Cautela enana
Debemos movernos con sigilo —puntualizó Shayleigh a sus compañeros enanos, cosa que a ella le parecía una precaución evidente.
No obstante, Shayleigh pronto llegó a comprender que su definición de moverse con cautela era, al parecer, muy diferente de la de Iván y Pikel. Las pisadas de las botas de Iván reverberaban en las paredes de piedra, y las sandalias de Pikel palmeaban dos veces —una contra el suelo y otra contra el pie— a cada paso que daba.
Vagaron por varios pasillos largos y oscuros. La única luz venía de las antorchas espaciadas que colgaban de los candelabros de hierro de las paredes. Doblaron una esquina, pasaron bajo una arcada y encontraron las paredes cubiertas de fuentes, llenas de una sustancia clara y acuosa.
Iván, que necesitaba algo refrescante, se paró y se dirigió a beber un poco, pero Pikel le apartó la mano de un bofetón, y meneó un dedo delante de la cara de sorpresa de su hermano.
—Uh-uhhh —imploró el enano de barba verde, y dio un salto y agarró una antorcha de un candelabro.
Pikel toco el líquido con el fuego mientras seguía agitando el dedo bajo el brazo. El líquido siseó y chisporroteó, y se levantó una nube gris venenosa que obligó a Iván a taparse la nariz. Pikel sacó la lengua y murmuró: «Ecs».
—¿Cómo lo sabía? —le preguntó Shayleigh a Iván cuando se alejaron del área apestosa.
—Deben ser cosas de los druidas —dijo Iván mientras se encogía de hombros.
—¡Du-dad! —convino Pikel.
—Sí, du-dad —murmuró Iván—. O sabía que este lugar es de Talona, y Talona es la diosa de la ponzoña.
—Jee, jee, jee.
El astuto Pikel no reveló el secreto. Siguió a los otros dos mientras reía entre dientes.
Al doblar una esquina, encontraron un grupo de enemigos que los esperaba.
Shayleigh disparó el arco entre las dos cabezas de los enanos que cargaban, alcanzó al orco que los lideraba en el pecho y lo mató.
—¡Rana! —gritó Iván en referencia a un juego que él y su hermano acostumbraban a practicar.
Pikel se precipitó hacia adelante y se inclinó hacia el siguiente orco destacado, e Iván saltó desde atrás y se montó a horcajadas sobre los hombros de su hermano. Pikel cayó hacia adelante, enganchó los pies de Iván y convirtió el impulso recto de su hermano volador en un arco descendente.
El orco se quedó pasmado, sin apenas defensas, y el hacha de Iván se hundió en su cráneo. Atravesó la cabeza de la estúpida criatura de modo que pareció que iba a partirlo en dos.
El movimiento dejó a los dos enanos echados por el suelo, con varios enemigos en pie e ilesos, aunque después de presenciar cómo de un camarada casi hacían dos ninguno de ellos tenía demasiadas ganas de cargar. Con una clara línea de fuego entre ellos y Shayleigh, su vacilación no fue algo atinado.
La doncella elfa puso el arco a trabajar sin apenas escoger un blanco; disparó a la masa de cuerpos enemigos.
Unos pocos segundos, y unas pocas flechas, más tarde, lo que quedaba de la banda enemiga huía a todo correr.
—Ahora moveos con sigilo —les instruyó Shayleigh con los dientes prietos.
—¡Sigilo! —respingó Iván con incredulidad—. ¡Yo digo que atraigamos a la maldita caterva!
—¡Oo oi! —gritó Pikel.
Los hermanos se volvieron hacia Shayleigh al unísono para descubrir a la doncella elfa con la espalda pegada a la pared de la esquina y el arco levantado mientras miraba detrás de ellos.
—Puede ser que consigas lo que deseas —explicó—. Goblins, encabezados por un ogro.
Iván y Pikel se precipitaron hacia la esquina para unirse a ella e hicieron un gesto de asentimiento, como si ya hubieran acordado cómo encarar el siguiente combate. Iván se encorvó, y esa vez Pikel se subió sobre sus hombros, se apoyó en la pared con una mano en alto y los dedos agarrados a la esquina, a plena vista de la fuerza que se acercaba.
Iván le hizo gestos a Shayleigh de que se apartara unos pasos.
El ogro rodeó la esquina esperando encontrarse, por la mano de Pikel, con un enemigo alto. Pikel desmontó cuando el monstruo dobló la esquina, el garrote golpeó la pared vacía sin causar daño.
El tajo del hacha de Iván se hundió en el muslo de la pierna adelantada, cortando músculos y tendones.
Incapaz de detener su ímpetu, el ogro herido continuó el giro, y le mostró la espalda a Shayleigh. Mientras seguía andando hacia atrás, se convulsionó dos veces en una rápida sucesión cuando las flechas se hundieron entre los omóplatos, y luego tropezó, para caer de espaldas. Una flecha se partió por el enorme peso, pero la otra, se hundió, atravesó al corpulento monstruo, su corazón, y acabó sobresaliendo por el pecho.
