Bajo el árbol de un huerto, muy cargado de cerezas, estaban tendidas a la sombra las vaqueras. Se daban frutas unas a otras. Oscuro zumo goteaba en los hoyuelos de sus caras. Carne de cereza manchaba sonrisas y narices.
Katty bordaba un arcoiris en la espalda de la camisa de Heather. Inspirada, trazaba Linda un arcoiris todo rojo en la cintura desnuda de Debbie, y Kym, buceando un poco más abajo del cinturón, añadía la olla de oro. Pintura de cereza.
El azúcar del fruto empezó a atraer moscas, así que las vaqueras, imitando a sus trabados caballos, las espantaron meneando el pelo. Una nube bajó traqueteando. Si no se hubiese ido camino del crepúsculo, la habrían pintado, también.
La capataz, Delores del Ruby, estaba fuera del rancho en una recogida de peyote. Big Red actuaba como capataz, y estaba permitiendo a las vaqueras un descanso muy amplio. Las cabras que tenían a su cargo estaban desparramadas a su gusto y, en cuanto a las aves, no podían verlas desde el cerezo.
Colocando su Nuevo Testamento otra vez en la alforja, Marie preguntó:
—Compañeras, ¿os parece honrado vaguear así?
—No me importa si es honrado o no, con tal de que sea divertido —dijo Big Red.
—No me importa que sea divertido o no, si es real —dijo Kym.
—A mí no me importa siquiera que sea real —dijo Debbie. No todas supieron lo que quiso decir.