NOTAS AL CAPÍTULO 17

17.1. Yang Huo: administrador de la familia Ji. En la primera etapa de decadencia del orden feudal, la autoridad local había sido usurpada por los cabezas de las grandes familias y después recayó a su vez en manos de sus administradores. Ya hemos sabido (pasaje 16.2) cuáles eran los puntos de vista de Confucio sobre esta alarmante evolución y, por ello, es fácil de entender por qué no deseaba ver a Yang Huo. Este último intentó forzar el encuentro haciéndole un presente, ya que todo regalo creaba una obligación ritual para el beneficiario de agradecerlo con una visita.

Al final del pasaje, la aceptación de Confucio sigue siendo ambigua.<<

17.4. Wucheng, donde Ziyou era gobernador: las palabras «donde Ziyou era gobernador» no se encuentran en el texto original; los lectores chinos cultos estaban naturalmente al tanto de esta información.

Oír tocar instrumentos de cuerda y cantar himnos: esto indica una ceremonia ritual que se celebraba con una solemnidad desmedida respecto a aquel entorno humilde. Al principio, a Confucio le divierte el excesivo celo de Ziyou, pero más adelante comprende el punto del discípulo, que era también el de Chesterton: «Todas las exageraciones son adecuadas si exageran la cosa adecuada» («On Gargoyles», en Alarms and Discursions, Londres, 1910).<<

17.5. Gongshan Furao: administrador de la familia Ji, del que Bi era una fortaleza. Su rebelión estaba dirigida contra el señor Ji; Confucio podía, por ello, creer que ésta podía proporcionarle la oportunidad de restaurar la autoridad legítima del duque de Lu.

Establecer una nueva dinastía Zhou en el Este: Zhou se había desarrollado originalmente en el oeste de China; el país de Lu (en la actual provincia de Shantung), donde vivía Confucio, era China oriental. Confucio está haciendo aquí una clarísima declaración sobre lo que cree que es su elevada misión histórica.<<

17.7. Bi Xi: gobernador de Zhongmou y administrador de una gran familia en el estado de Jin.<<

17.8. Amar la humanidad sin amar el conocimiento degenera en necedad: cualquiera que dude de la permanente relevancia de esta observación debería echar una ojeada hoy día a la bufonada que supone toda esa clase de activismo bien intencionado, pero ignorante, que está tan de moda. La bondad sin información puede causar más estragos que la maldad deliberada; pero, por una extraña lógica, se presupone demasiado a menudo que la bondad debería por sí misma conllevar una especie de dispensa de la inteligencia, pero, de hecho, estas dos cualidades están orgánicamente relacionadas. «La bondad natural es rara, sólo la inteligencia puede producir la bondad», escribió Jules Renard (Journal, anotación del 5 de abril de 1903); la misma idea fue desarrollada repetidamente por Proust. Y Unamuno censuró a Cervantes por haber escrito que Sancho «era un buen hombre, pero sin seso», como si la bondad y la estupidez fueran compatibles (Miguel de Unamuno: Vida de don Quijote y Sancho, I, 7).<<

17.10. Su hijo: literalmente, Boyu.

La primera y la segunda parte de los Poemas: literalmente, Zhou nan y Shao nan.<<

17.11. Como si el ritual consistiera en meras…: véase el pasaje 3.3.<<

17.17. La charla ingeniosa…: repite el pasaje 1.3.<<

17.18. Púrpura: color derivado, mientras que el bermellón es un color primario. Todo el pasaje parece referirse a la complejidad que pervierte la simplicidad.

Música popular: literalmente, «la música de Zheng», ya condenada en el pasaje 15.11.<<

17.19. Ya no quiero hablar más: para ampliar los comentarios de este espléndido pasaje, véase en la introducción, «Los silencios de Confucio».

El concepto de enseñanza sin palabras fue cultivado más comúnmente dentro de la tradición taoísta (véase, por ejemplo, Lao Tse: «Quien habla no sabe, pero quien sabe no habla»). Posteriormente fue desarrollado por la Escuela del Budismo Chan (Zen). El Chan fue llevado a China en el año 520 a. de C. por el misionero indio Bodhidharma, que, según una Escritura tardía, pertenecía a una tradición que se remontaba Kasyapa, discípulo del Buda: un día, en lugar de predicar, el Buda cogió una flor y sonrió. Sólo Kasyapa entendió esta comunicación sin palabras y, a su vez, utilizando un método similar, lo transmitió a sus propios discípulos, estableciendo así la transmisión de la enseñanza Chan.

