9

Energía residual

Danica fue la primera en llegar al final del túnel que conducía a la caverna del dragón. La luchadora, sin hacer ruido, gateó a cuatro patas hacia la zona iluminada y se asomó. Sintió cómo la fuerza se le escapaba cuando contempló al magnífico dragón, cien veces más terrible de lo que las leyendas podrían describir. Pero entonces las delicadas facciones de Danica mostraron incredulidad ante la visión inesperada.

Cadderly estaba justo al lado del dragón, hablando con él con familiaridad y señalando el Ghearufu, los guantes —uno negro, otro blanco— y el espejo con el borde de oro, que había dejado en el suelo a cierta distancia.

Danica casi dejó escapar un grito cuando sintió que una mano le tocaba la pierna. Se dio cuenta de que era Shayleigh, que se arrastraba detrás de ella como habían planeado. La doncella elfa también parecía sorprendida por el espectáculo que sucedía en la caverna.

—¿Deberíamos entrar? —le susurró a Danica.

Danica reflexionó sobre la pregunta durante un rato, de veras insegura acerca de qué papel debían desempeñar. Parecía que Cadderly tenía las cosas por la mano. ¿Su presencia asustaría al dragón? ¿Llevaría al viejo Fyren al despliegue incontrolado de una ira terrorífica?

Justo cuando Danica empezaba a sacudir la cabeza, se oyó una voz impaciente en el túnel.

—¿Qué veis? —requirió Iván, cubierto de las entrañas legamosas del sapo y no demasiado contento.

Los ojos del dragón, luminosos como faros, se dirigieron hacia el túnel, y Danica y Shayleigh sintieron de nuevo cómo se les doblaban las piernas ante la abominable mirada.

—¿Quién llega sin ser invitado a la guarida de…? —empezó a decir el dragón, pero se detuvo a media frase, e irguió la enorme cabeza de modo que pudiera oír mejor a Cadderly, que susurraba con calma a su lado.

—Entrad —pidió un momento más tarde el dragón a las dos que estaban en el túnel—. ¡Bienvenidas, amigas del humilde clérigo!

En realidad, a Danica y a Shayleigh les costó un tiempo reunir el valor para entrar en la guarida del dragón. Fueron directamente hacia Cadderly. Danica le cogió del brazo y se quedó admirándolo.

Cadderly sintió el peso de esa mirada de confianza. De nuevo, le habían situado el primero de la fila; se había convertido en el líder de sus amigos. Sólo él comprendió lo provisional que podía ser su influencia sobre el dragón, y entonces que Danica y los demás habían llegado, sus destinos descansaban únicamente en sus manos. Lo admiraban, confiaban en él, pero Cadderly no estaba tan seguro de sí mismo. ¿Se libraría alguna vez de la culpa si fallaba a expensas de la vida de un amigo? Deseaba estar en su hogar, en la biblioteca, sentado en un tejado bañado por el sol, mientras le daba nueces a Percival, el único amigo que no le exigía nada (¡excepto las nueces!).

—El dragón me gusta —explicó el joven clérigo, obligándose a mostrar una sonrisa de oreja a oreja—. Y Fyrentennimar, el gran Fyrentennimar, se ha avenido a ayudarme con mi problema —añadió moviendo la cabeza en dirección al Ghearufu.

Danica miró el suelo que todavía brillaba cerca de la entrada de la caverna y supuso con bastante facilidad que el dragón había utilizado el mortal aliento al menos en una ocasión.

Pero Cadderly parecía indemne… y sereno. Danica iba a preguntarle sobre el extraño curso de los acontecimientos, pero él la acalló de inmediato con una mirada de preocupación, y comprendió que era mejor dejar la discusión para más tarde, cuando estuvieran a salvo, lejos del dragón.

Al entrar en la caverna, Iván y Pikel resbalaron hasta detenerse. Vander, que venía justo detrás, casi tropezó con ellos.

