metros camino abajo, Danica encontró más huellas de pasos. Esta vez ni siquiera Iván pudo descartar la evidente huella de bota en el suelo blando, aunque la mitad había sido borrada.

El enano puso los brazos en jarras y miró alrededor, centrándose en la curva de una rama baja que colgaba por encima del camino.

—He visto algunas rocas a un lado del camino justo unos metros atrás —comenzó el enano.

—Uh-oh —murmuró Pikel, al sospechar lo que su hermano apuntaba.

—Busquemos algún árbol lo bastante grande que cuelgue sobre el camino —continuó Iván, sin oír el suspiro azorado de Pikel. Miró a Danica, que pareció no entender.

—Podemos montarles una trampa —soltó Iván—. Podemos levantar una roca sobre uno de los árboles…

Pikel le dio una bofetada en la nuca.

—Ya has intentado eso antes —razonó Danica por la expresión amarga de Pikel.

Pikel soltó un quejido e Iván lo miró furioso, pero el enano de barba amarilla no se lo tomó en cuenta a su hermano. Por supuesto habían intentado la trampa anteriormente. A pesar de que Iván, tenazmente, y con no poca convicción, insistió en que había sido un éxito ya que habían aplastado a un orco con la roca, Pikel, igual de terco, insistió en que la exigua muerte apenas había valido el terrible esfuerzo de subir antes la roca al árbol.

Al saber que esta vez habría otro testigo, Iván se habría dado por vencido sin ninguna mención más de la trampa y el ataque de Pikel, después de todo sólo era una bofetada, pero entonces, sin una explicación, Pikel agitó el garrote frente a la cara de Iván. A Danica, que estaba a un lado, le pareció claro que Pikel trató de detener el impulso del arma a poca distancia de Iván, pero el garrote, sin embargo, impactó en la gran nariz de éste. Lo empujó varios pasos atrás y lanzó un chorro de sangre sobre el bigote del enano.

—¿Qué…? —tartamudeó Iván, sin apenas creerse el ataque. Sacó su hacha de dos filos, soltó un gruñido, y avanzó hacia su hermano que chillaba desesperado.

Pikel no pudo explicar lo que había hecho a Iván o Danica, pero se las arregló para dar la vuelta a su garrote a tiempo, mostrando un virote clavado hasta la mitad en la dura madera.

Ahora fue el turno de Iván de hacer una buena acción para su hermano. Miró hacia los espesos arbustos detrás de Pikel, hacia donde sus instintos de guerrero le dijeron de inmediato de donde había venido el dardo, y vio una ballesta apuntada hacia Pikel.

Una figura alta cayó de una rama para aterrizar suavemente detrás de Danica.

La señal del dedo de Iván hizo que Pikel se diera media vuelta.

—Uh-oh —chilló con voz aguda el enano de la barba verde, sabiendo que no tenía tiempo de evitar el proyectil.

Sin embargo Iván lo alcanzó justo antes que el virote, derribándolo en un placaje perfecto mientras que la saeta pasaba inofensivamente. Iván no cejó. Mientras rodaba, levantó a Pikel por encima de él, éste entendió la táctica, y del mismo modo levantó a Iván sobre él. Como un peñasco montaña abajo, los hermanos Rebolludo cayeron sobre el arbusto, con la fuerza suficiente para arrollar a los dos hombres que estaban allí escondidos.

El Máscara de la Noche que estaba a la espalda de Danica con la espada en la mano, no tenía razón para pensar que la mujer, absorta en el espectáculo de los enanos, supiera que iba a morir. La sorpresa fue completa cuando Danica se inclinó, disparando una pierna hacia atrás, a la suficiente altura para conectar con el pecho del hombre.

Salió despedido a unos pasos, chocando con fuerza contra el tronco de un árbol, pero se las arregló para recuperar la espada que se le había caído. Más cauteloso, empezó a retroceder a la defensiva, paso a paso ante la aproximación de la peligrosa mujer.

