—LA MOLÉCULA DE leche de vaca es cien veces mayor que la molécula de leche de madre. Pero la molécula de leche de cabra y la molécula de leche humana son prácticamente del mismo tamaño. Por eso nos resulta fácil digerir la leche de cabra mientras que la leche de vaca es como arena en el depósito de gasolina de las tripas.
—¿Probaste alguna vez leche de caimana? —preguntó Delores. Debbie no supo cómo tornar aquella pregunta.
—Tiene razón, Debbie —dijo Bonanza Jellybean—. Cada vez son más los que descubren que la leche de vaca no es la adecuada para el consumo humano. Billy West dice que si somos capaces de producir leche de cabra suficiente en el rancho para que merezca la pena el viaje, está dispuesto a llevarla a Fargo periódicamente. Ganó una fábrica de quesos a los dados. Harían queso de cabra con nuestra leche y suministrarían a las tiendas de productos dietéticos de todos los estados de la pradera. Si pudiéramos producir en cuantía suficiente (e impedir que las cabras nos comiesen las botas) el rancho podría autofinanciarse.
—Y realizaríamos una buena obra —añadió Debbie, siempre preocupada por el karma—. La leche de cabra es magnífica para los bebés a los que las madres no pueden amamantar.
—Hablando de bebés —dijo Delores—, espero que esos clítoris locos que se lanzan todas las noches al lago tomen precauciones.
Nadie contestó con palabras, pero hubo un nervioso e irritado revuelo. Delores continuó:
—Ya sé que Tad Lucas desbravaba broncos hasta el noveno mes, pero no creo que una vaquera preñada fuese de gran utilidad en este rancho. Ya tenemos bastante con que vengan las grullas; no necesitamos cigüeñas. Yo creo que esos fumadores deberían largarse del Rosa de Goma lo antes posible. Los hombres aquí sólo pueden traer problemas. Y creo también —movió sus rizos oscuros señalando hacia Sissy— que nuestra invitada debería excusarse y dejarnos discutir más a fondo este asunto.
Jelly iba a hablar en defensa de Sissy, pero, asegurando a todas que lo entendía, ésta se levantó y dejó el barracón.
Sobre el rancho colgaba una luna que era como hocico de mula melancólica. Prefiriendo su luz al resplandor eléctrico que imperaba en la casa, donde los huéspedes jugaban a las cartas y leían novelas de John Updike, Sissy dio una vuelta por los alrededores. Consideró el hecho de que aquella luna que vertía su leche de mula (datos de su relación molecular con la leche humana no disponibles en este momento) sobre picachos, sauces e intrigas de vaqueras era la misma que brillaba sobre el tejado de la casa de Julián. Era una consideración trivial, el tipo de pensamiento que se escapa del coco del letrista aficionado y del colegial enamorado. Pero la ponía en contacto con sentimientos más intensos. Ella y Julián Hitche, unidos emocional y legalmente (significase esto lo que significase), estaban también relacionados por la luz de la luna. Y por fuerzas aún más inciertas y oscuras. Quizá todo se relacionase con todo, de modo discernible aunque confuso; y si uno pudiera rastrear las fibras y filamentos de esas conexiones, podría… ¿podría qué? ¿Ver el Gran Esquema? ¿Desenredar todos los hilos de las marionetas y descubrir qué manos (o garras) las manejan? ¿Poner fin a la vieja búsqueda de orden y significado en el universo? «Es terrible», suspiró Sissy, dando una patada a un bizcocho de caballo (¿o era un pastel sazonado con nylon del horno de la cabra?). «Si mi cerebro estuviese tan desarrollado como mis pulgares, podría percibir el cuadro completo».
No apuestes por ello, Sissy, querida.
Si tu cerebro fuese perceptiblemente mayor, lo bastante para forzar tu cuello de princesa Grace lo mismo que tus dedos preaxiales fuerzan tus muñecas, es probable que tuvieses un intelecto superior. Pero es también probable, sin embargo, que, con el sistema nervioso necesario para encender un cerebro de ese tamaño, fueses tan sensible a las locuras de la civilización que te vieses forzada a regresar al mar tal como hizo el delfín, de voluminoso cerebro. Tu certificado de muerte hablaría de «suicidio» y «ahogamiento», como si tu certificado de muerte fuesen notas de sobrecubierta del puente Golden Gate. No, los grandes cerebros son para esos grandes nadadores que son los delfines, y para los marcianos, que, a juzgar por sus esporádicas visitas, no parecen sacar gran cosa de la Tierra. Nuestros cerebros probablemente sean tan grandes como los suyos.
Las investigaciones neurológicas más recientes indican que el cerebro se rige por principios que no podemos entender, y que él es tan débil o tan tímido que es incapaz de comprender sus propios principios rectores, las leyes físicas que parece condicionado a obedecer, así que de poco va servirle a nadie enfrentar los Grandes Enigmas, ni aunque fuese tan grande como una panera (¡uf, qué idea tan repugnante!). Este autor aconseja a los lectores que utilicen lo mejor posible el cerebro (es un buen espacio de almacenaje y al precio justo) y luego pasen a otra cosa.
Lo mismo que Sissy, por ejemplo, cansada de cavilar sobre las conexiones invisibles, pasó a sus pulgares y empezó a hacer señas de parada al canto de los grillos mientras volvía caminando a su habitación.