Decían algunas gentes que había escalado un muro de convento en San Antonio y se había escapado con un circo mexicano. Afirmaban otras que había sido la hija favorita de una distinguida familia criolla de Nueva Orleans, hasta que se mezcló con una secta que rendía culto al caimán y practicaba el peyotismo. Aún había otras que decían que era gitana del todo, mientras otra fuente insistía en que (como tantas bailarinas «españolas») era en realidad italiana o judía, y había aprendido sus trucos viendo por televisión al Zorro en el Bronx.
En lo que todas las vaqueras estaban de acuerdo sin embargo, era en que su capataz chasqueaba un látigo muy bien adiestrado, por lo que nadie discutía la historia de que había adquirido su primera fusta cuando tenía cinco años, por regalo de un tío suyo que había dicho, después de presentarse: «Prescinde del varal y mima al niño».
El día que Delores del Ruby llegó al Rosa de Goma, una serpiente cruzó reptando la polvorienta carretera que llevaba al rancho, portando una carta en su bífida lengua. La carta era la reina de espadas.