11

Bombardeo

¿Enemigos? —La atronadora pregunta de Fyrentennimar provocó que los seis vulnerables amigos aguantaran la respiración, aterrorizados.

—Somos amigos —respondió Cadderly con voz débil mientras el dragón hacía unos picados cortos y unas subidas rápidas, lo más parecido a una maniobra de sobrevuelo que podía realizar la voluminosa criatura.

El cuello de reptil de Fyrentennimar se dobló, situando su cabeza en una posición medio elevada, casi como si de un perro se tratara.

—¿Ellos son enemigos? —repitió el dragón con un rugido.

—¿Quién? —preguntó Cadderly, advirtiendo, esperanzado, el «ellos».

Fyrentennimar sacudió la cabeza y soltó una carcajada.

—¡Por supuesto, por supuesto! —gritó, y su voz ya no llevaba el matiz de excitación propio de los dragones—. Debería haber recordado eso. ¡Tu vista no es tan aguda como la de un dragón!

—¿De qué potenciales enemigos hablas? —preguntó Cadderly con impaciencia, al darse cuenta de que las bromas sin sentido podrían continuar durante algún tiempo, y consciente de que el conjuro podría no durar mucho más.

—En el camino —explicó el dragón—. La columna de goblins y gigantes.

Cadderly se volvió hacia Danica y Shayleigh.

—Debemos seguir nuestro rumbo —propuso—. Puedo pedirle a Fyrentennimar que nos deje lejos de los monstruos.

—¿Cuántos? —preguntó Shayleigh, ceñuda.

Con una mano, la elfa agarró el arco, y un brillo de ansiedad se destacó en sus ojos violeta. Cadderly y Danica sabían por esa mirada que la doncella elfa no quería dejar atrás a los monstruos.

—No sé el tiempo que el dragón permanecerá calmado. El riesgo… —continuó después de mirar a Danica en busca de apoyo y ver que ésta no se lo prestaba.

—Todo el vuelo es un riesgo —respondió Danica sin alterarse, y Shayleigh se mostró de acuerdo.

—Si Shilmista fuera tu hogar, no permitirías que los gigantes y los goblins volvieran a sus guaridas —dijo la doncella elfa a Cadderly—. Nosotros los del bosque bien sabemos que en la primavera se nos echarán encima.

—Si destruimos el Castillo de la Tríada, puede ser que los monstruos no vuelvan —razonó Cadderly.

—Si fueras de Shilmista, ¿aceptarías esa posibilidad?

Danica asintió ante el razonamiento de Shayleigh, pero su sonrisa desapareció cuando descubrió la expresión grave de Cadderly.

—Permitamos que decidan nuestros amigos —propuso la luchadora.

Cadderly aceptó de buena gana, sin pensar en lo mucho que Iván disfrutaba del vuelo del dragón.

Hasta ese momento, Iván, Pikel, y Vander, que disfrutaban de los cambios de altura del dragón rojo, habían permanecido ajenos a la conversación.

—¡Iván! —le gritó Danica al enano—. ¿Te importaría aplastar unas cuantas cabezas de goblins?

El enano barbirrubio soltó un rugido, Pikel chilló de alegría y Danica le devolvió una sonrisa de presunción a Cadderly. El joven clérigo frunció el ceño; pensó que ese método de hacer preguntas era bastante injusto; ¿qué enano respondería «no» a esa cuestión?

—Usemos a nuestro aliado para sacarle el mejor partido —le dijo Shayleigh al derrotado clérigo.

Cadderly se relajó sobre el cuello escamoso del dragón mientras intentaba resolver la situación. Sabía que deberían ir directos hacia el Castillo de la Tríada; que en ese momento cualquier combate disminuiría sus posibilidades de éxito más tarde, y en especial si el dragón escapaba a su conjuro.

