14

La fortaleza

Aballister se recostó en la silla, exhausto por el ataque mágico. Había lanzado todo su poder contra Cadderly, había machacado la región montañosa sin compasión. La sonrisa del mago se mantuvo firme mientras pensó lo que Cadderly, en el caso improbable de que el chico estuviera vivo, pensaría en ese momento.

Aballister notó un tirón en su mente, un golpe delicado. Supo que era Druzil, ya que esperaba la llamada del imp. La sonrisa del mago se transformó en una carcajada. ¿Qué podría pensar el imp, que estaba tan cerca del Lucero Nocturno, de él? Ansioso por saberlo, dejó que entrara en su mente.

«Saludos, querido Druzil», dijo Aballister.

«¡Bene tellemara!».

Aballister graznó de alegría.

«Mi querido, queridísimo Druzil —pensó un momento después—. ¿Cuál puede ser el problema?».

El imp soltó una serie de lamentos, maldiciones, y tartamudeos contra Aballister y todos los magos en general. Druzil se había quedado atrapado en el borde de la tormenta de Aballister, apedreado por el granizo y casi electrocutado por un rayo.

Entonces el imp, helado y desgraciado, sólo quería volver al Castillo de la Tríada.

«Puedes venir a buscarme», rogó Druzil.

«No tengo fuerzas —dijo la esperada respuesta de Aballister—. Dado que permitiste que Cadderly escapara, me vi obligado a tomar cartas en el asunto. Y todavía tengo cosas que hacer, en el insólito caso de que Cadderly o alguno de sus amigos haya sobrevivido».

Bene tellemara —susurró el imp en voz baja.

Como Druzil creía necesitar a Aballister en ese momento, se esmeró en levantar una pared de pensamientos inocuos, de modo que el mago no pudiera oír el insulto.

«Mejor que esté a tu lado si llega Cadderly», respondió Druzil, al tratar de encontrar algún argumento para doblegar la mente terca del mago.

Con la magia, el poderoso Aballister se teleportaría hasta Druzil, recogería al imp y lo pondría a salvo en el Castillo de la Tríada en cuestión de minutos.

«Te he dicho que estoy muy cansado», respondieron los pensamientos de Aballister, y Druzil comprendió que en pocas palabras lo estaba castigando.

«¿Mejor a tu lado? —se burló el mago—. Te envié a una misión muy importante, y tú fallaste. Diría que es mejor que me enfrente a Cadderly yo solo, que con un imp problemático y de poco fiar a mi lado. Aún no sé qué sucedió para facilitar la destrucción del espectro, Druzil, pero si descubro que de algún modo estuviste envuelto, ¡tu castigo no será agradable!».

«Fue tu hijo», replicó la mente de Druzil.

El imp notó una oleada de energía mental desatada, una ira muy profunda a la que Aballister no dedicó ni un momento para estructurar las palabras. Druzil supo que la insistida referencia a su hijo Cadderly había tocado un punto sensible, aunque por lo que parecía Aballister había acabado con el problema.

«Buscarás los cuerpos de Cadderly y sus amigos —respondió Aballister—. Luego volverás hasta mí andando, ¡o con esas alas débiles que tienes, cuando el viento lo permita! Toleraré pocas cosas más, Druzil. ¡Cuidado con la próxima tormenta que envíe a las montañas!».

Y dicho eso, de pronto, cortó la conexión, y dejó al helado Druzil en la nieve mientras pensaba en las últimas palabras del mago.

En realidad, el imp estaba disgustado por las acusaciones ridículas y por las amenazas continuas de Aballister, aunque tenía que admitir que tenían cierto empaque. Druzil no podía creer la devastación que Aballister había lanzado sobre el Lucero Nocturno y la zona que lo rodeaba. Pero entonces estaba helado y se sentía desgraciado, perdido en las invernales montañas, mientras tenía que sacudirse a cada instante la nieve que se acumulaba en sus alas.

Por supuesto, no le gustaba el lugar, pero de algún modo Druzil sentía alivio de que Aballister le negara la petición de llevarlo a casa. Si el joven clérigo había escapado de alguna manera a la furia de Aballister, y Druzil no creía que eso fuera imposible, entonces prefería estar lejos cuando por fin Aballister se enfrentara a su hijo. Una vez Druzil había hecho un combate mental con Cadderly y había sido aplastado. También había luchado contra la mujer, Danica, y había sido vencido; incluso el veneno había resultado ineficaz contra ella. El repertorio de trucos de Druzil se acababa deprisa en lo que al joven clérigo se refería.

