SISSY HANKSHAW HITCHE jamás consiguió volver al Lago Siwash. Ningún pulgar fue lo bastante grande, ninguna capacidad de movimiento lo bastante perfecta, ningún dominio del paisaje y sus viajeros lo bastante fuerte como para llevarla hasta allí. Guardias y agentes del FBI la hicieron volver atrás. Habían aparcado sus vehículos blindados en la cima y tomaban posiciones desde más cerca para la inminente lucha. Las fuerzas federales la retuvieron para interrogarla y, una vez en libertad, quedó bajo la desagradable custodia de un guardia que la escoltó hasta la entrada del Rosa de Goma y le indicó la dirección de Mottburg.
Se necesitaba, por supuesto, más que eso para detenerla. Volvió atrás, siguiendo el pie del Cerro Siwash y adentrándose en las colinas del sur, con el propósito de llegar al lago por el oeste, o por el lado de la pradera, el único que no estaba ahora guardado por el gobierno. A cada paso que daba, sin embargo, el viento aumentaba en alguna notable fracción de nudo. Cuando empezó a doblar por la pradera, Dakota había levantado su polvo. Como una niebla de puntas de cuchillos, como un huracán de hormigas rojas, el polvo la envolvió, la mordió, la asfixió, la cegó. Luchó contra la tormenta, pero no pudo detenerla. Intentó hacer autoestop a la tormenta, pero la tormenta no quiso llevarla.
La tormenta no tenía el más mínimo sentido del humor. Pocas cosas en la naturaleza lo tienen. Quizás el animal humano no haya aportado al universo realmente más que el beso y la comedia: pero, Dios mío, eso basta.
La tormenta recordó a Sissy esa criatura que es a la vez lo más peligroso y lo más patético de la tierra: un viejo asustado con un título. Fue más la frustración que el miedo lo que la empujó de vuelta al Cerro Siwash, refugio cuyas disparatadas cuñas aparecían de cuando en cuando entre el polvo. Tardó horas en llegar allí, y cuando por fin se arrastró, exhausta, al interior de la cueva, se sentía como papel de lija de los almacenes del Infierno.
El Chink quiso aplicarle algún barniz (aceite de ñame, para ser exactos), pero Sissy le rechazó.
—Ahora no —dijo—. Estoy enviando toda mi energía a Jellybean. Quiero que sienta que estoy con ella en este lío.
El amor se puso pulgares. E hizo autoestop cruzando sin que nadie le molestase entre la tormenta y las milicias hasta el lago. Llegó aproximadamente en el mismo instante que la Tercera Visión de Delores. Al mismo tiempo aproximadamente que una cascadísima, flaquísima y agotadísima serpiente con una carta (la sota de corazones) debajo de la lengua.