Pero ¿estaba preparado para el Castillo de la Tríada? Después de su combate para destruir el Ghearufu y la lucha titánica con Espectro, no estaba muy seguro. Hasta entonces, había estado especialmente preocupado por el Ghearufu, pero con esa tarea acabada, empezaba a mirar hacia adelante; había magos poderosos y ejércitos bien entrenados atrincherados en una apartada fortaleza en las montañas.

Cadderly necesitó un tiempo para coger aliento y reflexionar sobre esos peligros que le esperaban al final del camino. Decidió que un ataque al grupo de goblins, con un dragón a su lado, sería como un momento de calma.

Y en conciencia, no podía negar los temores de Shayleigh, ni la expresión lastimosa y decidida que mostraba su hermosa cara de elfa. El joven clérigo tenía que admitirlo, al menos para sí mismo: había algo atrayente en la idea de experimentar el poder desatado de un dragón desde la segura atalaya.

—Creo que son enemigos, poderoso Fyrentennimar —respondió Cadderly al paciente dragón—. ¿Hay algo que podamos hacer contra ellos?

En respuesta, el dragón alabeó y se dejó caer; picó a una velocidad descabellada, luego se estabilizó y usó el impulso para empezar un descenso que rodeó la montaña. Desde esa baja altura, el grupo no tuvo dificultad en divisar la caravana de monstruos: varios cientos de goblins con un considerable número de gigantes entre las filas, que caminaban cansados por un valle estrecho bordeado de muros abruptos de roca desnuda.

Fyrentennimar se mantuvo cerca de las crestas, volando en círculos para alejarse de los monstruos. En cuestión de segundos, el valle y los goblinoides desaparecieron en lontananza.

—Dime, humilde clérigo —le imploró el ansioso dragón a Cadderly.

Miró a sus amigos una vez más para confirmar la decisión y vio que los cinco asentían con la cabeza.

—Son enemigos —confirmó Cadderly—. ¿Qué papel desempeñamos en la batalla?

—¿Vuestro papel? —repitió el monstruo con incredulidad—. Agarraos a las escamas de mi lomo con vuestras patéticas fuerzas.

El dragón alabeó, con las alas perpendiculares al suelo —lo que arrancó otro grito de alegría de Iván y Pikel—, y salió disparado, rodeando el pico. Los compañeros sintieron cómo crecía el calor en el interior del dragón, las llamas brillantes de la ira del viejo Fyren. Los ojos de reptil se entornaron, y Cadderly, al darse cuenta de la creciente excitación del dragón, ya no estaba tan seguro de que la situación fuera a gustarle.

Rodearon la base de la montaña hasta entrar en el valle estrecho; las paredes de roca pasaban borrosas ante los seis atónitos amigos. El dragón se niveló y bajó todavía más, y los extremos de las alas pasaron a unos tres metros de las paredes escarpadas. Los goblins y los gigantes de la retaguardia de la columna se volvieron y soltaron gritos de terror, pero el vuelo del monstruo era tan rápido que no tuvieron tiempo de dispersarse.

Un abrasador chorro de llamas alcanzó a los rezagados. Los goblins se ovillaron mientras se achicharraban; los fuertes gigantes se desplomaron, golpeando en vano las llamas mientras consumían sus cuerpos.

Un humo acre atravesó la estela del dragón. Las llamas se apagaron antes de que se alejara de las largas columnas, pero Fyrentennimar mantuvo la altura con orgullo para que sus enemigos lo vieran y lo temieran.

Por todo el valle, los monstruos entraron en un estado de pánico. Los gigantes aplastaron goblins y chocaron contra otros gigantes; los goblins arañaron y lucharon con los de su especie, e incluso sacaron las espadas en su desesperación por quitarse de en medio.

—¡Oh, amado Deneir! —murmuró Cadderly, sobrecogido una vez más por el poder del dragón, por el sumo terror que Fyrentennimar acababa de infundir en esas criaturas desgraciadas.

