CUANDO SE ESTÁ todo el día en la silla, se necesita hacer algo con la boca aparte de cantar «yipi yipi yu». Claro que suele hacer demasiado calor y sequedad para cantar. Una acaba con la garganta llena de polvo.
Sin embargo, cuando se está pegado a la silla del amanecer al obscurecer, se necesita algo de naturaleza oral que le mantenga a uno ocupado y tranquilo. Por eso tantos vaqueros mascan tabaco o fuman «líelo usted mismo». Por eso, es realmente País Malboro.
Pero las vaqueras de la Nueva Era, no son muy partidarias del hábito del tabaco. Gloria estaba poderosamente ligada a los Pall Malls que llegaban a ella a través de una larga ruta, desde Richmond Sur, Virginia. Y Big Red solía aceptar una mascada. En conjunto, sin embargo, las chicas sentían por el tabaco una no-preferencia rayana en el desprecio. Aunque no estuviesen de acuerdo con Debbie que predecía: «Cuando las cosas se pongan realmente mal en el planeta y la Tierra empiece a desmoronarse con las guerras, la contaminación, los terremotos, etc., entonces, vendrán los Seres Superiores en platillos volantes y rescatarán a las almas más perfectas que haya entre nosotros; pero no podrán llevarse a bordo de sus naves espaciales a los fumadores, porque los que tienen nicotina en el organismo explotan al entrar en la séptima dimensión».
Las vaqueras necesitaban, en cierto modo, algo con la boca mientras cabalgaban, y lo que hacían era esto: se metían un caramelo en un carrillo y un trébol en el otro. Raras veces chupaban y nunca masticaban, sólo se concentraban en la mezcla de jugos del caramelo y el trébol que bajaba por sus amígdalas, en un goteo constante como agua de lluvia cayendo por los tejados de caramelo del país de las hadas.
Y además de calmar y entretener, sin la necesidad de escupir ni utilizar las manos, el caramelo y el trébol dan al individuo el aliento más interesante del mundo.
No es extraño que las damas del Rosa de Goma anduviesen siempre besándose, aunque lo que una vaquera hace con su boca cuando vuelve al barracón, no debería en realidad preocuparnos a nosotros, estudiosos de las costumbres de Occidente.
Cuando había treinta o más vaqueras cabalgando en el Rosa de Goma, solían la grama y las colinas y todo el ancho cielo incluso empezar a oler a caramelo y trébol.
A veces el Chink lo percibía desde su cerro. No al principio de su llegada a Dakota, claro. Entonces, sólo podía oler polen y artemisa y humo de madera y su propio yo peludo. Alguien dijo, no recuerdo quién: «un ermitaño es misterioso para todos salvo para el ermitaño».