9

Visiones malvadas, hechos malvados

Estaba en una habitación iluminada, quizá la sala de estar de la torre de Belisarius, aguantando un corazón que latía en la mano. El minotauro muerto yacía a sus pies y todos sus amigos íntimos, Danica y los hermanos Rebolludo, estaban a su alrededor, riendo a lo loco, descontrolados.

Cadderly también se unió a las risas, pero tan pronto lo hizo, se dio cuenta de que sus amigos no reían en absoluto. Más bien lloraban con grandes lágrimas que surcaban sus mejillas y caían a sus pies en charcos imposiblemente grandes.

No lo entendió.

Algo estaba lógicamente mal; Cadderly notó que algo de la escena estaba fuera de lugar. Sintió la sangre cálida corriendo por su brazo, manchando su túnica, pero en su perversión del laberinto y el minotauro ilusorios, ¡no había sangre! Lentamente, con miedo, el joven erudito bajó la mirada.

El minotauro ya no era un minotauro, ni se había desvanecido como cualquier ilusión insustancial, como Cadderly había esperado. Era Avery; Cadderly sabía que era Avery, aunque no podía ver la cara del hombre que yacía con la espalda sobre una mesa, con los brazos y las piernas extendidas y el pecho desgarrado salvajemente.

Cadderly aguantaba el corazón, que aún latía, de Avery.

Trató de gritar pero no pudo. Le llegó el ruido de un golpeteo, incisivo pero lejano.

No pudo gritar.

Cadderly se sentó. Los golpes se volvieron a oír, más insistentes, seguidos por una voz que Cadderly no pudo ignorar. Al final se atrevió a abrir los ojos y proferir un profundo suspiro cuando descubrió que estaba en su propia habitación, que todo había sido un sueño terrible.

—¿Cadderly?

La llamada no era un sueño, y su reconocimiento de la voz autoritaria y paternal no podía estar equivocado.

—¿Cadderly? —Los golpes en la puerta no disminuyeron.

«¿Qué hora será?», se preguntó Cadderly. La luna estaba alta, aunque más allá de su cenit, ya que no entraba la luz directa a través de la ventana este de la habitación del joven.

Resignado, Cadderly salió de la cama, se alisó la camisa de dormir, y se acercó a la puerta cerrada.

—¿Cadderly?

Abrió la puerta un dedo y se estremeció al ver al Maestre Avery. Kierkan Rufo, reclinado como siempre en su posición acostumbrada, miraba de soslayo por encima del hombro del maestre.

—Es tarde —masculló Cadderly que estaba en un estado soñoliento y con la boca pastosa por el asco. No pudo mirar a Avery sin que la horripilante imagen del sueño apareciera con claridad en su mente, no podía mirar al hombre sin la cálida sensación de la sangre corriendo por su brazo. Inconscientemente, se restregó la mano contra la camisa de dormir.

—Así es —respondió Avery, algo avergonzado—, pero pensé que estarías contento de saber que Rufo y yo habíamos llegado al pueblo. Nos quedaremos en la posada, justo a cuatro puertas de ti, al otro lado de la escalera. —El corpulento maestre echó una mirada en esa dirección, su expresión manifestó claramente una invitación al joven clérigo.

Cadderly sólo asintió, luego volvió a estremecerse cuando otra gota de sangre imaginaria corrió por su antebrazo.

Avery no ignoró la expresión amarga.

—¿Pasa algo malo, muchacho? —preguntó el maestre, compasivo.

—Nada —respondió Cadderly secamente. Se ablandó de inmediato, al adivinar que su conducta inspiraría curiosidad adicional—. Sólo estoy cansado. Estaba durmiendo…

—Mis disculpas —dijo Avery, afanándose por estar de buen talante—, pero ahora no duermes. —Dio un paso adelante, como si quisiera abrirse paso hacia la habitación.

—Pronto estaré durmiendo de nuevo —dijo sin alterarse, mientras se movía para bloquear la puerta.

Avery dio un paso atrás, por primera vez desde que había llegado, observó a Cadderly con un menos que apreciativo destello en sus ojos hinchados.

—¿Todavía terco? —le preguntó Avery tajante—. Te mueves por terrenos resbaladizos, joven clérigo. Tu ausencia de la biblioteca puede pasarse por alto. El Decano Thobicus ha prometido que te permitirá reanudar tus deberes y estudios olvidados.

