Caos
Lo que parecía un brazo de gigante salió volando por encima de la pared del valle y fue a caer por la pendiente rocosa más allá de Vander y Danica.
Oyeron el caos en el valle, los rugidos primitivos del dragón y los gritos de horror de los monstruos condenados. Ni Danica ni Vander sentían lástima por los goblins y los gigantes, pero cruzaron miradas de sincero miedo, abrumados por la tormenta que se desataba entre las paredes rocosas.
Danica le hizo gestos a Vander para que se dirigiera hacia la entrada del valle mientras ella tomaba un curso más directo cuesta arriba. Antes de llegar a la cima, vio a los monstruos y cómo trozos de ellos lanzados al aire descendían y volvían a la carnicería. Con los nervios a flor de piel, Danica no pudo evitar una sonrisa. La escena le recordaba al trabajo de Pikel en la cocina de la Biblioteca Edificante: el enano con vocación de druida tiraba al aire una ensalada de flores del bosque a pesar de las protestas ruidosas de Iván.
En ese momento, la cola del dragón golpeó la roca, ya que Danica, aunque estaba separada del impacto por doce metros de roca sólida, se descubrió sentada.
Cadderly se zambulló en la canción de Deneir y expandió su percepción mental hasta Fyrentennimar.
Un muro rojo bloqueó la entrada.
—¿Qué has descubierto? —preguntó Shayleigh al reconocer la preocupación, incluso el espanto, en la expresión del joven clérigo.
Cadderly no respondió. De nuevo se hundió en la canción y lanzó el conjuro hacia el dragón. Pero la rabia salvaje de Fyrentennimar lo bloqueó y alejó cualquier intento de comunicación.
Cadderly sabía en lo más hondo que el viejo Fyren ya no lo consideraba un aliado. El dragón había vuelto a su naturaleza verdadera y cruel. Condujo las notas de la canción hacia la esfera del caos, pensando en explorar de nuevo para amansar al dragón una vez más.
Abrió los ojos durante un minuto, observó la masacre de las pocas criaturas que quedaban y comprendió que semejante conjuro no podría atravesar las defensas instintivas del dragón.
—Regresa al extremo más alejado del valle —dijo con tanta calma como pudo a Shayleigh—. Prepara el arco.
La doncella elfa lo miró con seriedad, pensando en las implicaciones de su tono sombrío.
—¿El hechizo ha terminado? —preguntó.
—Prepara el arco —repitió Cadderly.
Quedaba poca cosa de la horda de monstruos. Fyrentennimar acabaría con ella en menos de lo que canta un gallo. Cadderly levantó las defensas mágicas, creó una pared rechazadragones de lado a lado del valle e invocó una protección contra el fuego alrededor de él y de los enanos.
—¿Qué estás haciendo? —demandó Iván, siempre suspicaz con la magia y en especial nervioso por un dragón enfurecido que apenas estaba a treinta metros.
—Es un conjuro elemental —intentó explicar Cadderly con rapidez—. Sobre mí, detendrá el fuego del dragón.
—Uh-oh —masculló Pikel al comprender lo que implicaban las medidas de Cadderly.
—Sobre vosotros disminuirá el fuego, pero no del todo —finalizó el joven clérigo—. Acercaos a la pared, buscad una roca y escondeos detrás.
Los enanos no dudaron un instante. Por lo general, se hubieran quedado al lado de su compañero, preparados para la lucha, pero después de todo, se trataba de un dragón.
Así, Cadderly se quedó solo en el centro del valle, rodeado de vísceras, recuerdos desgarrados de la ira del dragón. Se agachó y recogió un puñado de tierra de las huellas de Fyrentennimar. Luego se enderezó y se mostró decidido, recordándose que había actuado como exigían las doctrinas de Deneir. Había destruido el Ghearufu.
A pesar de ello, pensó en Danica, su amada, y la nueva vida que habían empezado en Carradoon, y no quiso morir.
Fyrentennimar se tragó por completo al último goblin acobardado y se dio media vuelta. Los ojos de reptil se entornaron y lanzaron haces luminosos bajo la luz del sol. Casi de inmediato, éstos se centraron en Cadderly.
—¡Bien hecho, poderoso dragón! —gritó Cadderly con la esperanza de que a lo mejor estaba equivocado y el dragón seguía bajo los efectos del conjuro.
—Humilde clérigo… —respondió Fyrentennimar.
