BIEN, AQUÍ ESTAMOS, en el capítulo 100. Esto exige una pequeña celebración. Yo soy escritor y, en consecuencia, estoy en el mismo negocio que Dios: si digo que esta página es una botella de champán, es una botella de champán. Lector: ¿compartirás una copa de burbujeante conmigo? ¿Prefieres francés o nacional? Vale, lo haré francés. ¡Salud!
¡Éste es el capítulo 100! Cien. Número cardinal, diez veces diez, la posición del tercer dígito a la izquierda del punto decimal. Un número poderoso que significa peso, salud e importancia. El símbolo del cien es C, que es también el símbolo de la velocidad de la luz. Hay cien centavos en un dólar, cien centímetros en un metro, cien años en un siglo, cien yardas en un campo de fútbol, cien puntos en un bilate, cien formas de desollar un gato y cien modos de guisar berenjenas. Hay también cien formas de escribir con éxito una novela, pero probablemente ésta no sea una de ellas.
No digas que sí tan deprisa. También las vaqueras sienten melancolía aún puede enseñarte un par de cosas. «¿Por ejemplo?», preguntas quisquillosamente, mientras trasiegas mi champán. Por ejemplo: Este libro ha hecho varias veces referencia a la magia, y en todas esas veces, tú has movido la cabeza, murmurando críticas como «¿Qué quiere decir con “magia”, en realidad? Desazona ver a un individuo adulto hablar de magia de esa forma. ¿Cómo puede tomarle en serio nadie?». O, como han objetado lectores algo más comprensivos: «¿Es que no comprende el autor que no se puede escribir sobre magia? La magia puede crearse, pero no analizarse. Es demasiado sutil. La magia no puede ni describirse ni definirse. Utilizar palabras para describir la magia es difícil y extraño, es como utilizar un destornillador para partir filetes».
A lo cual responde ahora el autor: Lo siento, gorrones, sois listos pero no tenéis razón. La magia no es esa cualidad confusa, frágil, abstracta y efímera que imagináis. En realidad, la magia se diferencia del misticismo por su propio carácter concreto y práctico. Mientras el misticismo se manifiesta únicamente en esencia espiritual, en estado trascendente, la magia exige una base naturalista firme. El misticismo revela lo etéreo en lo tangible. La magia convierte lo transitorio en permanente, lo coloquial en dramático.
De acuerdo, intentaré explicarlo, ya que insistís. Y sólo para demostrar que no soy un cascarrabias, conjuraré otra botella de dos litros de Don Perignon: Aquí está. Cuando queráis. El misticismo es algo cerrado en sí mismo que queda fuera del control externo. Una cosa tiene emanación mística o no la tiene. Está presente en una sola entidad, animada o inanimada, donde los que tienen fe sabe que está. El misticismo implica fe en fuerzas, influencias y acciones, que, aunque imperceptibles para los sentidos ordinarios son, sin embargo, reales.
La magia, por otra parte, puede controlarla… un mago. El mago es un transmisor lo mismo que el místico es más bien, en sentido riguroso, un receptor. Lo mismo que puede hacerse el amor, utilizando materiales no más etéreos que un pene erecto, una vagina húmeda y un corazón cálido, puede hacerse magia, total y voluntariamente, a partir de lo más obvio y mundano. La magia no rezuma desde el interior de su propia volición (ni se le muestra inopinadamente a alguien que se halle en un estado de conciencia agudiza), es cuestión de causa y efecto. El acto («mágico») aparentemente irreal o sobrenatural se produce por la acción de una cosa sobre otra a través de un lazo secreto.
La palabra clave aquí es secreto. Cuando la esencia del lazo se revela, la magia se esfuma o magos rivales pueden contrarrestarla. Así, También las vaqueras sienten melancolía ha de llamar vuestra atención sobre cierta magia que se deriva, digamos, de la acción de los aromas del cuerpo femenino sobre la última bandada superviviente de grullas chilladoras, pero no debe revelar nunca el lazo secreto que existe entre ellos.
Hmmmm. El autor se da cuenta de que el Capítulo 100 os desagrada. No sólo interrumpe la historia, dice demasiado y lo dice demasiado didácticamente. Bueno, es lógico que un libro sobre una mujer con pulgares como sacos de azúcar resulte un poco difícil de manejar.
Bueno, bueno, ya basta de champán. O me dais un beso u os largáis de aquí.