Amigos perdidos, amigos encontrados
El mostrador de metro veinte de altura rodeaba a los tres compañeros, atrapados por dos lados; había una columna gruesa, que llegaba al techo, a cada extremo de la parte frontal, de dos metros cuarenta. La pared bloqueaba la retaguardia, dejando una pequeña abertura para entrar por detrás, lo bastante ancha para dos goblins o un humano corpulento. Hasta entonces, sólo un enemigo había optado por esa ruta y fue repentinamente ajusticiado por la doncella elfa y su mortífero arco.
Iván y Pikel permanecieron sobre la barra mientras la horda avanzaba, lanzando insultos y levantando los puños, aunque el enemigo no estaba al alcance. Ante la afirmación de Iván sobre que los orcos nacieron sólo para limpiarles los mocos a los ogros, tres de los goblinoides con cara de cerdo cargaron. El primero resbaló con la sopa cuando estaba a punto de saltar a por Pikel; una pierna salió disparada hacia atrás y la otra se elevó en el aire. Se golpeó con fuerza contra la barra, y el tobillo y la pierna acabaron sobre el mostrador. Pikel situó el talón sobre el pie del orco, lo dobló hasta que los dedos tocaron la madera y puso todo su peso encima.
Los orcos que lo seguían tropezaron, pero usaron a su amigo espatarrado como apoyo. Se las arreglaron para tener un precario lugar al que agarrarse mientras chocaban contra el lateral de la barra. El hacha de Iván se hundió en la sien de uno de ellos, pero el otro se las ingenió para desviar el primer garrotazo de Pikel, aunque fue aplastado contra el lateral cuando muchos de sus compañeros, al ver que los intrusos estaban en apuros, cargaron.
—¡No aguantaremos! —gritó Shayleigh.
—Tú sólo dedícate a los arqueros —respondió Iván al mismo tiempo que resoplaba con cada palabra mientras soltaba hachazos a lo loco para mantener a raya a la repentina multitud—. ¡Yo y mi hermano trataremos con la chusma!
Shayleigh miró con impotencia su carcaj casi vacío. Dirigió la mano hacia la espada corta cuando un soldado llegó por la abertura, pero la elfa se dio cuenta de que no podía perder tiempo en el combate cuerpo a cuerpo. Lamentó gastar una flecha, pero disparó al hombre con la esperanza de que esa muerte evitaría que los demás enemigos usaran la misma ruta.
La barra se inclinó de pronto cuando un ogro impactó contra la zaga de la turba, y Shayleigh pensó que se iba a partir en dos, que acabaría aplastada contra la pared si los monstruos seguían empujando.
Sus acciones estaban dirigidas por el puro terror. Se volvió para tener el mostrador delante y clavó una flecha en la cara del ogro. Cayó hacia atrás, y la barra volvió a encajar en sus abrazaderas. Al sentirse insegura, la doncella elfa se subió a una estantería de la pared trasera, una posición que le ofrecía una mejor vista de la zona más allá de la primera línea.
Un hombre se sujetó en la barra con las manos y un pie, y empezó a subir; pensaba que los enanos estaban demasiado ocupados para detenerlo. De pronto, el hacha de Iván le partió la columna, aunque el enano se llevó un virulento golpe en la cadera por la distracción. Hizo una mueca de dolor, lo apartó con un gruñido y arremetió contra un atacante goblin. La poderosa hacha hizo pedazos la lanza con la que se escudó, y atravesó la cara de la criatura.
Iván no pudo deleitarse en lo que acababa de hacer, ya que la presión de las espadas y las lanzas, armas de asta de crueles hojas, y las dagas no aflojó. El enano resbaló y saltó, esquivó y detuvo, y de vez en cuando se las componía para soltar un ataque.
De improviso, surgió una flecha que se hundió en la barba rubia de Iván. Las oleadas de dolor le dijeron que también le había hecho un corte en el mentón.
—¡Te dije que te encargaras de los arqueros! —le gritó enfadado a Shayleigh, pero su airada protesta quedó en el aire cuando miró en la dirección de donde había venido la flecha; vio al enemigo muerto en el suelo, con una flecha élfica clavada en la frente—. No importa —acabó el humillado enano.
Iván saltó cuando una espada cortó a baja altura y dio un pisotón atrapando el arma bajo la bota. Lanzó una patada, le partió la mandíbula al hombre y lo arrojó de vuelta a la multitud, aunque otros dos tomaron su lugar, y una vez más Iván estuvo en apuros.
