SE FILTRABA en sus poros aceite de ñame, los poros de sus pulgares, esta vez. El Chink los ungía. Agitaba a su alrededor ramitas ardientes de junípero. Repicaba ante ellos una campanita. Les colgaba guirnaldas de varas de San José. Les cantaba serenatas… era su instrumento una caja de puros a cuyo través ató muy tensa un solo alambre, que tocaba furiosamente. Resultaba la peor música que Sissy hubiese oído en su vida. Le hacía desear volver a la radio toda polca.
Estaban en la cámara de entrada de la cueva, y les protegía de la tierra la colchoneta japonesa. Justo fuera, una pequeña hoguera chispeaba su tercera y última noche juntos.
Al amanecer, el Chink bajaría a las colinas y llanuras a recolectar. Tenía que recoger alimentos y añadirlos a la reserva que ya tenía almacenada en el nivel interior de la cueva, donde invernaría.
Sissy había de irse antes de que terminase el día. Tenía un marido esperando. Tenía que ver a una vaquera, aplacar a una condesa. Tenía que responder preguntas y quizá formularlas. Por ejemplo: «¿De dónde vino toda esta lujuria?».
Es importante creer en el amor. Eso todo el mundo lo sabe. ¿Pero es posible creer en la lujuria?
Sissy no estaba segura de creer ya. Una vez había resultado simple. Había creído en el autoestop.
Preguntó al Chink qué creía él. Justo esto. Interrumpió la adoración de pulgares, separó los carnosos telones de lujuria, le miró a los dientes y preguntó:
—¿En qué crees tú? Quiero decir, en que crees realmente…
—Ja ja jo jo y ji ji —se reía de ella, sin decir nada. Su risa y su silencio la hicieron llorar. Pero no apagaron las lágrimas su lujuria. La lujuria duró mucho, y cuando a media mañana se despertó, el Chink se había ido.
Galopaban rayos de sol por la boca de la cueva, siguiendo la misma ruta que había seguido la luz de la hoguera. Algo había cambiado en la cueva. El intentar determinar qué era le hizo despertar del todo. Y con la ayuda del sol vio una inscripción recién trazada con tinta sumi en la pared de la derecha. Luego algo arrastró sus ojos a la pared de la izquierda donde aún goteaba otro grafismo:
En la pared de la derecha estaba escrito:
CREO EN TODO, NADA ES SAGRADO.
Y en la de la izquierda:
NO CREO EN NADA, TODO ES SAGRADO.