Los riesgos eran simplemente demasiado altos.

¡Pero esas montañas! Druzil era una criatura de los planos inferiores, una región oscura, llena de fuegos negros y humo espeso. No le gustaba el frío, no le gustaba el tacto húmedo de la maldita nieve, y el brillo de la luz del sol en la superficie blanquecina de las laderas de la montaña, le atormentaba los ojos. Aunque tenía que continuar, y a la larga tendría que volver con su amo.

A la larga.

A Druzil le gustaba el sonido de esa idea. Se apartó la nieve de las alas y las batió con pereza para elevarse en el aire. Decidió, de inmediato, que buscar a Cadderly y sus amigos sería algo temerario, y se apartó del montón de nieve de la avalancha que rodeaba el Lucero Nocturno. No iría en dirección al norte, hacia el Castillo de la Tríada. Druzil se dirigió al este, la ruta más corta para salir de las Copo de Nieve, una ruta que lo llevaría a las granjas que rodeaban Carradoon.

—Prepara las defensas —dijo Dorigen tan pronto entró en la habitación de Aballister, de improviso y sin ser anunciada.

—¿Qué sabes? —gruñó el cansado mago.

—¡Cadderly vive!

—¿Lo has visto? —soltó Aballister, levantándose de la silla; sus ojos oscuros volvieron a la vida con un destello colérico.

—No —mintió Dorigen—, pero aún hay protecciones que me impiden observarlo. El joven clérigo está muy vivo.

Su reacción fue del todo opuesta a la que Dorigen había esperado, pues Aballister empezó a carcajearse. Dio una palmada en el brazo de la silla y se mostró frívolo. Entonces, posó la mirada en su socia, y su expresión de incredulidad dio a entender muchas cosas.

—¡El chico lo hace divertido! —le dijo el viejo mago—. ¡No me he enfrentado a un reto así en décadas!

Dorigen pensó que se había vuelto totalmente loco. «Nunca te has enfrentado a un reto semejante», quiso gritarle al hombre, pero se guardó para sí esa peligrosa idea.

—Debemos prepararnos —repitió con calma—. Cadderly está vivo, y podría ser que escapara a tu ira porque estaba más cerca de lo que esperamos.

Aballister pareció sobrio en un instante, y le dio la espalda a Dorigen; sus dedos blanquecinos tamborileaban delante de él.

—Fueron tus visiones las que me llevaron a atacar el Lucero Nocturno —le recordó con toda la intención.

—Fue la ayuda de Druzil, más que la mía —corrigió deprisa, asustada de aceptar la culpa por cualquier cosa, dado el humor impredecible y todavía peligroso de Aballister.

Suspiró al notar el sutil gesto de Aballister, que estaba de acuerdo con ella.

—Prepara… —empezó a decir por tercera vez, pero el mago de pronto se dio media vuelta; el semblante ceñudo la dejó sin palabras.

—¡Oh, debemos prepararnos! —siseó Aballister entre dientes—. ¡Habría sido mejor para Cadderly que hubiera muerto con la tormenta!

—Daré instrucciones a los soldados —dijo Dorigen, y se volvió hacia la puerta.

—¡No!

La palabra inmovilizó a la mujer. Volvió la cabeza con lentitud para mirar a Aballister.

—Esto es personal —explicó Aballister, y dirigió la mirada interrogativa de Dorigen al otro lado de la habitación, hacia la burbuja de niebla arremolinada que colgaba en la pared, la entrada a la mansión extradimensional de Aballister—. No necesitaremos a los soldados.

Bajaron la mirada desde las alturas hacia unas nuevas almenas y una torre extraña. Desde el exterior, el Castillo de la Tríada no parecía importante, o tan formidable, incluso con la nueva construcción acabada. Vander, que vio las redes de túneles bajo el pico rocoso, les aseguró lo contrario. Entonces, en pleno invierno, el trabajo en los muros nuevos era lento, pero había guardias, la mayoría humanos, en abundancia; andaban por rutas predeterminadas y se frotaban las manos continuamente para alejar la brisa helada.

—Ésa es la entrada principal —explicó Vander al señalar la zona central de la muralla más cercana.

