Otra vez en casa
Una avalancha de gritos acompañaba la marcha de Danica y los hermanos Rebolludo mientras andaban por los corredores de la sección meridional del segundo piso de la Biblioteca Edificante. Los tres compañeros sabían que la fuente del alboroto era el Maestre Avery incluso antes de que se acercaran a su oficina, y también sabían, por los murmullos que les habían saludado a su llegada, que Kierkan Rufo soportaba el embate del asalto verbal.
—Es bueno que hayáis vuelto —dijo una voz desde uno de los lados. La Maestre Pertelope avanzó hacia los tres. Sonreía con cordialidad y llevaba, como había llegado a ser su norma, una túnica de mangas largas hasta los pies y guantes negros. Ni un dedo de piel asomaba por debajo de su cuello, y, entre las ropas oscuras y el pelo cortado casi al cero, la cara parecía casi despegada, como si no tuviera cuerpo, flotando en un paisaje vacío—. Me temí que te hubieras quedado prendada de Shilmista; algo perfectamente razonable —dijo la maestre con sinceridad, sin un indicio de estar juzgándola, en su habitual tono calmado.
—¡Están como cabras! —resopló Iván, mientras sacudía la cabeza con fuerza—. Un lugar élfico, y no está hecho para mío gusto.
Pikel lo pateó en la espinilla, y los dos hermanos se miraron fijamente.
—Shilmista era bonito —admitió Danica—. Y en especial cuando hicimos que los monstruos huyeran a toda prisa. Ya parece como si las sombras se hubieran iluminado en el bosque de los elfos.
Pertelope asintió y mostró su cálida sonrisa una vez más.
—¿Vais a ver a Avery? —constató más que preguntó.
—Es nuestro deber —respondió Danica—, pero hoy no parece estar de buen humor.
—Desde mi punto de vista, Rufo le amarga el día a cualquiera —agregó Iván.
De nuevo Pertelope asintió, y mostró una sonrisa algo tensa.
—Lo que hizo Kierkan Rufo en el bosque no será fácilmente olvidado —explicó—. El joven clérigo tiene mucho que demostrar si desea recuperar el favor de los maestres, y en particular el de Avery.
—¡Es lo que se merece! —dijo Iván con un bufido.
—¡Oo oi! —añadió Pikel.
—He oído que Kierkan Rufo ya ha recibido algún castigo —prosiguió Pertelope con ironía, mirando intencionadamente el puño de Danica.
Danica, de forma inconsciente, deslizó sus manos culpables a la espalda. No podía negar que le había dado un puñetazo a Rufo en el bosque cuando se quejó de las carencias de sus compañeros. Además no podía negar lo mucho que había disfrutado derribando a aquel mentecato. Aunque sus actos fueron precipitados y a lo mejor tendrían consecuencias.
Pertelope notó la incomodidad de la joven y cambió de tema rápidamente.
—Cuando hayas acabado de hablar con el Maestre Avery —dijo a Danica—, ven a verme. Tenemos mucho que explicarnos.
Danica sabía que Pertelope hablaba de Cadderly, y quiso hacerle cientos de preguntas a la maestre allí, en aquel momento. Sin embargo, sólo asintió y se quedó callada; consciente de su deber, sabía que sus deseos tendrían que esperar.
—Más tarde —dijo la perceptiva maestre sonriendo, luego le guiñó un ojo a la joven y continuó su camino.
Danica observó cómo se iba, un millar de pensamientos sobre Cadderly seguían cada uno de los pasos de Pertelope. Los golpecitos de la bota de Iván le recordaron que tenía otras cosas que hacer, y de mala gana se volvió hacia los enanos.
—¿Estáis los dos preparados para enfrentaros con el Maestre Avery?
—No hay que preocuparse —le aseguró el enano con una sonrisa maliciosa en la cara; la agarró del brazo y la acompañó hasta la oficina del corpulento maestre—. Si el gordo se pasa de la raya contigo, lo amenazaré con raciones más pequeñas a la hora de comer. ¡Ser el cocinero de un lugar te da algo de poder!