«No, —pensó—; desgraciadas, no». Ésos eran los invasores de Shilmista, la plaga que marcó el bosque de los elfos y asesinó a mucha de la gente del príncipe Elbereth. La plaga que sin duda volvería una vez más para acabar lo que empezó.

Shayleigh, con los ojos entornados y serios, disparó unas cuantas flechas bien dirigidas. Vio a un goblin apuntando con un tosco arco en dirección al dragón, pero la criatura, de pocas luces, fue incapaz de calcular la increíble velocidad, y el disparo se quedó muy corto. Shayleigh era mejor arquera, y colocó una flecha en la inmunda boca del goblin.

De inmediato, otro disparo siguió a ése; se hundió en la espalda del goblin, que cayó al suelo, muerto.

Cadderly se estremeció al darse cuenta de que esa criatura sólo trataba de escapar y no suponía una amenaza para ellos. Esa idea asaltó los abrigados sentimientos del joven clérigo.

Pero recordó de nuevo el paraje de los elfos y las cicatrices del bosque. Al final, los vio como enemigos mientras el sabor de la venganza subía por su garganta. El joven clérigo se hundió en la canción de Deneir y, de pronto, su expresión se tornó tan seria como la de su compañera elfa. Oyó las notas fuertes y claras en la mente, como si Deneir aprobara su decisión, y se sumergió en su fluir.

Fyrentennimar ascendió cuando se estrechó el valle. Tan pronto dejaron atrás las paredes pronunciadas, el dragón alabeó de nuevo, de improviso, y viró para hacer otra pasada sobre las criaturas.

En ese momento, los monstruos que iban al frente de las columnas deberían haberse quitado de en medio, salir sin ser vistos por el extremo angosto hacia la región más ancha, donde se dispersarían por completo.

Cadderly los detuvo.

Invocó las paredes de piedra del extremo del valle y concentró la magia en un arco de roca situado a gran altura. El monstruo más cercano, un gigante barrigudo, se precipitó bajo el arco, y las rocas cobraron vida, cerrándose repetidas veces como si de una mandíbula enorme se tratara. El sorprendido gigante se convirtió en una masa sanguinolenta.

El segundo gigante de la cola resbaló hasta detenerse, y observó las rocas con asombro. Quiso probar la increíble trampa; levantó a un goblin indefenso que estaba a su lado y lo lanzó.

El ruido de chasquidos y mordiscos continuó después de que los gritos del goblin se desvanecieran; trozos y partes del desgraciado se desparramaron al otro lado de la barrera.

La escena grotesca desapareció ante los ojos de Cadderly en el momento en que el dragón viró. Para el monstruo, el giro era cerrado; no obstante, el enorme Fyrentennimar tuvo que dar un gran rodeo desde el valle para realizarlo.

—Haz que me deje en el suelo —le imploró Danica a Cadderly.

—¡Y a mí! —declaró Vander más atrás.

El firbolg y Danica cruzaron miradas de excitación, ansiosos por luchar el uno junto al otro.

Cadderly sacudió la cabeza ante la extravagante idea y cerró los ojos, zambulléndose de nuevo en la canción.

—¡Déjame en el suelo, poderoso Fyrentennimar! —pidió Danica a gritos. Los ojos de Cadderly se abrieron como platos, pero el obediente dragón se detuvo junto a un risco, y Danica y Vander bajaron de un salto, escapando antes de que Cadderly reaccionara.

—¡Eh, que nos perdemos toda la diversión! —descubrió Iván cuando el dragón reemprendió el vuelo una vez más, ganando altitud rápidamente.

El enano empezó a llamar al dragón a gritos, pero Pikel lo agarró de la barba y se lo acercó, susurrándole algo a la oreja. Iván rugió de contento, y los dos enanos gatearon uno por cada ala.

—¿Qué hacéis? —exigió Cadderly.

—¡Dile al dragón que mantenga el rumbo! —respondió Iván, y luego desapareció de la vista, al mismo tiempo que reptaba con las manos por la piel escamosa. Su cabeza sobresalió un momento después—. ¡Pero no demasiado! —añadió, y entonces desapareció.

