19

Un alma extraviada

La cháchara de Percival anunció el alba y despertó a Cadderly de un espasmódico dormitar lleno de pesadillas. Poco recordaba de esos horribles sueños cuando abrió los ojos a la brillante luz del nuevo día, ya que eran los efectos de una noche oscura.

No obstante, el joven clérigo recordaba que había soñado con Danica, y se crispó ante esa idea.

Pues mientras estaba allí, bajo la luz de la mañana, su querida Danica estaba dentro, en la biblioteca, en las malvadas manos de Rufo.

La biblioteca.

Cadderly apenas soportaba pensar en el lugar. Había sido su hogar durante la mayor parte de su vida, pero ahora esos tiempos parecían lejanos. Si todas las ventanas y puertas de la Biblioteca Edificante estuvieran abiertas de par en par, el edificio seguiría siendo un lugar sombrío, de pesadillas.

Cadderly fue apartado de sus reflexiones por la ruda voz de Iván. El enano tomó el mando sentado en un grupo de ramas bajo el joven clérigo.

—Tenemos las armas —decía Iván—. Belago trajo su botella.

—Bum —remarcó Pikel, mientras levantaba las manos. La fuerza del repentino movimiento casi tiró a Iván del árbol.

Iván se agarró y empezó a asentir, y entonces se detuvo y le dio unas palmadas a Pikel en la cabeza.

—Mi hermano tiene su garrote —continuó el enano.

—¡Sha-lah-lah! —gritó Pikel de alegría, interrumpiendo de nuevo de una manera igualmente expresiva. Esta vez Iván no reaccionó lo bastante rápido, y en el momento en que se dio cuenta de lo que había pasado, estaba sentado en el suelo, sacándose trozos de hierba de la boca.

»Oh, oh —se lamentó Pikel, al imaginarse que ese último movimiento le costaría otra bofetada, mientras su hermano empezaba una decidida escalada de vuelta a la rama.

Tenía razón, y aceptó el golpe con un encogimiento de hombros. Iván se volvió hacia Shayleigh.

—Sha-lah-lah —repitió Pikel, esta vez en voz baja, y sin aspavientos.

—Sí —convino Iván, demasiado molesto para discutir—. Y tenemos las flechas de plata —le dijo a Shayleigh, aunque seguía mirando a su impetuoso hermano, esperando otro comentario.

—Mi espada también será efectiva —explicó Shayleigh, levantando la excelente y delgada hoja élfica. Sus incrustaciones de plata brillaron bajo la luz del sol.

Iván seguía con la mirada fija en Pikel, que en ese momento silbaba una alegre tonada matutina.

—Mejor aún —le dijo el enano barbirrubio a Shayleigh—. Y tengo mi hacha, aunque no sirve para herir a los vampiros. ¡Pero parte en dos a los tiesos zombis!

—Cadderly tiene su bastón —comentó Shayleigh, al notar que el joven clérigo se movía, buscando una vía sencilla para bajar hasta donde estaban—. Y más armas que ésa, por supuesto.

Cadderly asintió y aterrizó con fuerza sobre las ramas, que se hundieron.

—Estoy preparado para enfrentarme a Rufo —dijo mareado cuando la rama detuvo su movimiento.

—Deberías dormir más —refunfuñó Iván.

Cadderly asintió, ahora no quería discutir, estaba contento de no haber dormido demasiado. Estaría despierto del todo cuando empezaran los problemas, lleno de adrenalina. Su único enemigo era la desesperación, y si hubiera tenido un sueño más de su amada…

Cadderly sacudió la cabeza, alejó la idea negativa.

—¿Estamos muy lejos de la biblioteca? —preguntó mirando al oeste, donde creía que estaba.

—A menos de cinco kilómetros —dijo Shayleigh mientras señalaba en dirección contraria—, hacia el este.

Cadderly no discutió. Como mínimo la huida por los senderos fue confusa, y en especial para alguien que no tenía la bendición de la visión nocturna. Shayleigh sabía dónde estaban.

—Entonces pongámonos en camino —propuso el joven clérigo—. Antes de que perdamos más luz diurna. —Empezó a bajar de la rama, pero tuvo que detenerse por Belago. El alquimista le hizo un guiño a Cadderly, abrió la deteriorada capa y sacó el volátil frasco.

—¡Bum! —gritó Pikel desde la rama de arriba.

Iván refunfuñó, Pikel saltó a la siguiente rama de abajo, y el consiguiente tortazo de Iván dio al aire, pero ocasionó que el enano perdiera el equilibrio y cayera de la rama. Se las arregló para agarrar del pelo a Pikel durante el descenso, y se lo llevó por delante.

