En sacos
Apenas dieron un paso en la desvencijada escalera cuando los zombis de Rufo se cernieron sobre ellos. Docenas de clérigos muertos (Cadderly sabía que eran hombres que mantuvieron la fe y no se habían entregado a la tentadora llamada de Rufo) aparecían entre las estanterías de vinos, sin preocuparse demasiado de la luz que brillaba en el sombrero de ala ancha del joven clérigo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Iván, que saltó al frente, con la evidente intención de guiarlos. Un zombi extendió el brazo, y la gran hacha lo cercenó. Eso apenas detuvo al zombi sin mente; pero el siguiente tajo de Iván, un golpe descendente en la clavícula, que atravesó el pecho del monstruo, sí lo hizo.
Pikel dejó caer el garrote al suelo de inmediato y empezó aquella curiosa danza.
—¿Adónde vamos? —preguntó Iván de nuevo, con más urgencia, las ansias de batalla hervían en su interior.
Cadderly continuó meditando la respuesta. ¿Adónde? La bodega era grande, llena de estantes y numerosos rincones. Las sombras se extendían por el suelo, se alejaban de la única fuente de luz, hacían la sala más misteriosa.
Iván y Pikel cargaron en ese momento, repartieron tajos y porrazos. Iván se agachó para vapulear el abdomen de un zombi; Pikel en algunas ocasiones lanzaba un chorro del odre de agua para mantener alejada a la horda de monstruos.
—¡Cerrad los ojos! —gritó Cadderly, y los enanos no tuvieron que preguntar el porqué. Un momento después, una lluvia de chispas penetró entre las filas de zombis, derribando a varios de los monstruos. Cadderly los habría destruido a todos, pero se dio cuenta de que los enanos controlaban la situación y que debería usar la valiosa varita con mesura.
Los enanos atravesarían la multitud, pero ¿adónde debían ir? Cadderly pensó en la disposición de la bodega. Usó una de las funciones menores de la varita, situó un globo de luz entre los estantes de la derecha, pues sabía que al final de aquéllos había una sala profunda. La luz iluminó por completo el cuartucho, y estaba vacío.
—¡Hacia el fondo! —gritó Cadderly a sus compañeros—. Atravesad toda la bodega hasta la pared del fondo.
Era sólo una suposición, pues aunque confiaba en que Rufo habría buscado las cámaras inferiores (y la aparición de tantos zombis daba crédito a eso), no sabía dónde encontraría al vampiro en la desigual cámara. Se quedó atrás cuando los enanos se abrieron paso entre el tropel, dejando espacio para que Cadderly no se entretuviera demasiado defendiéndose de los monstruos. Los ojos del joven clérigo miraron a uno y otro lado, mientras dejaban atrás los estantes, con la esperanza de vislumbrar a Rufo. Se recriminó por no tener el tubo de luz entero, porque la iluminación del sombrero era dispersa y no veía las grietas profundas.
Sacó el disco y el símbolo sagrado, para dirigir mejor la iluminación. Algo se agitó entre las sombras al otro extremo de los largos estantes. Se movía demasiado rápido para ser un zombi. Su atención se fijó en ese punto, y no percibió al monstruo que avanzaba a su espalda.
El golpe casi lo tiró al suelo. Trastabilló varios pasos y se dio media vuelta; luego dio un golpe lateral con el bastón. Pero se quedó corto, y el zombi avanzó. Por instinto, Cadderly mostró el símbolo sagrado y maldijo a la criatura.
El zombi se detuvo, atado por la fuerza mágica del clérigo. Una luz dorada delineó su cuerpo, y empezó a consumir los bordes del ser.
Cadderly sintió una oleada de satisfacción al saber que Deneir estaba con él. Empujó con más fuerza, cerrando la mano en el emblema de su dios. El ojo sobre la vela brilló con más intensidad, las brillantes llamas que lamían al zombi saltaron y danzaron.
Pero el zombi siguió usando el poder oscuro de su amo (se dio cuenta de que estaba cerca) para el combate. Unas líneas negras empezaron a desdibujar el brillo ardiente y a continuación lo hicieron añicos.
Cadderly soltó un gruñido y dio un paso al frente. Invocó el nombre de Deneir y cantó las melodías del dios.
Al final, el símbolo sagrado tocó al zombi, y éste ardió, y cayó al suelo en una confusión de macabros trozos y polvo.
