Algunas de las vaqueras más jóvenes (Donna, Kym y Heather; Debbie, también) han preguntado insistentemente por qué También las vaqueras sienten melancolía no podía ser una simple historia de amor.
Por desgracia, queriditas, no hay ninguna historia de amor que sea simple. El amorío adolescente más fugaz es tan complejo como para salirse de los límites máximos de la capacidad de comprensión del cerebro. (El cerebro tiene el peligroso hábito de enredar con material que no puede ni quiere comprender).
Vuestro autor ha descubierto que el amor es el viaje más completo, desde un punto de vista emocional. El gran viaje: enamorarse es visitar Cielo e Infierno con un billete sólo. Y no sólo eso. Si el realismo puede definirse sólo como una de las cincuenta y siete variedades de la decoración, ¿cómo esperar entonces una valoración realista del amor?
No, no tiene el autor ninguna nueva luz que ilumine este tema. Después de todo, aunque la gente lleve componiendo canciones de amor por lo menos mil años, sólo a fines de los sesenta una balada romántica expresó una idea nueva. En su canción «Tríada» («¿Por qué no podemos seguir como trío?»), David Crosby ofreció el ménage a trois como posible remedio feliz para la triangularización, que parece ser al amor lo que la glosopeda al ganado (para emplear una analogía que pueda entender cualquier vaquera). El audaz David (Grace Slick de Jefferson Airplane grabó su canción) quiso llevar el amor más allá de sus límites dualísticos; aceptar la configuración trilítera como una inevitabilidad, percibiéndola como algo positivo, construyendo sobre ella, ampliándola, trazando líneas en direcciones distintas («…con el tiempo habrá más»). Pero el enfoque euclidiano de Crosby más que simplificar el amor lo complica. Y es dudoso que muchos amantes puedan soportar más complicaciones. Como visitante de las maquinarias del tiempo, oí una vez decir al Chink: «Si es empalagoso, cómelo encima del fregadero».
Así pues, galopad vuestros potros, queridas, y acatad los intrincados hechos, sabiendo que vuestro autor preferiría escribir, de ser posible, una simple historia de amor. Qué refrescante tratar con algo subjetivo, intuitivo ¡o, mejor aún, místico! Pero el escritor serio, como su hermano el científico, se ve forzado a abordar lo meramente objetivo.