A Pikel le iba un poco mejor. El enano mató a tres, pero sangraba por varios sitios, y una de las heridas era bastante seria. Su garrote iba de un lado a otro, pero intentó olvidar el cansancio de sus brazos musculosos. La situación era desesperada.
Se agachó hacia la izquierda, y desvió con un golpe una lanza que embestía, pero una espada se escabulló detrás del garrote, alcanzó algo que había en la manga, y luego, lo atravesó y consiguió hacerle un corte en el antebrazo.
—¡Au! —chilló el enano de barba verde, que apretó el brazo contra el costado.
El dolor de Pikel desapareció en un momento, reemplazado por el pasmo, cuando la mitad superior de su serpiente cayó sobre la barra.
—¡Oooooo! —gimió Pikel, que de pronto dio unos saltitos con las piernas—. ¡Ooooooo!
El que llevaba la espada arremetió, pero Pikel agarró el arma con la mano libre y la arrojó a un lado, inconsciente de los cortes que se hacía en la mano desnuda. El otro brazo de Pikel salió disparado hacia adelante, y el extremo del garrote chocó contra la cara del atacante. Pikel asió el arma con ambas manos y la abatió tres veces en una sucesión rápida, y empujó al hombre hacia el suelo.
Luego, el enano soltó un revés que arrojó a un goblin, que trataba de subir a la barra, unos metros más allá. El pesado garrote se movió a uno y otro lado, aplastó armas, rompió brazos, con una furia inexorable; ninguna defensa resistió el asalto del enano.
—¡Ooooooo!
Un ogro apartó a hombres y orcos para cargar contra la barra. Saltó con valentía, con desatino. Pikel le aplastó la rodilla, dio una vuelta completa y volvió a golpearle en el pecho mientras caía, de manera que lo lanzó de vuelta sobre la turba. Con los enemigos alejados debido al ogro espatarrado, el enfurecido enano saltó de lado.
—¡Ooooooo!
Un espadachín embistió a Iván, pero Pikel aplastó el codo del hombre contra el borde de la barra antes de que el arma consiguiera acercarse.
—¡Eh, era mío! —protestó Iván, pero Pikel, sin escucharle, continuó con los gemidos y los garrotazos.
El siguiente tortazo partió el cuello del hombre, pero el enano continuó la trayectoria del revés, alcanzó a Iván y lo lanzó detrás de la barra.
Pikel no era consciente de que estaba solo. Todo lo que veía era su serpiente muerta, de la que se había hecho amigo. Corrió de un lado a otro junto a la barra. No mostraba cansancio en las piernas ni dolor en sus muchas y crecientes heridas; sólo degustó la dulce venganza mientras devolvía los golpes, que abrumaron, a la indecisa multitud.
—¡Necesitamos más apoyo delante! —aulló Iván, enfadado, cuando Shayleigh lo ayudó a ponerse en pie.
—¿Flechas? —aclaró Shayleigh al señalar el carcaj vacío y el único proyectil que tenía preparado en el arco.
Iván extendió los brazos y se arrancó la flecha de la cara.
—Aquí tienes otra —explicó el enano en tono sombrío.
Iván dio una sacudida repentina, extraña, y luego pasó la mano por encima del hombro y sacó otro proyectil.
Los ojos de Shayleigh expresaron terror cuando miró más allá del enano. El enemigo había puesto una mesa de modo que algunos arqueros pudieran disparar por la abertura de la barra. Levantó el arco de inmediato y disparó; aunque alcanzó la madera de la mesa volcada, obligó a los arqueros enemigos a parapetarse detrás.
—¡Te conseguiré algunas flechas! —aulló Iván mientras se volvía para observar la escena. El enano salió a toda velocidad. Un arquero levantó la cabeza para disparar, pero perdió el control cuando el rugiente enano se acercó, y el tiro se perdió sin causar daño.
Iván centró su atención hacia adelante. Bajó la cabeza y golpeó la pesada mesa con todas sus fuerzas; volvió a ponerla de pie y acabó sobre ella.
Los tres estupefactos arqueros que estaban debajo levantaron la mirada. No descubrieron lo vulnerables que eran con la mesa sobre sus cabezas hasta que una flecha mató a uno de ellos.
Dos pares de ojos se posaron en Shayleigh. Los dos hombres se sintieron aliviados cuando un goblin pasó ante ellos e interceptó sin advertirlo el siguiente disparo de la elfa, lo que le costó la vida.