Danica echó a correr y lo hizo con decisión, pero de pronto se puso de rodillas y bajó la cabeza cuando otra forma apareció de detrás del tronco y lanzó un golpe a la altura de los hombros con un bastón corto y delgado. El arma golpeó con fuerza el árbol al que arrancó trozos de corteza.

Danica deslizó un pie bajo ella y soltó una patada con el otro, pensando en romper la rodilla del segundo enemigo. Consiguió bajar el bastón a tiempo para desviar el ataque, y luego contraatacó con varios golpes rápidos y furiosos.

La joven luchadora supo de inmediato que estaba en problemas. Éstos no eran salteadores normales, aunque su vestimenta era totalmente ordinaria. Se las ingenió para apartarse de la trayectoria mientras la espada del otro se dirigía hacia su cabeza, pero se llevó un golpe del rápido bastón en la cadera.

Se quedó en cuclillas a un metro de los dos hombres, tomando la medida a su moderado avance, buscando una abertura donde parecía no haberla.

Iván mordió fuerte, y continuó mordiendo, hasta que se dio cuenta por la continua retahíla de «ooooo», que tenía la pantorrilla de Pikel, no la de un enemigo, en la boca.

El enano gateó intentando ponerse en pie por un lugar estrecho donde las ramas y las zarzas se enganchaban en él con cada movimiento, y el asaltante más cercano le dio tres puñetazos en la ya herida nariz.

Cuando Iván estuvo en pie, como Pikel, con las armas preparadas, soltó un tajo cruel con el hacha, pero su brazo tropezó con otra rama delgada pero resistente que acortó su alcance, de manera que no llegó a golpear al hombre.

Pikel gritó horrorizado y se zambulló a un lado mientras su hermano continuaba la trayectoria con el hacha, que casi lo alcanzó. De nuevo, aunque sin querer, Iván había salvado la vida de su hermano, ya que cuando Pikel saltó a un lado, otro proyectil de ballesta salió disparado, surcó el aire entre los enanos con un silbido chirriante y se hundió con un ruido sordo en el hombre que se enfrentaba a Iván.

Los dos hermanos hicieron una pausa para mirar al ballestero situado a sus espaldas, que desesperado recargaba el arma. Pikel se encaró a su atacante, que finalmente se había desenredado del arbusto, e Iván se volvió hacia donde había estado su enemigo más cercano.

El hombre no estaba por ninguna parte, e Iván sospechó, al ver los arbustos todavía agitándose, que se había ido corriendo. Sin entrar en controversias con la buena suerte, el enano soltó un aullido y se dio media vuelta, saliendo de las zarzas para encontrar un camino despejado que lo llevara hasta el ballestero.

El espadachín estaba herido; ya era algo. La patada de Danica aparentemente había hecho algún daño, ya que hacía una mueca de dolor a cada paso que daba. Danica ya había llegado a la conclusión que el que llevaba el bastón era el más peligroso de los dos, su pelo entrecano demostraba experiencia, y el equilibrio perfecto de sus mesuradas zancadas hizo que se diera cuenta de que éste había pasado toda su vida entrenándose en el arte de la lucha. El bastón parecía insignificante comparado con la espada del otro, pero en sus manos era desde luego un arma mortal.

Un tajo de la espada hizo que la mujer se agachara; el bastón rozó su hombro y tuvo que rodar hacia atrás, volviendo a ponerse en pie justo a tiempo de prevenir un ataque mortífero.

Danica había usado la voltereta para ganar ventaja. Encogida formando una bola durante la pirueta, la luchadora había sacado una de sus dagas de cristal de la vaina de la bota.

El espadachín se acercó de nuevo, al parecer más confiado.

