LA CARTA de Julián Hitche alcanzó a Sissy Hankshaw en Cherokee, Carolina del Norte, el día de Nochebuena. La recogió a las once, justo antes de que la oficina de correos cerrase para la fiesta. Tras leerla dos veces, la acompañó hasta un tabernucho (donde los espantados borrachos reaccionaron ante sus pulgares como si fuesen pequeños reinos infernales de una especie de anti-Santa Claus) y la leyó de nuevo. La Condesa le había adelantado cuatrocientos dólares cuando volvió a Nueva York en el verano y le quedaba suficiente para tomar una botella de vino. Eligió Ripple tinto, en honor a los viejos tiempos, y pronto derramó parte sobre la carta. Mientras un enlatado Bing Crosby clamaba «Sueño una Navidad Blanca», un Ike de sello sonreía con su sonrisa «he llegado a la cima pero aún no lo entiendo» al fondo de una charca de vino. Bajo el muérdago de plástico, se besaban las bolas de billar. Parpadeaban las luces azules de un árbol plateado y metálico. La vulgaridad llamaba, y le abrían.
A media botella de Ripple, Sissy se levantó para ir al retrete, pero fue a la cabina telefónica.
Julián, conteniendo el jadeo con un esfuerzo hercúleo, le dijo que la amaba; alegó ella que ni siquiera la conocía. Olvidando todo lo que le habían enseñado en Yale, replicó él que el sentimiento era superior al conocimiento.
—Te amo —dijo Julián.
—Eres tonto —dijo Sissy.
—Te ofrezco mi amor y lo rechazas, Puede que la tonta seas tú.
¡Bien!
Una semana después de Año Nuevo, llegó Sissy en autoestop a Manhattan. Con La Condesa, que despreciaba el comportamiento de los hombres y el olor de las mujeres, como sarcástico testigo, fueron Sissy y Julián a la Capilla del Pensamiento Positivo y allí les casó un protegido del doctor Norman Vincent Peale.
Así terminó a todos los efectos prácticos lo que el autor sabe constituye una de las carreras más notables y peor comprendidas de la historia humana.
Pero una carrera, aunque sea muy insólita, no es una historia. La historia de Sissy, machihembrada como está con las historias de las vaqueras del Rosa de Goma y el Chink de los artefactos relojeriles, y destapando como destapa el posible pastel bajo la pegajosa jalea y la resbaladiza mantequilla de la vida, aún está muy lejos de haber concluido.