Cadderly llegó a pensar que la voz atronadora le rompería los tímpanos. Desde que había lanzado el conjuro al dragón sólo había oído esa voz dos veces, cuando el dragón sospechó que había enemigos a su alrededor. Agazapado como un perro de presa, andando con las cuatro patas y las alas plegadas sobre su lomo, el dragón redujo a la mitad la distancia que los separaba en un instante.
—Nos has hecho un gran servicio —comenzó Cadderly.
—¡Humilde clérigo! —interrumpió Fyrentennimar.
La canción de Deneir sonó en la mente de Cadderly. Supo que necesitaría una distracción, algo físico y poderoso para ganar tiempo mientras escogía las notas de un conjuro que no comprendía del todo.
—Un gran servicio en tu cueva, y otro al llevarnos a través de las montañas —continuó Cadderly, con la esperanza de ganar algo de tiempo con las adulaciones.
Permaneció unido a la canción mientras hablaba; las notas del conjuro que necesitaba llegaban claras en todo momento.
—Pero ahora es el momento de que tú…
—¡Humilde clérigo!
Cadderly no supo qué responder al atronador rugido, señal de que Fyrentennimar todavía pensaba que la carnicería no había acabado. Con unos bufidos graves que estremecían las rocas bajo los pies de Cadderly, el dragón aguardó.
¡Esos ojos! Cadderly perdió la concentración, atrapado por su intensidad hipnótica. Se sintió indefenso, desesperado, condenado por esa criatura divina, ese horror más allá de la imaginación. Intentó respirar y luchó contra el creciente pánico que le obligaba a salir corriendo para salvar la vida.
Fyrentennimar estaba cerca. ¿Cómo se había acercado tanto?
La cabeza del dragón se movió despacio hacia atrás, doblando el cuello de reptil. Una de las garras delanteras se dirigió al pecho de la enorme bestia mientras las patas traseras se afianzaban en el suelo.
—¡Sal de ahí! —gritó Iván desde un lado al reconocer que la bestia estaba a punto de saltar. Cadderly oyó las palabras y estuvo completamente de acuerdo, pero no consiguió que sus piernas se movieran.
Una flecha pasó por encima de la cabeza de Cadderly y se partió sin causar daño cuando golpeó la impenetrable armadura natural del dragón.
Pareció que Fyrentennimar no se inmutaba, centrado como estaba en Cadderly, un embaucador.
De todas las cosas que Cadderly vería en su vida, nada llegaría a acercarse tanto al puro espanto de ver el salto en ciernes de Fyrentennimar. El dragón, tan inmenso, se lanzó hacia adelante con la velocidad de una víbora y llegó hasta Cadderly con las fauces lo bastante abiertas como para tragárselo de un solo bocado. Mostraba hileras de colmillos brillantes tan largos como el antebrazo del joven clérigo.
Durante un instante, la vista le falló, como si su mente no pudiera aceptar la imagen.
Justo a tres metros de él, la expresión de Fyrentennimar cambió de pronto. La cabeza se le dobló hacia un lado y se le deformó de modo extraño, como si estuviera apretándola contra una burbuja elástica.
—Rechazadragones —masculló Cadderly, a quien el éxito de la protección le dio algo de esperanza.
El viejo Fyren se retorció y forcejeó, doblando el muro y negándose a ceder. Las grandes patas traseras cavaron profundos arañazos en la roca, y las fauces hambrientas se cerraron varias veces en busca de algo tangible que desgarrar.
Cadderly empezó a cantar. Otra flecha pasó por encima de él; ésta rozó un ojo de Fyrentennimar.
Las alas se extendieron, y levantaron al viejo Fyren. El dragón rugió, siseó y aspiró aire.
Las llamas lo envolvieron, abrasaron y fundieron la roca bajo él. Sus amigos soltaron gritos al pensar que se quemaba, pero no les oyó. La burbuja protectora soltó chispas verdosas a su alrededor, atenuándose amenazadoramente como si no fuera a resistir, pero no lo vio.
Todo lo que oía era la canción de Deneir; todo lo que veía era la música de las esferas celestes.
Cuando Danica se acercó al borde de la pared del valle y vio a su amado aparentemente inmolado allá abajo en el suelo, las piernas se le doblaron y el corazón se le rompió; pensó que se le iba a parar. Sus instintos de guerrera le dijeron que fuera en ayuda de su amado, pero ¿qué podía hacer contra Fyrentennimar? Sus pies y sus manos podían ser mortales contra orcos y goblins, incluso contra gigantes, pero harían poco daño al golpear las escamas duras como el acero del dragón. Lanzaba las dagas de hoja de cristal al corazón de un ogro a diez metros, pero esas armas eran cosas diminutas cuando se las comparaba con el volumen de Fyrentennimar.