Golpearon el suelo a la vez, codo con codo. El casco de astas de ciervo y la olla de Pikel salieron volando. Rebotaron y quedaron el uno frente al otro.

Cadderly miró a Shayleigh, que intentaba ahogar unas carcajadas y sacudía la cabeza con incredulidad.

—Al menos no tendrás que volver con ellos —comentó el joven clérigo. Belago lo dejó pasar, y saltó para terminar la pelea. De algún modo, estaba contento por la distracción. Con la peligrosa tarea y las sombrías posibilidades que tenían ante ellos, necesitarían un poco de alegría. Pero Cadderly no apreciaba las payasadas de los enanos, y dejó que los dos lo descubrieran en términos claros cuando los llamó aparte.

—Culpa suya —resopló Iván, sin embargo Cadderly, y su dedo acusador, ante su cara, le advirtieron que no dijera nada más.

—Ooh —masculló Pikel. Un momento más tarde, cuando Belago bajó, el enano se ladeó y murmuró un «Bum» en su oreja.

Cadderly e Iván se volvieron, pero Pikel sólo silbaba aquella alegre e inocente tonada matutina.

Shayleigh los guió con rapidez y seguridad, por la miríada de revueltas y desviaciones de los confusos senderos. El sol apenas se había elevado en el este cuando surgió ante ellos la Biblioteca Edificante, fría y oscura, sus paredes cuadradas parecían negar el calor diurno.

Avanzaron por el camino uno junto al otro, Iván y Pikel en un extremo, Shayleigh y Cadderly en el otro, y el tembloroso Belago en el centro. Cuando hicieron el avance final, con las puertas destrozadas a la vista, Cadderly prestó verdadera atención a su nuevo compañero, el hombre enjuto que no era un guerrero. El joven clérigo detuvo la marcha levantando una mano.

—No tienes por qué entrar ahí dentro —le dijo a Belago—. Ve a Carradoon. Advierte a los habitantes sobre Kierkan Rufo y sus criaturas de la noche.

Vicero Belago levantó la mirada hacia el joven clérigo como si le acabaran de dar una bofetada.

—No soy un buen guerrero —admitió—. Y no me emociona el hecho de ver a Kierkan Rufo, ¡vampiro o no! Pero Lady Danica está ahí… lo dijiste tú.

Cadderly miró a Shayleigh, que asintió con solemnidad.

—La decisión es la única arma contra los que son como Rufo —terció la elfa.

Cadderly posó una mano en el hombro de Belago, y sintió que el alquimista sacaba las fuerzas de sus propias palabras. Aunque cuando reanudaron la marcha y se acercaron a las puertas, el hombre volvió a temblar visiblemente.

—Deberíamos elegir el camino antes de entrar —razonó el enano, que esta vez detuvo al grupo.

Cadderly parecía escéptico.

—No tenemos ni idea de dónde puede estar Danica —dijo Shayleigh—, o dónde encontraremos a Rufo y a sus aliados más poderosos.

—Si nos equivocamos, lucharemos contra todo lo que nos encontremos antes de dar con Danica —argumentó Iván, pero entonces, como si acabara de darse cuenta de lo que decía, en especial la parte de luchar contra todos los muertos vivientes del lugar, se encogió de hombros como si ya no importara y se volvió hacia la puerta.

Cadderly asió el tubo de luz para abrir la parte de atrás. Sacó el disco encantado; incluso bajo la luz del sol brillaba con fuerza. Luego se quitó el sombrero y guardó allí el símbolo sagrado.

El joven clérigo se volvió hacia las puertas y suspiró. Al menos ahora no andarían por lugares oscuros. Sin embargo, no le emocionaba eso de vagar por el enorme edificio, con tantos enemigos a los que enfrentarse, y el tiempo limitado. ¿Cuántas habitaciones inspeccionarían en un día? Seguro que ni la mitad de las que había en la Biblioteca Edificante.

—Empezaremos por los pisos de abajo —dijo Cadderly—. La cocina, la capilla principal y la bodega. Probablemente Rufo se ha llevado a Danica y a Dorigen a un lugar oscuro.

—Das por sentado que las capturó —remarcó Shayleigh, con un tono que le recordó a Cadderly que las dos eran apañadas y listas—. Pensemos que Danica no tiene por qué estar ahí dentro.

Cadderly pensaba lo contrario. En su interior, sabía con seguridad que Danica estaba en la biblioteca y en apuros. Iba a responder a la elfa, pero Percival respondió por él, la ardilla realizó una repentina y alocada danza entre las ramas que había sobre ellos.