En ese momento los goblins, que estaban a dos pasos del ogro, doblaron la esquina y descubrieron que su líder había muerto.
El goblin que iba en cabeza no tuvo tiempo de registrar la escena. Pikel, agachado en la esquina, golpeó con el garrote de través, aplastando espinillas y desparramando a dos enemigos; justo a los pies de Iván. El enano barbirrubio soltó unos tajos con el hacha y acabó deprisa la faena.
El resto de los goblins, con su típica lealtad, se dieron la vuelta y huyeron.
—Volverán desde la entrada —dijo Shayleigh en tono sombrío.
—Sí, y los estúpidos goblins sabrán del combate y volverán por el otro lado. ¡Probablemente un centenar de los suyos! —acordó Iván.
—Conseguirás tu deseo —respondió la elfa—. Todas las fuerzas del Castillo de la Tríada nos cercarán pronto.
Shayleigh se movió hacia la esquina y miró; luego corrió hacia adelante y oteó con atención tan lejos como pudo, con la esperanza de encontrar un pasillo lateral, algo que pudiera alejarlos de esa zona.
Pikel, que ya comprendía la situación, hizo oídos sordos a la conversación. De rodillas, gateó junto a la pared, y golpeó piedras que sobresalían con la frente.
—¿Qué está haciendo? —inquirió Shayleigh, desanimada ante las cosas ridículas que hacía el enano.
Mientras hablaba, Pikel presionó con la frente una de las rocas. Se volvió hacia Iván, sonriendo de oreja a oreja, y chilló.
—¡Ése es el camino! —aulló Iván, arrodillándose junto a su hermano, los dos escarbaban con los dedos en los bordes de una piedra.
—Siempre ponen túneles secretos al lado del pasillo —explicó Iván ante la expresión de duda de Shayleigh—. Drena el agua en caso de inundación.
El oído agudo de la elfa captó sonidos de pasos que se acercaban desde ambas direcciones.
—Deprisa —imploró a los enanos.
Shayleigh corrió hacia la pared y recogió una antorcha. Se apresuró a doblar la esquina para llegar tan lejos como pudiera; luego dio media vuelta y volvió por donde había venido, hundió la antorcha en todas las fuentes por las que pasó y sacó las demás teas. Todo el pasillo a su espalda se llenó pronto de una nube nociva de color gris, llenándolo de una oscuridad humeante. Por entre la bruma vio los puntos rojos de los ojos de los goblins, que usaban la infravisión.
—Tercos —murmuró, y volvió a doblar la esquina, en dirección contraria, para repetir el procedimiento.
En el momento en que llegó hasta los enanos, los enemigos se acercaban por ambas direcciones. Un goblin sacó la cabeza por la esquina, y luego se desplomó con una flecha en el ojo.
—¡Apresúrate! —susurró Shayleigh con dureza mientras tosía debido al humo venenoso.
—¡Eso, tú! —respondió Iván con un gruñido.
Tiró de la doncella elfa hasta el suelo y prácticamente la embutió a través del agujero, que descendía por un tobogán enlodado. Pikel entró después, sonriente, y dejó su garrote y el hacha de Iván en la cuesta que había a sus espaldas.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Shayleigh.
Pikel se puso un dedo rechoncho sobre los labios.
—¡Ssssh! —susurró.
Iván atravesó el pasillo y apoyó la espalda en la esquina, cerrando los ojos de modo que el brillo rojo de la infravisión no lo delatara. A su espalda, los goblins se movieron, arrastrando los pies.
La hueste enemiga se acercó desde la otra dirección.
—¡Más de los que piensas! —rugió Iván en la lengua goblin, un idioma chirriante y lleno de graznidos.
Aquellos que estaban junto al enano miraron con atención entre los gases tóxicos y sacaron las armas.
—¡Cargadlos! ¡Matadlos! —aulló Iván.
La llamada fue repetida por muchos goblins mientras la horda se precipitaba hacia las fuerzas que se acercaban. En un instante de confusión, los dos grupos se juntaron; pensaban que los otros eran los intrusos que habían penetrado en el Castillo de la Tríada.
Iván caminó tranquilamente hasta situarse frente al túnel secreto. Pikel le tendió una mano, pero Iván vaciló, disfrutando de la batalla. Al final, Pikel perdió la paciencia y extendió las dos manos, agarró a Iván por los tobillos y tiró de él, arrastrándolo hasta el túnel.
Pikel trepó por encima de su hermano, que estaba boca abajo, y salió del túnel lo suficiente para recuperar el bloque y volverlo a situar en su lugar. Entonces era el enano de barba verde el que vacilaba, cautivado por el combate, y sonrió cuando una cabeza cortada de goblin se acercó rebotando. Sin perder la oportunidad de devolvérsela, Iván agarró a Pikel por los tobillos y lo arrastró por el barro.
Poco después, los tres amigos encontraron una salida del túnel por el que reptaban hacia otro pasillo a la suficiente distancia del combate. Iván y Pikel encabezaron la marcha. Sus caras llenas de barro mostraban determinación.