—¿Qué? —respondió Cadderly con incredulidad, y le costó unos momentos darse cuenta—. ¡Fyrentennimar! —gritó desesperado.

Danica y Vander fueron a toda prisa por el extremo más ancho del valle. Comprobaban si algún monstruo había encontrado una salida a través del humo y el hedor. Sólo unos minutos después de que Fyrentennimar los dejara en el suelo, mientras aún daba un rodeo para la segunda pasada, los dos atisbaron un grupo de goblins con un gigante de andares pesados que bajaba por un terraplén, en dirección a ellos.

El firbolg y la luchadora hicieron un gesto con la cabeza y se separaron; cada uno buscó la cobertura de algunas de las rocas que poblaban la zona.

Los goblins y los gigantes miraban más a su espalda que al frente, demasiado asustados por el dragón como para pensar que habría otro peligro al acecho.

Danica salió como una exhalación desde un flanco, lanzó una daga detrás de otra, derribó a un par de goblins, y luego cargó. Dio una voltereta ante sus sorprendidos adversarios y se levantó en un torbellino de golpes.

Los huesos faciales se hicieron añicos, y los dedos rompieron una tráquea. Antes de que el impulso de Danica terminara, cuatro de los nueve goblins estaban muertos a sus pies.

El gigante malvado, en el flanco alejado del grupo, se volvió para enfrentarse a la chica, pero notó un movimiento en dirección contraria y se dio media vuelta, con el enorme garrote preparado. Un goblin se abalanzó al ver a Danica y aulló de terror.

Vander lo partió en dos.

—Gigante —le dijo el monstruo a Vander en el idioma atronador de los gigantes de las colinas.

Vander gruñó y cargó.

La espada dibujó un borroso arco lateral. El gigante retrocedió, y levantó el garrote en una defensa desesperada. Por pura suerte, la clava se topó con la espada, que se hundió varios centímetros en la madera.

Vander intentó tirar de la espada para retirarla y cortar de nuevo, pero la dura madera del garrote la sujetó con fuerza.

El gigante de las colinas, mucho más grande y pesado que los trescientos sesenta kilos de Vander, se abalanzó, dejó caer el garrote y extendió los brazos para rodear a su enemigo.

Vander se revolvió y soltó un puñetazo, que impactó con fuerza, pero apenas hizo nada por detener el impulso de su enemigo. El firbolg sucumbió bajo dos toneladas de carne de gigante de las colinas.

Los cuatro goblins que quedaban cruzaron sus miradas y se volvieron hacia Danica; esperaban que uno de sus compañeros hiciera el primer movimiento. Rodearon a la luchadora desarmada mientras uno levantaba la lanza.

Como la sorpresa inicial ya no existía, Danica permaneció en una postura defensiva agazapada, dejando que sus enemigos tomaran la iniciativa. Los goblins actuaron con sensatez y la rodearon, pero ella confiaba en sus habilidades, y se volvió despacio, de modo que ninguna criatura quedara a su espalda.

El que llevaba la lanza movió el brazo, y Danica empezó a zambullirse hacia la derecha, aunque se detuvo casi de inmediato. Descubrió que el movimiento del goblin era una finta. Se aprovechó de la pausa, regresó hacia la izquierda y giró encogiéndose; una patada alcanzó a uno de los goblins en la rodilla.

La criatura se sacudió, y luego retrocedió, agarrándose la pierna herida.

Danica giró de nuevo. Entonces observaba al de la lanza directamente; le tomó la medida, leyendo el lenguaje corporal para discernir sus pensamientos.

Cadderly vio el combate del flanco derecho y descubrió que Vander estaba enterrado bajo las carnes fláccidas del gigante de las colinas. Intentó encontrar un modo de ayudarle, pero de pronto las paredes del valle le rodearon mientras Fyrentennimar empezaba otra impresionante pasada.