Cadderly retrocedió, helado. ¿Cuánto poder tenía Rufo para que sus secuaces menores resistieran los poderes sagrados con tanto vigor? ¿Y cuán alejado estaba Deneir cuando la invocación apenas había sido capaz de destruir a aquel muerto viviente?
—¡Quítame esta maldita cosa! ¡Quítame esta maldita cosa! —aulló Iván, captando la atención de Cadderly. Las astas del casco del enano habían hecho su trabajo demasiado bien, pues Iván tenía un zombi ensartado en la cabeza. Agitaba brazos y pies, perpendicular al suelo. Pikel saltó desesperado hacia su hermano, intentaba dar un golpe que arrancara al zombi sin llevarse la cabeza de su hermano.
Iván taló las piernas de otro zombi que se acercó demasiado, y luego recibió un golpe en la cara del que tenía colgado. El enano intentó una arremetida sin entusiasmo con el hacha, pero el ángulo era erróneo. Empezó a girar, el impulso obligó al zombi a estirar las extremidades.
Pikel afirmó los pies en el suelo y cogió su pesado garrote. La cabeza del zombi pasó ante él. La siguiente vez Pikel estaba preparado, y midió el golpe a la perfección.
El zombi seguía ensartado (Iván lo tendría que llevar un rato más) pero ya no luchaba.
—Te ha costado —fue todo el agradecimiento que Iván le ofreció a su hermano. Una corta carrera los catapultó hasta la siguiente línea de zombis, que acabaron destrozados ante la furia enana.
Cadderly se apresuró para mantener el paso. Un zombi lo interceptó, y a Cadderly le dolió mucho ver a su enemigo, pues el joven muerto había sido, en vida, un amigo. El brazo del zombi trazó un arco, y Cadderly lo detuvo. Esquivó el segundo golpe, luchando a la defensiva, y luego se recordó que aquél no era su amigo, que aquel autómata era simplemente un juguete sin mente de Kierkan Rufo. Sin embargo, no era fácil dar un golpe, y se estremeció cuando el bastón destruyó la cara de su antiguo amigo.
El joven clérigo continuó corriendo para alcanzar a los enanos. Recordó que acababa de ver algo, algo oscuro y veloz, en las sombras.
Salió de un lado, de entre los estantes de botellas. Pikel soltó un chillido y se volvió para recibir la acometida, pero se lo llevó por delante y cayó rodando junto al monstruo. Pasaron ante Iván, que fue lo bastante rápido para hacer un corte en la pierna del nuevo adversario.
Cuando el hacha no hizo efecto, Iván y Cadderly descubrieron la naturaleza de aquel enemigo.
—¡Mas illu! —gritó el joven clérigo, y el vampiro aulló cuando los chispazos cayeron sobre él.
—¡Ése es tuyo! —gritó Iván a su hermano, se frotó los ojos para apartar la ceguera momentánea y volvió a trocear zombis. Se detuvo y agachó la cabeza, agarrando el peso muerto que llevaba ensartado en el casco, y una hueste de zombis se acercó, golpeando con los brazos.
Cadderly hizo ademán de dirigirse hacia Pikel, pero vio que Iván, con el peso entorpecedor, tenía más problemas. Se apresuró a unirse a Iván, apartó a aquellos zombis a los que llegaba, luego agarró el cuerpo y lo liberó de las astas del casco.
Cadderly perdió el equilibrio cuando se desprendió el cuerpo, y descubrió que caía hacia atrás cuando un zombi le dio un puñetazo en el pecho. Golpeó con fuerza el suelo de piedra, sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones, y la preciosa varita escapaba de sus manos. En el momento en que recuperó los sentidos, un zombi tenía sus fuertes manos alrededor de su cuello.
El vampiro era ágil, pero nadie giraba mejor que un enano de hombros anchos. Pikel disfrutó del paseo, lanzando su peso en cada giro con abandono entusiasta. Al final la pelota viviente chocó contra un estante de botellas, y la vieja estructura cedió, derramando sobre Pikel y el vampiro una lluvia de astillas y esquirlas de botellas rotas.
Pikel se llevó la peor parte, y el estante roto no hizo más daño al vampiro que el hacha de Iván. Con cortes en una docena de sitios, un ojo cerrado por un cristal, se vio de repente en un aprieto. El vampiro, lo sujetaba con una fuerza inhumana, sus colmillos se le hincaban en el cuello.