—¡Uh-oh! —chirrió Pikel ante la visión del dragón, e Iván se puso pálido.

—¡Enanos! —aulló Fyrentennimar, y la fuerza del grito azotó las tres barbas (rubia, verde y pelirroja), mientras el aliento hizo que entornaran los ojos.

—Amigos de nuevo —requirió Cadderly al dragón.

El joven clérigo sabía que los dragones que ambicionaban tesoros no sentían demasiado apego por los enanos codiciosos. Cadderly les hizo gestos de que se quedaran en la entrada del túnel.

Fyrentennimar emitió un largo y grave gruñido, y no pareció convencido. El dragón no pudo contener la ira. Parpadeó, desconcertado, y posó una mirada casi lastimera sobre Cadderly y luego sobre el Ghearufu.

—Amigos de nuevo —acordó Fyrentennimar.

Cadderly miró el Ghearufu, pensando que lo más prudente era acabar cuanto antes y salir de allí.

—Poneos detrás de mí —advirtió el viejo Fyren a Cadderly y las dos mujeres, y luego vino la brusca inhalación mientras los pulmones del dragón se expandían.

Esa vez, cuando Fyrentennimar soltó el aliento, no había una protección mágica en el lugar para desviar el fuego. Las llamas se dirigieron hacia el Ghearufu y hacia el suelo. La piedra burbujeó, y el Ghearufu crepitó; parecía enojado, como si su poderosa magia estuviera luchando contra el increíble asalto.

—Oooo —murmuró Iván, asombrado.

Pikel puso los brazos en jarras y gruñó a su hermano por haberle quitado la expresión de la boca. Aunque la discusión no continuó, pues el calor abrasador del aliento del dragón los embistió. Vander agarró a los hermanos y retrocedió hacia el muro, con un brazo ante los ojos para protegerlos.

La ardiente exhalación del dragón no cejó. Se oyeron una serie de explosiones secas que provenían de las llamas, y se levantó un espeso humo gris, que rodeó el pilar llameante y oscureció su brillante luz amarilla.

Cadderly les hizo un gesto a Shayleigh y Danica, convencido de que el fuego del dragón hacía su trabajo. La columna llameante desapareció, y Fyrentennimar se sentó con los brazos cruzados; sus ojos de reptil escudriñaban el área y el objeto mágico. El humo continuó arremolinándose como una chimenea por encima del Ghearufu. Unas llamas ardían en los dos guantes del artefacto; el filo de oro que ribeteaba el espejo se había licuado y se había expandido formando una gota. El mismo espejo latía, hinchándose extrañamente, pero seguía, al parecer, intacto.

—¿Lo he hecho, humilde clérigo? —preguntó Fyrentennimar.

Cadderly no estaba seguro. Los remolinos del espeso humo parecían ganar fuerza; el espejo continuaba latiendo.

De pronto, se hizo añicos.

El sombrero de Cadderly salió volando. La capa revoloteaba por encima de su cabeza y hombros, enhiesta, restallando repetidas veces y con rapidez ante la repentina succión. El viento, que los azotaba barriendo en círculos, se convirtió en un rugido estruendoso.

Las flechas de Shayleigh abandonaron la aljaba, chasquearon contra la espalda de Cadderly y rebotaron por encima. El joven clérigo apenas podía mantenerse en pie, inclinándose hacia atrás en un ángulo que impedía que el viento se lo llevara. Todos los objetos pequeños del área se apilaron sobre el espejo roto. El suelo fundido, que aún estaba blando, se enroscó como una ola alrededor del centro de esa tremenda succión.

Algo golpeó con fuerza la parte posterior de las piernas de Cadderly, lo que estuvo a punto de costarle el precario apoyo. Bajó la mirada y vio a Shayleigh, que, cegada por el agitado cabello, arañaba el suelo en un esfuerzo inútil. Cadderly se desplomó sobre ella, y la elfa se deslizó hacia el vórtice.

