Una voz en el viento
El soldado soltó un gruñido, y Danica llegó hasta él en un instante, le puso las manos a la espalda sin contemplaciones y lo empujó boca abajo, contra la dura piedra.
—¿Durante cuánto tiempo bloqueará el conjuro la salida? —le soltó a Cadderly.
—No mucho —respondió el joven clérigo, sorprendido por el tono áspero de Danica.
—¿Y qué vamos a hacer con él?
Danica dio un fuerte tirón en los brazos del soldado mientras hacía la pregunta, arrancando otro quejido del apaleado hombre.
—No le hagas daño —dijo Cadderly.
—¿Como hiciste con ellos? —preguntó Danica con sarcasmo y agitando una mano en dirección al montón abrasado.
Cadderly comprendió entonces el enfado de Danica. El creciente hedor de carne quemada les recordaba que el combate había sido difícil.
—¿Por qué no me dijiste lo que haría la gema? —y la pregunta de Danica sonó como un alegato desesperado.
Cadderly pasaba por una situación difícil en ese aparente intercambio de papeles. Normalmente, era él el que resultaba demasiado compasivo, el que los ponía en peligro por no combatir con firmeza a los enemigos declarados. Salvó a Dorigen en el bosque de Shilmista, la dejó vivir cuando la tenía indefensa a sus pies, aunque Danica le ordenó que acabara con ella. Y en ese momento, Cadderly había sido implacable; había hecho lo que demandaba la situación ante sus instintos pacíficos. Cadderly sentía pocos remordimientos, pues sabía que todos esos humanos del montón abrasado eran hombres malvados pero estaba algo más que sorprendido por la fría reacción de Danica.
Dio otro tirón a los brazos del prisionero, como si usara el dolor para atormentar a Cadderly, atacándolo para oponerse a aquello que deseaba.
—No es malvado —dijo Cadderly con calma.
Danica vaciló. Los ojos exóticos buscaban sinceridad en los de Cadderly. Siempre fue capaz de leer los pensamientos del joven clérigo y creía que entonces decía la verdad, aunque no tenía ni idea de dónde había sacado la información.
—¿Y ellos lo eran? —preguntó Danica un tanto áspera, señalando el montón otra vez.
—Sí —respondió Cadderly—. Cuando pronuncié la palabra sagrada, ¿cómo te sentiste?
El simple recuerdo de ese momento maravilloso alivió la mayor parte de la tensión de la bella cara de Danica. ¿Cómo se sintió? Sintió amor, y en armonía con todo el mundo, como si nada feo pudiera acercarse a ella.
—Viste cómo les afectó —continuó Cadderly, encontrando las respuestas en la serena expresión de Danica.
—Pero no a éste —dijo Danica, después de seguir la lógica y reducir la presión.
—No es malvado —reiteró Cadderly.
Danica asintió y aflojó la inmovilización, aunque la mirada que cruzó con Cadderly fue fría una vez más, una mirada más de decepción que de ira.
Cadderly lo comprendió, pero no tenía respuestas para su amada. Había humanos entre los monstruos malvados de ese grupo, hombres entre los goblins. Danica estaba disgustada porque Cadderly había hecho lo necesario, se había entregado por completo al combate. Se enfadó con Cadderly cuando se apiadó de Dorigen, pero era una ira fundada en el miedo que le tenía a la maga. En realidad, amó mucho más a Cadderly gracias a su misericordia, a que intentó evitar los horrores del combate a toda costa.
Cadderly volvió a mirar el montón de cuerpos. Se había entregado, se había unido a la batalla en cuerpo y alma.
Supo que tenía que ser de ese modo. Estaba tan horrorizado como Danica por lo que acababa de hacer, pero no volvería atrás aunque pudiera hacerlo. Los amigos estaban en una situación desesperada, toda la región lo estaba, y era por culpa de los acólitos de esa fortaleza. El Castillo de la Tríada, y no él, tendría que hacerse responsable de las vidas que se perdieran ese día.
Pero mientras ese argumento tenía una base lógica, no podía negar el dolor en el pecho cuando posaba la mirada en el montón de cuerpos muertos, o el pinchazo en el corazón cuando veía la decepción de Danica.
—¡Debemos irnos! —le dijo Shayleigh a Iván mientras tiraba del brazo del enano y volvía la vista al pasillo que había a sus espaldas, en el que se oían los pasos de muchas botas.
Iván suspiró cuando miró a Vander; tenía la cabeza aplastada y desfigurada. Un suspiro similar a sus espaldas lo hizo volverse para mirar a Pikel. Lo miró con curiosidad, ya que parecía que había algo fuera de lugar en la túnica y en la camisola de su hermano.