—¡Eh, pequeña rata! —bramó Iván, mientras se protegía la cabeza con el fornido brazo.

Pikel parecía igualmente excitado, pero a diferencia de su hermano, el enano de barba verde al menos no protestaba. Señaló la ardilla y empezó a dar botes.

—¿Qué pasa? —preguntaron Shayleigh y Cadderly al unísono.

Percival corrió por la rama, y con un gran salto, se agarró al borde del tejado de la biblioteca, y bailó por el canalón, haciendo cabriolas y dando chillidos frenéticos.

—Percival las ha encontrado —aseveró Cadderly, mientras miraba a Pikel.

—¡Oo oi! —convino el sagaz Pikel (al menos en lo que atañía a la naturaleza).

—¿Danica? —preguntó Cadderly cuando se volvió hacia el roedor.

Percival dio un gran salto, y una vuelta completa.

—¿Esa rata las ha encontrado? —bramó Iván con incredulidad y Pikel le dio un pescozón en la nuca.

—No tenemos nada mejor —le recordó Shayleigh al vehemente Iván, mientras intentaba evitar otra pelea entre los dos hermanos.

Cadderly ni los escuchaba. Había pasado tres años con Percival y sabía que la ardilla no era tonta. Todo lo contrario. No dudaba que Percival comprendía que buscaban a Danica.

Siguió a Percival, y sus amigos a él. Rodeó el ala sur de la biblioteca. La mayor parte de esa zona mostraba daños por el fuego, pero la pared y las ventanas cercanas a la zona de atrás del edificio no. Percival avanzó con agilidad por los canalones, y luego escogió con cuidado el camino de bajada por la agrietada y basta piedra. Con un salto final, aterrizó en el alféizar de un ventanuco del segundo piso.

Cadderly asentía antes de que la ardilla se detuviera.

—¿Danica está ahí? —preguntó Iván con recelo.

—Los aposentos del Decano Thobicus —explicó Cadderly, y entonces todo cobró sentido. Si Rufo tenía a Danica, a la que deseaba desde hacía tiempo, le mostraría la habitación más confortable y lujosa de la biblioteca, y ninguna era más apropiada que la del Decano Thobicus.

Junto a la confianza le sobrevino un momento de puro espanto. Si su lógica no estaba equivocada, y Percival tenía razón, ¡entonces Rufo tenía a Danica!

—¿Cuál es el camino más rápido hasta la habitación? —preguntó Iván, que decidió no continuar con sus inútiles argumentos.

—Es el directo —remarcó Cadderly, que hizo que todos levantaran la mirada. Iván refunfuñó un poco, intentando imaginarse la manera de subirlos a todos hasta allí. Al final sacudió la cabeza, y cuando volvió a mirar al joven clérigo para censurar el plan, el enano dio un brinco. En lugar de los brazos y las piernas normales, tenía los de una ardilla, ¡una ardilla de pelaje blanco!

Shayleigh, no tan sorprendida, le entregó a Cadderly el extremo de una cuerda, y subió, escalando la pared con facilidad para sentarse en el estrecho alféizar junto a Percival.

La ventana era de sólo un palmo de anchura, apenas una grieta cuadrada en la pared. Cadderly miró por ella, la luz del disco se proyectaba en la habitación. Aunque no veía buena parte de la habitación, porque la ventana tenía una profundidad de más de treinta centímetros, sí veía una de las esquinas del pie de la cama, y en ella, bajo una sábana de satén, el perfil de las piernas de una mujer.

—Danica —susurró con amargura, estirándose para mejorar la visión.

—¿Qué ves? —preguntó Iván desde abajo.

Era Danica. Cadderly sabía que era Danica. Se apartó, devolvió sus extremidades a la normalidad, y se zambulló en la canción de Deneir. Ahora estaba demasiado cerca; la simple piedra no lo detendría.

—¿Qué ves? —exigió Iván de nuevo, pero Cadderly, absorto en la canción, la magia de su dios, no oyó las palabras.

Se concentró en la piedra que rodeaba la ventana, la vio en toda su dimensión, vio su verdadera esencia. Invocó a su dios, se sacó el odre de agua de la espalda y echó unos chorros en lugares estratégicos, y a continuación situó las manos en la de pronto maleable piedra y empezó a moldear el material.

El grueso cristal de la ventana se desprendió, y estuvo a punto de golpear a Iván, que se encontraba con los brazos en jarras.