—No me importa su promesa.

—Si continúas con tu proceder obstinado —continuó Avery, con voz amenazante ante el hiriente comentario de Cadderly—, entonces puedes irte de la orden del todo. No estoy seguro de que el amable Thobicus pueda perdonar tus infracciones contra Deneir…

—¿Qué sabéis de Deneir? —preguntó Cadderly. En su mente vio a Avery de nuevo, yacía muerto sobre la mesa, pero apartó el malvado pensamiento de su mente al darse cuenta de lo mucho que amaba a este hombre que había sido un padre sustituto para él—. ¿Y por qué os preocupáis por mí? ¿No me llamasteis una vez seguidor de Gond? —preguntó Cadderly con aspereza, refiriéndose a la religión de clérigos inventores que creaban sin conciencia, sin miramientos ante lo que implicaban sus inventos.

Acabada la invectiva, Cadderly miró al maestre, el padre al que acababa de herir terriblemente con sus impertinencias. Avery no pudo responder a su última afirmación y pareció más cerca de verter lágrimas que de una explosión de rabia. Detrás de él, Kierkan Rufo mostraba una casi divertida expresión de incredulidad.

—Lo siento —titubeó Cadderly. Avery levantó su manaza para detenerlo.

»Estoy cansado, eso es todo —trató de explicar Cadderly—. He tenido algunos sueños terribles últimamente.

La expresión de Avery se transformó en una de preocupación, y Cadderly supo que su disculpa había sido aceptada, o pronto lo sería.

—Sólo estamos a cuatro puertas de aquí —reiteró el corpulento maestre—. Si tienes la necesidad de hablar, ven y únete a nosotros.

Cadderly asintió, aunque supo que no iría con ellos, y cerró la puerta en el instante en que Avery se dio media vuelta. Apoyó la espalda contra la puerta, pensando en lo débil que era como barrera contra las dudas y la confusión del mundo exterior. Miró a la mesa al lado de la ventana, con la intención de abrir el libro. ¿Cuándo fue la última vez que el libro estuvo cerrado?

Cadderly no pudo ni reunir las fuerzas para ir hasta él; se deslizó hasta la cama y se desplomó, con la esperanza de dejar atrás sus pesadillas nocturnas.

Bogo Rath acabó su conjuro de clariaudiencia y abrió una rendija la puerta de la habitación común. Ésta estaba en el ala sudoeste del primer piso de la posada; casi directamente al otro lado de él, sobre el salón, se vislumbraba la puerta de Cadderly, cerrada una vez más. Avery y Rufo rodearon la esquina en diagonal a la derecha de Bogo, dirigiéndose hacia la puerta opuesta a las anchas escaleras. El salón estaba en silencio y Bogo pudo oír su conversación con claridad.

—Su mal carácter no se ha ablandado nada desde que pasó por la biblioteca —dijo Rufo en tono acusador.

—Parecía cansado —respondió Avery con un suspiro de resignación—. Pobre muchacho… quizá la llegada de Danica le levante el ánimo.

Entonces entraron en su habitación, y Bogo decidió usar su magia para escuchar a escondidas el resto de su discusión.

—¿Quién es Danica? —oyó que le preguntaba una voz tranquila y monótona a sus espaldas. El joven mago se quedó helado, luego se las arregló para darse media vuelta.

Allí estaba Espectro, en la, por otra parte vacía, habitación común. El insignificante hombre no llevaba arma y no hizo movimiento alguno hacia Bogo, pero no obstante el mago se sintió vulnerable. ¿Cómo había llegado Espectro a su espalda con tanta facilidad? Sólo había una puerta en la habitación que no tenía balcón, como las habitaciones privadas más caras.

—¿Cómo has conseguido entrar aquí? —preguntó Bogo, tratando de atemperar su voz.

—He estado aquí todo el rato —respondió Espectro. Se volvió y señaló un montón de mantas—. Allí debajo, esperando tu vuelta del salón.

—Deberías habérmelo dicho.

La risa jadeante de Espectro se mofó de él y le demostró lo ridículo que era lo que acababa de decir.

—¿Quién es Danica? —preguntó el hombrecito malvado de nuevo, con más determinación.

—Lady Danica Maupoissant —respondió Bogo—, de Westgate. ¿Sabes algo de ella?

Espectro sacudió la cabeza.