Nietzsche hubiera apreciado esta afirmación de Confucio, puesto que escribió (en La gaya ciencia, IV, 340) que «admiraba el valor y la sabiduría de Sócrates en todo lo que hizo, dijo y no dijo», pero también que «hubiera admirado a Sócrates aún más si hubiera guardado silencio los últimos momentos de su vida».<<

17.20. Ru Rei: un personaje de Lu, del que casi no se sabe nada.

Confucio declina la invitación con la excusa intachable de estar enfermo; pero simultáneamente deja perfectamente claro que no lo está. El insulto educado puede ser más prudente, pero también es la forma suprema de insulto; aquí parece que Confucio era también un gran maestro de este arte sutil.<<

17.21. Zai Yu: poseía algún talento, pero en el mismo ámbito del que Confucio desconfiaba: la elocuencia (véase el pasaje 11.3). Para Confucio, la actuación de Zai Yu era generalmente desagradable (véase, por ejemplo, los pasajes 3.21 y 5.10) y evoca un tipo de mente que se ha hecho demasiado común en nuestra actual cultura, el «bruto especializado».

Tres años de duelo por los propios padres: normalmente la persona que estaba de duelo suspendía todas sus actividades habituales e incluso abandonaba su casa y se trasladaba a una cabaña construida para la ocasión cerca de la tumba de los padres. La obligación de observar un largo retiro a la muerte del padre o de la madre permaneció vigente para la elite gobernante durante toda la historia de la China imperial. Dicho sea de paso, esta costumbre tuvo un efecto benéfico en la cultura china: los miembros del estamento intelectual, liberados así de repente a mitad de su carrera de las muchas preocupaciones del gobierno y de la política, con frecuencia se aprovechaban de estas «retiradas sabáticas» obligatorias para cultivar a voluntad, y con mucho fruto, sus actividades filosóficas, literarias y artísticas.

Una nueva lumbre: se utilizaba ritualmente otra variedad de madera para alumbrar el nuevo fuego a la llegada de cada estación.

Trascurrido sólo un año: estas cuatro palabras no se encuentran en el texto original.<<

17.22. Ajedrez: en chino, bo yi, que significa, bien «jugar al ajedrez» o «el juego de bo y el juego de yi» (el primero era un juego de dados, cuyas reglas ya no se conocen). El ajedrez al que se refiere Confucio aquí (yi) no es, por supuesto, el juego persa que se ha extendido en todo el mundo, y del que una variante se introdujo posteriormente en China, llamada hoy día xiang qi. Yi (en chino moderno wei qi) se pronuncia en japonés go; bajo este último nombre ha empezado a popularizarse en Occidente.<<

17.23. Un hombre del vulgo que es valiente, pero no justo, puede convertirse en un bandido: Tomás Moro expresó una idea parecida: «El latrocinio le llega más fácil a un hombre arrojado» (Utopía, libro I). <<

17.25. Las mujeres y los subordinados: literalmente, «mujeres y hombres del vulgo». Contrariamente a lo que se ha supuesto a menudo erróneamente, Confucio no está haciendo aquí una afirmación universal que equipararía en la misma categoría a las mujeres y a los «hombres del vulgo». En realidad, el mismo término utilizado en el texto original (yang, traducido como «manejar» significa literalmente «educar», «alimentar», «conservar», «mantener», «nutrir») indica aquí que la observación de Confucio se encuadraba simplemente en el reducido y específico contexto del hogar. Para el cabeza de un gran clan familiar reunido en el mismo recinto, las relaciones con los miembros femeninos del hogar y con el personal doméstico les planteaba delicados problemas de relación y autoridad.

Ahora bien, ¿cuál era la actitud de Confucio hacia las mujeres? De este pasaje no es posible extraer ninguna conclusión que abarque la cuestión de las mujeres en general, y no pueden encontrarse otras claves sobre este tema en las Analectas. Aunque sería injusto acusar a Confucio de tener prejuicios basándose en esta única sentencia (que, dentro de su contexto particular, ofrece una observación sensata y psicológicamente perspicaz), sería también una torpeza esperar que Confucio hubiera podido en su visión de las mujeres apartarse significativamente de la mentalidad de su época. El gran experto en la época clásica, Paul Veyne, en un reciente resumen de sus experiencias como historiador de la Roma antigua, nos recordaba con fuerza que las creencias fundamentales de cada época —aquellas que habitualmente quedan sin ser expresadas— nunca son desafiadas en su tiempo, ya que parecen probarse a sí mismas, y nadie percibe que son meras hipótesis; así, por ejemplo, la institución de la esclavitud no fue cuestionada en la Antigüedad, ni siquiera por los estoicos o los primeros cristianos: «El hombre no puede pensar cualquier cosa en cualquier tiempo» (Paul Veyne, Le Quotidien et l’intéressant, París, Les Belles Lettres, 1995, p. 205: «L’homme ne peut penser n’importe quoi n’importe quand»). <<