Habían construido una puerta enorme en la roca, de roble y con refuerzos de hierro, rodeada de pasillos y parapetos y numerosos soldados.

—Detrás de la puerta está la entrada a la cueva, protegida por un rastrillo, y una segunda puerta parecida. Encontraremos guardias, bien armados y entrenados, a cada paso del camino.

—¡Bah, no vamos a entrar por la puerta principal! —protestó Iván, y esa vez, el enano barbirrubio encontró algunos aliados a su gruñido.

Danica asintió de buena gana al recordar que su única posibilidad era el sigilo, y Shayleigh sugirió que quizá deberían intentarlo con el ejército de Carradoon detrás de ellos.

Cadderly apenas prestaba atención al diálogo. Pensaba en algún conjuro que les permitiera entrar; eso no desafiaría demasiado sus aún limitadas energías. Sus amigos seguían siendo optimistas, creyendo que podría manejar la situación. A Cadderly le gustaba, pero deseaba compartir esa confianza. Esa mañana, al dejar la cueva, con el cielo de un azul brillante, Iván se había burlado de la tormenta que había asolado el Lucero Nocturno; la había llamado «un simple truco de mago», y reprendió a Aballister por no tener mejor puntería.

—¡Primera regla al disparar conjuros! —había rugido el enano—. ¡Tienes que darle al maldito blanco!

—¡Oo oi! —convino Pikel de todo corazón, y el enano de barba verde, acabó por adornarlo todo con un callado—. Jee, jee, jee.

Cadderly pensaba lo contrario, pues había comprendido la fuerza de la increíble demostración del mago. El joven clérigo aún creía que caminaba por el verdadero sendero de Deneir, pero las imágenes de la furia de Aballister, aplastando la montaña hasta rendirla, le acecharon durante toda la mañana.

Apartó los incómodos pensamientos e intentó concentrarse en la situación que tenía delante.

—¿Hay otra manera de entrar? —oyó que preguntaba Danica.

—En la base de la torre —respondió Vander—. Aballister nos llevó… a los Máscaras Nocturnas en esa dirección, a través de una puerta más pequeña, y menos guardada. El mago no quería que los soldados de sus fuerzas supieran que contrataba asesinos.

—Demasiado campo abierto —comentó Danica.

La torre estaba situada algo detrás de las murallas perpendiculares casi acabadas, y aunque tampoco estaba acabada, se elevaba diez imponentes metros con unas almenas temporales instaladas en la cúspide. Incluso si los compañeros se las arreglaban para dejar atrás los guardias de las murallas más cercanas, una pareja de arqueros en lo alto de la torre les desgraciaría la vida.

—¿Qué trucos tienes para mantenerlos alejados mientras corremos? —le preguntó Iván a Cadderly mientras le palmeaba el hombro con rudeza para apartarlo de sus cavilaciones.

—La ruta más corta sería desde la derecha, bajo el pico —razonó—. Pero eso nos haría correr hacia arriba y seríamos vulnerables a demasiadas medidas defensivas. Digo que vayamos por la izquierda, bajemos por la ladera del pico y rodeemos la muralla más corta.

—Esa muralla está defendida —argumentó Iván.

La sonrisa irónica de Cadderly finalizó el debate.

Los amigos pasaron casi una hora dando un rodeo hacia un lugar del pico por debajo del Castillo de la Tríada. Desde ese ángulo, alrededor del flanco de la muralla delantera, podían ver veintenas de soldados, incluidos bugbears, ogros de tres metros de altura e incluso un gigante. Cadderly supo que eso sería una buena prueba; para la confianza que le depositaban sus amigos y para sus habilidades. Si esa fuerza formidable los interceptaba antes de que consiguieran entrar por la puerta de atrás, se perdería todo.

La torre estaba a treinta metros de la muralla delantera y a cuarenta de la esquina más alejada de ésta, la que tenían que rodear. Iván sacudió la cabeza; Pikel añadió un ocasional «oo», demostrando que incluso los enanos, los miembros más veteranos del grupo, no creían que fuera factible.

Pero Cadderly permanecía impávido; su sonrisa no menguaba un ápice.

—La primera salva los alertará; con la segunda tomarán posiciones, de modo que nos acercaremos al muro —explicó.

Los otros cruzaron miradas de desconcierto, con expresiones de incredulidad. La mayoría de los ojos se posaron en el carcaj de Shayleigh y la ballesta de mano de Cadderly.