—Es la amiga más querida de Cadderly —continuó Bogo—, un bonito pedazo de mujer, por las descripciones, pero formidable luchadora. —La expresión y el tono de Bogo se tornaron serios—. Esto no son buenas noticias, socio —explicó—. Lady Maupoissant ha sido un enemigo terrible para el Castillo de la Tríada, en esta lucha. Si llega pronto, serás convenientemente avisado para acabar tu trabajo con Cadderly pronto, y largarte de aquí.

Espectro asintió, pensando en la advertencia.

—¿Desde dónde vendrá? —preguntó—. ¿De la biblioteca?

—Eso parece —respondió Bogo. Se apartó el pelo castaño a un lado y sonrió con malicia—. ¿Qué estás pensando?

La mirada de Espectro le quitó el buen humor.

—Eso no es de tu incumbencia —dijo con voz áspera llena de ira, apartando a Bogo de la puerta—. Si estás pensando en hacer cualquier movimiento contra Cadderly por tu propia… —Dejó que la amenaza se quedara en el aire.

»Bien, digamos que las consecuencias de un fallo, desde luego pueden ser terribles —acabó Espectro, y empezó a marcharse. Sin embargo, se dio media vuelta de inmediato, su mirada dirigió la de Bogo hacia el montón de mantas en el que se había escondido—. Vigila tu espalda, joven mago —dijo Espectro sin alterarse, luego tosió una risa jadeante y se dirigió a su habitación, en una esquina del ala norte, a medio camino de la habitación de Cadderly y la habitación ocupada por Avery y Rufo.

»Desde la biblioteca, desde las montañas —meditó Espectro, al cerrar la puerta a su espalda—. Bien, veremos si lady Maupoissant hace todo el camino en dirección a Carradoon. —Espectro se sentó en su habitación e invocó a Ghearufu. Usando sus poderes, envió su mente fuera del pueblo, hasta Vander, en la granja.

Espectro sintió la típica revulsión del firbolg y supo por su intensidad que Vander estaba enfadado por la situación en la granja y por su intrusión.

Déjame entrar, Vander, bromeó el malintencionado hombre, confiado en que el firbolg no le podía negar el acceso incluso si lo intentaba. Vander era la víctima escogida de Espectro, su blanco especial, y sólo con Vander, Espectro podía hacer la transferencia de cuerpo desde casi cualquier distancia. Sintió el dolor ardiente y agudo mientras su espíritu salía de su cuerpo, y entonces estuvo flotando, volando con el viento, impulsado en línea recta hacia el caparazón del firbolg. Mientras entraba en el cuerpo del gigante, supo que Vander había entrado en el suyo, en la habitación de la Bragueta del Dragón.

No salgas de la habitación, instruyó Espectro telepáticamente a través del enlace mental permanente. ¡No admitas visitas, y en particular a ese mago insensato, Bogo Rath!

Espectro hizo desaparecer a Ghearufu y observó lo que le rodeaba. Bastante curioso, estaba en un establo, rodeado de caballos y vacas. El hombre en el cuerpo del firbolg sacudió la cabeza ante las continuas sorpresas de Vander y se dirigió hacia la puerta grande.

El corral estaba tranquilo bajo la luz de la luna que se movía hacia poniente, y la casa oscura; ni una sola vela ardía en las ventanas. Espectro se dirigió al porche y oyó un rumor que venía de arriba.

—Soy yo —dijo a los guardias escondidos—. Reunid a los otros y venid al establo, todos vosotros. El tiempo apremia.

Un rato más tarde, la banda entera de los Máscaras de la Noche que quedaban se congregaba alrededor de su líder. Espectro descubrió que uno de sus esbirros no estaba, pero no dijo nada sobre ello, al darse cuenta de que Vander probablemente sabía lo que le había pasado al hombre y que los confundiría a todos al preguntarles por su ausencia mientras estaba en el cuerpo de Vander.

Frente a sus hombres dibujó un rápido mapa de la situación.

—Tengo noticias de que una mujer está en camino a Carradoon desde la Biblioteca Edificante —dijo señalando la localización de la cadena montañosa—. Sólo hay unos pocos caminos que bajan de las montañas, y todos van a dar por esta zona. No debería ser difícil de encontrar.

—¿Cuántos iremos? —preguntó uno de los asesinos.