Danica plantó el pie derecho enfrente y pivotó sobre él, mientras lanzaba el pie izquierdo en un arco amplio y alto. Sabía que el ataque de patada circular no tendría más efecto que apartar la espada del atacante, y sabía, también, que se había vuelto vulnerable a los ataques del otro enemigo. Saltó con la pierna que la soportaba y completó el movimiento mientras caía al suelo, oyendo el zumbido del bastón cuando pasó a unos dedos de su cabeza.

Danica detuvo su caída con un brazo y mantuvo el torso a la suficiente altura del suelo para pasar el otro brazo por debajo de ella, lanzando la daga. El corto vuelo acabó en el abdomen del espadachín, que cayó hacia atrás, incrédulo, con los ojos abiertos como platos y la boca desencajada en un grito silencioso.

El atacante de Pikel también llevaba un bastón, pero se enfrentaba a dos desventajas serias. Primera, el garrote de Pikel era mucho más grande que el suyo, y, segunda, no podía golpear con un arma de contusión al enano de piel dura y cabeza todavía más dura con la suficiente fuerza para causarle heridas graves. Rápido como un rayo, golpeó a Pikel dos veces en el hombro y otra en la olla casco, que sonó con fuerza.

A Pikel apenas le importó, aceptó los tres golpes por el que le devolvió. El garrote tronco de árbol alcanzó al hombre en su lado desprotegido y lo lanzó dando tumbos desde el arbusto hasta la base de un árbol.

La cara del hombre no podría haber reflejado un terror más grande si lo hubieran atado a una estaca en el camino de una estampida de caballos, cuando Pikel se abalanzó en su persecución, la olla deslizándose durante todo el camino sobre su cara, pero con el garrote perfectamente equilibrado para aplastar al hombre entre el árbol y su grueso extremo.

El hombre rodó a un lado y Pikel dio el porrazo, partiendo el joven árbol en dos y cayendo de cabeza sobre el tronco roto.

—Oo —gruñó el enano mientras patinaba hasta detenerse junto a la corteza áspera del árbol caído. El sonido metálico se oyó de nuevo cuando el terco atacante se abalanzó otra vez y soltó otro golpe en la parte de arriba del casco.

Iván se dio cuenta de que no llegaría hasta el ballestero antes de que el hombre tuviera el arma preparada, por lo que levantó el hacha por encima de la cabeza con ambas manos.

—¡Hora de morir, perro ladrón! —rugió mientras soltaba el arma.

El hombre se lanzó hacia atrás, poniendo la ballesta frente a él como escudo improvisado. El hacha la alcanzó con fuerza, arrancándola de las manos del hombre y llevándosela hasta que el conjunto impactó en un árbol, la ballesta cayó en dos piezas y el hacha se hundió varios centímetros en el tronco.

Iván aminoró el paso cuando el hombre se puso en pie sacando una espada larga y delgada, en nada acobardado por el excelente lanzamiento. De hecho, el asesino mostró una sonrisa de oreja a oreja ante la aproximación del enano desarmado.

—Podría estar equivocado —admitió Iván en voz baja, y su feroz carga se frenó en seco.

Danica soltó un puñetazo y luego otro, ambos ataques desviados sin mayor problema por el bastón. El asesino contraatacó con una arremetida directa y Danica levantó el antebrazo en el último momento para apartarlo lejos de su cara. Reaccionó con una patada rápida, pero el atacante mantuvo el arma en el lugar apropiado para frenar el ataque de manera que no hiciera verdadero daño.

Un gruñido atrajo la atención de Danica hacia un lado. Allí estaba el espadachín, con la mano temblorosa cerrada sobre la daga ensangrentada de Danica, la cara del hombre retorcida en una mueca de evidente agonía, pero también de desesperada rabia. Danica sospechó que pronto volvería a la refriega. No importaba lo ineficaz que demostrara ser el herido, temía que no podría manejar a los dos a la vez.

