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Sincero

¡Te sientas aquí mientras todos nuestros sueños, todos los sueños que la propia Talona te dio, se hacen añicos! —Dorigen Kel Lamond, la segunda maga más poderosa de todo el Castillo de la Tríada, se sentó cruzando los brazos, de algún modo sorprendida por su desacostumbrado arrebato. Sus ojos ambarinos apartaron la mirada de Aballister, su maestro y superior.

El mago, más viejo y de rasgos hundidos, pareció no ofenderse. Se meció en su confortable silla, sus dedos como varillas golpeaban la mesa frente a él mientras la huesuda cara mostraba una expresión divertida.

—¿Añicos? —preguntó después de un silencio a propósito para hacer que Dorigen se sintiera incómoda—. Shilmista ha sido, o pronto será, reclamado por los elfos, eso es verdad —admitió—. Pero su insignificante número ha sido reducido a la mitad según todos los informes; quedan menos de un centenar de ellos para defender el bosque.

—Y nosotros perdimos más de un millar de soldados —espetó Dorigen con aspereza—. Unos miles más han dejado nuestros dominios, han vuelto a sus madrigueras en las montañas.

—Donde los reclamaremos —le aseguró Aballister—, cuando sea el momento.

Dorigen echaba humo pero se quedó callada. Se apartó una gota de sudor de la nariz torcida y volvió a apartar la mirada. Con las dos manos rotas, se sentía vulnerable con el impredecible Aballister y el advenedizo Bogo Rath en la habitación privada, y ni qué decir tiene, Druzil, el imp mascota de Aballister. Ése era uno de los problemas de trabajar junto a esos malvados, se recordó Dorigen. Nunca podría estar segura de cuándo Aballister podría pensar que estaría mejor sin ella.

—Todavía tenemos tres mil soldados, la mayoría humanos, a nuestra inmediata disposición —continuó Aballister—. Los goblinoides regresarán cuando los necesitemos; después del invierno, quizá, cuando la estación sea favorable para una invasión.

»¿Cuántos necesitaremos? —preguntó, más a Bogo que a Dorigen—. Shilmista es meramente un reflejo de sí mismo, y la Biblioteca Edificante ha sido gravemente dañada. Eso deja sólo Carradoon. —El tono de voz de Aballister mostró claramente cómo se sentía con respecto a los granjeros y pescadores de la pequeña comunidad a orillas del Lago Impresk.

—No negaré que la biblioteca ha sido dañada —replicó Dorigen—, pero realmente no sabemos el alcance de esos daños. También pareces haber subestimado Shilmista. ¿Debo recordarte nuestra más reciente derrota?

—Y yo debo recordarte que fuiste tú, no yo, quien presidió la derrota —gruñó el mago, con sus ojos oscuros taladrando a Dorigen—. ¿Quién fue, Dorigen, la que abandonó el bosque en los momentos más críticos de la batalla? —Al verla deprimida, Aballister volvió a mecerse en la silla y se calmó.

—Te acompaño en el sentimiento —dijo en voz baja—. Has perdido a Tiennek. Eso debe haber sido un golpe terrible.

Dorigen se sobresaltó. Había esperado el comentario, pero no obstante la hirió. Tiennek, un guerrero bárbaro al que había arrancado de las tierras del norte y entrenado como consorte, había reemplazado a Aballister como amante. Dorigen no dudó ni un instante de la satisfacción del mago al oír que el gran guerrero estaba muerto. Una mujer casi tres palmos más pequeña que Tiennek y apenas un tercio de su peso había conseguido la hazaña. Al informar del incidente, Dorigen supo que el imp Druzil había minimizado a propósito las gestas de la joven, sólo para avivar las llamas que había entre los dos magos.

Dorigen quiso contraatacar, quiso gritarle a la cara que no podía comprender el poder de esa chica, Danica, la luchadora protectora de Cadderly, y de todos los enemigos que había encontrado en Shilmista. Miró a Druzil, que había estado a su lado, pero el imp se cubrió la cara, parecida a la de un perro, con sus alas coriáceas y no hizo ningún gesto para apoyarla.

—Miserable criatura cobarde —masculló Dorigen. Desde su vuelta al Castillo de la Tríada, Druzil había evitado el contacto con Dorigen. En realidad, no era leal a Aballister, excepto porque el mago, aquí, controlaba la situación, y el prudente imp siempre estaba en el bando de los ganadores.

—Basta de bromas —dijo Aballister repentinamente—. Nuestros planes han sido atrasados por algunos problemas inesperados.

—Como tu propio hijo —tuvo que decir Dorigen.

La sonrisa de Aballister sugirió que Dorigen había sobrepasado el límite.