—A mi señal, cuando la tercera salva de brea ardiente se eleve hacia la muralla delantera, nos dirigiremos a la torre —continuó Cadderly—. Tú diriges el asalto —le dijo a Danica.

Danica, aunque no sabía de qué salvas hablaba el joven clérigo, sonrió con ironía, contenta de que Cadderly no la sobreprotegiera cuando la situación les exigía que desempeñaran tareas específicas y peligrosas. Danica sabía que pocos hombres de Faerun permitirían que sus amadas se precipitaran hacia un peligro, y era la confianza implícita de Cadderly y su respeto lo que hacía que lo amara tanto.

—Si los arqueros de las almenas nos descubren —continuó Cadderly, que dirigió el comentario a Shayleigh—, te necesitaremos para que los abatas.

—¿Qué salva? —exigió Shayleigh, cansada del críptico juego—. ¿Qué brea ardiente?

Cadderly, que ya se zambullía en la canción de Deneir, no contestó. En un momento, estaba cantando, en voz baja, y sus amigos se agazaparon esperando que la magia clerical hiciera efecto.

—Uau —murmuró Pikel al mismo tiempo que uno de los guardias de la puerta principal gritaba por la sorpresa. Unas bolas de brea ardiente y unas lanzas enormes surgieron en el aire, y estallaron en el suelo cercano a la muralla. Los soldados se movieron, confusos, y se escondieron tras la puerta; el gigante levantó una losa de piedra y la hizo servir de escudo.

Se acabó en unos instantes; el fuego no prendió y pareció que no dañaba la construcción, aunque los soldados permanecieron a cubierto mientras gritaban órdenes desesperadas y señalaban las crestas, lugares potenciales donde se escondería la maquinaria de asedio.

Cadderly le hizo un gesto a Danica, y junto a Shayleigh empezaron el camino desde el flanco, para colarse entre las rocas. La distracción, en apariencia, había funcionado hasta entonces, ya que pocos guardias parecían preocupados por los flancos de la muralla.

La segunda salva ilusoria estalló en el muro delantero, más allá de las puertas principales, atrayendo la atención del enemigo hacia la esquina vulnerable donde se construiría la tercera muralla. Como Cadderly predijo, aquellos soldados de la muralla lateral se abalanzaron hacia posiciones defensivas detrás de la muralla principal, más gruesa.

De nuevo las explosiones duraron sólo unos segundos, pero entonces los guardias estaban al borde del pánico, amontonados en las almenas y en la base del muro. Ni una sola cabeza se volvió hacia el suroeste, hacia la zona alta por la que se acercaban los compañeros.

Danica y Shayleigh los dirigieron hacia la abandonada muralla sin incidentes, se alejaron de la parte delantera corriendo por la base de ésta, y asomaron la cabeza hacia el patio vacío.

Cadderly dirigió al grupo y levantó la mano para detener a sus amigos. Se concentró en la pared delantera y se zambulló en las partículas de aire que la rodeaban; las notas de la canción de Deneir pusieron al descubierto su naturaleza. Despacio, usó palabras de activación, y la energía de la magia clerical alteró la composición de esas partículas y las espesó.

Una bruma se levantó alrededor de la muralla principal y de la esquina del patio incompleto.

—Vamos —le susurró Cadderly a Danica, e hizo señas a los enanos para que siguieran, y a Shayleigh para que se situara donde pudiera ver la torre.

Sin dudarlo, la valiente luchadora salió corriendo en zigzag, por el suelo helado. En un impulso, Cadderly le quitó la flecha a Shayleigh de las manos.

—Dirígela a las almenas de la torre —ordenó después de lanzar un conjuro sobre el proyectil y devolvérsela.

Danica estaba a veinte metros, a medio camino de la torre, antes de que la descubrieran. Tres arqueros levantaron las armas y empezaron a pedir ayuda cuando la flecha de Shayleigh se hundió en el hombro de uno de ellos. El hombre se desplomó; los otros dos perdieron los papeles y se desgañitaron cuando intentaron pedir ayuda a los compañeros asignados a la puerta principal.

No salió ni un sonido de la parte superior de la torre; la zona estaba silenciada por la magia de la flecha encantada.