Espectro se calló para reflexionar, tanto acerca del tono algo airado del hombre, como en la propia pregunta. Quizás el desaparecido Máscara de la Noche había encontrado una muerte desafortunada a manos del impulsivo Vander.

—Cinco —dijo Espectro al fin—. La mujer debe ser asesinada, como todo aquel que viaje con ella.

—Puede ser una banda grande e imponente —discutió el mismo asesino.

—Si es así, entonces matad sólo a la mujer y largaos de allí —restalló Espectro, con su fuerte voz de firbolg resonando en las paredes del establo.

—¿Qué cinco? —preguntó uno del grupo.

—Escoged entre vosotros —replicó Espectro—, pero no os toméis a la mujer a la ligera. Es, por los informes, verdaderamente formidable.

»Otro grupo de cinco atacará dentro del pueblo —continuó Espectro—. Nuestra información era correcta. Cadderly se aloja en la Bragueta del Dragón. Aquí —dijo, ampliando su mapa para mostrar el lado del lago de Carradoon e indicando la callejuela que seguía la orilla—, en la calle Lakeview. Asegurad posiciones cerca de la posada, donde estaréis a mi… a disposición de Espectro. Pero tened cuidado de estar fuera del alcance para no levantar sospechas.

—¿Con cinco enviados para abrir una línea de contacto con el grupo en el interior de la ciudad? —agregó el mismo asesino.

—Ése es nuestro método usual —respondió Espectro con calma.

—Eso nos dejará sólo a cuatro en la granja, sin contarte a ti —razonó el enfadado asesino—. Si estamos obligados a mantener una guardia permanente sobre la chica…

—¿La chica? —Espectro no quiso mostrarse tan sorprendido.

El asesino, y varios más, levantaron una ceja interesados.

—La chica por la que murió Mishalak —dijo con desdén. Espectro vio que se creaba un problema, y frunció el entrecejo de inmediato para obligar a que el advenedizo se pusiera a la defensiva.

»No cuestiono tu decisión de dejarla vivir —explicó rápidamente el asesino—. Ni niego que Mishalak mereciera la muerte por sacar un arma contra ti, el capataz. Pero si sólo quedan cuatro de nosotros para custodiar la granja, entonces la chica se convierte en una amenaza.

Todo tuvo sentido para el astuto suplantador. El corazón blando de Vander ya había causado problemas anteriormente. Muchas veces el firbolg estaba demasiado atento al honor, colocando el absurdo concepto por encima de su deber. Espectro pasó un momento pensando en cómo podría castigar al gigante, luego sonrió de oreja a oreja cuando la típica idea diabólica le vino a la mente.

—Tienes razón —le dijo al asesino—. Es momento de que acabes con esa amenaza. —El hombre asintió con entusiasmo, y la sonrisa de Espectro se hizo más evidente al pensar en lo furioso que se pondría Vander, y lo indefenso e impotente que se sentiría. El orgulloso firbolg odiaría eso sobre todo.

—Acabad con esa amenaza esta noche —ronroneó Espectro—, pero, primero, tú y tus amigos haced lo que queráis con ella. —Todos los asesinos del círculo sonrieron—. El deber no es lo único para sobrevivir.

Eso levantó vítores entre el grupo.

—También id a las montañas —continuó Espectro—. No sé a cuantos días de Carradoon está esa lady Maupoissant, pero no se le puede permitir entrar en el pueblo.

—¿Maupoissant? —comentó uno de los asesinos, uno viejo con el pelo entrecano.

—¿Conoces el apellido?

—Hace casi diez años, matamos a un carretero con ese apellido —admitió el hombre—, un constructor de carros y su mujer. Y nos pagaron generosamente por el trabajo, debo decir.

—El apellido es raro y ella es, por lo que dijo el informador, de Westgate —razonó Espectro—. Podría haber una conexión.

—Bien —dijo el hombre, mientras sacaba una daga y recorría con la parte plana su mejilla huesuda—. Siempre me gusta mantenerlo en familia.

Los diecinueve Máscaras de la Noche estaban contentos de ver que su impredecible capataz firbolg se unía a las carcajadas, los sinceros rugidos del gigante sofocaron los de ellos. Estaban nerviosos; el tiempo de matar se acercaba, y añadir a esta lady Maupoissant a la lista de víctimas era comparable a llenar de azúcar un ya de por sí delicioso pastel.