—Mi hijo —repitió el mago—, el querido y joven Cadderly. Sí, Dorigen, ha demostrado ser uno de nuestros problemas más inesperados y graves. ¿Estás de acuerdo, Boygo?

Dorigen miró al más joven de los magos del castillo de la Tríada, Bogo Rath, al cual ella y su mentor llamaban Boygo.

El joven entrecerró los ojos ante la pregunta, nada que no hubiera esperado. Era muy diferente de sus dos compañeros, y demasiado a menudo el blanco de todas sus bromas. Sacudió la cabeza de un lado a otro, apartándose el pelo castaño para ponérselo sobre la oreja, lejos de la parte que mantenía afeitada.

Dorigen, cansada del proceder escandaloso, casi refunfuñó ante el ridículo corte de pelo.

—Tu hijo Cadderly desde luego ha demostrado ser un problema considerable —respondió Bogo Rath—. ¿Qué otra cosa podríamos esperar de la descendencia del poderoso mago Aballister? Si el joven Cadderly debe luchar en el otro bando, entonces sería de sabios prestarle atención.

—Joven Cadderly —masculló Dorigen, mientras su cara mostraba una expresión de disgusto. El joven Cadderly tenía que ser como mínimo dos o tres años mayor que este advenedizo.

Aballister levantó una bolsita abultada y la agitó una vez para demostrar a los demás que su grosor se debía a la gran cantidad de monedas, de oro probablemente. Dorigen entendió el significado de la bolsa, comprendió lo que le compraría a Aballister, y también a Bogo. Bogo había venido de Westgate, una ciudad a unos seiscientos cincuenta kilómetros hacia el nordeste, en la desembocadura del Lago de los Dragones. Westgate era conocida como una animada ciudad comercial. También era conocida por una banda de asesinos llamada las Máscaras de la Noche, que se contaba entre las más crueles de los Reinos.

—Incluso tus Máscaras de la Noche pasarán tiempos difíciles si intentan atacar a nuestro joven erudito, tanto si está en Shilmista como si ha vuelto a la Biblioteca Edificante —aseguró Dorigen, sin más razón que sacar algo del mordiente y frío comportamiento de Aballister en lo que concernía a su hijo. A pesar de todo lo que odiaba a Cadderly, que le había roto las manos y robado varios objetos mágicos, Dorigen sencillamente no podía creer en la crueldad de Aballister hacia su propio hijo.

—No está en Shilmista —respondió Bogo con una sonrisa en los labios. Sus ojos castaños brillaban de excitación—, ni en la biblioteca. —Dorigen clavó los ojos en Bogo, y su repentino interés complació a todas luces al joven mago—. Está en Carradoon.

—Alzando a la guarnición, sin duda —añadió Aballister.

—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Dorigen a Bogo.

Bogo miró a Aballister que agitó la bolsa de las monedas una vez más. El tintineo de las monedas le produjo un escalofrío a Dorigen. Las conexiones con los asesinos de Westgate, su pretendida influencia en el Castillo de la Tríada, ya estaban tras las huellas.

Aun cuando las manos continuaban doliéndole, Dorigen sintió lástima por el joven erudito.

—Cada problema a su tiempo, querida Dorigen —dijo Aballister, un pensamiento que ya había repetido antes, cuando por primera vez le explicó a Dorigen los planes que tenía pensados para su hijo. De nuevo el mago agitó la bolsa de oro y otra vez un escalofrío recorrió la columna de la maga.

Elbereth y Danica estaban sentados en la cima del Cerro Inexpugnable, una posición defendible que los elfos habían tomado como base. Pocos entre el pueblo élfico estaban por allí esa noche estrellada, ya que no había problemas que demandaran una guarnición atenta. Por supuesto, de acuerdo con Hammadeen, la información obtenida de los árboles había sido precisa desde que Cadderly la había urgido a colaborar unas semanas antes; no había monstruos a dieciséis kilómetros del cerro.

Estaba apacible y tranquilo, no se oía el sonido de las espadas ni los gritos de los moribundos.

—El viento se hace más frío —comentó Elbereth ofreciéndole a Danica su capa de viaje. La aceptó y se echó sobre la espesa hierba junto al elfo, mirando las innumerables estrellas y las pocas formas oscuras de las nubes que vagaban.

La suave risa de Elbereth la hizo sentarse una vez más. Siguió la mirada del elfo hasta la base del cerro empinado. Entornó los ojos, apenas podía distinguir tres formas, una élfica y las otras dos obviamente enanas, saliendo a toda velocidad de entre las sombras de los árboles.

—¿Shayleigh? —preguntó Danica.

Elbereth asintió.

—Ella y los enanos se han hecho buenos amigos en las últimas semanas —advirtió—. Shayleigh admira su coraje y les agradece que se hayan quedado para ayudarnos con las escaramuzas.