Los fuegos del dragón acabaron, y al mirar a Cadderly, que se enfrentaba al dragón con tanto arrojo, Danica supo que debía hacer algo.
—¿Fyrentennimar el Terrible? —gritó en tono incrédulo—. Por lo que veo es un ser insignificante y débil. ¡Un pretencioso que se encoge cuando el peligro está al acecho!
La cabeza del dragón se volvió rauda para enfrentarse a ella, al borde de la pared del valle.
—Gusano feo —acusó Danica, enfatizando el uso del término gusano, quizá la cosa más insultante que se le podía decir a un dragón—. ¡Gusano feo y débil!
La cola del dragón se crispó, los ojos de reptil se convirtieron en meras líneas y el grave gruñido del viejo Fyren reverberó por toda la roca del valle.
Cadderly, que estaba ante el distraído dragón, aceleró el ritmo de su canto. En realidad, estaba muy contento por la distracción, pero bastante asustado de que Danica empujara al dragón hacia la cólera.
Danica se rió del viejo Fyren, cruzó los brazos sobre el abdomen y soltó unas carcajadas, aunque estaba bastante seria. Recordó los escritos antiguos de Penpahg D’Ahn, el Gran Maestro de su religión.
«Anticipa los ataques de tu enemigo» —le había aconsejado el Gran Maestro—. «No reaccionas; te mueves antes de que lo haga el enemigo. Cuando el arquero dispara, el blanco ha desaparecido. Cuando el espadachín lanza la estocada, su enemigo, tú, estás a su espalda».
«Y cuando el dragón lance su aliento —dijo Penpahg—, sus llamas sólo tocaran la piedra desnuda».
Entonces Danica necesitaba esas palabras; Fyrentennimar movía la cabeza sólo a una treintena de metros bajo ella. Los escritos de Penpahg D’Ahn eran la fuente de su fuerza, la inspiración de su vida, y en ese momento tenía que creer en ellos, incluso ante un dragón rojo enfurecido.
—Feo, feo Fyrentennimar, que se cree que es una fiera —cantó—. ¡Sus garras no rasgan el algodón, su aliento no enciende ni la madera!
Quizá no era una rima impresionante, pero sus palabras hirieron al orgulloso Fyrentennimar más de lo que lo haría cualquier arma.
De pronto, el dragón batió las alas y, con ferocidad, se levantó en el aire… casi.
Cadderly finalizó el conjuro en ese momento, y la piedra bajo Fyrentennimar cambió de forma, cobró vida y atrapó las patas traseras del dragón. El viejo Fyren se extendió hasta sus límites, y casi pareció un muelle cuando aterrizó, al caer con fuerza sobre sus caderas, pero todos los forcejeos que siguieron no pudieron liberarlo de la sujeción de la roca.
Fyrentennimar comprendió de inmediato la fuente de su inmovilidad, y azotó la gran cabeza, golpeando con fuerza contra la pared del conjuro rechazadragones.
Cadderly palideció. ¿El globo protector sería capaz de desviar una segunda descarga de aliento de dragón?
—Las alas no pueden levantar sus grasas —gritó Danica—. Su cola no puede aplastar un mosquito.
El siguiente rugido del dragón reverberó en las laderas de las montañas a veinte kilómetros a la redonda, e hizo que los animales y los monstruos se precipitaran hacia sus guaridas por todas las Copo de Nieve. El cuello de serpiente se estiró hacia adelante y derramó las llamas sobre Danica.
Las rocas se fundieron y se desparramaron barranco abajo en un torrente rojo brillante. Pikel, escondido bajo un saliente, soltó un chillido y salió corriendo.
Cadderly bordeó el pánico; supo a ciencia cierta que su amada había muerto. Y supo en lo más hondo de su ser, a pesar de los argumentos lógicos de su conciencia, que nada, ni la destrucción del Ghearufu ni la caída del Castillo de la Tríada, tenían el mismo valor.
Aunque se calmó cuando recordó quién era su querida Danica, su sabiduría y los talentos casi mágicos. Tenía que confiar en ella como ella creía en él; tenía que confiar en que sus actos eran acertados.