La distracción temporal le costó cara; el bastón la alcanzó en un costado. Danica rodó de lado con el golpe, disminuyendo así el doloroso impacto, y sacó la otra daga poniéndose en cuclillas.

El asesino saltó y giró en un remolino de movimientos defensivos, al anticipar otro lanzamiento de daga. Danica movió el brazo de arriba abajo varias veces, cambiando delicadamente el ángulo a cada paso hacia adelante. Cada vez, su pretendida víctima se ponía en una posición para bloquear el lanzamiento o esquivar a un lado.

El hombre era bueno.

Danica se alineó con cuidado, levantó el brazo una vez más y lanzó. El del bastón esquivó con facilidad apartándose a un lado, con una expresión que demostraba desconcierto por el lanzamiento que tan limpiamente había fallado la experta luchadora. Lo entendió un instante más tarde, cuando su compañero soltó un gruñido de nuevo.

La mano temblorosa del espadachín soltó la empuñadura dorada en forma de tigre de la daga del abdomen y se movió hacia arriba, hacia la empuñadura plateada que salía de su pecho. Con impotencia, cayó de espaldas contra el árbol y se deslizó hasta el suelo.

—Tú y yo —dijo el del bastón, y acompañó el comentario con un ataque repentino y una serie de golpes vertiginosos y arremetidas cegadoras.

Pikel miró tristemente el árbol que había derribado, el desliz en meditaciones llenas de arrepentimiento le costó otro sonoro golpe en el casco olla.

El enano con vocación de druida no notó nada más que una rabia profunda brotando en su interior. Pikel siempre había sido incluido, por aquellos que lo conocían, entre la gente de mente más tranquila, el más lento de los lentos en la rabia. Pero ahora había matado un árbol.

¡Había matado un árbol!

—¡Ooooooo! —salió el quejido de sus labios temblorosos, entre los dientes apretados que rechinaban.

»¡Ooooooo! —Se dio media vuelta para encarar a su atacante, que dio un paso atrás ante la pura fuerza de la furia desatada del enano.

»¡Ooooooo! —Pikel tropezó con el tocón del árbol mientras cargaba, y cayó de bruces. El hombre se dio media vuelta para huir, pero el despatarrado enano lo cogió por el tobillo. El bastón del hombre golpeó con fuerza los dedos aferrados de Pikel repetidas veces, pero el enano enfurecido no sintió dolor.

Pikel arrastró al hombre, lo agarró con las dos manos y lo levantó en el aire. Se puso en pie; mientras aguantaba al hombre por encima de su cabeza miró alrededor con curiosidad, como si se preguntara qué tenía que hacer a continuación.

El garrote volvió a sonar en el casco de Pikel.

Pikel decidió que ya tenía bastante. Empaló al hombre en la punta astillada del tocón del árbol.

Iván se sacó la mochila, manoseando las correas mientras su enemigo cargaba hacia él. El enano bloqueó un tajo con la bolsa, enredando la espada en las correas el suficiente rato como para sacar un paquete, de unos quince centímetros de lado y cuidadosamente envuelto.

El espadachín tiró con fuerza y arrancó la espada de la mochila, luego miró al enano con curiosidad.

Iván ya había abierto el paquete y sacado su contenido: un juguete que había hecho para Cadderly desde aquellas heroicidades del joven clérigo contra el maldito Barjin.

El borde negro de adamantita del buzak contrastaba hipnóticamente con el centro de cristal semiprecioso. El asesino se detuvo, preguntándose que propósito tendrían esos discos iguales, unidos en el centro por una barrita.

Iván intentó pasar el dedo gordo a través del nudo de la cuerda que rodeaba la barra. Había visto cómo Cadderly usaba este tipo de juguete un millar de veces, se había maravillado de la facilidad que tenía para dejar que los discos rodaran hasta el final de la cuerda y, luego, de manera despreocupada, con un giro de muñeca, los devolvía girando a su mano.

—¿Alguna vez has visto uno de éstos? —preguntó Iván al curioso espadachín.