—¿El rey elfo es desagradecido? —preguntó Danica con intención.

Elbereth mostró una sonrisa ante el afable sarcasmo. Recordó su primer encuentro con los enanos, y cómo había estado a punto de intercambiar una serie de golpes con Iván. ¡Le parecía que había pasado mucho tiempo! Elbereth sólo era un príncipe entonces, disgustado con su padre, el rey, en un tiempo en que el bosque estaba en peligro.

—No soy desagradecido —respondió en voz baja—. Nunca olvidaré la deuda que tengo con los enanos… y contigo. —Entonces clavó los ojos en los de Danica, sus ojos plateados atraparon los de ella.

Sus caras se acercaron apenas a un dedo.

Danica se aclaró la garganta y volvió la mirada.

—La lucha se acerca a su fin —comentó, quitándole romanticismo al momento. Elbereth supo al instante hacia donde derivaría su comentario, ya que había sugerido sus planes durante varios días.

—Nos libraremos de las sabandijas goblins en Shilmista para el resto de la estación —dijo el rey elfo con voz firme—. Y me temo que el próximo ataque empezará en primavera, después de que los pasos de las montañas estén despejados.

—Por entonces en el mejor de los casos Carradoon y la biblioteca se habrán alzado.

—¿Los ayudarás a hacerlo?

Danica miró hacia la pendiente cubierta de hierba por donde las tres formas se acercaban a buen paso.

—Nunca me preocupé demasiado por los árboles —oyeron que decía Iván quejándose mientras se frotaba la nariz.

—Había pensado que alguien tan bajo como un enano sería capaz de evitar las ramas bajas —replicó Shayleigh con una carcajada melodiosa.

—Jee jee… jee —añadió Pikel, apartándose prudentemente del alcance del revés de Iván.

—Ha llegado el momento de que Iván, Pikel y yo nos marchemos —soltó Danica. La joven odiaba estas palabras pero tenía que decirlas. La sonrisa de Elbereth desapareció en un instante. Se quedó mirando a la mujer sin ser capaz de reaccionar.

»Quizá deberíamos habernos ido con Avery y Rufo a la biblioteca —continuó Danica.

—O quizá deberías confiar en ellos para manejar las cuestiones de la biblioteca y de Carradoon —agregó—. Podéis quedaros, los tres. La invitación está en el aire, y te puedo asegurar que Shilmista adquiere una belleza del todo nueva bajo el cobertor blanco del invierno.

—No dudo de tus palabras —respondió Danica—, pero me temo que debo irme. Allí hay…

—Cadderly —interrumpió Elbereth, sonriendo a pesar de la desilusión porque pronto se irían sus tres amigos.

Danica no respondió, no estaba segura de cómo se sentía. Volvió la mirada hacia la pendiente, donde Iván y Pikel todavía trataban de llegar hasta el lugar en el que los esperaba Shayleigh. Casi lo habían conseguido esta vez, pero aparentemente Iván respondió algo que ofendió a su hermano, ya que Pikel saltó sobre él y los dos rodaron pendiente abajo una vez más. La doncella elfa levantó las manos dándose por vencida y subió a toda velocidad el resto del camino hasta Elbereth y Danica.

Tan pronto se unió a los dos, su sonrisa fue reemplazada por una expresión de curiosidad.

—Te vas —dijo con flema después de estudiar la cara de Danica durante un momento.

Danica no respondió, apenas podía mirar a la doncella elfa a la cara.

—¿Cuándo? —preguntó Shayleigh en un tono todavía sereno.

—Pronto… quizá mañana —contestó Danica.

Shayleigh se quedó un largo rato reflexionando sobre las noticias agridulces. Danica se iba después de la victoria, con el bosque asegurado. Podía volver, o los elfos podían ir hasta ella, con poca amenaza por parte de orcos y goblins.

—Aplaudo tu elección —dijo Shayleigh sin alterarse. Danica se volvió para observarla, el apoyo de la elfa la había cogido por sorpresa.

»Hemos ganado, al menos por ahora —prosiguió la doncella elfa, mientras daba una alegre vuelta en el aire limpio y vivificante del anochecer—. Tienes muchos deberes que atender, y, desde luego, tienes tus estudios en la Biblioteca Edificante.

—Espero que Iván y Pikel me acompañarán —contestó Danica—. También tienen deberes en la biblioteca.

Shayleigh asintió y miró hacia la pendiente, donde los hermanos trataban por tercera vez de conseguir subir toda la cuesta. Con ese ángulo, bajo la clara luz de las estrellas, Danica podía ver la sincera admiración en los ojos violeta de la doncella elfa. Danica entendió que Shayleigh había adoptado su despreocupada actitud porque creía que la decisión era la correcta, no porque estuviera contenta de que Danica y los enanos se marcharan pronto.

