EL DOCTOR ROBBINS había recibido todo el alimento mental que podía trabar de una sentada. Deseaba estar solo en casa con otra botella de vine. Se despidió cortés de su paciente. Luego, a fin de evitar al doctor Goldman, abandonó la clínica escalando el muro del jardín y rompiéndose, en la empresa, una rodillera de los pantalones de treinta dólares.
Sissy Hankshaw Hitche, que jamás en su vida había hablado tan extensamente, estaba cansada y se alegró de que la dejase. Los hombres de ideas, hombres como Julián, el Chink y ahora el doctor Robbins, la intrigaban. Pero dio por bienvenida la posibilidad de ir a su cuarto y soñar con vaqueras, mientras se engrasaba las arrugas de los pulgares con un taquito de mantequilla auténtica sin sal del comedor de la clínica.
Julián Hitche no visitó ni telefoneó a su esposa aquel día de mayo. Acababa de firmar un contrato para pintar una serie de acuarelas con una casa farmacéutica de la Alemania Occidental, la misma empresa que había fabricado en otros tiempos la talidomida. Atendía a un representante de la empresa y tenía miedo a que cualquier rumor sobre las peculiaridades físicas de su esposa pudiesen evocar recuerdos embarazosos al antiguo vendedor de talidomida.
El Chink fue hasta Mottburg aquella mañana a comprar ñames y una lata de castañas de agua Chun King, Su devoción a los ñames seguía inalterable, pero consideraba cada vez más a la castaña de agua ejemplo de resistencia, de voluntad y de fidelidad a lo particular. La castaña de agua, después de todo, es el único vegetal cuya textura no cambia una vez congelado, no cambia siquiera después de guisarlo.
La Condesa pasó aquel día en su laboratorio, laborando febrilmente para fabricar una antiferomona. La feromona es una hormona aérea que desprenden los animales, aves o insectos hembras, para atraer al macho de su especie. La feromona humana se había aislado hacía muy poco. Esperaba La Condesa producir y comercializar una píldora que, ingerida periódicamente, contrarrestrase la actividad de la feromona humana, eliminando todos los aromas lascivos de esa parte de la anatomía femenina que tan bellamente describió el escritor Richard Condón como «la sonrisa vertical». (Una docena de ásteres púrpuras y una libra de queso de cabra de También las vaqueras sienten melancolía para Richard Condón).
Bonanza Jellybean cabalgó en Lucas hasta Lago Siwash a ver si las grullas seguían todavía allí. ¡Seguían! Lo celebró prendiéndose una pluma en el sombrero, aunque maldita sea si no le había llamado macarrón.
El autor (que es también uno de los de arriba… no importa cuál) desea aprovechar esta oportunidad para exponer, precisamente aquí, al final del notable relato de Sissy sobre el Pueblo Reloj y los relojes, su propia teoría sobre los terremotos. Para el autor, la tierra es la máquina del millón de Dios y cada temblor, marejada, inundación súbita o erupción volcánica es consecuencia de una inclinación que se produce cuando Dios, haciendo trampas, intenta conseguir partidas gratis.