—¡Ooh! —gruñó el enano, e intentó liberarse, soltar un brazo, para pegar a su adversario.
Era inútil. El vampiro era demasiado fuerte.
Cadderly pensó en invocar el nombre de Deneir, mostrar el símbolo sagrado, agarrar el bastón y golpear al zombi en la sien. Pensó en todo ello y más, las ideas se arremolinaban en su mente mientras el monstruo, la cara hinchada y falta de emoción, apartaba el necesario aire de sus pulmones.
De pronto esa cara hinchada se precipitó hacia Cadderly, lo golpeó con fuerza, y la sangre manó de sus labios. Al principio creyó que el monstruo lo atacaba, entonces, cuando la criatura se alzó ante él, y las manos aflojaron, lo comprendió.
—Los malditos siguen quedando ensartados —refunfuñó Iván, mientras levantaba el hacha y se llevaba al zombi con ella. Se acercó el arma e intentó desprender al zombi.
—¡A tu espalda! —advirtió Cadderly.
Demasiado tarde. Otro de los monstruos golpeó con fuerza el hombro de Iván.
Iván miró a Cadderly y sacudió la cabeza.
—¿Esperarás un minuto? —gritó en la cara del zombi, y el monstruo le soltó un puñetazo, haciéndole un verdugón en la mejilla.
Iván dio un pisotón al zombi. El enano se abalanzó con todo su peso. El repentino movimiento desprendió al zombi del hacha. Los dos enemigos trastabillaron, pero el zombi mantuvo el equilibrio.
Iván movió la mano, llevando el mango del hacha detrás del hombro del zombi, y luego se lo puso frente a frente. La otra mano hizo un movimiento parecido, agarrando el otro extremo del mango, justo bajo la enorme cabeza que había en el hacha. Con las manos sujetando el mango entre los hombros y el cuello, Iván lo mantenía desequilibrado. Continuó golpeando la espalda del enano, pero estaba demasiado cerca para ser efectivo.
—Te dije que esperaras —explicó Iván como si nada, y los músculos de sus fuertes brazos se tensaron mientras presionaba, doblando al monstruo hacia atrás.
Cadderly no vio el movimiento. Estaba en pie. Buscó la varita, pero no vio ningún signo de ella entre la confusión y la oscuridad. Se encaminaba hacia Pikel, pero acabó ante una pared de zombis. Dio un rodeo que le hizo adentrarse todavía más en la bodega. Vio algo en un flanco que captó la atención de Cadderly; tres ataúdes, dos abiertos y uno cerrado.
El joven clérigo vio algo más, una oscuridad, una manifestación del mal. Imágenes sombrías, agazapadas danzaban sobre ese ataúd cerrado. Cadderly reconoció la visión del aura. Al principio, cuando empezó a descifrar la canción de Deneir, veía la naturaleza de una persona mediante imágenes sombrías que emanaban de ellos. Por lo general tenía que concentrarse para ver esas cosas, tenía que invocar a su dios, pero allí la fuente del mal era demasiado fuerte para esconder las sombras.
Cadderly sabía que Pikel lo necesitaba, pero también, que había encontrado a Kierkan Rufo.
A Pikel no le gustaba lo que sentía. El enano era una criatura del orden natural, que valoraba la naturaleza por encima de todo, y aquel inmundo ser era una afrenta, hundiendo sus asquerosos colmillos en el templo que para el enano era un regalo de la naturaleza.
Gritó y forcejeó sin resultado. Sintió cómo le chupaban la sangre, pero no podía hacer nada para impedirlo.
Pikel intentó otra táctica. En vez de presionar los brazos hacia fuera, los apretó contra las costillas, con la esperanza de que el vampiro se soltara.
Los ojos del vampiro mostraron sorpresa, y empezó a temblar con violencia. Pikel comprendió cuando sintió el agua, el agua de duudad que salía del odre, agua que perforó un agujero en el corazón del vampiro.
El enfurecido enano se abalanzó golpeando con el garrote, aplastando la perversión en el suelo. Se volvió, al sentir que los zombis se acercaban por la espalda, pero el muro de no muertos se deshizo cuando Iván se abrió paso para estar junto a su hermano una vez más.
La luz que le quedaba a Cadderly se atenuó mientras se acercaba a los ataúdes, sus ojos clavados en las sombras danzantes, en el féretro en el que estaba Kierkan Rufo. Entonces sintió una calidez en el bolsillo, que por un instante lo sorprendió.
