CUALQUIERA QUE SEA la teoría que uno tenga sobre el tiempo, había que admitir que aquel gran reloj del pasillo del hospital avanzaba con inusitada lentitud. Parecía como si sus muelles hubiesen recibido el beso francés del aprendiz de catador de mermelada de la Knott’s Berry Farm.
Sentados en un inmaculado banco de madera que no había conocido palomas ni borrachos, Sissy y Julián miraban fijamente el reloj, esperando que los minutos cazasen a las horas… pero era un día cálido y los minutos iban despacio.
¿Cuántas horas pasaron hasta que el cirujano salió de la sala de operaciones? Ni Sissy ni Julián lo sabían. No era posible creer a aquel reloj. Cuando el cirujano salió por fin, los Hitche se levantaron y fueron a su encuentro. Se dirigió a ellos con eficiente gravedad.
—Bueno, no está fuera de peligro, pero creo que podemos decir con cierta seguridad que se pondrá bien. Me sorprendería mucho que no fuese así. Sin embargo, hay pruebas de lesión en el lóbulo frontal, y tengo razones para temer que esa lesión pueda ser permanente. Puede que el paciente no vuelva a funcionar nunca como un ser humano normal.
—Lesión cerebral —murmuró Julián, moviendo la cabeza; luego, más claramente, aunque con cierta histeria, preguntó—: ¿Quiere decir que va a convertirse en un vegetal?
Sissy, para la que función anormal era historia conocida, no pudo impedir que sus ojos mentales se centraran en ciertas apariciones: un espárrago con monóculo, por ejemplo; dientes de nabo cerrados sobre una boquilla de marfil; un tomate superenrojecido con Ripple; Veggie, el pepino marica. Para apartar estas imágenes, reexaminó sus pulgares. Estaban despellejados y morados, pero por lo demás perfectos. Había subestimado su potencia física todos aquellos años.
—¿Vegetal? —repitió el médico.
Cerró los ojos un instante como si también a él le visitasen extrañas alucinaciones de productos agrícolas.
—¿Vegetal? Yo no diría eso, no. No estaremos seguros del alcance de la lesión hasta dentro de unos días, pero hay una indudable posibilidad de alteraciones del comportamiento graves y permanentes. Sin embargo, yo no clasificaría el asunto en la categoría vegetal. —El cirujano no mencionó animal ni mineral.
Julián hizo unas cuantas preguntas más. Poco añadieron las respuestas a lo ya dicho. Y cuando se disponía ya a salir, el cirujano dijo a Sissy:
—Señora Hitche, este hospital no tiene más remedio que dar cuenta del asunto a las autoridades. Quizá le interese saber que se ha firmado una orden de detención contra usted. Yo en su caso iría inmediatamente a la comisaría y, ejem, negociaría. Considerando las circunstancias, la, bueno, la naturaleza insólita y especial del, ejem, instrumento que causó la herida, en fin, supongo que no desea que la prensa airee esto, no creo…
—Oh, claro, doctor —balbuceó Julián—. Iremos inmediatamente.
Julián mentía. Quería que Sissy se entregase, pero no de inmediato.
—Vamos primero a casa —dijo.
—¿Pero por qué? —protestó Sissy—. ¿No sería mejor ir ahora mismo a liquidar el asunto de una vez?
—Querida, tienes un aspecto horrible. Horrible. Ese mono viejo. Tienes incluso manchas de sangre. No llevas ni rastro de maquillaje. Quiero que vengas a casa y me dejes que te ayude a ponerte el traje que te compré, el traje de fiesta, el escotado. Y a maquillarte. Eres una mujer bonita y nada tiene de malo sacarle partido. Es mejor que las autoridades sepan que somos ciudadanos de cierta categoría. Es importante impresionarles. Los policías son tan susceptibles al encanto físico como cualquier hombre. Hay que encandilarles un poco si es necesario. Te será más fácil. Aquí, espera aquí. Entraré en la tienda de regalos —(estaban ya en el vestíbulo del hospital)— y te compraré una barra de labios. Nunca te pintas los labios y estás muy pálida.
Julián se dirigió a la sección de cosméticos, donde se demoró en la elección.
Existe un animal llamado mangosta acuática. Habita en los pantanos de África. La mangosta acuática tiene un excelente truco en la manga (aunque no es que el truco esté exactamente en la manga). Puede distender su orificio anal hasta que éste (el orificio anal) parece un rojo fruto maduro. Entonces, la mangosta de agua se queda quieta, muy quieta. Tarde o temprano, aparece un pájaro que empieza a picotear el «fruto». Entonces la mangosta acuática se vuelve rápidamente y devora al pájaro. También las vaqueras sienten melancolía podría descubrir en esto una parábola, si quisiera. Pero podría resultar demasiado forzada.