Danica permanecía muy quieta a un escaso metro detrás de él; tenía los ojos cerrados en estado de meditación profunda, y las piernas, abiertas y firmemente plantadas. Cerca del túnel, Vander y los enanos habían formado una cadena: el firbolg aguantaba a Pikel, y Pikel a Iván. De pronto, la mano de Pikel resbaló, e Iván soltó un grito. Resistió el tirón apenas un segundo, lo bastante como para que Pikel se agachara y lo cogiera por las rodillas.

—¡Humilde clérigo! —rugió el desorientado Fyrentennimar, y hasta el bramido sonó como un ruido lejano ante el tumulto del viento irresistible.

Cadderly llamó a gritos a Shayleigh, y descubrió que la seguía, a la vez que la fuerza succionadora se incrementaba. A su espalda, Danica abrió los ojos, y la preocupación por sus amigos le arruinó la concentración. Dio un gran salto al frente, agarrándose a Cadderly, pero cuando intentó frenar, descubrió que su ímpetu era demasiado fuerte. Terminó sobrepasando al joven clérigo y a Shayleigh, y de pronto fue ella la que estuvo más cerca del furioso vórtice.

Iván y Pikel ya no tocaban el suelo. Pikel asía con fuerza los tobillos de Iván, y Vander, detrás de él, agarraba con una mano el pie de Pikel y, con la otra, un saliente de la pared del túnel.

El grito de horror que lanzó Danica cuando se acercó al vórtice dejó helado a Cadderly. Shayleigh la siguió, apretujada a ella, y luego Cadderly acabó sobre el montón.

—¿Qué hago, humilde clérigo? —dijo el confuso dragón, pero Fyrentennimar estaba distraído con las montañas de tesoros azotadas por la llamada del vórtice, que golpeaban con fuerza la espalda del dragón y las alas extendidas.

«¿Qué vale semejante tesoro?», se preguntó el dragón en su estado de confusión debido a la magia. Fyrentennimar resolvió en ese momento que sacaría ese montón de basura de su guarida.

—¡Ooooooo! —gimió Pikel.

El enano estaba cegado por la barba (como Iván), le dolían los brazos musculosos por el esfuerzo y la pierna le palpitaba debido a la fuerte sujeción de Vander. Pikel temió que iba a partirse en dos, pero por el bien de su hermano, no lo iba a soltar.

Cadderly sintió una intensa quemazón, como si le arrancaran las entrañas a través de la piel. Caía girando en una bruma gris, descendiendo en espiral, sin control.

Aterrizó de pie sobre una especie de lodo, un cieno que le llegaba hasta las rodillas, y miró lo que le rodeaba y a sí mismo. Estaba desnudo y mugriento, y en apariencia ileso y en una vasta llanura gris. El lago de cieno pastoso se extendía en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista.

Danica y Shayleigh estaban cerca de él, pero ellas, por alguna razón que no pudo adivinar, seguían vestidas.

Cadderly, con recato, cruzó los brazos, y tomó nota del hecho de que sus dos compañeras hicieron lo mismo.

Los labios de Danica se movieron como si quisiera preguntar dónde se encontraban, pero en ningún momento pareció articular la pregunta.

En la ladera nevada del Lucero Nocturno, Druzil se rascó la cara mientras observaba los movimientos temblorosos de la criatura.

Espectro no había dado un paso desde hacía unos segundos, era la primera vez que Druzil veía que el monstruo incansable se detenía. El muerto viviente no hizo un solo movimiento.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó el imp invisible en voz baja, con la esperanza de que el espectro no lo descubriera y no estuviera invocando algún conjuro para localizarlo o destruirlo.

El temblor se transformó en unas convulsiones. Druzil gimoteó y se envolvió con las alas coriáceas a la defensiva, aunque eran invisibles y no podían bloquear la horrible visión.