Iván bajó por detrás de la mesa y cargó de cabeza hacia los hombres; la parte plana del hacha alcanzó la sien de uno de los arqueros que quedaba. El otro se esforzó por sacar una daga y la aprestó antes de que el enano se enderezara y utilizara el hacha. Pero Iván soltó el arma, se revolvió y agarró los lados de la cabeza del enemigo que quedaba.
La daga le hizo un corte en el hombro, pero soltó un gruñido, y empujó hacia arriba la cabeza del hombre, que se incrustó bajo el mueble. El enano continuó haciendo fuerza, afianzó los pies en el suelo y los hombros en la mesa, y empujó con todas sus fuerzas. Se agachó cuando el mueble se levantó un palmo, y luego descendió, pero mantuvo la cabeza del enemigo en alto.
—Apuesto a que duele —murmuró el enano cuando la mesa impactó y el hombre hizo una mueca de dolor.
El hombre estaba sentado, con las piernas dobladas, y los ojos todavía cerrados. De todos modos, Iván le dio un puñetazo en la cara, para apartarlo de en medio. Luego el enano recogió el hacha y los carcaj más cercanos, y salió corriendo de debajo de la mesa, de vuelta a la barra. Un virote de ballesta se hundió en su pantorrilla, y cayó de bruces, pero se puso en pie de un salto, y siguió a la carrera, mordiéndose los labios para apartar el lacerante dolor.
Shayleigh tuvo que darse la vuelta y lanzar la tercera, y última flecha, a la cara de un orco que se escabulló por el extremo más alejado de la barra, a fin de evitar el duradero frenesí de Pikel. Cuando la doncella elfa se volvió en dirección a Iván, se encontró de cara con otro goblin. Desesperada y, sin tiempo para sacar la espada, Shayleigh dio un golpe de través con el arco para rechazar a la criatura.
—Estás muerta —prometió el goblin, pero Shayleigh sacudió la cabeza y se permitió sonreír al ver cómo un hacha de doble hoja se levantaba detrás de la cabeza de la criatura.
Iván tropezó con el goblin cuando pasó por encima.
—¡Aquí están tus flechas! —gritó al tenderle a Shayleigh tres aljabas casi llenas, pero no tuvo tiempo de oír la respuesta; se dio media vuelta y desvió una lanza con el hacha.
También Shayleigh se volvió. Al mismo tiempo, disparó por encima del mostrador sin descanso mientras la presión se generalizaba en los tres frentes.
—¡Serpiente muerta! —gritó Iván repetidas veces para azuzar a su frenético hermano—. ¡Serpiente muerta!
—¡Ooooooo! —gimió Pikel, y aplastó otro enemigo.
Pero Shayleigh sabía que necesitarían algo más que la furia de Pikel y las dos veintenas de flechas que Iván le había dado para resistir. Sus brazos se movieron deprisa; disparó al flanco y al lado de Pikel, los dos disparos alcanzaron un blanco, aunque cada uno abrió un hueco que ocupó un nuevo enemigo.
—¡Bonaduce! —dijo Danica mientras se dirigía a la pared y saltaba hacia la niebla arremolinada, pero se golpeó con fuerza contra la pared y cayó al suelo de la habitación, atontada.
Rodó con una pirueta defensiva, al sentirse vulnerable y traicionada. Dorigen se había librado de Cadderly, y aún sostenía la varita. Danica dio un salto mortal y se puso en pie a más de medio camino de la maga, que permanecía sentada.
—La contraseña era Bonaduce —denunció Danica.
—Sólo aquellos que Aballister designa pueden entrar en sus aposentos —explicó Dorigen con calma—. Quería ver a Cadderly. Al parecer, no estabas incluida.
Danica hizo un movimiento brusco con el brazo, y una de sus dagas voló hacia Dorigen. El arma echó chispas cuando impactó contra un escudo mágico y fue a parar al suelo junto a la mujer, que al instante apuntó la varita hacia Danica y levantó la otra mano, advirtiéndole que se quedara donde estaba.
—Traición —resolló Danica, y Dorigen sacudió la cabeza cuando la chica pronunció la palabra—. ¿Crees que me matarás con esa varita? —preguntó Danica, que empezaba a rodearla, con pasos medidos, un equilibrio perfecto y las piernas flexionadas para saltar.
—No quiero intentarlo —replicó Dorigen con sinceridad.
—Un conjuro, Dorigen —gruñó Danica—. O un intento con la varita. Eso es lo que conseguirás.