—¡Excusas! —rugió el maestre—. ¡Siempre excusas! ¿Por qué te niegas a aceptar la responsabilidad de tus actos?
—Yo no… —oyeron que Rufo, dócil, intentaba hablar, pero Avery pronto lo cortó.
—¡Lo hiciste! —gritó el maestre—. Los traicionaste con ese miserable imp; ¡y más de una vez! —Entonces hubo un silencio, y luego, la voz de Avery sonó de nuevo, más compuesta—. Tus actos después de eso fueron algo valerosos, lo admito —dijo—, pero no te disculpan. No presumas ni por un momento que estás perdonado. ¡Ahora, vuelve a tus tareas, con el conocimiento de que cualquier trasgresión, por pequeña que sea, la pagarás cara!
La puerta se abrió de golpe y un demacrado Rufo se precipitó fuera, al parecer disgustado al ver a Danica y a los enanos.
—¿Sorprendido? —le preguntó Iván con una sonrisa de oreja a oreja.
El joven anguloso, levemente ladeado, se pasó los dedos por el desordenado pelo negro. Sus ojos oscuros se movieron con rapidez, como si buscara una vía de escape. Sin ningún lugar a donde huir, se abrió paso a empujones entre Danica y Pikel y se escurrió, a todas luces avergonzado.
—Se te acaba de alegrar el día, ¿eh? —gritó Iván tras él, mientras disfrutaba del tormento del larguirucho.
—Te costó un rato llegar hasta mí —oyeron que decía una voz malhumorada desde la habitación que hizo que los compañeros se volvieran hacia Avery.
—Uh-oh —murmuró Pikel, pero Iván simplemente resopló y caminó a grandes pasos hacia la habitación, directo hacia el escritorio de roble de Avery. Danica y Pikel entraron un poco más indecisos.
El enfado de Avery parecía haber tocado a su fin. El gordinflón sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la cara sudada y enrojecida.
—No creí que volvierais —dijo, resoplando con una trabajosa respiración. Alternó la mirada de Iván a Pikel—. Incluso sugerí al Decano Thobicus que empezáramos a buscar nuevos cocineros.
—No hay que preocuparse —aseguró Iván con una reverencia que arrastró la barba amarilla del enano por el suelo—. Los dueños de tu barriga han vuelto.
Pikel empezó a decir algo demostrando total acuerdo, pero la renovada mirada furiosa de Avery dejó claro que no disfrutaba de la actitud alborotadora del orgulloso enano.
—Nosotros, desde luego, necesitamos un informe completo de vuestra estancia en Shilmista; un informe por escrito —dijo, mientras movía algunos papeles de su gran escritorio.
—Yo no escribo —bromeó Iván—, pero puedo cocinarte un estofado de oreja de goblin. Eso resume bastante mía estancia en el bosque. —Ni siquiera Danica pudo evitar soltar una risita.
—Entonces te ayudará lady Maupoissant —dijo Avery, articulando cada una de las palabras con lentitud para demostrar que no se divertía.
—¿Cuándo lo necesitaréis? —preguntó Danica, esperando que le daría todo el invierno. Su mente estaba en Carradoon, en Cadderly, y empezaba a sospechar que quizá debería haber continuado a través de las montañas e ir directamente hacia él.
—Está programado que te reúnas con el Decano Thobicus en tres días —le informó Avery—. Eso te dará abundante tiempo…
—Imposible —le dijo Danica—. Hoy me reuniré con el decano, o por la mañana, quizá, pero…
—Tres días —repitió Avery—. La agenda del decano no es una cosa que puedas manipular, lady Maupoissant. —De nuevo usó su apellido, y Danica supo que era para enfatizar su enfado.
Danica se sintió atrapada.
—No soy de vuestra orden —le recordó al clérigo corpulento—. No estoy bajo ninguna obligación…
De nuevo Avery la cortó.
—Harás lo que se te diga —dijo inflexible—. No pienses que tus acciones en Shilmista han sido olvidadas o perdonadas.