—¡Eh! —gritó el enano, y Cadderly incluso bajo el trance de la canción lo oyó. Mientras observaba el trabajo realizado se acordó de sus amigos, y esculpió un estribo en la piedra, al que ató la cuerda de Shayleigh.

La ventana por la que entró en la habitación era ancha. Deneir se alejó de él cuando se coló en el lugar impío; habría notado ese hecho si se hubiera concentrado. Incluso el brillo del disco, fijado en la parte frontal de su sombrero, pareció amortiguarse.

Eso tampoco lo notó. Sus ojos y su cabeza estaban centrados en la cama, en la figura de Danica, que yacía demasiado quieta y serena.

Shayleigh prácticamente subió corriendo por la cuerda y se precipitó en la habitación con Cadderly. Iván, y luego Pikel, con sus poderosos brazos, subieron deprisa, y Pikel hizo una pausa en el alféizar para levantar al pobre Belago los más de cuatro metros que lo separaban de la ventana.

Cadderly estaba junto a la cama, con la mirada baja, no se creía capaz de extender el brazo y tocar a Danica.

Estaría fría al tacto. Lo sabía. Estaba muerta.

Shayleigh no soportó la incertidumbre; no aguantó ver a Cadderly en ese estado. Se inclinó sobre la cama para poner la oreja sobre los labios de Danica. Un momento después, se levantó, clavó los ojos en Cadderly y sacudió la cabeza despacio. Movió la mano, apartó las ropas de Danica para revelar las heridas en el cuello de Danica, la pareja de heridas del mordisco del vampiro.

—Ooh —gimieron Iván y Pikel a la vez. Vicero Belago sorbió por la nariz y reprimió unas lágrimas.

La tangible confirmación de que Danica había muerto, que Rufo se la había llevado, hizo que la pena inundara a Cadderly, una pena que lo hirió en todo su ser, que desgarró su corazón y todos sus sentimientos. ¡Danica muerta! ¡Se habían llevado a su amada!

Cadderly no lo toleró. Por todo el poder de Deneir, por todos los edictos de su cruel destino, no permitiría que eso fuera así.

Condujo la canción de Deneir a su mente, se obligó a que fluyera más allá de la penumbra del mal que se filtraba en ese lugar. Le dolía la cabeza por el esfuerzo, pero no cejó. No con Danica, su amada, yaciendo ante él con esa palidez.

La mente de Cadderly viajó a toda prisa, abrió puertas de golpe y se precipitó hacia los estadios más altos de poder. En ese momento, no se encontraba con sus amigos, no físicamente, pues su cuerpo estaba junto a la cama, sino espiritualmente, su alma liberada del caparazón mortal se precipitaba al reino de los espíritus, el reino de los muertos.

Por eso Cadderly no oyó el grito de Shayleigh, y no reaccionó cuando la mano salió disparada de debajo de la cama para agarrar el tobillo de la elfa.

Cadderly veía lo que sucedía en la habitación, pero estaba lejos de ella, de algún modo desconectado. Entre un velo de humo gris vio su propio cuerpo muy quieto, vio que Shayleigh, por alguna razón, se había caído al suelo y tiraban de ella hacia la cama.

Sintió el peligro en la habitación, que su amiga elfa estaba en apuros. Sabía que debería ir con ella, en ayuda de sus compañeros. Aunque vaciló, y se mantuvo apartado de su forma corporal. Shayleigh era una de sus aliadas más poderosas; veía cómo Iván y Pikel se movían, a buen seguro se precipitaban hacia ella. Ahora tenía que creer en ellos, pues sabía que si dejaba ese reino, no encontraría las fuerzas necesarias para volver a la biblioteca profanada. Buscaba un espíritu, y éstos eran seres efímeros. Si esperaba recuperar a Danica, tenía que encontrarla deprisa, antes de que encontrara su lugar en el infierno.

Pero ¿dónde estaba? Cadderly había ido a ese lugar en varias ocasiones, tras Avery Schell cuando lo encontró muerto, con el pecho destrozado, sobre una mesa en la Bragueta del Dragón en Carradoon. Tras las almas de los hombres que mató, asesinos que derribaron seres tenebrosos antes de que pudiera llamarlos. Tras Vander, al retrasar al maligno asesino Espectro mientras el firbolg encontraba el camino de vuelta a la vida a través del encantamiento del anillo de regeneración.

¡El anillo!

Cadderly vio su brillo con claridad en el dedo de Iván, la única cosa peculiar de la habitación. Podía usarlo, creía, como puerta para devolver a Danica al reino de los vivos. Si conseguía llegar hasta Iván y poner el anillo en el dedo de Danica, sería capaz de encontrar una manera más fácil de conducir el espíritu de vuelta a su forma corpórea.

