¡BANG! ¡BANG bang bang! Bang al cuadro y bang al cubo. Bang conjugado y bang cocacolado.
Llegaron al rancho y al tiroteo.
—¡Ay Dios mío! —gritó la señorita Adrián—. ¡Están asesinando a las clientes!
La casa, el barracón, los establos y los cobertizos estaban desiertos. No había por allí más que dos tipos de camisetas hollywood, haraganeando por el corral. Más tiros.
La señorita Adrián, histérica, corrió a uno de los hombres y le agarró por los hombros.
—¿Dónde están las clientes? —chilló.
El hombre pareció enfadarse.
—Calma, señorita —dijo—. Se fueron con las vaqueras a cabalgar un poco. Fueron más allá de aquella colina. Usted es la señorita Adrián, ¿verdad? Tenemos que hablar con usted de la película.
—Ahora no, idiota, ahora no. Esas zorras chifladas se han llevado a mujeres inocentes y en este momento están matándolas. Nos matarán a todos. ¡Oh! ¡Ohhhh!
El otro cámara escupió un trozo de chicle, en una trayectoria que lo hizo pasar por encima de la valla del corral.
—Hay matanza en marcha, sí, pero no es de las gordas. Sus peones están matando el ganado. —Miró con aire culpable el mascado pedazo de chicle color rosa, que yacía ahora entre cagadas de caballo y terrones de barro—. Supongo que no pasará nada si lo pisa un jamelgo. El chicle lo hacen precisamente de cascos de caballo. Todas las cosas tienen instinto casero, hasta el Destino.
A la media luz, el cutis de la señorita Adrián parecía una cuchara de plata olvidada una noche entera en un plato de mayonesa.
—¿El ganado? ¿Están matando a las vacas? ¿A todas?
—Eso dijeron, señorita Adrián. Invitaron a las clientes a acompañarlas para que viesen cómo es de verdad la vida del rancho. Invitaron también al personal. Ya es casi de noche. Enseguida vendrán… Ahí vienen.
Cuando el grupo se hizo visible, la señorita Adrián contó las clientes. No faltaba ninguna. Contó al personal. La manicura y la masajista estaban pasándolo como nunca. Era la primera vez que les dejaban participar en una excursión del Rosa de Goma. Si la señorita Adrián hubiese seguido y hubiese contado a las vaqueras, habría descubierto cuatro desapariciones: tres quedaban detrás guardando las reses sacrificadas… y Debbie, que, como vegetariana, no había querido participar en la matanza y estaba ahora sobre el lago Siwash, en el parapeto, con un cineasta, haciendo amor, no carne de vacuno.