Danica dio un paso atrás; Iván, tan enfadado como desconcertado, se puso de puntillas y miró ceñudo a Avery.
—¿Huh? —fue todo lo que pudo mascullar Pikel.
—Como dije —declaró Avery, dando un puñetazo en la mesa—. Todos habéis jugado el papel de héroe en Shilmista y antes de eso, cuando el clérigo malvado y su capciosa maldición cayeron sobre la biblioteca, pero eso no disculpa tus actos, lady Maupoissant.
«¿Qué acciones?», quiso gritar Danica, pero no pudo articular ningún sonido por la creciente rabia en su garganta.
—Le golpeaste —explicó Avery al final—. ¿Atacaste a Rufo, un clérigo de Deneir, un huésped de la Biblioteca Edificante, sin provocación?
—Se lo tenía merecido —replicó Iván.
Avery mostró una débil sonrisa.
—De algún modo, no lo dudo —convino; por un momento asomó su vieja y amable personalidad—. Sin embargo hay reglas con respecto a semejante conducta. —Miró directamente a los ojos castaños de Danica—. Podrías ser proscrita de la biblioteca para toda la vida si tengo que hacer caso de las acusaciones de Rufo.
»Piensa en ello —continuó Avery después de darles un momento a Danica y a los enanos para que reflexionaran sobre lo que significaba—. Todos tus textos están aquí, todos las obras conocidas del Gran Maestro Penpahg D’Ahn. Sé lo preciados que son tus estudios para ti.
—¿Entonces, por qué me amenazáis así? —soltó Danica. Se apartó un mechón de su desgreñado pelo de la cara y cruzó los brazos—. Si cometí un error al golpear a Rufo, entonces así sea, pero si se repite la misma situación, si después de tantas experiencias y tanta muerte tengo que oír sus interminables lloriqueos y recriminaciones sobre mí y mis amigos, honestamente no puedo decir que no volvería a golpearle.
—¡Oo oi! —convino Pikel de buena gana.
—Se lo tenía merecido —repitió Iván.
Avery agitó la mano en un movimiento tranquilizador para calmarlos a los tres.
—De acuerdo —dijo—, y os aseguro que no tengo intención de dejar que las acusaciones de Rufo vayan más allá de este punto. Pero a cambio, os exijo que me hagáis esas pocas cosas que os dicho. Prepara el informe y reúnete con Thobicus en tres días, como él quiere. Os doy mi palabra de que las acusaciones de Rufo nunca más se os mencionarán, a ti o a cualquier otro.
Danica apartó con un soplido el obstinado mechón de pelo que le caía sobre la cara, un gesto que Avery entendió como un suspiro de resignación.
—Por las noticias que tengo, Cadderly está bien —dijo el maestre con tranquilidad. Danica se sobresaltó. Oír el nombre en voz alta le evocó antiguos miedos y dolorosos recuerdos.
—Se hospeda en la Bragueta del Dragón, una posada excelente —continuó Avery—. Fredegar, el posadero, es un amigo, y ha cuidado de Cadderly, cosa que no ha sido difícil porque nuestro hombre raras veces abandona la habitación.
La preocupación evidente del corpulento maestre por Cadderly le recordó a Danica que Avery no era un enemigo para ella o para su amado. Comprendió también que su conducta arisca se podía atribuir al mismo hecho que la había estado atormentando a ella: Cadderly se había quedado en la biblioteca sólo lo suficiente para recoger sus posesiones. No había vuelto, y podía ser que nunca más volviera a su hogar.
—Me voy a Carradoon esta tarde —anunció Avery—. Hay muchas cosas que tratar entre los maestres y los líderes de la ciudad. Con la amenaza de una guerra colgando sobre nosotros… Bien, no te preocupes por ello. Los tres os habéis ganado como mínimo tres días de descanso.