Cadderly se detuvo de pronto y golpeó a un lado con el bastón, rompiendo varias botellas. Un chillido y un aleteo le dijo que estaba en lo correcto.
—Te veo, Druzil —murmuró el joven clérigo—. Nunca te perderé de vista.
El imp se hizo visible, agazapado en el borde de una de las cajas abiertas.
—¡Has profanado la biblioteca! —acusó Cadderly.
—¡Aquí no hay lugar para ti, clérigo idiota! ¡Tu dios se ha ido! —dijo Druzil con un siseo.
En respuesta, Cadderly mostró el símbolo sagrado y, por un momento, la luz brilló, hiriendo los sensibles ojos de Druzil. Ya habían luchado antes, en varias ocasiones, y en cada una Cadderly había demostrado ser el más fuerte.
Y así sería otra vez, decidió el joven clérigo, pero en ésta, Druzil, ese imp malvado, no escaparía a su ira. Sacó el amuleto, el vínculo entre él y el imp, y lanzó una onda telepática a Druzil, gritando el nombre de Deneir. La imagen se manifestó en la mente de los dos combatientes como una bola chispeante, que flotaba hacia Druzil.
Druzil replicó con los discordantes nombres de todos los habitantes de los planos inferiores que recordó, y formó una bola de oscuridad que flotó para engullir la luz del dios de Cadderly.
Las dos voluntades lucharon a medio camino. Al principio dominó la voluntad de Druzil, pero unas chispas de luz empezaron a filtrarse. De pronto la nube negra se hizo añicos y la bola brillante rodó sobre el imp.
Druzil lanzó un chillido agónico; su mente estaba casi hecha pedazos, y huyó, medio enloquecido, buscando una esquina, un lugar de sombras, lejos del poder desatado de Cadderly.
Cadderly pensó en seguirlo, en deshacerse del problemático Druzil; pero entonces la tapa del ataúd salió despedida y una oscuridad más profunda se elevó en el aire. Kierkan Rufo se sentó y clavó la mirada en Cadderly.
Así es como tenía que ser, los dos lo sabían.
Iván y Pikel continuaban con su carnicería contra los esbirros sin mente, pero ni el joven clérigo ni Rufo lo veían. El interés estaba delante, en el monstruo que había destruido la biblioteca, que le había arrebatado a Danica.
—Tú la mataste —dijo Cadderly con un tono carente de emociones, luchando para que no se notara el temblor en su voz.
—Se mató ella misma —replicó Rufo, que no necesitó explicaciones para saber de qué iba la cosa.
—¡La mataste!
—¡No! —rebatió el vampiro—. ¡Tú la mataste! ¡Tú, Cadderly, clérigo estúpido, y tus ideas de amor!
Cadderly se derrumbó, intentaba desentrañar las crípticas palabras de Rufo. ¿Danica había muerto por voluntad propia? ¿Había entregado su vida para escapar de Rufo, porque no lo amaba, y no aceptaba sus proposiciones?
Las lágrimas bañaron los ojos de Cadderly. Eran agridulces, una mezcla de dolor ante la pérdida y orgullo por la fuerza de Danica.
Rufo salió del ataúd. Parecía deslizarse hacia Cadderly, sin hacer un ruido.
Pero la bodega estaba lejos del silencio. Incluso Iván se sentía contrariado por los crujidos que hacían los zombis cuando los cortaba, o cuando Pikel los lanzaba al otro lado de la habitación. Cada vez había menos enemigos.
Cadderly no lo oía; Rufo tampoco. El joven clérigo levantó el símbolo sagrado, y el vampiro lo sujetó al instante. Su forcejeo encontró su clímax en el pequeño emblema, la oscuridad de Rufo contra la luz de Cadderly, el centro de la fe del joven clérigo, el foco de la atrocidad de la perversión. Un humo acre se coló entre los dedos de Rufo, pero tanto si era la carne del vampiro o el símbolo de Cadderly lo que se fundía, ninguno sabría decirlo.
Se agarraron durante segundos que se volvieron minutos. Ambos temblaban, ninguno tenía fuerzas para levantar el brazo del otro. Cadderly creyó que aquello acabaría allí, con dos canalizadores, él mismo por Deneir, y Rufo por la maldición del caos.
Mientras, el tiempo seguía pasando, Cadderly se esforzaba por conseguir nuevas cotas de poder, al recordar a Danica y todo lo que le habían robado, y Rufo lo igualaba a cada momento, Cadderly llegó a comprender la verdad.
