6

En el camino

Druzil se sentó en un tocón roto. Los dedos terminados en uñas afiladas tamborileaban sobre sus piernas delgadas. Conocía el camino a la Biblioteca Edificante desde ese lugar, y sabía que el espíritu maligno había cambiado de rumbo en una dirección incorrecta y entonces se dirigía a las montañas salvajes.

Druzil no estaba demasiado decepcionado; en realidad, no tenía ganas de acercarse a la abominable biblioteca otra vez, y dudaba que incluso ese poderoso espíritu durara mucho contra la fuerza combinada de muchos de los grandes clérigos que vivían allí. Aunque el imp estaba confundido. ¿Al espíritu lo guiaba un propósito real, como Druzil había creído al principio, como Aballister le había hecho pensar? ¿O la maltrecha cosa vagaría sin rumbo por las montañas, destruyendo cualquier criatura sobre la que cayera accidentalmente?

La idea no le sentó bien al impaciente imp. Lógicamente, se dio cuenta de que debía haber alguna conexión importante con ese monstruo, probablemente una conexión con Cadderly. Si no, ¿por qué Aballister lo había despachado para mantener vigilado al incontrolable muerto viviente?

Le asaltaron demasiadas preguntas, demasiadas posibilidades para pensar en todas ellas. Miró al monstruo, que se abría paso a zarpazos por un sendero del norte, asustando animales y desgarrando plantas con la misma ferocidad. Luego, miró en su interior, dirigió su interés a ese lugar mágico común a todas las criaturas extraplanares, y envió su mente a toda velocidad por los pasos de las montañas, buscando el enlace telepático con su amo. Pese a la urgencia de su llamada, la sorpresa no fue menor cuando Aballister respondió con avidez a sus intrusiones mentales.

«¿Dónde está Cadderly? —le dijeron los pensamientos del mago—. ¿Lo ha alcanzado el espectro?».

Muchas de las preguntas de Druzil acababan de ser contestadas. El interrogatorio mental de Aballister continuó; el mago azuzó la mente de Druzil con una serie tan rápida de preguntas que Druzil no tuvo tiempo de responder. El intrigante imp comprendió, de inmediato, que tenía ventaja en esa conversación; que Aballister, desesperado, buscaba respuestas.

Druzil se frotó las manos. Disfrutaba de su superioridad, confiado de que obtendría toda la información que necesitaba al regatear todas y cada una de las respuestas.

Druzil abrió los ojos bastante tiempo después, con una nueva perspectiva sobre la situación. Aballister estaba nervioso; Druzil lo sentía por la intensidad de las contestaciones telepáticas de Aballister y por el hecho de que dejaba pocas preguntas por responder. El mago era una de esas personas crípticas; siempre retenía información que entendía que sus inferiores no necesitaban saber. Aunque esa vez, no. Esa vez, el mago inundó a Druzil con información sobre el espectro y Cadderly.

Dado el conocimiento que tenía el imp de su amo, no había duda de que Aballister caminaba por el borde de un peligroso precipicio. Desde que el mago invocó a Druzil, deseó ver el verdadero poder de Aballister. Había visto a Aballister derrotar a un rival con un rayo, friendo literalmente al hombre; engullir una caverna de goblins advenedizos con una bola de fuego que alcanzó las piedras, que se desplomaron sobre todas las criaturas; había viajado a las lejanas tierras del norte con el mago, y observó cómo barría un comunidad entera de taers, unas bestias de pelaje blanco.

Pero Druzil sabía que eso sólo eran indicios, seductoras degustaciones de lo que estaba por llegar. Aun cuando nunca respetó de verdad al mago (Druzil nunca había respetado a nadie del plano material), siempre sintió el poder interior del hombre. Aballister, nervioso e inquieto, indignado porque su propio hijo era el que amenazaba sus designios sobre la zona, hervía como una olla a punto de estallar.

Y Druzil, malicioso y caótico en extremo, pensó que la situación era deliciosa.

Movió las alas y se puso en marcha en persecución del entonces lejano espectro. Seguir el camino de la criatura (un sendero ancho de destrucción casi completa) no era difícil, y Druzil tuvo a la criatura a la vista en menos de una hora.

Decidió entablar comunicación con la criatura, para consolidar una alianza con el espectro antes de que alcanzara a Cadderly, y antes de que Aballister pudiera dar rienda suelta a sus poderes destructores. Aún invisible, el imp avanzó al espectro y se posó sobre una rama baja de un pino, en el camino que con toda probabilidad tomaría el muerto viviente.

El nomuerto husmeó el aire mientras Druzil pasaba; incluso soltó un perezoso golpe que estuvo lejos de alcanzar al imp, que volaba rápido. Tan pronto Druzil se movió más allá de su alcance, pareció que dejaba de prestar atención a la perturbación invisible.

Druzil se materializó cuando el espectro se acercó.

—Soy un amigo —anunció, en lengua común y mediante telepatía.

La criatura soltó un gruñido y continuó más rápidamente, con un brazo ennegrecido al frente.

—Amigo —repitió Druzil, esa vez en el lenguaje lleno de gruñidos y siseos de los planos inferiores.