De nuevo Danica entendió las implicaciones en las palabras del corpulento maestre. Desde luego había asuntos entre la biblioteca y la ciudad, pero Danica pensó que era improbable que Avery, cuyos deberes eran supervisar y guiar a los clérigos más jóvenes, fuera escogido como representante de la biblioteca en los asuntos de la ciudad. Avery se había ofrecido como voluntario, había insistido, sabía Danica, y no debido a algún tipo de amenaza contra la región. Sus asuntos en Carradoon eran una excusa para echar un vistazo a Cadderly, el joven al que tenía en tanta estima como habría tenido a su propio hijo.
Danica y los enanos se marcharon, los enanos flanqueando a la chica de modo protector mientras salían de la habitación.
—No hay que preocuparse —le dijo Iván a Danica—. De cualquier modo yo y mío hermano pronto tendremos que ir a la ciudad para abastecernos para el invierno. Procura acabar tus asuntos y reuniones y nos pondremos en camino justo después. No hay un largo camino hasta Carradoon, pero es mejor, en estos tiempos, que no bajes sola.
Pikel asintió, y entonces se fueron, los enanos bajando las escaleras en dirección a la cocina y Danica hacia su habitación. La joven cayó en la cuenta de que Iván y Pikel también echaban de menos a Cadderly. Se apartó de un manotazo los cabellos pelirrojos, que ahora colgaban varios dedos por debajo de sus hombros, como si ese acto simbólico le permitiera dejar sus problemas atrás por el momento. Aunque al igual que el mechón obstinado que inevitablemente volvía a encontrar el camino hasta su cara, los miedos de Danica no se quedaron atrás.
Quería desesperadamente ver a Cadderly, cogerlo y besarlo, pero al mismo tiempo temía ese encuentro. Si el joven erudito la rechazaba otra vez, como había hecho en Shilmista, su vida, incluso su dedicación a los estudios, dejarían de tener sentido.
—No vi demasiado —admitió Danica, acomodándose en el borde de la cama de la Maestre Pertelope—. Estaba vigilando la batalla que se acercaba. Sabía que Cadderly y Elbereth serían vulnerables mientras pronunciaban la invocación a los árboles.
—Pero ¿estás convencida de que Cadderly jugó un papel en esa llamada? —apremió Pertelope, repitiendo la pregunta quizá por quinta vez. Pertelope permanecía sentada cerca de Danica y estaba revestida en sus acostumbradas prendas humildes—. ¿No fue sólo el príncipe elfo?
Danica sacudió la cabeza.
—Oí el canto de Cadderly —trató de explicar—. Había algo más en él, algún poder subyacente… —Pugnó por encontrar las palabras, pero ¿cómo podía? Lo que pasó en Shilmista, cuando Cadderly y Elbereth despertaron a los grandes robles, le pareció casi milagroso a la joven. Y los milagros, por definición, desafiaban las descripciones.
—Cadderly me dijo que había jugado un papel en ello —respondió al final una nerviosa Danica—. Había más en la llamada que sólo repetir las antiguas palabras. Habló de reunir energía, de una disposición de ánimo que le llevó hasta el mundo de los árboles antes de despertarlos y persuadirlos para que vinieran al nuestro.
Pertelope asintió lentamente mientras digería las palabras. No tenía dudas sobre la honestidad de Danica, o sobre el misterioso poder germinante de Cadderly
—¿Y la herida del mago elfo? —apremió.
—Por la descripción de Elbereth, la lanza había entrado unos treinta centímetros o más en un costado de Tintagel —respondió Danica—. Por tanto había mucha sangre en sus ropas, eso lo comprobé yo misma, y Elbereth sólo esperaba que sobreviviera unos instantes más. Pero cuando lo vi, justo media hora más tarde después de ser herido, estaba casi curado y lanzaba conjuros a nuestros enemigos otra vez.
—Has visto conjuros de curación en la biblioteca —dijo Pertelope tratando de ocultar su emoción—. Cuando el clérigo de Oghma se rompió el brazo al luchar contigo, por ejemplo.
