CUANDO LOS CIRUJANOS entraron, las cuchillas riendo entre dientes en sus estuches, para un examen preliminar a la mañana siguiente, Sissy, les sorprendió:
—Bueno, adelante y que hoy sea mi dedo índice derecho —dijo—. Creo que seguiré viviendo con mi pulgar izquierdo una temporada.
El cuñado se sintió vejado, pero el doctor Dreyfus comprendió:
—Como contestó el escultor Alexander Calder cuando le preguntaron si quería hacer una escultura móvil de oro macizo para el Museo Guggenheim: «Claro, ¿por qué no? Y luego la pintaré de negro». Aunque no creo que esto signifique mucho para ti.
Acortar el hueso del dedo, girarlo, aumentar su ángulo, fue trabajo de precisión rutinario, que exigió intensa concentración, pero, a lo largo de todo el proceso de policerización, los cirujanos pudieron darse cuenta de que los pájaros cantaban.
Tras la operación, se hizo una incisión en el abdomen de la paciente y se cosió a ella el nuevo casi pulgar para iniciar el proceso de injerto. Al día siguiente, cuando el doctor Dreyfus entró en la habitación de Sissy, encontró a ésta de pie ante un espejo de cuerpo entero, con sólo las bragas, echándose un detenido vistazo.
—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó aquel cirujano plástico, aquel artista probable deudor de tres millones de dólares de indemnización.
—Terrible —dijo Sissy—. Parece como si hubiese tenido tanta prisa por masturbarme que me hubiese equivocado de agujero por unos centímetros.