—¿Cómo te libraste de la serpiente? —preguntó Iván de improviso al recordar el último aprieto.
Pikel soltó un silbido corto, y como señal, la cabeza de la serpiente salió del cuello de su túnica y se mantuvo elevada junto a la mejilla.
Shayleigh e Iván se apartaron sorprendidos, y éste levantó el hacha.
—¡Duu-dad! —anunció Pikel con alegría, acariciando a la serpiente, la cual parecía disfrutar del trato. Entonces Pikel hizo un gesto en dirección al pasillo, para indicar que deberían ponerse en camino.
—¿Duu-dad? —le preguntó Shayleigh a Iván cuando Pikel se alejó de un salto.
—Quiere ser druida —explicó Iván, moviéndose para alcanzar a su hermano—. No sabe que los enanos no pueden ser druidas.
Shayleigh pensó en las palabras durante un rato.
—Ni la serpiente —decidió; posó una última mirada de pena en Vander, y salió corriendo detrás de sus compañeros.
—Te lo agradezco —le susurró el soldado a Cadderly mientras mantenía la mirada en el montón abrasado. Entonces la masa se desmoronó y se esparció por el suelo; el extraño conjuro se había disipado.
—¿Dónde está Aballister? —inquirió el joven clérigo.
El soldado apretó los labios.
Cadderly superó de un salto a Danica, agarró al hombre por el cuello y lo aplastó contra la pared.
—¡Eres un prisionero! —gruñó ante la cara sorprendida del soldado—. Puedes ser una ventaja para nosotros, y te pagaremos de acuerdo con ello.
»O puedes ser un estorbo —continuó Cadderly implacable.
Volvió la mirada hacia el montón mientras hablaba, y la amenaza no expresada hizo que el hombre se pusiera blanco.
—Llévanos hasta el mago —ordenó Cadderly— por la ruta más directa.
El hombre posó la mirada en Danica como si le suplicara ayuda, pero la luchadora apartó la vista con indiferencia.
Ese gesto no reveló la agitación en el corazón de Danica. El proceder de Cadderly con el prisionero, una persona a la que acababa de declarar bondadosa, le sorprendió. Nunca había visto a Cadderly tan frío y calculador, y aunque comprendía sus actos, no negó sus temores.
El prisionero los llevó hasta una puerta lateral. Sólo habían dado una docena de pasos cuando Cadderly agarró al hombre otra vez, lo empujó contra el muro y empezó a quitarle las piezas de la ruidosa armadura con brusquedad; incluso llegó a quitarle las botas de suela dura.
—En silencio —le susurró al hombre—. Sólo deseo un combate más, y será contra Aballister.
El hombre soltó un gruñido y apartó a Cadderly, y en un instante se encontró la daga de empuñadura de plata en el gaznate.
—El mago es poderoso —advirtió el prisionero.
Cadderly asintió.
—Y temes las consecuencias de tus actos si Aballister gana —razonó.
El hombre volvió a apretar los labios, sin intención de responder. Cadderly separó a Danica y, de nuevo, acercó su cara a la del hombre.
—Entonces, escoge —dijo el joven clérigo, con voz grave y amenazadora—. ¿Escoges la opción de que Aballister pierda?
El hombre miró a su alrededor, nervioso, pero continuó sin responder.
—Aballister no está aquí —le recordó Cadderly—. Ninguno de tus aliados está aquí. Sólo tú y yo, y sabes hasta dónde puedo llegar.
El hombre se puso a andar de inmediato; sus pies hacían poco ruido, pues pisaba con la precaución debida. Cruzaron varios corredores laterales, y oyeron a menudo ruido de pasos apresurados de los soldados, que probablemente andaban en su busca. Cada vez que se acercaba un grupo, Danica miraba nerviosa a Cadderly, como si dijera que ese hombre, que podía traicionarlos con un simple grito, estaba bajo su responsabilidad.
Pero el hombre se mantuvo fiel a los términos, se movió con cautela y dejó atrás los puestos de guardia o las patrullas que se cruzaron.
Cuando entraron en un largo pasillo, entró al mismo tiempo un grupo de goblins desde el otro extremo, y descubrieron que no tenían lugar al que huir. Los goblins, seis de ellos, avanzaron con cautela, con las armas dispuestas.
El prisionero se dirigió a los goblins en su lenguaje lleno de graznidos, y Cadderly entendió lo suficiente para saber que el hombre decía que estaban en una misión para los clérigos y se dirigían a ver a Aballister con alguna información importante.
A pesar de ello, los goblins miraron a Cadderly y Danica con desconfianza, e intercambiaron unos cuantos comentarios en voz baja, «dudas», descubrió Cadderly, entre ellos.
