EL LLAMADO suero de la charla es básicamente mezedrina racémica con un poco de pentotal sódico. No hay que confundirlo con el polémico «suero de la verdad», que sólo es pentotal sódico. En realidad, según el doctor Goldman, el suero de la charla puede hacer exagerar al sujeto. Es evidente que creyó culpable a Sissy Hankshaw de exageración cuando estuvo bajo la influencia del suero.
El autor, sinceramente, no sabe qué decir. Pero no está del todo seguro de que hubiese tal exageración. Nuestros cerebros nos permiten utilizar una fracción tan minúscula de sus recursos que todo lo que experimentamos es en cierto modo, una reducción.
Empleamos drogas, técnicas yoguis y poesía (y un millar de torpes métodos más) en una tentativa de volver las cosas a la normalidad.
Pero dejemos eso. Y dejemos el testimonio de Sissy Hankshaw sobre el autoestop, fuese exagerado o fuese exacto. Hay otra cosa que debemos abordar aquí. Escucha:
Supón que despiertas una mañana con la inquietante sensación de que el mundo, mientras dormía, se ha inclinado levemente y que descubres que los cajones de tu armario están misteriosamente abiertos medio centímetro y que los frascos se han volcado en el botiquín (aunque ni tú ni ninguna otra persona de tu hogar se hubiese aventurado desde la hora de acostarse a coger una aspirina, un condón o un tampax) y que los cuadros de la pared, las pantallas de las lámparas y los libros de las estanterías están inclinados. Fuera, los edificios más altos posan a lo Pisa, o, si viven en el campo, arroyos y ríos corren ligeramente desviados de sus cauces mientras los frutos cuelgan como ganglios gargolescos de los árboles uniformemente inclinados. ¿Cuál sería tu reacción ante tal fenómeno? Vamos, honradamente, en serio. ¿Qué sentirías? ¿Sentirías miedo? ¿Confusión? ¿Desconcierto y ansiedad? ¿Llamarías a la policía? ¿Rezarías? ¿O esperarías aturdido una explicación, negándote a analizar el suceso e incluso a experimentarlo con todas tus emociones hasta haber leído los periódicos y escuchado las noticias, hasta saber lo que dicen los especialistas de las universidades del fenómeno, hasta enterarte de cómo proyecta abordarlo el Pentágono, hasta que te tranquilice el presidente, que quizás insista, como hacen los presidentes, en que no ha pasado nada, realmente nada? ¿O, en vez de miedo, desconcierto y ansiedad, o además de miedo, desconcierto y ansiedad, o en vez de una firme tendencia a menospreciar lo sucedido y volver a las cosas de siempre, o además de una firme tendencia a menospreciar lo sucedido y volver a las cosas de siempre, imaginas que un luminoso reguero de gozo, inefable e indefendible, recorre tu columna; que puedes sentirte extrañamente entusiasmado… entusiasmado, quizá, porque en un mundo racional donde hasta los desastres son habituales y casi rutinarios, ha sucedido algo que suena casi como a cuento de hadas?
Otra posibilidad: Supón que a altas horas de la noche, con invitados sedientos en tu casa, se te acaba la reserva de cerveza. Que sales furtivamente y enfilas tu coche hacia la única tienda que hay abierta en la zona después de medianoche, a por media caja de Budweiser. Y que, a un par de manzanas de tu casa, cuando aún no divisas la tienda, te asalta de pronto la firme sensación de que te espían. Buscas coches patrulla pero no localizas ninguno. Y entonces lo ves, en el cielo (altitud y tamaño indeterminables por falta de puntos de referencia), ves un disco giratorio perfilado por círculos concéntricos de luz verde y blanca con un chorreo de puntos luminosos y púrpuras parpadeando veloces en el centro. Está emplazado (tienes la seguridad de que está interesado por ti) más allá y por encima de la capota de tu coche, y gira sin cesar, desviándose de vez en cuando a derecha o izquierda a increíble velocidad. Antes de lograr la presencia de ánimo necesaria para decidir si frenas o aceleras, los anillos externos de blanco y de verde se extinguen y las lucecitas púrpuras se disponen en una distribución identificable (la forma de la pata de un pato) contra el cielo sin estrellas. Segundos después, todo el aparato desaparece. Sigues, claro está, hasta la tienda, qué otra cosa puedes hacer (de momento). Al poco rato, asombrado y nervioso, llegas con la cerveza a casa (olvidaste el tabaco para Rick), y te enfrentas con el problema de qué, si algo, contar a tus amigos. Quizá no te crean; quizás insistan en que estás borracho o en que mientes, o en algo peor. Quizás hablen demasiado; quizá llegue la noticia a la prensa y te asedien escépticos y locos. ¿Deberías llamar a la emisora de radio para enterarte de si algún otro vio lo que tú viste? ¿Tienes obligación moral de notificar al puesto militar más próximo? La forma en que resuelvas tales cuestiones, y las meditaciones que dediques al significado del mensaje visual de los Objetos Voladores No Identificados (¿por qué, podrías preguntarte, una pata de pato?) vendrían determinadas por tu personalidad básica, y con los más tiernos respetos, eso tiene escaso interés para el autor. Lo significativo aquí es lo siguiente: ¿No sentirías, tarde o temprano, no importan quién o qué sea, un enaltecimiento espiritual, una especie de alegre carta loca como resultado del suceso? Y si esta elevación, este júbilo, puede atribuirse en parte a tu contacto con… El Misterio… ¿no puede igualmente atribuirse a tu brusca convicción de que hay fuerzas superiores «ahí fuera», fuerzas que pese a toda su amenaza potencial, podrían, sin embargo, si decidieran intervenir, representar la salvación para un planeta que parece tercamente decidido a perecer?
Consideremos ahora las máquinas del tiempo. Ambas la original y la del Chink. Las máquinas, siendo auténticas y no ofreciendo demasiado que considerar, no tienen el dramatismo de un deslizamiento de la tierra o de un platillo volante, ni parecen ofrecer panaceas inmediatas para las cincuenta y siete variedades de acidez de estómago de la humanidad. Pero suponiendo que seas uno de esos individuos que se sienten atrapados, atrapados en cierto grado, atrapados en el matrimonio, la profesión, la educación, la geografía, o atrapados en algo mayor que todo eso, atrapados en un sistema, o lo que podría describirse como una «tecnocracia progresivamente aislante» o un «teatro de paranoia y desesperación», algo así. Pues bien, si eres uno de esos individuos (y el autor no pretende implicar que lo seas), ¿no sería el mismo conocimiento de que hay maquinarias tictaqueando tras el empapelado de la civilización, sin que lo sepan los dirigentes, organizadores y ejecutivos (incluido el presidente), no sería tal conocimiento, en fin, sugiriendo como sugiere la posibilidad de alternativas inimaginables, no sería, digo, ese conocimiento un delicioso baño de burbujas para tu corazón?
¿O pretende el autor enredarte aquí en algo, pretende manipularte un poco cuando debiera simplemente explicar su historia tal como debe hacer todo buen narrador? Quizá sea así. Ya veremos más tarde.
Pero un momento. Mira aquí. Aquí mismo. Esta chica. Una chica muy guapa. Muy bonita. Se parece un poco a la princesa Grace de joven, si a la joven princesa la hubiesen dejado un año bajo la lluvia.
¿Qué dices? ¿Sus pulgares? Sí, ¿no son magníficos? La palabra de sus pulgares tendría que ser rococó… ¡rococococototo tutu! Dios mío.
Damas. Caballeros. Ssssss. Así son las cosas. Habéis permitido que esas extrañas manos os toquen.