La criatura que avanzaba se centró en Druzil como si el imp fuera simplemente una cosa más que destruir; siguió sin responder. Druzil alcanzó al espectro con una andanada de ataques telepáticos. Cada uno de ellos significaba amistad o bien alianza, pero el monstruo continuó sin reaccionar.

—¡Amigo, monstruo idiota! —gritó Druzil, poniéndose en pie de un salto y con los brazos en las caderas en una postura de desafío.

La criatura estaba sólo a unos pocos metros. Con un gruñido y un salto, llegó hasta Druzil con el brazo preparado. El imp chilló al advertir el peligro repentino y batió las alas para elevarse.

Espectro arrancó la rama del árbol, la arrojó a un lado y continuó sus destrozos, mientras Druzil, atrapado entre la capa de hojas perennes, luchaba por su vida, batía las alas y soltaba arañazos, tratando de hacer algún agujero por el que podría salir a cielo abierto. Se volvió invisible de nuevo, pero de cualquier modo el monstruo parecía verlo, pues la persecución continuaba, implacable.

La criatura estaba justo a su espalda.

La cola de Druzil, que era como un látigo del que goteaba un veneno mortal, restalló contra la cara del monstruo y creó un profundo agujero en la demacrada cara del nomuerto.

La criatura no se acobardó. El poderoso brazo golpeó de nuevo, arrancó una gran rama y abrió lo bastante el follaje para que el siguiente ataque no se desviara.

Druzil soltó zarpazos y patadas, y luchó a lo loco contra la capa de hojas. Y de pronto, la atravesó e irrumpió por encima de las ramas, donde con unos pocos aleteos se alejó del alcance del monstruo.

El muerto viviente emergió por debajo del maltrecho árbol un momento después. Caminaba por el sendero sin darle más importancia a la última criatura que acababa de huir de su poder aterrador.

Bene tellemara —murmuró el imp, totalmente estremecido.

Encontró una atalaya sobre un saliente que dominaba el camino, y observó el avance firme del monstruo incontrolable.

Bene tellemara.

Con la nieve hasta la cintura, Cadderly levantó la mirada hacia la pronunciada cuesta del pico Lucero Nocturno envuelto en la bruma. A pesar de los conjuros mágicos que evitaban el frío, el joven clérigo sintió la mordedura del fuerte viento y cómo el entumecimiento empezaba a hacer mella en sus piernas. Entonces pensó en echar mano de un conjuro más poderoso, como el que había utilizado para escapar de sus desorientados amigos, de modo que pudiera andar por el aire hasta la cima.

Pero se lo pensó mejor, al advertir que debía guardar la energía mágica, ya que había un viejo dragón rojo esperándole. Sacudió la cabeza con decisión y siguió andando pesadamente, un paso tras otro.

Un paso cada vez, subiendo.

El sol había salido. El día era brillante y claro. Cadderly tuvo que entrecerrar los ojos constantemente contra el brillo punzante de los rayos que se reflejaban en la nieve virgen: de vez en cuando, una capa de nieve se movía bajo su peso y crujía, y Cadderly se quedaba muy quieto, a la espera de que una avalancha cayera sobre él.

Le pareció que el viento transportaba una llamada; quizás era Danica, que gritaba su nombre. No era imposible; había dejado a sus amigos no muy lejos de allí, y les había dicho adónde se dirigía.

Esa idea hizo que Cadderly se diera cuenta de nuevo de lo vulnerable que parecía entonces, un punto negro en la blancura al aire libre, trepando tan lentamente que apenas se movía.

«¿Habrá más quimeras u otras bestias aladas por la zona, hambrientas de sangre?», se preguntó. Justo ante él empezaba la ascensión de la última cuesta. Buscó mentalmente cualquier signo de que algún mago lo estuviera espiando. Ninguno era evidente, pero Cadderly había levantado algunas defensas.

Todavía al descubierto en la pendiente, el joven clérigo se sentía incómodo. Se arrebujó en la capa y pensó en los conjuros que podría usar para que le facilitaran la brutal ascensión.

Aunque al final, sólo usó el simple empeño. Las piernas le dolían, y descubrió que le costaba respirar debido a la poca densidad del aire y al esfuerzo excesivo. Encontró una zona de roca desnuda más arriba, bajo el velo brumoso, y se sorprendió un poco, hasta que se dio cuenta de la razón por la que el área era más cálida. Usando el calor como faro, Cadderly se abrió paso rodeando un montón de piedras y encontró una entrada de buen tamaño, aunque no lo bastante grande para el volumen de un dragón adulto.

Aunque el joven clérigo comprendió que acababa de encontrar a Fyrentennimar, ya que sólo un tipo así de criatura podía emanar el suficiente calor para fundir la nieve de la cumbre del invernal Lucero Nocturno.

Cadderly se sacó parte de las ropas y se dejó caer para recuperar el aliento y descansar las piernas. Pensó de nuevo en el poderoso enemigo que encontraría y el repertorio de conjuros que necesitaría si quería tener alguna oportunidad en la desesperada misión.

—¿Desesperada? —susurró Cadderly, sopesando el sonido de la sombría palabra.

Incluso el decidido clérigo había empezado a pensar si temerario sería una descripción más acertada.