—No deseo intentarlo —repitió la mujer, más resuelta, y para reafirmar sus intenciones, Dorigen dejó caer la varita sobre la mesa.
Danica se enderezó un poco, con una genuina mirada de perplejidad.
—No te miento —explicó la maga—. Ni engaño a Cadderly para que vaya a algún lugar al que no deba ir.
Daba a entender que creía en el destino. Danica no estaba tan convencida como Dorigen. Creía en el poder del individuo, en la elección de éste, y no en un camino predestinado.
—Es probable que Aballister me castigue por dejar que el joven clérigo pase —continuó Dorigen ante la expresión de duda de Danica—. Esperaba que matara a Cadderly, o que al menos agotara sus poderes mágicos. —Rió entre dientes y apartó la mirada.
Danica se dio cuenta de que podía saltar sobre el escritorio y estrangular a Dorigen antes de que la maga pudiera reaccionar. Pero no se movió, sujeta por la continua nota de sinceridad en la voz de la maga.
—Aballister pensó que el espíritu maligno, la personificación malvada del Ghearufu, acabaría con la amenaza al Castillo de la Tríada —prosiguió Dorigen.
—El espectro que mandasteis tras nosotros —acusó Danica.
—No es así —respondió Dorigen con calma—. En un principio, Aballister envió a los Máscaras de la Noche a Carradoon para matar a Cadderly, pero la vuelta del espíritu fue pura coincidencia; afortunada en lo que concierne a Aballister.
»No sabía que Cadderly vencería a ese espíritu —continuó Dorigen, y de nuevo mostró esa curiosa sonrisa—. Pensó que la tormenta os destruiría a todos, y así tenía que suceder, pero Aballister no sabía que estabais lejos del Lucero Nocturno en ese momento. Desde luego, se habría asustado si se hubiera enterado de que Cadderly vencería al viejo Fyren después de hechizar al dragón.
Danica casi cayó de culo. Sus ojos exóticos se abrieron como platos.
—Sí, observé el combate —explicó Dorigen—, pero no le hablé de ello a Aballister. Quería que la sorpresa fuera completa cuando Cadderly llegara tan pronto al Castillo de la Tríada.
—¿Es penitencia? —preguntó Danica.
Dorigen bajó la mirada hacia su escritorio y sacudió la cabeza despacio. Los dedos recorrieron sus largos cabellos negros y canosos.
—Supongo que se debe a mi pragmatismo —dijo al mismo tiempo que levantaba los ojos hacia Danica—. Aballister ha cometido muchos errores. No sé si vencerá a Cadderly, o a ti, o a tus amigos. Incluso si triunfamos, ¿cómo conquistaremos la región con nuestro ejército hecho pedazos?
Danica descubrió que creía en las palabras de la mujer. Eso la volvió más precavida, y temió que Dorigen le hubiera lanzado algún hechizo.
—El cambio de papeles no te excusa de tus actos en el pasado —apuntó en tono hosco.
—No —convino Dorigen sin dudarlo—. Ni lo llamaría un cambio de papeles. Veamos quién vence allí. —Señaló la niebla de la pared—. Veamos adónde nos lleva el destino.
Danica sacudió la cabeza con incertidumbre.
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? —preguntó Dorigen con aspereza, y dado el cambio de tono, la ágil luchadora se agachó en una postura amenazante.
—¿De qué estás hablando? —exigió Danica.
—¡Son padre e hijo!
El grito que dio Dorigen como respuesta le arrancó la fuerza de las rodillas. Resultó un golpe tan inesperado que fue incapaz de responder.
Iván se destacó como el mejor de los tres cuando el combate en el comedor se tornó más duro. En la estrecha abertura de la barra, el fornido enano y su formidable hacha formaron una barrera impenetrable. Los monstruos y los humanos se abalanzaban sobre él a pares, pero eran incapaces de superar su furiosa defensa. Y aunque estaba herido de gravedad, empezó a entonar un canto de batalla enano; se concentró tanto que no se permitió sentir el dolor y que las heridas lo debilitaran.
A pesar de todo, la inexorable presión de los enemigos impedía que Iván ayudara a su hermano, o a Shayleigh, que necesitaban apoyo. Lo mejor que podía hacer el enano barbirrubio era gritar «¡serpiente muerta!» una y otra vez para aumentar la furia de Pikel.