El hombre cargó; Iván le lanzó los discos. El hombre puso la espada en medio para atajar, y luego miró su arma con incredulidad, al observar la generosa muesca que la adamantita, más dura que su acero, había causado.

Pero Iván no tenía tiempo de regodearse con la perfección de la artesanía. Su lanzamiento había sido fuerte, pero, a diferencia de Cadderly, no tenía ni idea de cómo recuperar el buzak; los discos colgaban al final de la cuerda, girando de lado.

—¡Ooooooo! —La acometida de Pikel desde un flanco hizo que el espadachín se girara. Esquivó al enano enfurecido y recuperó el equilibrio cuando Pikel se dio media vuelta, rascando con un pie en el suelo para tomar impulso y empezar otra enfurecida carga.

Esta vez, el enano de barba verde se detuvo antes de sobrepasar al hombre, y en vez de eso lanzó una serie de golpes coléricos con su pesado garrote. Al espadachín le costó, pero al final se las arregló para apartarse de los golpes.

Iván detuvo a su hermano con el hombro.

—¡Éste es mío! —explicó el brusco enano.

El espadachín sonrió ante la aparente estupidez del enano; juntos, esos dos podrían haber acabado con él fácilmente.

La sonrisa se le borró, literalmente, cuando Iván lanzó el buzak de nuevo. Esta vez, sorprendentemente, la pequeña arma no estaba unida al dedo, no tenía ningún impedimento mientras pasaba a gran velocidad ante el fútil intento del asesino de bloquearlo.

La cabeza del hombre se fue hacia atrás con violencia y la cara pareció fundirse cuando los discos de adamantita impactaron de lleno, arrancando todos los dientes visibles, partiendo la nariz y los pómulos, y casi colocando la barbilla sobre la mandíbula superior.

—¿Creíste que un enano no podría lanzar de esta manera? —aulló Iván.

—Oo —murmuró Pikel mientras la cabeza del hombre caía libremente hacia un lado, ya que sólo entonces los enanos se dieron cuenta de que el poderoso lanzamiento había partido el cuello del hombre.

—Oo —dijo Iván repitiendo el pensamiento sombrío de Pikel.

Patada y tortazo, puñetazo y arremetida.

Danica y el del bastón danzaban en una armonía malsana, atacando y bloqueando con una velocidad increíble. Por unos instantes que parecieron minutos, ninguno de los dos alcanzó al otro.

Pero en la magnífica competición, con la adrenalina corriendo por la sangre, ninguno de los dos parecía cansado.

—Eres buena, lady… —comentó el del bastón; se calló como si hubiera querido decir más—. Como esperé que serías.

Danica apenas pudo responder. ¿El hombre se había burlado de ella?

¿Había casi pronunciado su nombre? ¿Cómo podía saberlo? Un centenar de pensamientos cruzaron la mente de Danica con la repentina sospecha de que esto no era una emboscada aleatoria.

¿Cadderly estaba a salvo?, se preguntó desesperada. ¿Y qué había de Avery y Rufo, que habían pasado por este camino hacía sólo un par de días?

Al pensar que estaba distraída, el Máscara de la Noche se abalanzó enconadamente.

Danica se dejó caer al suelo y soltó una patada que impactó en la rodilla del hombre con la fuerza suficiente para detener su carga.

Danica dio un paso adelante, levantándose justo ante la cara del hombre. Se llevó un doloroso golpe por la proeza, pero soltó uno de los suyos, un golpe seco en la garganta del tipo. En un único instante el hombre fue obligado a detenerse y coger aire. Danica le plantó una mano en la barbilla y la otra alrededor de la nuca para agarrar un mechón de pelo.

El hombre dejó caer el bastón y agarró con fuerza las muñecas de Danica para prevenir que le rompiera el cuello. Aguantaron la postura durante un momento, con Danica sin la suficiente fuerza para continuar la deseada maniobra.