Durante los minutos que siguieron, Shayleigh sacudió la cabeza con incredulidad mientras los enanos vagaban por el complejo y abatían todo aquello que se encontraban por el camino, incluidos unos pocos goblins sorprendidos. Aunque Shayleigh no les dijo que fueran sigilosos. Sabía que la huida era un respiro temporal, que no importaba lo cautelosamente que avanzaran; tarde o temprano se enfrentarían a una defensa organizada.
Entonces, la elfa sonrió, contenta de estar junto a los pétreos Rebolludo. Ya había visto a los hermanos actuar así en las batallas de Shilmista.
«Deja que venga el enemigo —decidió—. ¡Deja que se enfrente al ansia de batalla de los enanos!».
Iván y Pikel bajaron el ritmo y se tornaron un poco más silenciosos cuando se acercaron a una escalera, que se alzaba más allá de un cruce de pasillos anchos. Era un lugar perfecto para una emboscada. Oyeron que alguien cantaba en las escaleras; era la voz atronadora de un gigante. El pasillo que estaba a sus espaldas y los dos laterales parecían vacíos, por lo que avanzaron lentamente y cruzaron la intersección.
—Subamos rápidamente —fue la única explicación que Iván le ofreció a Shayleigh, y con un guiño dirigido a su hermano, los dos enanos se pusieron en marcha, usando la voz estrepitosa para cubrir sus sonoras pisadas en las escaleras de madera.
Shayleigh, nerviosa, miró a su alrededor; pensó que era una situación peligrosa, aunque oyó cómo los enanos rugían de alegría, y los golpes del hacha de Iván y el garrote de Pikel alcanzaban las piernas del gigante. En ese momento el suelo entero tembló: el coloso cayó escaleras abajo.
Shayleigh pensó en lanzar una flecha al monstruo, pero oyó cómo los tres pasillos a su espalda se llenaban con rapidez de soldados enemigos. Se dio media vuelta y lanzó la flecha hacia la creciente masa sin mirar si alcanzaba a alguien.
El gigante, aunque estaba vivo y muy enfurecido, se encontraba boca arriba; la cabeza miraba a Shayleigh y los pies estaban en las escaleras más altas. Forcejeó para enderezarse, pero su volumen llenaba los escalones, no demasiado anchos, y en esa posición complicada, con las dos piernas heridas, su intento resultó inútil.
Shayleigh sacó la espada corta y saltó al frente; dejó atrás la cara del monstruo, aunque estuvo a punto de tropezar con la enorme nariz. El gigante la agarró con las manos, pero las esquivó y le hizo un corte a una cuando se acercó demasiado. El coloso levantó una pierna descomunal, que formó una barrera de carne, pero Shayleigh hundió la espada en el grueso muslo, y la barrera desapareció. Mientras dejaba atrás el enorme torso, la elfa vio cómo Pikel, que iba en dirección contraria, cargaba contra la única pierna levantada.
Shayleigh soltó un grito al pensar que Pikel acabaría sin duda aplastado, pero el enano ya estaba encajado, entre las escaleras y el enorme trasero del gigante.
Un enjambre de enemigos llegó hasta el pie de las escaleras. Algunos se encaramaron para subir encima del gigante, y otros sacaron los arcos y tomaron como blancos a Shayleigh y a Iván mientras éste se dirigía en pos de la elfa.
La serpiente de Pikel mordió al gigante en el mullido trasero, y la predecible sacudida del monstruo le dio al enano el impulso que necesitaba. Al mismo tiempo que aseguraba el hombro, el fuerte enano se levantó y soltó un gruñido, empujó al coloso hasta apoyarlo sobre los hombros y levantó un muro de carne entre ellos y sus enemigos. El gigante gruñó varias veces mientras interceptaba las flechas, y entonces, mientras las rechonchas piernas de Pikel empujaban sin descanso, se desplomó, y quedó encajado en la baja y estrecha entrada de la escalera.
Pikel le dio una palmadita en la cabeza a la serpiente y se la volvió a meter en la manga. Luego se dirigió hacia sus amigos y recuperó el garrote de manos de Iván.
Shayleigh volvió a sacudir la cabeza.
—¿Más fuerte de lo que creías, o no? —preguntó Iván a la vez que tiraba de ella.
No encontraron enemigos en la parte alta de las escaleras, e Iván y Pikel se pusieron de inmediato uno al lado del otro y reanudaron la carga. Shayleigh no oyó más sonidos que el eco de las pisadas de las sandalias y las botas de los enanos, y aunque el hecho le produjo cierto alivio, se dio cuenta de que la carga a ciegas, a través del complejo, no les llevaría a ninguna parte.
Al final Shayleigh logró detener la alocada carrera de los enanos recordándoles que debían resolver el laberinto de túneles y encontrar a Cadderly y a Danica.
Cuando los enanos se tranquilizaron, oyeron un ruido, un murmullo general, que provenía de un pasillo a la izquierda. Shayleigh estaba a punto de susurrar que debían avanzar e investigar el lugar con cautela, pero sus palabras se perdieron bajo los vigorosos gritos de Pikel y el clamor resonante de la renovada carga.