Shayleigh mató al primer hombre que intentó pasar por encima del mostrador, y alcanzó al siguiente adversario, un bugbear, con cuatro flechas en rápida sucesión; cayó muerto antes de que consiguiera subirse a la barra. Luego, Shayleigh disparó a un lado, entre las piernas de Pikel, e impactó en la cara de un orco. Después se volvió cuando otro enemigo, un goblin, se subió a la barra.
Le disparó en el pecho, derribándolo de modo que quedó sentado. Volvió a alcanzarlo y extinguió la luz de sus ojos.
Los goblins que siguieron a esa víctima demostraron ser más listos de lo normal, pues el goblin muerto no cayó al suelo. Mientras usaban su cuerpo muerto como escudo, el siguiente goblin de la fila se subió a la barra. De todas formas, Shayleigh lo consiguió; le clavó una flecha en el ojo cuando asomó la cabeza por encima del hombro de su camarada muerto, pero la premura con la que las dos criaturas cayeron de la barra dio al siguiente vía libre hacia la doncella elfa.
Sin tiempo para preparar una flecha, Shayleigh asió la espada por instinto. Dio un golpe con el arco, y desvió la arremetida de la lanza, y apenas pudo inclinar la espada corta cuando el goblin embistió y acabó empalado.
Shayleigh dio una sacudida y el cuerpo muerto cayó a un lado, y lanzándolo al suelo, liberó la espada; su excelente filo brillaba con ferocidad gracias a los encantamientos élficos. No tuvo tiempo de levantar el arco, y sabía que no tendría oportunidad de usarlo de nuevo en ese combate. Lo dejó caer al suelo, cargó y se encontró al siguiente adversario antes de dejar atrás la barra.
El goblin estaba desequilibrado; justo empezaba el salto hacia el suelo cuando Shayleigh lo pilló. Su espada dibujó un corte, apartó a un lado las defensas del goblin y luego invirtió el golpe. Antes de que el goblin pudiera recuperarse, Shayleigh hincó la espada, que abrió un corte limpio en la garganta de la criatura. Usó sus hombros como trampolín mientras se desplomaba y saltó hasta la barra al mismo tiempo que el siguiente soldado enemigo. El hombre no se esperaba el movimiento y fue empujado hacia atrás para caer sobre la multitud, y dejó libre a Shayleigh, que derribó al ogro que venía después.
Lo mató limpiamente, pero una lanza descendió por encima de su hombro cuando se inclinó para atacar.
Shayleigh se enderezó y trató de mantener la concentración a pesar de la repentina sacudida y la agonía. Vio que el arma le colgaba de la cadera; vio cómo un hombre agarraba su extremo. Si se las arreglaba para retorcer el asta…
Shayleigh golpeó la lanza con la espada justo bajo la punta. El excelente filo del arma élfica cortó la madera, pero la estremecedora sacudida hizo que estuviera a punto de desmayarse. Resistió gracias a su terquedad, obligándose a realizar las rutinas de ataque más familiares para mantener a raya a los enemigos hasta que las oleadas de mareos pasaran.
—¡Oooooo!
El garrote giró ante la expresión estupefacta de un ogro. El gigantesco ser hizo un barrido con la mano e intentó agarrar la curiosa arma, pero para entonces el garrote desapareció, elevado por encima de la cabeza del enano.
—¿Du? —preguntó el ogro estúpido.
El garrote se descargó sobre su cráneo.
El ogro sacudió la cabeza. Sus gruesos labios se bambolearon haciendo ruido. Levantó la mirada para ver qué lo golpeó, y miró hacia arriba y siguió. Su mirada continuó hasta el techo, hasta que perdió el equilibrio y cayó de espaldas, aplastando a cuatro camaradas más pequeños que él.
Una espada se hundió en la cadera de Pikel, y éste hincó la rodilla; entonces vio con más claridad su pobre serpiente muerta. Su garrote salió disparado de lado a lado, echó a un costado la cabeza del espadachín y le rompió el cuello.
—¡Ooooooo!
Pikel se levantó en un instante, con renovada furia. Derrapó en dirección contraria, defendiendo una brecha potencial, y luego volvió a toda velocidad, haciendo tropezar a un goblin que subía. La criatura se desplomó de espaldas y se golpeó la barbilla, que quedó sobre el borde del mostrador.
Ésa no era una buena posición con el garrote de Pikel en pleno descenso.
Pero ¿cuánto duraría Pikel? El enano, a pesar de toda su rabia, no podía negar que sus movimientos empezaban a ser más lentos, que la presión de los enemigos no disminuía, que llegaban dos soldados por cada uno que mataban. Y estaban todos heridos, todos sangraban, y se encontraban cansados.
