EL PEDÍCULO TUBULAR (la solapa cilíndrica de piel abdominal bajo la cual el dedo índice policerizado de Sissy yació tres semanas injertado), fue cortado por un extremo, y ¡ta-ta-ta-ta-ta-dum!… ¡Ha nacido un pulgar!
Apareció, sí, un pulgar, pero ¿qué clase de pulgar? Encorvado y rojo (un pulgar para saludar flamencos, no grullas chilladoras), torpe y rígido, tan flacucho como grueso había sido su predecesor. Sissy ejercitaba este látigo petrificado de regaliz de fresa, intentando enseñarle algunos ejercicios simples de pulgar, cuando la NBC dio la noticia de la orden judicial del Rosa de Goma.
Sissy se levantó, con el pequeño pulgar escarlata colgando rígido a su lado.
—¿Cuánto cree que podría tardar en llegar a las colinas de Dakota? —preguntó.
El doctor Dreyfus alzó los ojos del cuaderno en el que hacía bocetos de pulgares a la manera de Seurat, soñando, quizá, con el primer dedo puntillista viviente.
—¿Quieres decir en autoestop? Bueno, no podrías conseguirlo en cuarenta y ocho horas.
—Ja ja jo jo y ji ji —dijo Sissy, resultaba difícil discutir esto.