EL DOCTOR Goldman se encontró con el doctor Robbins poco después de que el interno presentase un informe solicitando que se diera de alta inmediatamente a Sissy Hankshaw Hitche. El enfrentamiento de los dos psiquiatras llegó a conocerse en los círculos de psicología como el Duelo a tiros en el corral yo tengo razón tú tienes razón.
—¿Debo entender —preguntó el doctor Goldman— que consideras a la señora Hitche una personalidad estabilizada sin necesidad de tratamiento? —había en su voz un tono incrédulo. El doctor Robbins farfulló entre las revueltas varillas de su bigote.
—Estabilizada schmabilizada —dijo—. ¿De qué podrían tratarla en esta clínica?
—Sí claro, de qué —resopló el doctor Goldman—. Tenemos una mujer de más de treinta años de edad que, aunque excepcionalmente inteligente y de agradable aspecto, no ha logrado superar una leve, aunque extraña, deformidad congénita…
Ahora le tocaba resoplar al doctor Robbins. Aunque más joven, y menos experto en resoplidos, el doctor Robbins resopló con una bravura que suplía la falta de firmeza y podía rivalizar con la de su colega más viejo.
—Superar dices. ¡Vaya palabra más pomposa! La idea misma de superar algo huele a jerarquía y a conciencia de clase; la idea de la «movilidad hacia arriba» con la que este país atrae codiciosos emigrantes y castiga a sus pobres. ¡Por Dios, Goldman! ¡El asunto no es superar las cosas, sino transformarlas! No degradarlas ni negarlas (y eso es lo que significa superarlas) sino revelarlas más plenamente, elevar su realidad, buscar su significado latente. No consigo detectar un solo impulso saludable en la cobarde tentativa de superar el mundo físico. Por otra parte, transformar una entidad física cambiando el clima que la rodea con el enfoque que uno le puede dar es una empresa maravillosa, creadora y valiente. Y eso ha hecho Sissy desde la niñez. Borrando normas aceptadas de percepción, trasformó sus pulgares afirmándolos. En su afirmación, intensificó la viveza y la fecundidad de las asociaciones que podían despertar. Parafraseando un comentario que ella hizo, se los presentó a la poesía. Yo creo más bien que Sissy es un ejemplo para toda persona afligida por algún tipo de deformidad, es decir, Doctor, un ejemplo para todos nosotros.
Tiempo de resoplido otra vez. La guerra seguía. Inspirado por su joven colega, este resoplido del doctor Goldman brotó con seguridad y valor, y sin que por ello quedara comprometida la dignidad del resoplador.
—Disculpa, pero la idea de presentar un pulgar deformado a la poesía me parece esotérica e imprecisa. Me parece una idea que la mayoría de las personas, deformes o no, considerarían una total estupidez. Y la estupidez no es útil a nadie…
—¿De veras? ¿Estás seguro?
—La estupidez, y déjame hablar, Robbins, no ayuda a nadie salvo cuando se manifieste como una fijación neurótica sobre la que se basa la propia estabilidad.
—Estabilidad, schmabilidad.
—El centrar su vida en su defecto en vez de superar ese defecto; el edificar, si quieres, una mística alrededor de ese defecto podría parecerle a la señora Hitche una empresa poética. Podría parecértelo incluso a ti, alabado sea Dios. Pero yo no estoy convencido, ni lo está el señor Hitche, que se preocupa más por ella y la conoce mejor. El señor Hitche…
—El señor Hitche es tonto del culo.
—Una opinión muy poco profesional, Robbins.
—¿De veras? Yo creí que vosotros los freudianos sabíais mucho del culo. Recuerdo conferencias enteras dedicadas a la expulsión anal, a la retención anal…
—No te hagas el gracioso. No tenemos todo el día —el doctor Goldman miró de reojo el reloj de su oficina como mira el marido inseguro a su esposa coqueta en una fiesta. El reloj continuaba guiñando su gran ojo a la eternidad—. Volviendo a la cuestión, el señor Hitche afirma, con aparente justificación, que su mujer es inmadura…
—Ser adulto es una trampa —replicó el doctor Robbins—. Cuando te dicen que reflexiones, quieren decir que dejes de hablar. Cuando te dicen que seas adulto, quieren decir que dejes de crecer. Significa llegar a una plana meseta y asentarse allí, todo predecible e inalterable, ya no una amenaza. Si Sissy es inmadura significa que aún sigue creciendo; si aún sigue creciendo, significa que aún está viva. Viva en una cultura que agoniza.
Agitó el doctor Goldman una risilla semidivertida en su resoplido, muy como un chorro de borgoña tinto podría agitarse en una pota de manteca.