El hombre al sentir su superioridad, sonrió con malicia.

Sin soltar la presa, Danica saltó y rodó sobre los hombros, dejando que su peso hiciera lo que su fuerza no podía. Se retorcieron y contorsionaron, Danica flexionando las rodillas para mantener todo su peso en el agarre. El hombre, sabiamente, se dejó caer al suelo, pero Danica volvió a rodar, debajo y hacia un lado, ahora con el antebrazo trabado con fuerza bajo la barbilla.

El del bastón boqueó en vano para coger aire, arañó los brazos de Danica, luego movió su mano hacia la cara de la mujer, buscándole los ojos.

Danica notó la dureza de una piedra bajo su cadera y cambió de lado rápidamente, alineándola con la cabeza del asesino. Frenética, brutal, la joven luchadora recolocó la mano que cogía el pelo, dejando la parte de atrás expuesta, y empezó a golpearla contra la piedra.

Sin embargo, no podía respirar; todo a su alrededor desapareció en una oscura niebla.

—Está muerto —gritó Iván, y entonces Danica se dio cuenta de que el enano había repetido las palabras una y otra vez.

Horrorizada y gravemente magullada, la joven soltó al hombre y se apartó de él, luchando contra las náuseas.

—Ése también se irá pronto —dijo Iván con calma, mientras señalaba al hombre apoyado contra el árbol, con las dos dagas que le salían del torso sangriento—. A menos que curemos sus heridas.

El hombre pareció oírlo y miró suplicante a los tres compañeros.

—Debemos hacerlo —explicó Danica, ya calmada, a los enanos—. Creo que éste sabía mi nombre. Aquí debe haber una conspiración y él —señaló al hombre apoyado contra el árbol— puede decirnos qué es.

Iván accedió encogiéndose de hombros y dio un paso hacia el hombre, que parecía confortado por el hecho de que le perdonaran la vida. Pero se oyó un chasquido a un lado, y el hombre hizo un movimiento brusco un instante después, un virote de ballesta sobresalía junto a la daga de empuñadura de plata.

El único Máscara de la Noche sobreviviente, herido con un proyectil de ballesta que le atravesaba el hombro, se abrió paso a través de los arbustos, al borde del delirio por el ardiente dolor y la pérdida de sangre. Un pensamiento dominó su mente: había fallado en su misión. Pero al menos había evitado que su cobarde camarada confesara; regla número uno de la despiadada organización.

El hombre no sabía hacia dónde correr. Vander lo mataría cuando descubriera que lady Maupoissant había sobrevivido; ahora se arrepentía de haber escogido el virote que le quedaba para acabar con el potencial delator en vez de intentarlo de nuevo con Danica. Luego cobró ánimo cuando se recordó a sí mismo que incluso si hubiera sido capaz de acertar a Danica, incluso si la hubiera matado, los enanos habrían tenido a su delator y el plan más importante de eliminar a Cadderly habría peligrado.

No obstante, el hombre lamentó la decisión, más aún cuando oyó que le perseguían. Incluso herido y debilitado, confiaba en que podría correr más deprisa que los enanos paticortos. Aunque cuando miró a su espalda, vio a la joven luchadora volando sin esfuerzo a través de la maleza, ganándole terreno a cada paso.

Los árboles y la maleza se convirtieron en un terreno más árido y rocoso, y el hombre, desesperado, sonrió al recordar el área circundante. Era un Máscara de la Noche hasta el amargo final, leal y orgulloso. Su deber, aunque ruin como a menudo fue, lo había sido todo, una dedicación que bordeó la obsesión.

Supo que la sanguinaria luchadora estaba sólo a unos pasos de él.

Leal y orgulloso, nunca aminoró la marcha cuando se encontró con el borde del barranco de treinta metros, y su grito mientras saltaba al vacío fue de victoria, no de terror.