LA CENA FUE buena aquella noche y el doctor Robbins estaba de nuevo asombrado por la col lombarda, cuyo color le hacía preguntarse dónde estaría la comida azul. Cuando se permitía un suave erupto, sonó el teléfono.
—Yo contestaré —dijo, cosa extraña pues había cenado solo. Quizás hablase con su bigote.
Era Sissy Hankshaw Hitche. Llegaba su llamada con dos meses de retraso.
—Siento haberte dado este plantón.
—Oh, no te preocupes —contestó el doctor Robbins—. Soy muy comprensivo cuando estoy loco.
Sissy telefoneaba desde el Hospital de Veteranos O’Dwyre. Su segunda operación estaba programada para la mañana siguiente muy temprano, y el doctor Dreyfus le había hecho ingresar la noche antes para que tuviese una buena noche de sueño. La gente aún usaba esa frase, «una buena noche de sueño». Probablemente fuese una expresión muy antigua, aunque pareciese sugerir los Años Eisenhower. Antes de que los sesenta nos despertaran.
Con frecuencia, los gritos de socorro son inaudibles. Algunas personas, incluso cuando están ahogándose, son demasiado tímidas o se sienten demasiado avergonzadas para gritar. Sissy necesitaba hablar de un asunto con el doctor Robbins, pero no conseguía hacerlo. Así pues, en lugar de taladrar sus tímpanos con una palabra estremecedora como amputación, se vio de pronto preguntando:
—Bueno, doctor, ¿qué piensas de las grullas chilladoras?
—Bueno, yo soy progrullas —dijo él—. Van de maravilla con mi cielo azul.
—No, lo que quiero decir es, ¿cómo te explicas su tenacidad? ¿Por qué aguantan de este modo? Quiero decir, están completamente fuera de lugar en el mundo civilizado moderno. Si van a seguir negándose a adaptarse a otras condiciones, ¿no sería mucho más razonable seguir adelante, extinguirse y evitar el ocaso y el sufrimiento? ¿Qué intentan demostrar?
—Quizá —dijo el doctor Robbins muy lentamente—, quizás estén esperando que nos vayamos nosotros.