Unos crujidos salieron del monstruo, unas grietas diminutas se formaron sobre la piel ennegrecida, volutas de humo se filtraron hacia el aire cristalino.

—¿Eh? —preguntó el imp un momento más tarde, cuando el monstruo se desmenuzó y formó un montón de escamas calcinadas y hechas pedazos.

Cadderly examinó la zona, a sí mismo y a sus amigas. Parecía que Danica también intentaba taparse, pero Cadderly no sabía lo que pretendía, ya que ella estaba vestida.

¿O no?

Un alarido desde algún lugar alejado que no pudieron ver los puso a todos alerta. Shayleigh se colocó en cuclillas y se volvió despacio mientras buscaba algo; después, levantó los puños.

«Si teme un ataque, entonces ¿por qué no coge el arco del hombro?», se preguntó Cadderly. Y en ese momento, lo comprendió. Con un gesto de reconocimiento, el joven clérigo se olvidó de su pudor injustificado y se enderezó.

Otro grito, esa vez de dolor, sonó en algún lugar distante, seguido de un estrepitoso chapoteo.

—¿Dónde estamos? —requirió Danica—. ¿Y por qué soy la única que no lleva ropas?

Shayleigh se la miró con incredulidad; luego, bajó la mirada hacia su cuerpo.

Una ola se dirigió hacia ellos, y el incómodo cieno marrón se elevó hasta su cintura. Cadderly hizo una mueca al oler el repugnante mejunje; descubrió, por primera vez, el hedor nauseabundo.

—¿Qué ha causado una ola tan grande? —susurró Shayleigh, y el perspicaz comentario le recordó a Cadderly que la incomodidad sería el menor de sus problemas.

La aparición, una forma andrógina y débil, con un brazo partido, se levantó del cieno a unos seis metros de distancia y entornó los malignos ojos al posarlos en ellos.

—Es el asesino —jadeó Danica—, pero está muerto y… —Miró a Cadderly con los ojos castaños muy abiertos.

—Atrapado por el Ghearufu —respondió Cadderly, reacio a dar por sentado que ellos también estaban muertos.

—¡Atrapado! —rugió la forma enclenque con una voz poderosa como la de un gigante—. ¡Atrapado para que te castigue!

—¡Usa el arco! —le gritó Danica, más asustada de lo que nunca había estado, a Shayleigh.

De nuevo, la elfa le dirigió una mirada de incredulidad. Entonces se volvió hacia el hombro, que ella veía desnudo.

Danica soltó una risa burlona y corrió a situarse entre Cadderly y Shayleigh, adoptando una postura defensiva entre ellos y el fantasma que se acercaba.

Cadderly bajó la mirada y observó el cieno homogéneo para aclarar la mente y registrar todo lo que veía y oía. ¿Por qué era el único que estaba desnudo? O al menos, ¿por qué se veía de ese modo? Como Danica, por lo que decía. Y si Shayleigh pensaba que tenía el arco, aunque él no percibía que fuera así, entonces ¿por qué no cogía el arma?

Las manos de Danica hicieron movimientos intrincados en el aire. El fantasma de Espectro no mostró miedo en absoluto y continuó con su avance por el fango. Danica notó que, de pronto, Espectro parecía más grande, y que crecía.

—Cadderly —jadeó en voz baja, ya que en aquel momento su oponente medía tres metros y era casi tan alto como Vander.

Espectro dio otro paso y dobló su altura.

—¡Cadderly!

«Todos percibimos nuestra desnudez, pero vemos a los demás como los hemos visto la última vez», meditó Cadderly, sabiendo que había algo relevante en ese hecho. Se tocó el cuerpo mientras se preguntaba si su equipo sólo era invisible, si su poderosa ballesta de mano estaría en la cadera esperando a que la cogiera. Pero sólo sintió la piel y las salpicaduras legamosas del cieno repugnante.