Shayleigh se movió con agilidad por el lomo del dragón, decidida a desempeñar un papel y a disparar el arco varias veces. Al principio, los disparos eran aleatorios —casi todos alcanzaban el blanco—, pero entonces decidió concentrar el fuego en el gigante de las colinas. En el momento en que el vuelo de Fyrentennimar la dejó fuera del alcance del arco, el amplio pecho del coloso lucía media docena de flechas.

—¡Vuela bajo, maldito dragón aguafiestas! —dijo una voz chillona desde abajo.

El grito le informó a Cadderly que Iván y Pikel ya estaban en posición. El joven clérigo se estiró boca abajo y miró por encima de la parte frontal del ala.

Los hermanos Rebolludo colgaban bajo él, uno en cada una de las zarpas de Fyrentennimar. El dragón descendió, y Pikel aulló de alegría; alineó el garrote y usó el impulso del dragón para aplastar la cabeza del gigante, que fue demasiado lento al agacharse.

Iván soltó un hachazo al pasar, pero a destiempo y sólo cortó el aire.

—¡Mierda! —bramó el enano, frustrado.

La naturaleza ordenada de Cadderly no podía aceptar las cosas que sucedían a su alrededor. Se las compuso para sentarse y hundió una mano en una bolsita llena de bayas, mientras sacudía la cabeza con impotencia. Pronunció las últimas palabras del conjuro en tono resignado; luego agarró un puñado de bayas y las lanzó al azar.

Las frutas detonaron cuando impactaron las diminutas explosiones, asustaron y azuzaron a los gigantes, e hirieron, e incluso mataron, a unos pocos goblins.

Fyrentennimar volvió a virar, poco a poco, mientras el valle empezaba a estrecharse, pero los compañeros supieron que no remontaría el vuelo, que no había acabado la pasada.

Un enjambre de criaturas se amontonaba cerca del extremo del valle, apretujadas por las paredes y el conjuro punzante de Cadderly. El pánico se acrecentó cuando el dragón se alzó en las proximidades. Los gigantes lanzaron goblins a través del arco (de hecho, uno pasó sin ser alcanzado y salió corriendo por la cuesta rocosa del otro lado), y luego muchos gigantes saltaron, debido al terror que sentían por el dragón.

El cuello serpenteante del dragón se enderezó, y luego vinieron las llamas. La cabeza de Fyrentennimar se movió de un lado a otro, cambiando el ángulo del fuego e inmolando toda la masa de criaturas.

Para el sorprendido Cadderly, aquello parecía no tener fin.

Unos gritos de agonía salieron de las criaturas, que pronto no fueron más que huesos crepitantes; el enjambre de monstruos pareció fluir, unido en una sola masa burbujeante.

—Oo —murmuró Pikel con admiración.

El enano tenía una vista excelente desde su posición. Iván, sacudiendo la cabeza con incredulidad, fue incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

Danica vio cómo brotaba el pánico en el goblin; sabía que deseaba arrojar la lanza y salir corriendo. Clavó sus ojos en él, le obligó a mirarla, y casi lo hipnotizó con la intensidad de su mirada.

Aguantó el lanzamiento un poco más, hasta que el ansioso goblin que llevaba el garrote en la derecha hizo el primer movimiento.

Danica se enderezó y pareció relajarse, aunque mantuvo la mirada intimidatoria con firmeza. Se agazapó y giró en un instante; asió el garrote que venía de costado con ambas manos, se deslizó hacia abajo, enganchó sus pies con las rodillas del goblin y tiró de la criatura, que pasó ante ella.

El goblin dio una fuerte sacudida.

Sus ojos se abrieron como platos, y Danica, aunque no podía ver cómo la lanza sobresalía de la espalda del goblin, supo que la coordinación y la comprensión de sus enemigos había sido perfecta.