—Sus cuernos se enredan en las arcadas —continuó la rima de Danica, que reía mientras cantaba y se acercaba hacia el borde, a unos metros de donde estaba—. ¡Y sus músculos no son más que grasa!
Los ojos de Fyrentennimar se abrieron de incredulidad y rabia. Golpeó con fuerza con las piernas y la cola, aplastó la cabeza varias veces contra la barrera mágica rechazadragones y batió las alas con tanta furia que los cuerpos de los goblins se movieron, atrapados en el viento.
Cadderly, al igual que Danica, mostraba una sonrisa de oreja a oreja, aunque sabía que el combate estaba lejos de acabarse. Una de las garras de Fyrentennimar se liberó de la roca, y la otra pronto lo estaría. El joven clérigo completó el siguiente conjuro, sacado de la esfera del tiempo, y lanzó oleadas de energía mágica al distraído dragón.
El viejo Fyren sintió cómo la piedra soltaba la pata atrapada, aunque se tensó de inmediato. El dragón, a pesar de la sabiduría de los años, no comprendió el significado, no entendió por qué el valle de pronto le parecía más grande.
De nuevo, el dragón pensó que Cadderly tenía algo que ver en ello, y se calmó y clavó la mirada sobre el supuestamente humilde clérigo.
—¿Qué has hecho? —exigió Fyrentennimar.
El dragón dio una fuerte y repentina sacudida. Vander le había golpeado por la espalda. La enorme espada del firbolg había impactado con fuerza en la cadera atrapada de Fyrentennimar.
—¡Ahora! —gritó Iván a su hermano, y los dos enanos aparecieron por detrás de las rocas con las cabezas gachas en una carga alocada.
Para el todavía enorme Fyrentennimar, el golpe del firbolg no le hizo verdadero daño. Un latigazo de la cola propició que Vander saliera volando y aterrizara con fuerza en la base de la pared del valle. El resistente Vander se volvió a poner en pie al comprender que nadie del grupo debía rendirse al dolor y al miedo, y que no habría retirada ni cuartel contra semejante enemigo despiadado y terrible.
Para Cadderly, las nuevas distracciones no podrían haber llegado en un momento más adecuado. De nuevo asomaron las oleadas de la insidiosa magia, y para el viejo Fyren, las paredes del valle parecieron aún más grandes.
Entonces, el dragón comprendió. ¡El humilde clérigo le quitaba años! Y para un dragón, la edad era la medida de su tamaño y su fuerza. El patético grupo no era rival para el viejo Fyren, pero de pronto el joven Fyren se encontró en una situación complicada.
—¡Lagartija alada de cabeza torcida, escapa, escapa antes de que hayas fallecido! —gritó Danica.
Las amenazas más cercanas eran los enanos que cargaban y el humilde clérigo con su magia infame. Fyrentennimar sabía eso, sabía que tenía que alinear la boca en dirección a los enanos e incinerarlos antes de que se acercaran. Pero ningún dragón rojo que se hiciese respetar ignoraría el insulto de «lagartija alada», y la cabeza de Fyrentennimar se volvió a elevar hacia el borde del valle, sus llamas avanzaron en dirección a Danica.
O al menos, donde había estado Danica.
Para cuando las llamas se disiparon con más roca fundida bajando por la pared, Iván y Pikel estaban cortando y golpeando, y aunque las armas rebotarían sin causar daño al viejo Fyren, en ese caso rompieron y aplastaron las escamas más delgadas y pequeñas. El hacha de Iván se hundió profundamente en la carne del dragón después de tres golpes.
Del mismo modo, las flechas de Shayleigh se hundieron en las escamas del dragón. La puntería de la elfa fue tan perfecta que las siguientes flechas que abandonaron su carcaj impactaron al dragón en un área no más grande que el ala del sombrero azul de Cadderly.
Cadderly estaba muy exhausto. Los párpados se le cerraban; sentía los latidos del corazón en el pecho. Volvió a hundirse en la canción, y obstinado, endureció la mirada y desató las energías.
Esa vez, Fyrentennimar estaba preparado para el asalto mágico, y el conjuro se desvió.
Cadderly lo lanzó de nuevo y repitió la acción una tercera vez. Apenas podía centrar la vista, apenas podía recordar qué hacía y por qué. Le dolía la cabeza; sintió como si cada gramo de energía mágica que lanzaba fuera un gramo de energía robada de su fuerza vital.
Todavía cantaba.