El fantasma medía nueve metros; sus carcajadas se mofaban de la débil postura defensiva de Danica. Con un ruido de succión, un pie se levantó del cieno y quedó suspendido amenazadoramente en el aire.

—¡Castigo! —gruñó el malvado Espectro, estampándolo.

Danica lo esquivó, se zambulló en el légamo y reapareció con los mechones cobrizos pegados a la cabeza.

El chapoteo arrancó a Cadderly de sus reflexiones. Sus ojos se abrieron de manera exagerada cuando miró a su alrededor buscando a Danica, pues temía que el monstruo la hubiera aplastado.

En ese momento, Shayleigh, estaba con la luchadora y la apartaba del gigantesco monstruo.

Espectro, sin embargo, se olvidó de Danica y se interesó por Cadderly, que estaba frente a él. Ése era el autor del desastre y el destructor de su cuerpo y del precioso Ghearufu.

—¿Estás en paz con tu dios? —bromeó la voz del gigante.

—¿Dónde estamos?

La pregunta atravesó su mente. El monstruo lo amenazaba, y eso confirmaba que no estaban muertos. Sin embargo, Cadderly sabía que ese lugar se parecía, de algún modo, al mundo espiritual, ya que se había aventurado en él varias veces.

Danica y Shayleigh saltaron para situarse en primera línea. Danica, sobre la pierna del gigante, arañaba y mordía la parte de atrás de la rodilla. El monstruo dio una patada, intentando sacársela de encima, pero si los salvajes golpes de ella estaban haciéndole verdadero daño, la sonrisa de Espectro no lo demostró.

—Vulnerabilidad percibida —murmuró Cadderly, tratando de dar un empujón a su proceso mental.

Su propia imagen, las de sus amigas y la de su acérrimo enemigo tenían que ser un asunto de percepción, ya que cada uno pensaba que estaba desnudo, pero veía a los otros dos vestidos.

Shayleigh se descolgó de la pierna del monstruo cuando Espectro la levantó por encima de la cabeza del joven clérigo.

—¡Cadderly! —gritaron las dos a su aparentemente distraído compañero.

El pie enorme bajó. Danica casi desfalleció al pensar que su amado acababa de ser aplastado.

Cadderly cogió el pie con una mano, y distraídamente lo mantuvo fijo sobre su cabeza.

Él también empezó a crecer.

—¿Qué sucede? —exclamó la joven frustrada y aterrorizada, cayendo de la rodilla del gigante y zambulléndose.

Shayleigh la atrapó y la sujetó; se necesitaban la una a la otra.

Cadderly era la mitad de grande que la criatura, y en ese momento era Espectro el que se mostraba confundido. El joven clérigo empujó el pie, lanzando a Espectro hacia atrás, que aterrizó con un chapoteo en el cieno. En el instante en que la criatura recuperó la posición, Cadderly era el más grande.

De todas formas, Espectro se abalanzó con un gruñido y rodeó a su odiado enemigo con un fuerte abrazo.

Danica y Shayleigh se alejaron de los dos titanes, sin sacar nada en claro, incapaces de ayudar.

Los brazos engrandecidos de Cadderly se flexionaron y giraron. Los de Espectro hicieron lo mismo, y durante un largo rato, ninguno de los dos pareció cobrar ventaja.

Espectro mordió, al mismo tiempo que sacudía la cabeza con fuerza, el cuello de Cadderly. Aunque fue él, y no Cadderly, el que aulló de dolor, ya que no mordió la vulnerable piel, ¡sino una armadura de acero!

El monstruo salvaje levantó el brazo. Sus dedos se transformaron en garras, y los descargó sobre el hombro de Cadderly.

El joven clérigo soltó un grito de agonía. El brazo de Cadderly se transformó en una lanza, y la hundió en el abdomen de Espectro.

La piel de Espectro se apartó, y se abrió un agujero a cuyo través pasó la lanza sin hacer un solo corte. La piel de la criatura se cerró herméticamente alrededor del apéndice de Cadderly, y lo asió con fuerza.