—Eso fue algo menor comparado con la curación que le hizo Cadderly a Tintagel —le aseguró Danica—. En palabras de Elbereth, ¡aguantó el estómago del mago mientras la piel se regeneraba alrededor de sus dedos!
Pertelope volvió a asentir y se quedó callada durante un largo rato. No había necesidad de volver a repetirlo otra vez. El relato de Danica era consistente y, Pertelope sabía por instinto, honesto. Sus ojos color almendra miraron fijamente a la nada durante un tiempo antes de volver a centrarse en Danica.
La joven luchadora se sentaba tranquila y muy quieta, perdida en sus propias contemplaciones. Ante los ojos de Pertelope, una sombra apareció en el hombro de Danica, la silueta de una mujer diminuta que temblaba y miraba nerviosa a su alrededor. Un calor extraordinario emanaba del cuerpo de la joven, y su respiración, firme para el observador casual, reflejó sus ansiedades ante la mirada conocedora e inquisitiva de Pertelope.
La maestre sabía que Danica estaba llena de pasión y también llena de miedo. Simplemente pensar en Cadderly agitaba una bullente turbulencia en su interior.
Pertelope apartó las visiones intuitivas, detuvo la canción lejana que sonaba en los recovecos de su mente y puso una mano reconfortante sobre el hombro de Danica.
—Gracias por venir a sentarte conmigo —dijo con sinceridad—. Has sido una gran ayuda para mí; y para Cadderly, no lo dudes.
Danica mostró una mirada confundida. Pertelope odió tener que ser críptica con alguien tan evidentemente atado a Cadderly, pero sabía que Danica no entendería los poderes que operaban en el joven clérigo. Esos mismos poderes habían estado con Pertelope durante casi una veintena de años, y ni siquiera ella estaba segura de comprenderlos.
—Ahora debo irme —explicó, después de que la cama crujiera al ponerse en pie. Miró desde la puerta de la pequeña habitación—. Si lo deseáis, puedo volver…
—No hay necesidad —respondió la maestre, brindándole un cálida sonrisa—. A menos que sientas que te gustaría hablar —añadió con rapidez. Pertelope intensificó su mirada e invitó a que la canción empezara, buscando ese nivel intuitivo y sobrenatural de percepción. La sombra estremecida permanecía sobre el hombro de Danica, pero ahora parecía más calmada, y la respiración de la joven luchadora se había estabilizado.
Aunque el calor todavía estaba ahí, la energía vital de la pasión de esta joven que ya no era una niña. Incluso después de que Danica se fuera, la manecilla de la puerta brillaba suavemente por haberla tocado.
Pertelope soltó un largo suspiro. Se sacó uno de sus guantes, largos como su brazo, para rascar la piel de tiburón que escondían y trató de recordar sus experiencias cuando Deneir la escogió a ella; a menudo creía que había sido una maldición.
Pertelope sonrió ante el oscuro pensamiento.
—No, no una maldición —dijo en voz alta, levantando los ojos hacia el techo como si se estuviera dirigiendo a una presencia más elevada. Sonó la canción con más fuerza en su mente, la armonía universal que había oído un millar de veces al volver las páginas del tomo que le había dado a Cadderly. Se sumergió en la canción y siguió sus notas, logrando la comunión con su amado dios.
—Así que has escogido a Cadderly —susurró.
No recibió respuesta, y tampoco esperaba ninguna.
—De otra manera no podría haber logrado todos esos milagros en el bosque de los elfos —continuó Pertelope, diciendo en voz alta sus conclusiones para reforzar sus sospechas—. Lo compadezco, y con todo, lo envidio, ya que es joven y fuerte, más fuerte de lo que yo nunca fui. ¿Cuán poderoso se volverá?
De nuevo, excepto por la continuada melodía en la cabeza de Pertelope, no le llegó respuesta alguna.
Ésa era la razón de que la maestre a menudo se sintiera como si estuviera maldita; nunca había una respuesta garantizada. Siempre tuvo que descubrirla por sí misma.
Y así, también, sabía que tendría que hacer Cadderly