De pronto, al otro lado del comedor, cerca de la puerta, un humano salió volando por los aires, por encima del hombre que estaba a su espalda; agitaba los pies y los brazos con impotencia. Pikel echó una ojeada en esa dirección cuando tuvo oportunidad, justo a tiempo, de ver cómo una espada enorme brotaba con violencia del pecho del ogro. Con una fuerza más allá de lo que el enano nunca había visto, el atacante del ogro levantó la espada, atravesó el pecho y la clavícula del ogro, y el arma salió por la sien de la criatura muerta. Un brazo gigantesco dio un tortazo que alcanzó el hombro del ogro con la fuerza suficiente para lanzarlo cabeza abajo.
Y Vander… ¡Vander! Avanzó con dificultad. Sus fieros barridos acababan con los enemigos a pares.
—¡Oo oi! —gritó Pikel, y señaló en dirección a la puerta.
Shayleigh también advirtió al firbolg, y aquello renovó sus esperanzas y su furia. Enzarzada con un orco sobre el mostrador, soltó un puñetazo con la izquierda, alcanzando la mandíbula de la criatura. Hizo una finta con la espada, descargó otro puñetazo, y luego un tercero.
El orco se tambaleó; apenas mantenía el equilibrio sobre el borde de la barra. De algún modo bloqueó la rapidísima estocada de Shayleigh, pero la patada le alcanzó el pecho de lleno, y lo lanzó al suelo.
—¡Vander ha vuelto! —gritó de manera que Iván también pudiera saberlo, y se lanzó hacia el mostrador delantero de la barra, se agachó y propinó un tajo para rechazar al que sería su próximo atacante.
—¡Ese maldito anillo! —aulló Iván ante la cara del hombre al que se enfrentaba.
El enano se refería al anillo mágico de regeneración que llevaba Vander, que una vez, —y entonces, por lo que parecía— había devuelto la vida al firbolg.
Las carcajadas descontroladas de Iván dejaron helado al hombre. El enano levantó el hacha, y el sorprendido soldado reaccionó lanzando el arma hacia arriba.
Iván aflojó una mano y la otra la bajó hasta el extremo de la empuñadura del hacha, golpeando la cara del hombre. Éste retrocedió, atontado, e Iván lanzó el arma al aire, y con un movimiento fluido, la agarró con ambas manos por la empuñadura y realizó un tajo en diagonal, que cortó el hombro del soldado.
Cerca del centro del comedor, un lancero hincó la punta de su arma en la cadera del firbolg, con la mala fortuna de que sólo le hizo un rasguño. Vander se retorció y soltó una patada, su pesada bota alcanzó el abdomen del hombre, subió hasta las costillas y lo lanzó a casi cinco metros. Vander se dio media vuelta, puso todo el ímpetu en el tajo descendente de la espada y partió a un goblin en dos.
El espectáculo fue demasiado para los compañeros del goblin más cercanos. Huyeron del comedor entre aullidos de terror.
Demasiados enemigos se lanzaron hacia Vander cuando siguieron los pasos de los goblins. Un ogro se precipitó hacia él; el garrote golpeó en su pecho. Vander ni se inmutó, pero sonrió con malicia para demostrarle a su enemigo que no estaba herido.
—¿Du?
—¿Por qué siguen diciendo eso? —se preguntó el firbolg, y la espada le cortó la cabeza del sorprendido ogro.
Para los compañeros, que seguían sobre la barra, los pasos de Vander se parecían a un barco que hendía las olas en un mar embravecido. Lanzaba a hombres y goblins por los aires y, mientras avanzaba, dejaba un reguero de sangre y cuerpos destrozados. Llegó al mostrador en apenas un minuto, partiendo en dos las fuerzas enemigas. Pikel se acercó a él, y juntos hicieron espacio en un flanco para que Iván pudiera unirse a ellos.
Para cuando llegaron hasta Shayleigh, estaba sentada sobre el mostrador, recostada en la columna. Los enemigos que quedaban huían gritando por los pasillos.
Vander recogió a la doncella herida, acunándola con un brazo.
—Debemos largarnos de este sitio —dijo el firbolg.
—Volverán —convino Iván.
Miraron a Pikel, que extraía con delicadeza la mitad inferior de la serpiente de la manga desgarrada, murmurando su típico «oooo» a cada centímetro que salía.