—Podríamos sostener una interesante discusión sobre eso en otro momento —dijo—. Sin embargo, por ahora, tengamos en cuenta el punto de vista del señor Hitche. El señor Hitche me dijo en una ocasión que lo que más le preocupaba de la devoción de su esposa por el autoestop era su carácter evidente. Se veía afligida por unos pulgares gigantes, luego hacía autoestop. Si hubiese decidido, por el contrario, convertirse en una excelente costurera o destacar en el tenis o hacerse famosa pintando…
Hablando de pintar, en la pared, encima del escritorio del doctor Goldman, había una acuarela de Julián Hitche. Era una paisaje, una escena de Central Park bastante libre y airosa, como una regadera de tinte verde huevo de pascua en la que estuviese bañándose algún trasgo o deidad menor. Uno se preguntaba qué pasaría con el estilo protorromántico del artista si plantase su caballete en los cerros de Dakota. Y uno sospecha que la experiencia de los Dakota es demasiado fuerte para que pueda soportarlo cualquier estética asentada. Hasta llegó a temblar el cuadro un poco allí colgado cuando el doctor Robbins aulló:
—¡Otra vez! ¡La trascendencia! Querer que ella niegue sus pulgares compensando sus limitaciones en vez de afirmarlos y explotar su fuerza. ¡Dios mío!
—Pero hacer autoestop, Robbins. ¿Qué clase de actividad afirmativa es ésa? A la señora Hitche no le interesaba siquiera viajar. Mi opinión es que en una etapa muy temprana de su vida se aferró al autoestop para enfrentar una comprensible ansiedad, y lo que empezó como erróneo mecanismo de defensa fue evolucionando gradualmente hasta convertirse en una obsesión sin objetivo y un tanto grotesca. El autoestop, precisamente…
Agarró el doctor Robbins su bigote, como para impedir que se enrollase y abandonase la habitación sin él. Llega un momento en que hasta el pelo puede exasperarse.
—Autoestop, schmiestop. ¿No entiendes que no importa qué actividad eligiera Sissy? No importa qué actividad elija cada cual. Si escoges cualquier actividad, cualquier arte, cualquier disciplina, cualquier habilidad, si la escoges y la llevas a su límite, si la arrastras más allá de donde hubiese estado antes, si la llevas al más extremo de todos los extremos, la haces entrar en el reino de la magia. Y no importa qué sea lo que eliges, porque si lo llevas lo bastante lejos, contiene todo lo demás. No me refiero a la especialización. Especializarse es limpiar un sólo diente. Cuando un individuo se especializa, canaliza toda su energía por un estrecho conducto. Conoce algo extraordinariamente bien e ignora casi todo lo demás. No es eso. Eso es domesticante, aislante y gravemente limitador. Me refiero a escoger una cosa, aunque sea trivial y mundana, y llevarla a tales extremos que ilumines su relación con todas las demás, y luego la llevas un poco más lejos… hasta esa dimensión cósmica en que se convierte en todas las demás cosas.
Un parpadeo de comprensión iluminó las gruesas órbitas del doctor Goldman como iluminaría un fogonazo de luz las deyecciones nocturnas de una mula bien alimentada.
—Comprendo —dijo—. Te estás refiriendo a la Gestalt… o a una interpretación radical de la Gestalt. ¿Pretendes que enfrentemos psicología freudiana y Gestalt?
—Gestalt Schmagalt —gruñó el doctor Robbins—. A lo que me refiero es a la magia. —Cabeceó lentamente el doctor Goldman, con tristeza casi. Al cabo de un rato dijo:
—En tu informe, bastante abreviado —sostenía una sola hoja en la cual se habían garrapateado como con el ramalazo del rabo sucio de un bicho de corral— algunas toscas frases, —recomendabas únicamente que se diese de alta a la señora Hitche y que le aconsejásemos divorciarse de su marido. Supongo que te darás cuenta de que no podemos en modo alguno ni terapéutica ni ética ni legalmente, aconsejar a una paciente que se divorcie de su esposo. Nuestra tarea es preservar matrimonios, no deshacerlos…
—Nuestra tarea debería ser liberar el espíritu humano. O si eso te parece demasiado idealista, si te parece tarea de la religión (y debería serlo, también), entonces nuestra tarea debería ser ayudar a la gente a funcionar… disparatadamente o no, eso no es asunto nuestro, eso es cosa de ellos… ayudarles a funcionar a cualquier nivel o niveles de «cordura» a los que decidan funcionar, en vez de ayudarles a adaptarse y encerrarlos si no se adaptan.