Los dos arqueros que quedaban abrieron fuego sobre Danica, pero su rumbo era demasiado impredecible y su agilidad excelente. Las flechas rebotaron en el suelo helado, o se partieron al clavarse, pero Danica no recibió un solo impacto, ya que daba volteretas y se lanzaba al suelo, y formaba ángulos extraños que los guardias no podían anticipar.

—Jee, jee, jee —rió Pikel, que corría junto a Iván lejos de la luchadora al mismo tiempo que disfrutaba del espectáculo.

Shayleigh devolvió el fuego con una precisión diabólica, dirigió las flechas entre las piedras del parapeto, obligó a los soldados a concentrarse en mantener la cabeza a salvo e impidió que dispararan a Danica. No obstante, los hombres intentaron pedir ayuda, para advertir a sus compañeros del peligro.

Vander levantó a Shayleigh, la sentó sobre sus fuertes hombros y corrió tras los enanos.

Cadderly se concentró una vez más en la muralla delantera y lanzó otra salva ilusoria para asegurarse de que los soldados seguían amontonados en sus escondites. Sonriendo ante su ingenio, el clérigo corrió tras sus amigos.

Cuando Danica alcanzó la base de la torre, la puerta se abrió de golpe, y un hombre se abalanzó para enfrentarse a ella. Siempre alerta, rodó hacia adelante y se levantó bajo los brazos en descenso del soldado; sus puños impactaron en la barbilla y lo alejaron. En las almenas situadas sobre Danica, uno de los arqueros se inclinó para tener ángulo. La flecha de Shayleigh, lanzada antes de que el arquero sacara el arco, se hundió con fuerza en su clavícula.

El otro arquero, apoyado en la almena, respondió con un disparo que alcanzó a Vander en el pecho, pero la flecha no consiguió detener al gigante. Aullando y gruñendo, Vander tiró con fuerza del endeble proyectil y lo arrojó.

El ángulo de Shayleigh mejoró por el hecho de estar a tres metros del suelo; sonrió y lanzó otra flecha. Rebotó en la almena y fue a parar al ojo del arquero enemigo. El hombre se desplomó entre estertores, sin duda gritaba; pero, de nuevo, ni un sonido salió de la zona silenciada.

Iván y Pikel desaparecieron al entrar en la torre detrás de Danica. Cadderly pudo ver que había algún combate allí dentro. El joven clérigo corrió con todas sus fuerzas, pisándole los talones a Vander, pero cuando llegaron los tres, los cinco guardias goblins del primer piso de la torre ya estaban muertos.

Danica se arrodilló junto a una puerta al otro lado del cuartucho para estudiar la cerradura. Sacó la hebilla de su cinturón y la enderezó con los dientes; la deslizó con cuidado hacia el interior y empezó a trabajar.

—Apresúrate —le imploró Shayleigh, que estaba cerca de la puerta que daba al exterior.

Al otro lado del patio se podían oír los gritos de «¡enemigos en la torre!». La doncella elfa se encogió de hombros (la distracción dejó de existir), se asomó por la puerta y lanzó una o dos flechas para detener el avance de las fuerzas enemigas. Un carcaj estaba vacío, y el segundo casi; en ese momento, se arrepintió de la decisión de haberse unido al combate en el valle.

Cadderly la asió por el codo y la empujó hacia el interior. Para el clérigo fue una cosa sencilla extender su mente hasta la esencia de la madera, la abultó y arqueó, de modo que se quedó atorada en el dintel. Vander apiló los goblins muertos contra la puerta como seguridad añadida, y de nuevo todos los ojos se centraron en Danica.

—Apresúrate —reiteró Shayleigh, cuyas palabras tuvieron más peso cuando algo grande golpeó la puerta.

Con una sonrisa burlona a sus compañeros, Danica deslizó la ganzúa improvisada detrás de la oreja y abrió la puerta, que reveló una escalera descendente.

—¿No está vigilado y no hay trampas? —meditó Cadderly en voz alta, con una mirada de curiosidad.

—Tenía una trampa —corrigió Danica.

Señaló un alambre que recorría el dintel, asegurado con la otra parte del cinturón. Pero ninguno de ellos tuvo tiempo de admirar el trabajo manual de la diestra luchadora, ya que sonó otro golpe más fuerte en la puerta que daba al exterior, y la punta de la hoja de un hacha sobresalió en la madera.