La boca de Espectro se abrió entonces de un modo imposible; parecían las fauces de una serpiente con los colmillos llenos de veneno.

—Cadderly —jadeó Danica.

La mujer pensó que su amado estaba condenado, y que ella y Shayleigh también caerían víctimas de ese fantasma horrible. No tenía palabras para describir lo que sucedía; apenas podía acordarse de respirar.

Cadderly no retrocedió. Su cabeza se hizo más gruesa y la cara se le acható, como si de un martillo se tratara; después, dio un cabezazo. Esa vez, por lo visto, el ataque cogió desprevenido a Espectro, ya que las mandíbulas de serpiente se hicieron pedazos, y la sangre limpió el veneno.

Los ojos de Espectro se abrieron por la impresión cuando el brazo empalado, de nuevo, cambió de forma, y unas espinas torcidas salieron por los costados del torso de Espectro.

Cadderly comprendió que era un juego de agilidad mental y contrarrestó la defensa con el ataque, mientras mantenía la cordura (sí, ¡esa palabra era la clave!) ante los espectáculos grotescos y las realidades imposibles. Espectro estaba confundido y aturdido, así que era el momento de seguir el juego.

El brazo libre se transformó en un hacha, y el joven clérigo descargó la mano afilada en un lado del cuello de Espectro. El titán maligno reaccionó deprisa, ya que su hombro creció en forma de escudo, pero Cadderly, al mismo tiempo, creó una cola como la de la mantícora con la que había luchado en el sendero de la montaña. A la par que el hacha chocaba contra el escudo de Espectro, la cola giró alrededor y golpeó como un látigo, y hundió varias espinas de acero en el pecho de Espectro.

Cadderly sacudió el brazo empalado con encono; de algún modo, Espectro fundió su piel para amoldarse a los movimientos, evitando que Cadderly lo partiera en dos. La cola volvió de nuevo, pero el pecho del asesino se endureció, e invocó una armadura que desvió un poco los golpes.

Cadderly llevó a Espectro al límite de su mente y la puso a prueba hasta el extremo. Era un juego de ajedrez, un juego de movimientos simultáneos y defensas anticipadas.

La boca de serpiente de Espectro se reformó en un instante; en realidad, Cadderly estaba sorprendido de que el malvado, que aún mantenía las fuertes defensas, fuera capaz de realizar el cambio. A la vez, no obstante, la cabeza de Cadderly se transformó en la de un dragón, en la de Fyrentennimar.

Los ojos de reptil de Espectro se abrieron como platos, y trató de cambiar la cabeza en algo que pudiera desviar el ataque, algo que pudiera vencer el aliento del dragón.

No pensó lo bastante rápido. Cadderly lanzó una línea de fuego que le arrancó las facciones a Espectro. La piel, carbonizada, dejó un cráneo entre humano y reptil sobre el enjuto cuello del titán.

A causa de los estertores agónicos, Espectro fue incapaz de mantener el control de sus defensas mentales. La cola de mantícora hundió media docena de espinas en el pecho del contrincante. La mano en forma de hacha se hundió profundamente en la clavícula de Espectro.

Con el rugido victorioso de un dragón, Cadderly sacudió de un lado a otro el brazo empalado y partió a Espectro en dos. La parte superior del vencido titán cayó a plomo en el cieno, bañando a Danica y Shayleigh. Casi de inmediato, el torso de Espectro volvió a su tamaño normal y desapareció en el lago pardo. Las piernas de la criatura cayeron al mismo tiempo que se flexionaban, y se hundió en el légamo sin apenas hacer ruido.

La cabeza de Cadderly volvió a la normalidad cuando se giró para observar a sus abrumadas compañeras. Pero sólo captó una imagen fugaz de ellas, antes de que se levantara un muro de negrura que lo sumió en la inconsciencia.