Luego, se desplomó. La cabeza le sangraba del inesperado golpe. Levantó la mirada y se alegró de que el encantamiento surtiera efecto una vez más y de que Fyrentennimar no le pareciera tan grande, apenas más grande que un gigante de las colinas. Pero sabía que los conjuros no serían permanentes, que los siglos robados a Fyrentennimar volverían pronto. Tenía que atacar al dragón con fuerza en ese mismo momento; tenía que encontrar algún conjuro de ataque para aplastar al dragón mientras estuviera en este estado reducido.
Pero la canción de Deneir no sonó en la mente del joven clérigo. No podía recordar el nombre de su libro sagrado ni su propio nombre. El dolor de cabeza era intermitente; le bloqueaba las ideas. Apenas podía respirar debido al esfuerzo de su pecho, que latía con fuerza. Se llevó la mano al corazón y notó la bandolera. Entonces, siguiendo ese único pensamiento, sacó la ballesta de mano.
Iván y Pikel empezaron a repartir golpes bajo las garras delanteras del dragón. Iván se llevó un trompazo de un ala, pero enganchó el hacha en la extremidad y evitó que lo tirara.
El siguiente golpe de Vander en la cadera destrozó varias escamas y dejó una herida profunda. Fyrentennimar soltó un rugido agónico y dobló el cuello de reptil, dirigiendo la cabeza con las fauces abiertas hacia el peligroso gigante. Vander tiró de la espada para liberarla; sabía que tenía que ser rápido, o lo partiría en dos.
A Cadderly le costó un rato cargar y amartillar el arma, y cuando volvió a mirar el combate, encontró a Fyrentennimar, con la cabeza a su misma altura, ¡mirándolo a los ojos a apenas un metro!
Cadderly soltó un grito y disparó. El proyectil detonó en la nariz del dragón y le arrancó trozos de la cara. Gateó con la poca fuerza que le quedaba y no vio el impacto. Se calmó bastante cuando al fin miró a su espalda, cuando se dio cuenta de que la cabeza de Fyrentennimar estaba cerca de él y cruzaba la barrera rechazadragones porque Vander le había cortado el cuello.
—Oooo —barboteaba una y otra vez Pikel, que estaba cerca del torso.
Cadderly, que poco a poco recuperaba los sentidos, no comprendió la aparente preocupación, hasta que vio cómo la cabeza de Iván se agitaba bajo el pecho del dragón muerto. Con una retahíla de maldiciones que hubiera hecho que un posadero del barrio del puerto de Aguas Profundas enrojeciera, Iván salió al mismo tiempo que apartaba la mano que le ofrecía Pikel. El enano barbirrubio se puso en pie de un salto, con los brazos en jarras, mirando ceñudo a Vander.
—¡Cabalgar dragones estúpidos! —resopló amenazador, en dirección a Cadderly—. ¿Bien? —le rugió el enano al confundido firbolg.
Vander miró a Pikel en busca de alguna explicación, pero el Rebolludo de barba verde sólo se encogió de hombros y cruzó las manos a su espalda.
—¡Aparta esa maldita cosa para que pueda recuperar el hacha! —aulló Iván con un alarido.
Enfadado, sacudió la cabeza, dio unas zancadas ruidosas hacia Cadderly y lo levantó a lo bruto.
—¡Y no vuelvas a pensar en traerte a un dragón con nosotros! —rugió Iván, empujando a Cadderly con fuerza.
El enano lo apartó y, enfadado, se largó para buscar un lugar tranquilo en el que meditar. Pikel lo siguió después de darle a Cadderly unas palmadas de consuelo en el hombro.
Cadderly sonrió, a pesar del dolor y el agotamiento, cuando posó la mirada en Pikel. Tan pronto todo se arregló, el transigente enano se olvidó de los detalles molestos, y eso se evidenció cuando el enano soltó un mal escondido «jee, jee, jee» mientras brincaba detrás de su arisco hermano.
Cadderly habría sacudido la cabeza, pero temió que el esfuerzo le costara el precario equilibrio.
—Ella está bien —le comentó Shayleigh cuando se le acercó y siguió su mirada hasta el borde fundido de la pared de roca.
Para reafirmar las palabras de la doncella elfa, Danica apareció corriendo por la entrada del valle, un momento más tarde, en busca de su amado. Abrazó a Cadderly con fuerza, cosa que necesitaba, ya que una fatiga, como nunca había sentido, se le vino encima.