—Si la lucha empieza de nuevo en primavera… —empezó a decir Shayleigh.

—Volveremos —le aseguró Danica.

—¿Volveremos adónde? —Iván finalmente apareció, se sacudió las ramitas y las hojas que se habían prendido en la barba amarilla durante las dos caídas colina abajo y se la remetió en el cinturón.

—A Shilmista —explicó Shayleigh—. Si la lucha empieza de nuevo.

—¿Vamos a alguna parte? —Iván preguntó a Danica.

—Uh-oh —gimió Pikel, que empezaba a entender.

—Los primeros soplos del invierno llegarán pronto sobre nosotros —respondió Danica—. Los caminos a través de las Montañas Copo de Nieve se volverán infranqueables.

—Uh-oh —repitió Pikel.

—Tienes razón —dijo Iván después de considerar las cosas por un instante—. Aquí las cosas se afianzan… no queda mucho a lo que golpear. Yo y mío hermano nos aburriremos pronto, y además, ¡los clérigos de la biblioteca probablemente no han tenido una buena comida desde que nosotros nos fuimos!

Shayleigh le dio una bofetada a Iván en un lado de la cabeza. Iván volvió a mirar incrédulamente su melancólica sonrisa, e incluso el ceñudo enano pudo reconocer el dolor escondido bajo los delicados rasgos de la bella doncella elfa.

—Todavía me debes un combate —aclaró Shayleigh.

Iván resopló y se aclaró la garganta, moviendo furtivamente la manga de su camisa a la suficiente altura para apartar la humedad de sus ojos al tiempo que se pasaba la manga por la nariz.

Danica estaba asombrada por la ostensible grieta en el comportamiento endurecido del enano.

—¡Bah! —gruñó Iván—. ¿Qué combate? Eres igual que el otro. —Agitó un dedo acusador hacia Elbereth, con quien había luchado hasta empatar en un combate similar justo hacía unas semanas—. ¡Bailarás a mi alrededor y correrás en círculos hasta que los dos caigamos al suelo cansados!

—¿Crees que te perdonaré por el insulto que lanzaste a mi gente? —dijo Shayleigh con un gruñido, las manos en las caderas. Se acercó para alzarse imponente ante el enano.

—¿Crees que te dejaré? —replicó Iván, mientras hincaba un dedo en el estómago de Shayleigh—. ¡Bah! —resopló; se dio media vuelta y se fue a toda prisa.

—¡Bah! —imitó Shayleigh, con una voz demasiado melodiosa para copiar el rasposo tono del enano.

Iván se dio media vuelta y le lanzó una mirada furiosa, luego le hizo señas a Pikel para que lo siguiera lejos de allí.

—Bueno, te devolvemos el bosque, elfo —dijo Iván a Elbereth—. ¡A tu disposición!

—Adiós a ti también, Iván Rebolludo —replicó Elbereth—. Nuestro agradecimiento a ti y a tu espléndido hermano. Que sepas que Shilmista estará abierto para cualquiera de los dos si decidís pasar por este camino otra vez.

Iván sonrió en dirección a Pikel.

—¡Como si éste nos pudiera detener! —rugió; le dio un manotazo en el culo a Shayleigh y se fue rápidamente antes de que se recuperara lo suficiente para responder.

—Yo también debo irme —le dijo Danica a Elbereth—. Tengo que hacer muchos preparativos antes del amanecer.

Elbereth asintió pero no pudo responder por el nudo que tenía en la garganta. Tan pronto Danica se fue, saltando colina abajo para alcanzar a los enanos, Shayleigh tomó asiento junto al rey elfo de ojos plateados.

—La amas —dijo la doncella elfa después de unos momentos de silencio.

Elbereth continuó callado durante un rato.

—Con todo mi corazón —admitió.

—Y ella ama a Cadderly —dijo Shayleigh.

—Con todo su corazón —replicó Elbereth en tono triste.

Shayleigh mostró una débil sonrisa, tratando de dar aliento a su amigo.

—¡Nunca hubiera creído que un rey elfo de Shilmista se enamoraría de una humana! —soltó Shayleigh, dando un codazo en el hombro de Elbereth.

El elfo volvió sus ojos plateados y una sonrisa irónica se abrió paso en su cara.

—Ni yo que una doncella elfa estaría prendada de un enano de barba amarilla —replicó.

La reacción inicial de Shayleigh emergió en forma de carcajada repentina. Sin duda Shayleigh había llegado a considerar a Iván y Pikel amigos y aliados fieles, pero insinuar algo más que eso era simplemente ridículo. A pesar de todo, la doncella elfa se serenó bastante cuando miró la ahora vacía pendiente.

Desde luego parecía vacía sin los hermanos Rebolludo a la vista.