EL RECUERDO MÁS ANTIGUO de Sissy era de un día en que ella tendría tres o cuatro años. Era una tarde de domingo y había estado durmiendo la siesta bajo sábanas de tebeos en un sofá de pelo de caballo del salón. Creyendo que aún seguía dormida, pues no albergaban mala intención, su papá y un tío que estaba de visita, la contemplaban, considerando sus jóvenes pulgares.
—Bueno —dijo al cabo de un rato el tío—, tienes suerte de que no se los chupe.
—No podría —dijo el papá de Sissy exagerando—. Para eso tendría que tener la boca como una pecera.
El tío cabeceó, aprobatoriamente.
—Tal vez la pobrecita tenga problemas para conseguir marido. Pero ya que está en el mundo, es una auténtica bendición que sea una niña. Nunca podría ser un buen mecánico.
—Ya. Ni tampoco neurocirujano —dijo el papá de Sissy—. Claro que podría ser una magnífica carnicera. Podría retirarse en dos años sólo con los recargos.
Riendo, salieron los dos hombres hacia la cocina a llenar otra vez los vasos.
—Otra cosa —oyó decir Sissy a su tío a lo lejos—. Esta jovencita sería una maravilla para el autoestop…
¿Autoestop? La palabra sorprendió a Sissy. La palabra tintineó en su cabeza con un eco sobrenatural, congelada en misterio, haciéndola estremecerse y agitar los tebeos, con lo cual no pudo oír el final de la frase de su tío:
—… si fuera varón, claro.