Aquél era el hogar de Rufo. A pesar de toda su rabia y su poder, el joven clérigo no resistiría al vampiro.
Hizo una mueca, negándose a aceptar que eso era verdad. Presionó más, y Rufo lo igualó. Le dolía la cabeza hasta el punto de que pensó que le iba a estallar, pero no abandonó la canción de Deneir.
La desesperación, la disonancia, se abrieron paso en las notas de aquella melodía. Caos. Cadderly vio los humos rojos en el río cristalino. Las notas empezaron a dispersarse.
Iván dio un fuerte golpe a Rufo desde un lado primero con el hacha y luego con el casco. Ninguno de los dos hirió al vampiro, pero la distracción le costó a Rufo el instante de la conquista, y a Cadderly le dio la oportunidad de romper un forcejeo que no ganaría.
Con un gruñido animal, Rufo alejó al enano de un bofetón, lo lanzó de cabeza contra el estante más cercano, e Iván chocó entre cristales rotos y astillas de madera.
El bastón de Cadderly fue de un lado a otro, golpeando el brazo de Rufo.
Pikel fue el siguiente, apretó con fuerza el odre, obligando a que las últimas gotas salieran disparadas.
Rufo no hizo caso del insignificante ataque, y Pikel aprendió con sangre, para su consternación, que el conjuro del garrote había expirado. Golpeó al vampiro a plena potencia, pero Rufo ni se inmutó.
—Oooh —aulló Pikel, siguiendo el rumbo aéreo de su hermano hacia el revoltijo.
Iván abrió unos ojos como platos al sostener una botella rota. La miraba nervioso.
Cadderly golpeó de nuevo al vampiro, en el pecho, y Rufo hizo una mueca de dolor.
—Te tengo —dijo el vampiro, sin retroceder, y Cadderly no lo dudó. Entonces se enfureció y golpeó rabiosamente con el arma encantada.
Rufo lo igualó, y los fuertes puños del vampiro pronto le hicieron cobrar ventaja. En aquel lugar profanado, en aquella cámara de la oscuridad, Kierkan Rufo era demasiado fuerte.
De algún modo Cadderly se las arregló para despegarse y retrocedió un paso, pero el confiado Rufo avanzó al instante.
—¡Cadderly! —chilló Iván, y los dos combatientes se volvieron para ver que un curioso proyectil se dirigía hacia el vampiro.
Por instinto Rufo levantó el brazo para bloquearlo, aunque parecía despreocupado. Cadderly, que reconoció el proyectil, coordinó el golpe a la perfección, golpeando el frasco en el mismo instante que rebotaba contra el brazo de Rufo.
El Aceite de Impacto explotó con una fuerza tremenda, lanzando a Rufo contra la pared del fondo, y a Cadderly al suelo.
El joven clérigo se sentó al instante y observó el mango astillado del bastón deshecho. Luego miró a Kierkan Rufo.
El vampiro se apoyaba en la pared. Le colgaba el brazo de una tira de carne, los ojos abiertos por la sorpresa y el dolor.
Cadderly se levantó con un gruñido y giró el trozo que quedaba de su bastón para sostenerlo como una estaca.
—¡Te encontraré! —prometió Rufo—. ¡Me curaré y te encontraré! —Una luz verde espectral bordeó la forma del vampiro.
Cadderly soltó un grito y cargó, pero chocó contra la pared cuando Rufo se disolvió en una nube de vapores.
—¡No, no lo harás! —aulló Iván, levantándose de entre los restos al tiempo que se sacaba el objeto en forma de caja de la espalda.
—¡Oo oi! —convino Pikel, que corrió tras su hermano y agarró uno de los mangos que le ofrecía. Se detuvieron en el vapor verde y tiraron con fuerza de los mangos del fuelle que arrancaron de la forja.
En su estado gaseoso, Rufo no resistiría esa succión, y la niebla desapareció dentro del fuelle.
—¡Oooh! —chilló Pikel y puso el pulgar sobre el agujero.
—¡Llevémoslo fuera! —rugió Iván con desesperación, y los enanos salieron corriendo hacia las escaleras gritando—. ¡Oooh!
Cadderly salió disparado para alcanzarlos, mientras sostenía la luz para mostrarles el camino. Divisó su varita, pero no tenía tiempo de ir a por ella.