ESTA NOVELA TIENE ahora tantos capítulos como teclas de piano. (¡Róeos el corazón, oh, vosotros escritores de ukeleles y piccolos!), y en realidad, sería sólo moderadamente vulgar titularlo «capítulo piano» pues mientras el capítulo 88 alza su cabeza apresuradamente mecanografiada, Julián Hitche limpia con una esponja la sangre seca de La Condesa del teclado de su blanco piano de cola bebé, y, mientras limpia, trasiega whisky y se vuelve loco preguntándose qué habrá sido de su mujer.
Y allá en Passaic, Nueva Jersey, donde Nijinsky jugó una vez al tenis con zapatillas de ballet, había otro piano, en este caso un destartalado y viejo piano vertical del salón de una tía. Y allí, otro hombre se preguntaba dónde podría estar Sissy.
El doctor Robbins no tocaba el piano. A fin de apartar sus pensamientos del retraso de Sissy (si la propia filosofía del tiempo le permite a uno aceptar como hechos nociones tales como retraso o adelanto), fumaba porros y perfilaba una película. No una película de Nijinsky saltando ocho metros en el aire para intentar cazar una bolea en Passaic, Nueva Jersey: era demasiado «tarde» para eso, siendo tiempo y cerebro la extraña pareja que son. No, el doctor Robbins pensaba que podría ser interesante hacer una película del éxito editorial perenne de Adelle Davis, Comamos bien para mantenernos en forma.
La película, que constituiría un enfrentamiento clásico entre el bien y el mal (en este caso nutrición frente a dieta dañina) sería sin duda un éxito de taquilla. El papel del héroe, Proteína, probablemente se adjudicase al gran Jim Brown, aunque sin duda Burt Reynolds movería influencias para intentar lograrlo. La linda Doris Day sería la candidata indudable para representar a la heroína, Vitamina C, y Orson Welles, manando ácidos grasos saturados por los poros de su carne, podría ganar un Oscar interpretando al malvado Colesterol. La película podría empezar una noche de tormenta en el sistema nervioso central. Alarmada, la siempre alerta glándula pituitaria despacha a un par de hormonas de confianza con un mensaje para las adrenales. Aunque todo es corriente abajo, el viaje resulta dificultoso por las rocas de azúcar sin refinar y los pasadizos peligrosamente achicados por la artereoesclerosis. De pronto…
¡Oh, vamos, Robbins, ya está bien! Si no sabes tocar el piano, ¿por qué no enciendes la televisión?