Parecía la luna la cabeza de un payaso bañada en miel.
Cabeceaba danzarina en el cielo, goteando una mezcla de blanco payaso y jarabe de abeja sobre las lomas de Dakota.
Aullidos de coyote (¿o serían grullas chilladoras?) zigzagueban a través del maquillaje celestial como si fueran arrugas auditivas.
La luz de la luna caía sobre Bonanza Jellybean que inclinada sobre el abrevadero de las caballerías restregaba aún sus bragas. (Un día caluroso en una silla saltarina puede manchar de veras la ropa interior de una chica).
Inundaba la luz de la luna las ventanas de los barracones, compitiendo con la luz de la lámpara que iluminaba las páginas de la Santa Biblia de Mary, Amores rancheros de Big Red y El Camino del Zen de Debbie.
Espectraba la luz de la luna las mejillas de las chicas que dormían y de las que pretendían dormir.
Un solo rayo de luna temblaba tímido sobre la masa del látigo de piel de serpiente de Delores del Ruby, donde la masa sobresalía por debajo del saco de brotes de peyote que nocturnamente le servían de almohada.
La luz de la luna atrajo al exterior a Kym y a Linda en camisón, a apoyarse en la valla del corral en pasmo silencioso.
Nuestra luna, claro, no ha rendido nada de su suave hechizo a la tecnología. El rumor de las pequeñas naves espaciales no ha disminuido en modo alguno su misterio.
En realidad, las exploraciones de los mecánicos del Apolo casi nada revelaron de auténtica importancia que no insinuase ya la carta Luna de la baraja del Tarot.
Casi nada. Hubo un descubrimiento interesante. Algunas de las rocas de la Luna transmiten ondas energéticas. Temióse al principio que pudieran ser radiactivas. Los instrumentos probaron enseguida que las emisiones eran limpias, pero a la NASA le desconcertaba aún el origen y el carácter de las vibraciones. Trajeron los astronautas muestras de roca a la Tierra para amplias pruebas de laboratorio.
Y mientras las propiedades electromagnéticas concretas de las rocas lunares continuaron desconcertando a los investigadores, un científico decidió, simplemente por hacer algo, convertir las ondas en sonido. Es un proceso fácil.
Cuando se canalizaron las vibraciones lunares por un amplificador, los sonidos que palpitaron en éste sonaron exactamente así: «queso, queso, queso».