LA CONDESA practicaba kárate dental. Chop chop chop. Su teléfono de princesa se hallaba en inminente peligro de quedar incapacitado por un golpe de dientes.
—Así que dejó la ciudad —dijo… chop chop—. Bueno, eso no debería sorprenderte. Es muy propio de ella. Pero dime, ¿qué te pareció?
—¡Extraordinaria!
—Lo es, no hay duda. ¡Dios mío! ¿Qué preferirías, un millón de dólares o uno de los pulgares de Sissy lleno de centavos?
—¡Qué cosas dices! No me refiero a sus manos. Son difíciles de ignorar, lo confieso. Pero hablo de todo su ser. Todo su ser es extraordinario. Cómo habla, por ejemplo. Es tan coherente.
—Ya es hora de que entiendas, queridito, que una mujer no tiene por qué entregar los mejores años de su vida a Radcliffe o a Smith para hablar la lengua inglesa. Aún más, esas intelectuales universitarias han cogido el olor tanto como las demás. Sospecho que peor. Una camarera sana probablemente use más Yoni Yum por semana que todo el alumnado de Wellesley. —¡Chop!
Julián lanzó un suspiro.
—No sé qué decirte sobre eso —dijo—. Pero ella es extraordinaria. No la entiendo en absoluto, pero me atrae desesperadamente. Condesa, estoy en un atolladero. Esta mujer ha dado un giro a mi vida.
—Noventa grados a la izquierda, espero. —Chop clac clic—. ¿Y qué siente ella respecto a ti?
Otro suspiro quejumbroso.
—Creo que la desilusiona que yo no sea más, bueno… algo más atávico. Tiene ciertas ideas sentimentales e ingenuas sobre los indios. Sin embargo, estoy seguro de que le he gustado. Me dio varias indicaciones de ello. Pero… luego se fue de la ciudad.
—Ella siempre se va de la ciudad, tonto. Eso no significa nada. ¿Y en la cama? ¿Le gustó en la cama?
La moto de Evel Knievel no habría saltado la pausa que siguió.
—¿Si le gustó qué en la cama? —preguntó por fin Julián.
—¿Como que qué? —¡¡Chop!! ¡¡Clac!!— ¿Qué crees tú?
—Bueno… en fin…
—Oh, mierda, Julián, querido. ¿Vas a decirme que estuvisteis tres días juntos y no lo lograste?
—Bueno, lo hicimos. Pero podríamos decir que no acabamos del todo.
—¿Quién tuvo la culpa?
—Supongo que yo. Sí. No hay duda, la culpa fue mía.
—En cierto modo me alegra que no fuese culpa de ella. Me preocupaba su virginidad psicológica. Pero ahora quien me preocupa eres tú. ¿Qué es lo que os hacen, muchachos en esos colegios tan elegantes? ¿Amarraros y bombear la naturaleza fuera de vosotros? Eso es lo que hacen, no hay duda. Son capaces de extraer la última gota de naturaleza de un indio mohawk. Sí, manda a un chamán o a un caníbal cuatro años a Yale y luego sólo servirá para ocupar un puesto burocrático en el complejo militar-industrial y un asiento en la tercera fila de una comedia de Neill Simón. ¡Ay Jesús, Dios mío! Si Harvard y Princeton pudiesen disponer del Chink un par de semestres, le convertirían en candidato del Ala Pajarita de la Cámara de Wimps. Vamos hombre.
—No tienes por qué recurrir al esnobismo al revés sólo porque la universidad de Missouri fuese la única de la nación que te aceptase. Si nosotros, los de las universidades más distinguidas no somos lo bastante mundanos para ajustamos a vosotros los palurdos, al menos no andamos por ahí utilizando términos racistas como «chink». Si sigues así pronto acabarás llamándome «cacique».
—Por Dios, «chink» es el nombre del tipo.
—¿Qué tipo?
—Áy, es un viejo pedo que vive en las montañas del Oeste. A mi rancho le dan temblores y escalofríos con él, también. Pero aunque sea viejo y sucio, está vivo, no hay duda, de la cabeza a los pies. No tienen su jugo en un tarro en New Haven. Ese alma mater vuestra sería capaz hasta de arrancarle el pelo a un hombre lobo. Mejor que Sissy conserve su virginidad que no que la pierda al compás de «The Whiffenpoof Song».
—El sexo no lo es todo, aunque sea tu negocio. Y hablando de tus negocios, harías mejor preocupándote por este asunto. Esa misteriosa modelo tuya me ha desquiciado y no puedo pintar.
—Pintarás, claro que pintarás, queridito. Pintarás porque hay un contrato que te obliga. Además, píntalas mejor que nunca. Nada como un poco de sufrimiento para dar entidad al arte. ¿Te ha empujado a fumar y beber? ¡Magnífico! La creatividad se alimenta de venenos. Todos los grandes artistas han sido unos depravados. ¡Mírame! Estoy tan seguro de que Raoul Duf está pedorreando por la borda del barco de vela Eternidad como de que este asuntillo va a inspirar las mejores acuarelas de tu historia. Ahora, dile a ese maldito perro tuyo que deje de gemir y entra ahí a pintar.
—No es el perro.
—Oh —dijo La Condesa—. Bueno, mierda, oh querido. Contente, me oyes. No empieces con el asma. Podemos escribirle una carta, si quieres. Enviaremos copias a Taos, LaConner, Pine Ridge, Pleasant Point, Cherokee y ese otro sitio. Voy a por un poco de Rípple y vuelvo enseguida.
Pocas veces los ojos de la patata del cielo contemplaron tan frenética colaboración epistolar como la de aquella noche.