Más allá de los resoplidos, se quitó el doctor Goldman las gafas de montura de concha, se restregó los ojos y dijo claramente:
—Doctor Robbins, nuestras diferencias básicas son mayores de lo que había supuesto. Diré a la señorita Waterworth que concierte una entrevista entre nosotros la próxima semana para que podamos revisarlas y decidir si pueden armonizarse. De momento, sin embargo, lo que me preocupa es la paciente. Aconsejarle que se divorcie queda descartado, por supuesto. El señor Hitche es un hombre comprensivo, justo e inteligente, que ama mucho a su esposa. El señor Hitche…
—El señor Hitche ha apartado a su esposa del extremo y la ha puesto en el centro. Aquí, con todos los demás. No me preocupa el centro. Es grande, misterioso y ambiguo… quizá tan emocionante en su suave y variable complejidad como es emocionante el extremo en sus duras y firmes aristas. Pero el centro puede ser un lugar dañino para quien ha vivido tanto tiempo en el extremo. La normalidad ha sido para Sissy una prueba colosal y creo que ella ha enfrentado la prueba valerosamente y bien. Sin embargo, la normalidad es una neurosis. La normalidad es la Gran Neurosis de la civilización. Es raro dar con alguien que no esté infectado, en mayor o menor grado, por esa neurosis. Sissy no lo está. Aún. Si sigue expuesta a ella, acabará sucumbiendo. Creo que sería una tragedia parecida a serrar el cuerno del último unicornio. Por nuestro bien, tanto como por el suyo, creo que debe protegerse a Sissy de la normalidad. Liberarla del centro y dejarla volver al extremo. Allá, es valiosa. Aquí, no es más que otro ruido molesto en el zoo. Julián Hitche puede ser, tal como dices, bueno y comprensivo, pero de todos modos es una amenaza para Sissy. La ha seducido llevándola a una situación que es la imagen contraria de lo que ella cree que es. A Julián le empujan las ambiciones materiales; es mezquino, insaciable, intenso, sistemático, egocéntrico. En otras palabras, es un colono. Amplia, atemporal, soñadora, Sissy es el indio. ¿Comprendes la destrucción que sufrió el indio cuando el colono desembarcó en sus costas?
Un suspiro, no un resoplido, fue lo que el doctor Goldman lanzó entonces: un suspiro blando como brisa que soplase su nariz en la vela de un barco de juguete.
—Robbins, introduces conceptos intrigantes, pero, a mi juicio, irrelevantes. Permíteme que te haga una pregunta directa. ¿Crees honradamente que no hay ninguna alteración en la personalidad de esta mujer, esta mujer con esos… esos pulgares, salvo los efectos de un mal matrimonio?
—No, nunca he querido decir eso. —El hombre más joven sacudió el extremo de su bigote como si sacudiese la ceniza de un puro impotente—. Sissy sufre una leve confusión.
—Ummmm. ¿Y a qué atribuyes esa confusión?
—Al hecho de que está enamorada simultáneamente de un anciano ermitaño y de una joven vaquera.
Volvió el doctor Goldman a su resoplido. Casi se atragantó con él.
—¡Mein Got! Hombre, ¿bromeas? Bueno, ¿por qué no lo mencionas en tu informe? ¿No lo habrás escrito muy deprisa? ¿No quieres reconsiderarlo?
Moviendo el otro extremo del bigote, contestó el doctor Robbins:
—Para mucha gente, quizá para la mayoría, estar enamorada simultáneamente de un viejo ermitaño y de una joven vaquera podría ser una horrible equivocación. Para otros, podría ser absolutamente correcto. Para la mayoría de la gente, la práctica sexual oral con los osos hormigueros quizá resulte algo impropio; pero para algunos puede ser algo perfecto. ¿Entiendes mi punto de vista? En cuanto a Sissy, la situación le resulta un poco confusa. No estoy seguro de si le está perjudicando en realidad.
El psiquiatra veterano se palmeó la frente. Si hubiese habido allí un mosquito, se habría desvanecido tan completamente como Glenn Miller, dejando sólo atrás el recuerdo de su música.
—Mein Got… es decir, Dios mío. Vaya. Bueno. Yo diría que esta prueba de homosexualidad de la libido de la señora Hitche no hace sino demostrar su inmadurez emocional. Estarás de acuerdo con eso.
—Ca. No necesariamente. El lesbianismo está aumentando. No creo que las muchas que lo practican sufran fijaciones preadolescentes. No, me inclino más a creer que se trata de un fenómeno cultural, un saludable rechazo de la estructura de poder paternalista que lleva dominando el mundo civilizado más de dos mil años. Quizá las mujeres quieren amar a las mujeres para recordar a los hombres lo que es el amor. Quizá las mujeres quieran amar a las mujeres antes para poder empezar a amar a los hombres otra vez.
El doctor Goldman se quedó una vez más sin resoplar.
—Robbins —dijo suavemente, como si cayera de una cruz—, nunca, en toda mi carrera, he encontrado a nadie, psiquiatra o paciente, con un batiburrillo semejante de ideas confusas.
—Bueno —dijo Robbins—, según dice el Chink, si se pone espeso, cómelo en la fregadera.
—¿El Chink? ¡Ah, te refieres a Mao Tsé Tung!
Tan abruptamente se rió el doctor Robbins que su bigote se asustó.
—Sí, sí, eso, Mao Tsé Tung.
—Dios nos asista. No bastaba que hubiese contratado un excéntrico. Además es comunista.
Robbins rió de nuevo. Esta vez el bigote estaba preparado.
—Así que piensas que soy un excéntrico, ¿eh? A lo mejor tienes razón. Sí. No se lo he contado nunca a nadie, pero de niño…
—¿Sí? —en los cansados ojos del doctor Goldman hubo un súbito brillo.
—De niño…
—¿Sí? Adelante.
—De niño, yo era un compañero de juegos imaginario.
El doctor Robbins escoltó a su agradecido bigote fuera de la habitación.