Se levantó con un giro y arrancó el garrote de las manos de la criatura agonizante; lo lanzó hacia atrás, hacia el pecho de la siguiente criatura que acometía. El goblin tropezó con el inesperado proyectil durante un momento; aunque se le enredó con la espada, al final lo apartó a un lado. Se las estaba arreglando para centrar la atención en Danica justo cuando el pie de ella le partió el cuello.

Danica volvió a girar de nuevo. Saltó por encima del que llevaba el garrote y le arrancó la lanza de la espalda. Tres pasos a la carrera más tarde, arrojó el tosco proyectil. El arma no dio de lleno en el blanco, pero acabó lo bastante enredada en las piernas del propietario como para que éste cayera de bruces.

Se quedó boca abajo durante un momento al mismo tiempo que intentaba sacudirse el mareo.

En ese instante, Danica ya estaba sobre él, y murió. Miró al que quedaba, el primero de los cuatro a los que había golpeado. Trastabillaba por ahí, medio saltaba, medio se arrastraba, mientras se agarraba la rodilla destrozada. Llegó hasta más allá de dos de sus compañeros, que habían muerto agarrados a unas dagas. Al pensar en armarse, caminó hacia ellas, pero se detuvo y levantó la mirada, desfallecido, ya que Danica había llegado allí primero.

Vander abofeteó en vano la masa del gigante, aporreando con toda su fuerza; incluso mordió al monstruo en el cuello. Pero toda la brutalidad que pudo reunir el firbolg parecía insignificante contra el tamaño del gigante de las colinas.

Vander descubrió que le costaba recuperar el aliento y se preguntó cuánto duraría bajo las dos toneladas del coloso. Su estimación disminuyó de forma considerable cuando el gigante de las colinas empezó a brincar; empujaba con las manos sobre el suelo y caía a plomo sobre el pobre Vander.

La idea inicial de Vander era la de hacerse un ovillo, aunque se dio cuenta de que su cuerpo no podría aguantar los golpes durante mucho tiempo, hiciera lo que hiciera; el primer salto lo había dejado desfondado, y sólo podía respirar pequeñas cantidades de aire entre cada golpe. Cada vez que el gigante descendía, Vander tenía la sensación de que se le iban a romper las costillas.

Sin pensar en el movimiento, usó el momento en el que el gigante subía para flexionar las piernas sobre su estómago. La suerte estaba con el firbolg, ya que cuando el gigante volvió a bajar, el peso hundió las rodillas de Vander en su abdomen. El gigante volvió a subir, esa vez más alto, y extendió los brazos por completo para descender con un golpe final.

Los pies de Vander subieron, persiguiendo el estómago del monstruo, para sostener al gigante en lo alto antes de que pudiera ganar impulso. El desesperado firbolg tensó las piernas con todas sus fuerzas; tenía los músculos flexionados y abultados como sogas de hierro. El gigante, al que le colgaba la barriga a escasos metros del suelo, liberó una mano y le soltó un gancho, que casi lo dejó sin sentido.

Vander encajó el golpe, pero se mantuvo concentrado en las piernas, soltó un gruñido por el esfuerzo y se obligó a enderezar las rodillas.

El gigante se elevó unos centímetros más; Vander supo que no podría aguantar el peso. Dio una patada final, intentando ganar segundos y espacio, y luego flexionó las piernas y rodó al mismo tiempo que aseguraba el pomo de la espada en el suelo y la enderezaba.

Los ojos del gigante se abrieron desmesuradamente por el terror mientras agitaba los brazos durante el instante que duró el descenso, pero no pudo apartarse, no pudo escapar. La espada entró por debajo del esternón y atravesó el diafragma del monstruo. El gigante de las colinas afianzó los brazos temblorosos y detuvo la caída con el propósito de no empalarse más.

Vander estaba libre, pero no salía de debajo del gigante. Agarró la espada con ambas manos y la levantó, hundiéndola más en el cuerpo del gigante.