Iván y Pikel adelantaron a Danica y bajaron a la vez por las escaleras. Vander y Shayleigh fueron los siguientes; el firbolg usó sus poderes innatos para disminuir hasta el tamaño de un humano. Luego, vino Cadderly, y al final Danica, que se dio media vuelta y, con un sutil giro de muñeca, cerró la puerta y rearmó la trampa.

Otra puerta bloqueaba el camino al final de las escaleras, pero los hermanos Rebolludo agacharon la cabeza, se cogieron del brazo y empezaron a correr.

—¡Estará protegida! —les gritó Cadderly al saber lo que intentaban.

Los Rebolludo atravesaron la puerta. Una serie de estallidos les pisaron los talones mientras se desplomaban entre maderas destrozadas y humeantes. Sin duda, los dos fueron afortunados al atravesar el dintel tan deprisa, ya que unos dardos diminutos sobresalían de los dos batientes, goteando veneno. El sonido de unos cuernos se oyó en los túneles subterráneos que se extendían ante ellos; «probablemente, alarmas mágicas», pensó Cadderly.

—¿Qué has dicho? —aulló Iván por encima del clamor cuando los otros entraron en el pasadizo.

—No importa —fue todo lo que dijo Cadderly.

Su voz era seria, a pesar del espectáculo que ofrecía Pikel saltando a su alrededor, mientras intentaba apagar las briznas de humo que le salían de los pies y el trasero. El objetivo de entrar en el Castillo de la Tríada con unas fuerzas tan pequeñas era atacar a los líderes de la conspiración, pero entonces esa meta parecía imposible; los cuernos sonaban y los enemigos golpeaban las puertas que estaban a sus espaldas.

—¡Va, sigamos y busquemos un poco de diversión! —aulló Iván al preocupado clérigo—. ¡Pégate a mi capa, chaval! ¡Te llevaré a donde quieras!

—¡Oo oi! —añadió Pikel, y los enanos se alejaron armando ruido.

Encontraron resistencia antes de llegar a la primera esquina, y atravesaron la sorprendida banda de goblins con abandono, despedazando y desparramando a las criaturas.

—¿En qué dirección? —gritó Iván.

Sus palabras se transformaron en un gruñido cuando hundió la pesada hacha en la columna de un goblin que se daba la vuelta medio segundo tarde. El pasillo iluminado por antorchas que avanzaba más allá del muerto mostraba varias puertas y, al menos, un par de túneles.

Los amigos posaron sus miradas en Cadderly, pero el joven se encogió de hombros; no sabía qué decir debido a la repentina confusión. Una serie de estallidos a sus espaldas le dijeron a Cadderly que los enemigos se abrían paso a través de la segunda puerta, y no tuvieron éxito desarmando la trampa.

Iván abrió la puerta más cercana de una patada y descubrió una habitación enorme con un destacamento de arqueros humanos y un grupo de gigantes que preparaba una balista.

—¡Por aquí no! —explicó el brusco enano, que cerró la puerta a toda prisa y salió corriendo.

En la carrera alocada que siguió, Cadderly perdió el sentido de la orientación. Pasaron ante muchas puertas, doblaron demasiadas esquinas y golpearon a enemigos sorprendidos. Pronto llegaron a una zona de túneles más trabajados, con runas y bajorrelieves del símbolo de Talona esculpidos en los muros de piedra.

Cadderly cruzó la mirada con Vander, con la esperanza de que el firbolg reconociera alguna señal, pero no parecía seguro.

Un rayo de electricidad apartó a Pikel de la siguiente puerta. Iván soltó un gruñido y cargó con el hombro, y fue a parar a otro pasillo largo y estrecho, éste revestido de tapices que representaban a la Dama de la Ponzoña, con una sonrisa cruel, como si observara a los intrusos. El resistente Pikel, con los pelos de la barba erizados, se unió a su hermano en un instante.

Dieron veinte pasos, y el grupo acabó envuelto en una burbuja de oscuridad absoluta.

—¡Seguid avanzando! —les dijo Shayleigh a los enanos, ya que con su agudo oído, típico de los elfos, oyó cómo los enemigos se acercaban a sus espaldas.

Cadderly sintió cómo el aire junto a su cara se movía cuando la elfa disparó una flecha, aunque no prestó atención a los movimientos de Shayleigh, ya que manoseaba las correas de la mochila en busca del tubo de luz, o de la varita, para luchar contra la oscuridad mágica.