El cooperativo soldado se volvió; sus ojos mostraban sincera preocupación.
Danica no esperó a que los acontecimientos tomaran su curso evidente. Saltó de pronto, soltó un puñetazo a la garganta del goblin más cercano, se dio la vuelta, con la pierna levantada para alcanzar el pecho del siguiente, y lanzó una daga a la cara de otro. Se agachó bajo el arco que dibujó una espada, saltó, y le dio una patada en la cara y en el cuello al porteador del arma.
Dos goblins se abalanzaron hacia ella, más preocupados por escapar que por enzarzarse con Cadderly y el soldado; pero el primero alcanzó a uno con el bastón y le destrozó la rodilla, y el soldado afrontó al otro.
Danica giró de nuevo y volvió a dar una patada, lanzando a un goblin contra la pared. La criatura impactó con fuerza contra la piedra y rebotó, y Danica, que midió el giro a la perfección, soltó otra patada. Rebotó de nuevo, y fue lanzado de vuelta otro golpe medido a la perfección.
La cuarta vez, permitió que el goblin cayera al suelo, ya que Danica saltó a la espalda del goblin que escapó a sus garras. Extendió una mano para asir la barbilla del goblin mientras con la otra le agarró el pelo de la nuca.
El goblin chilló y trató de detenerse y girar, pero Danica se apresuró, torció los brazos con saña y le partió el cuello al desgraciado.
—¡Abajo! —gritó Danica, que se lanzaba hacia Cadderly.
El joven clérigo se tiró al suelo. El goblin con el que se enfrentaba se quedó de piedra cuando surgió Danica y le alcanzó la fea cara con un puñetazo. Voló más de un metro, y Danica lo dejó atrás.
El goblin al que golpeó en la garganta volvía a estar en pie, tratando de sostenerse. Danica saltó a gran altura, cayó con las rodillas en dirección a la espalda de la delgada criatura y la empujó con fuerza. Sacó la otra daga de la bota, agarró un mechón de pelo, tiró de la cabeza del goblin hacia atrás y realizó un corte limpio de un lado a otro del cuello.
Hizo lo mismo con el goblin indefenso al que le sobresalía la daga de la cara, y acabó con su agonía. Luego se volvió para mirar a Cadderly y al prisionero, que la observaban sorprendidos.
—No negocio con goblins —dijo Danica implacable, mientras limpiaba las dagas en las ropas sucias del muerto.
—No podrás correr más que ella —le comentó Cadderly al prisionero, y el hombre le devolvió una mirada de incredulidad.
—Sólo pensé que debía mencionártelo —dijo Cadderly.
Se pusieron en camino de inmediato, Cadderly y Danica ansiosos por poner tierra de por medio entre ellos y la espectacular carnicería. El prisionero no dijo nada; continuó guiándolos con paso rápido, y pronto los túneles se volvieron más tranquilos y menos llenos de soldados.
Cadderly notó que las paredes de esa zona no eran naturales, aunque estaban revestidas de piedra sin pulir. Podía sentir las energías residuales de la magia que se había usado para crear ese lugar, como si un poderoso encantamiento hubiera deslizado la piedra que había entre esas paredes.
Aquellas sensaciones provocaron una mezcla de emociones en Cadderly. Estaba contento de que el soldado que habían capturado no les estuviera llevando por el camino equivocado, contento de que su empresa estuviera a punto de llegar a su fin. Pero también estaba preocupado, ya que si Aballister había creado esos túneles, entonces la tormenta del Lucero Nocturno sólo era una muestra de sus poderes.
En ese momento, algo más asaltó la mente de Cadderly; era una llamada distante y fugaz, como si alguien la invocara. Se detuvo y cerró los ojos.
«Cadderly».
Lo oyó con claridad, aunque lejana. Palpó el amuleto en su bolsillo que había conseguido hacía tiempo y con el cual se podía comunicar con el imp, Druzil. Entonces estaba frío, lo que indicaba que Druzil no se encontraba cerca.
«Cadderly».
No era Druzil, y Cadderly tampoco creyó que fuera Dorigen.
«Entonces, ¿quiénes?», se preguntó el joven clérigo. ¿Quién estaba tan en armonía con él que podía hacer un contacto telepático sin su conocimiento o consentimiento?
Abrió los ojos, decidido a no perder la pista.
—Sigamos —instruyó a sus camaradas al mismo tiempo que los alcanzaba.
Pero la llamada continuaba, lejana y fugaz, y lo que le preocupaba más que cualquier otra cosa era que de algún modo le sonaba demasiado familiar.