—SABÍA QUE HABÍA algo distinto en ti, pero en el retrete no se veía bien y no me di cuenta de lo que era —dijo Kym.
—Yo me di cuenta inmediatamente, pero no supe qué decir —dijo Heather, que aún no sabía qué decir.
—¿Qué pasó? —preguntó Linda.
Sissy se encogió de hombros.
—Es sólo otro milagro de la tecnología moderna.
Habría sido necesario otro milagro más de la tecnología para apartar sus ojos de los de Jelly.
Antes de que Sissy estuviese completamente en el suelo, la lengua de Jelly estaba en su boca. Bajó del estribo en un sinuoso abrazo.
—No importa lo que pase —gritó Jelly, desembarazándose de uno de sus propios pulgares honoríficos—. ¡Celebrémoslo!
—Por eso tardé tanto en volver a buscarte —explicó Heather—. Teníamos que preparar una pequeña fiesta de bienvenida.
Tras las barricadas, en el centro de los cimientos de la cúpula, se había dispuesto un despliegue floral. Había ollas de té, emparedados de queso, bolas de arroz con miel, cigarrillos de marihuana y yogur con cerezas frescas encima. Colocaron un collar de margaritas en el pulgar izquierdo de Sissy y la condujeron a la colchoneta tibetana de meditación de Debbie, donde se sentó. Risas, besos y té.
Enfrentadas con una inminente batalla contra la policía federal, no vacilaron las vaqueras en hacer la fiesta, porque, en fin, Sissy Hankshaw Hitche había regresado y cómo no festejar el acontecimiento.
—Muy propio de mujeres —gruñó el espectro del general Custer, atisbando a través de la hierba.
Sí, oh sí sí sí, dulce sí.
Muy propio de mujeres, realmente.