Al notar que aparentemente dejaba de moverse, Danica agarró el brazo del joven clérigo y tiró de él; con delicadeza, para no molestar sus esfuerzos.

Se oyó un fuerte chasquido y un rozar de piedra con piedra, seguido de un «oooooo…» que se desvanecía.

¡Domin illu! —gritó Cadderly, con la varita en alto, y la oscuridad desapareció.

Estaba de pie con la varita preparada; Shayleigh, con el arco, y Danica y Vander estaban en cuclillas a la defensiva, tocando la pared.

Pero Iván y Pikel no estaban.

—¡Trampas! —gritó Danica, descubriendo unas líneas diminutas en el suelo que había ante ellos—. ¡Iván!

No obtuvieron respuesta, y Danica no encontró la manera de separar las losas perfectamente encajadas; no había manivelas ni palancas a la vista.

—¡Seguid! —chilló Shayleigh de pronto, al mismo tiempo que empujaba a Cadderly hacia adelante y tensaba la cuerda del arco. Los soldados enemigos estaban en la puerta que había a sus espaldas, apenas a cinco metros de ellos.

Danica saltó la zona de las trampas. Vander volvió a su estatura normal y la atravesó de una zancada, a la vez que alzaba a Cadderly.

—Cerrad los ojos —susurró el joven clérigo a sus amigos, y movió la varita en dirección a la puerta y pronunció—. ¡Mas illu!

Un estallido de luces brillantes, verdes y anaranjadas, que cambiaban todos los colores del espectro en una miríada de fogonazos cegadores, salió disparado.

Terminó en un instante; mientras, los soldados se frotaban los ojos y tropezaban en el extremo del corredor.

—¡Seguid! —repitió Shayleigh cuando disparó dos flechas más hacia el confuso tropel.

Los otros tres empezaron a dirigirse hacia la puerta que había en el otro extremo del pasillo, gritándole a Shayleigh que los alcanzara.

Cuando la doncella elfa se volvió para seguirlos, se dio cuenta de que ella también estaba cegada por el fogonazo mágico de Cadderly. Sus ojos mostraban manchas rojas, y avanzó poco a poco por el corredor, intentando descubrir cuándo debía saltar.

—¡Venimos a por ti! —gritó Danica.

Pero Shayleigh ya saltaba. Aterrizó con los talones en el borde de la trampilla, que se abrió con un chasquido, y se balanceó a punto de caer durante lo que pareció una eternidad.

Vander se tiró de cabeza, se estiró cuan largo era en el suelo e intentó atraparla. Sólo agarró aire, al mismo tiempo Shayleigh caía de espaldas en el foso; el endiablado batiente se cerró tras ella.

Danica se situó junto al firbolg, lo agarró de la manga, mientras Cadderly, a su lado, seguía con la varita preparada.

Mas illu —repitió, con voz apagada, y la brillante luz cayó sobre los soldados otra vez. En esa ocasión muchos de ellos cerraron los ojos, y la carga, aunque lenta, no se detuvo.

Vander dirigió la carrera hacia la lejana puerta y casi lo consiguió, pero una sección de tres metros del pasillo se movió de improviso; todo el perímetro giró en diagonal. El sorprendido firbolg cayó a un lado, en el inclinado suelo, y desapareció de la vista cuando la zona rotó.

Danica saltó la sección inclinada del corredor y lanzó una patada a la puerta que destruyó la cerradura. La puerta se entreabrió hacia Danica con un crujido, la agarró y tiró de ella con fuerza, como si se arriesgara a activar otra trampa.

Cadderly, abrumado, se acercó a ella, mientras miraba el suelo que se había llevado a tres de sus amigos y el muro por el que había desaparecido el firbolg.

Danica le agarró la mano y tiró de él hacia el interior; en esa ocasión, era un pasillo corto, sin tapices en las paredes, que acababa en otra puerta a apenas cuatro metros. Tan pronto cruzaron el umbral, una sólida losa de piedra descendió, sellando cualquier retirada posible, y cayó un rastrillo en la puerta frente a ellos, bloqueando el camino. Al momento supieron —no faltaba más—, que habían caído en una trampa, pero no descubrieron la gravedad de su situación hasta un instante más tarde, cuando Danica notó que las gruesas paredes del corto pasillo empezaban a aprisionarlos.