Los brazos temblorosos cedieron al mismo tiempo. El gigante resbaló por la espada y emitió un grave y largo quejido cuando la punta de la espada chocó contra la columna vertebral y detuvo su descenso por un momento. Entonces, la espada se desvió, y el coloso se quedó muy quieto, sin sentir dolor, sin sentir nada.

Vander, comprimido de nuevo bajo el peso enorme, sacudió la espada varias veces para asegurarse de la muerte del monstruo, y luego empezó la tarea de liberarse del peso. Danica, acabado el trabajo, estuvo pronto a su lado.

Al final, el aliento del dragón terminó, y la masa de criaturas se quedó hecha un montón bulboso y candente.

Esos monstruos que había detrás del dragón se habrían precipitado hacia la espalda de la bestia, que volaba bajo, pero fueron incapaces, ya que estaban demasiado aterrorizados para acercarse al mortal dragón.

Iván y Pikel agitaron las armas y los insultaron, intentando atraerlos.

—¡Bah, salid corriendo, hatajo de cobardes! —chilló Iván, frustrado.

Un momento después, cuando las garras soltaron a los enanos, Iván lanzó un grito de sorpresa. Pikel y él cayeron desde ocho metros, rebotaron, se pusieron en pie y dieron un brinco al mismo tiempo que miraban a su alrededor, sorprendidos.

A quince metros por retaguardia, los gigantes y los goblins que huían se volvieron y los miraron de hito en hito, sin saber en qué dirección correr.

—¡Humilde clérigo, baja! —rugió Fyrentennimar, arrancando a Cadderly de su estupor.

El joven clérigo se volvió hacia el viejo Fyren, y se preguntó si el conjuro había finalizado, si estaba a punto de morir.

—¡Baja! —repitió Fyrentennimar, y la fuerza de la voz atronadora casi arrojó a Cadderly al suelo.

Shayleigh y él se movieron en un instante, bajaron a rastras por el lomo y se dejaron caer el escaso metro hasta el suelo para quedarse junto a Iván y Pikel.

—Jugar con dragones —comentó Iván con sarcasmo en voz baja.

Shayleigh levantó el arco, pero tuvo que cerrar los ojos y apartar la mirada cuando Fyrentennimar, que batía las alas con fuerza, pivotó en el aire, levantando humo y polvo a su alrededor. El dragón descendió, se detuvo de nuevo, y luego cayó sobre el grupo de monstruos que quedaba; batió la cola, dio zarpazos con las garras delanteras, pateó con las posteriores y las alas levantaron un huracán de viento. Un barrido de la cola alcanzó a cuatro goblins y los aplastó contra la pared del valle con la fuerza suficiente para destruir la mayoría de sus huesos, y luego la misma cola impactó en la roca y abrió una enorme grieta, dejando unas marcas rojizas en el lugar en el que habían estado los goblins. Un gigante, que se veía enloquecido, levantó el garrote y cargó.

Las mandíbulas de Fyrentennimar se cerraron sobre él y lo levantaron sin esfuerzo en el aire. El gigante aullaba como si fuera un animal en el matadero; liberó un brazo de un costado de las fauces del dragón y golpeó con su despreciable palo la cabeza acorazada.

Fyrentennimar cerró las mandíbulas y partió al gigante en dos. Las piernas cayeron al suelo.

Incluso el robusto Iván se estremeció ante el espectáculo de la vehemente carnicería, por el montón de cuerpos burbujeantes y rotos que volaban por los aires de los enemigos atrapados cerca del dragón enfurecido.

—Suerte que está de nuestra parte —dijo Iván, cuya voz jadeante apenas era un susurro.

Cadderly hizo un gesto de asentimiento ante aquellas palabras al recordar el tono que había usado Fyrentennimar cuando le había ordenado que bajara. Estudió los movimientos hambrientos y desenfrenados del dragón mientras éste se deleitaba con la masacre y la sangre.

—¿Lo está? —murmuró el joven clérigo en voz queda.