SISSY HANKSHAW llegó al Rosa de Goma (y, a continuación a las máquinas) como había llegado siempre a todas partes: por solicitación autoestopista. Llegó en autoestop al Rosa de Goma porque el autoestop era su forma habitual de viajar. El autoestop era, en realidad, su forma de vida, una vocación con la que había nacido. Independientemente de la fortuna que sus otros ocho dedos encerraran, sus pulgares la llevaron a muchos tiempos y lugares maravillosos, y la llevaron por último también a los clockworks.
De todos modos, aunque no hubiese estado familiarizada con el pulgar no podría haber llegado al Rosa de Goma sin que alguien la llevase, pues carecía de medio de transporte propio y ningún tren, autobús ni avión pasan cerca del rancho, y no digamos ya de las máquinas del tiempo.
Una mujer llegó en autoestop a una remota región de los Dakotas. Llegó rodando como cesto de melocotones que se hubiese tragado una serpiente saltadora. Sin problema. Ella hacía que pareciese fácil. Tenía carácter suficiente, no digamos pulgares.
Aquella mujer no venía para quedarse. No se proponía dejar más huella en las colinas de Dakota que una chinche acuática en un martini doble. Viajó sin esfuerzo, haciendo girar sus pulgares como hulahups del Cielo. Se proponía marchar del mismo modo.
Pero una cosa son los planes y otra el destino.
Cuando coinciden, se produce el éxito. Sin embargo, no debe considerarse éxito lo absoluto. Es dudoso, en realidad, que el éxito sea una solución adecuada para la vida. El éxito puede eliminar tantas opciones como el fracaso. Hasta cierto punto… Así como había vaqueras políticamente concienciadas que ponían objeciones a la foto en brillo 3x10 de Dale Evans del retrete del Rosa de Goma, basándose en que la señorita Evans era una revisionista, una «llaga de silla» (así decían ellas) en la larga galopada del progreso de las vaqueras, había partes interesadas opuestas a que se identificase a Sissy Hankshaw con el Rosa de Goma, considerando que Sissy no era una auténtica vaquera y que, pese a su amistad con Bonanza Jellybean etc., pese a su presencia durante la revuelta, sólo había participado de forma fugaz y periférica en los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos 160 acres de claro de luna y lápiz labial criminales. Su argumento no carece de peso. Nuestra comprensión de las vidas ajenas está determinada por lo que encontramos de memorable en ellas, y ellas, y esto a su vez lo determinan, no una visión general potencialmente exacta de la personalidad del prójimo, sino más bien la tensión y el equilibrio que existan en nuestras relaciones diarias. Es evidente que el eje en que giraban los intereses cotidianos de Sissy era resultado de su condición física, y así mismo que cualquier impacto memorable o epifánico que esta mujer singular nos ha causado, se produjo en un contexto muy distinto del Rosa de Goma… o al menos, de cómo las propias vaqueras veían el Rosa de Goma. Sin embargo, no se puede negar que Sissy Hankshaw no visitó una vez sino dos el rancho, y aquel lugar que, por allí producirse una medición y una transvaloración simultánea del tiempo, nos vemos obligados a denominar maquinarias de relojería. Estuvo en estaciones distintas y en distintas circunstancias. Pero las dos veces llegó en autoestop.