Pero ¿dónde estaba ella? ¿Dónde estaba su amada? Llamó a Danica, dejó que las imágenes de la habitación se desvanecieran de su mente y la expandió en todas direcciones. El espíritu de Danica debería estar allí; no podía hacer mucho que estaba muerta, o al menos debería haber un rastro que seguir. ¡La arrancaría de los brazos de un dios si era necesario!

No había huellas. Ni había espíritu. Ni Danica.

Cadderly flaqueó cuando tomó conciencia de que estaba perdida. De pronto no había propósito en su vida, ni razón por la que volver a su cuerpo. Pensó en dejar que Deneir se lo llevara, y acabara con su tormento.

Notó un destello de claridad en el plano que dejaba atrás, un movimiento en la habitación. Entonces vio al vampiro que salía de debajo de la cama, con la misma claridad con que había visto el anillo de Iván.

Baccio arañó una forma deslustrada (sabía que era Shayleigh) y se puso en pie de un salto. Era un no muerto, existía en ambos planos, tan tangible para Cadderly en el mundo de los espíritus como lo era para Iván y los demás en la habitación. Sin embargo el vampiro no vio a Cadderly. Los pensamientos de Baccio estaban centrados por completo en el combate en cuestión, ¡contra los amigos de Cadderly!

La atención de Cadderly se transformó en pura rabia. Su espíritu se movió tras Baccio. Su voluntad se afiló como una daga.

Shayleigh estaba fuera de combate antes de que la lucha empezara de verdad. Cayó al suelo con fuerza y se deslizó bajo la cama, las fuertes manos del vampiro le aplastaron el hombro cuando intentó alcanzar la espada corta.

Las flechas de puntas de plata rebotaron y se salieron del carcaj de Shayleigh con el impacto, y eso fue lo que la salvó. La pura suerte llevó una de sus manos sobre uno de esos proyectiles y, sin dudarlo, lanzó una estocada con el arma improvisada, hundiendo la punta de plata en uno de los ojos de Baccio.

El vampiro enloqueció, vapuleó a Shayleigh, la cama saltó varias veces. Entonces Pikel se tiró al suelo, y usó el garrote como si de un estoque se tratara, lo hincó en la cara de Baccio para mantenerlo ocupado mientras Iván tiraba de Shayleigh para apartarla.

Baccio también salió, aullando y golpeando a diestro y siniestro. La mayoría de sus golpes alcanzaron a la pobre Shayleigh. Pikel le dio un buen par de golpes, pero el vampiro era fuerte, los encajó y los devolvió con creces.

Belago chilló y se encogió de miedo; Iván se abalanzó con un tajo cruel, pero el hacha era inútil contra el vampiro. Baccio los tenía a la defensiva, estaban acabados.

El vampiro trastabilló de pronto como si algo lo golpeara desde atrás, y de hecho, así ocurrió, fue el espíritu de Cadderly. Se tambaleó, con los temblorosos brazos en la espalda como si buscara una herida que no veía.

Qué bonito blanco ofreció para el ansioso Pikel. El enano de barba verde se escupió en las manos y se las frotó para agarrar con firmeza el shillelagh, y luego dio dos vueltas completas, ganando impulso, antes de aplastarle el garrote en la cara.

El monstruo salió despedido, y chocó contra la pared más alejada. Sin embargo, Baccio quiso tocarse la espalda, el aguijón, la manifestación de la voluntad, que Cadderly hundió en su espalda.

El cuerpo de Cadderly se estremeció cuando volvió al plano material. Se acercó a conciencia, inexorable. Fue a quitarse el sombrero, y entonces cambió de opinión y dirigió la mano hacia un bolsillo que había en la capa de viaje, una doblez que había cosido durante las semanas pasadas en la cueva del norte de las Copo de Nieve, y sacó una varita oscura y estrecha. Cadderly sacudió la cabeza cuando observó el instrumento; durante las semanas de ociosidad y durante las tribulaciones del último día, casi se había olvidado de la varita.

Mas illu —dijo con voz tranquila, avanzando sobre Baccio, la punta de la varita al frente.

Una miríada de colores surgieron de la varita, todos los del espectro.

—¡Au! —gimió Pikel, cegado por la explosión, al igual que todos los demás. Cadderly, también, vio manchas en sus parpados, pero no cejó.

Mas illu —repitió, y la varita obedeció, lanzando otro estallido de colores.

Para los amigos, las explosiones eran dolorosas, aunque por otro lado beneficiosas, pero para el vampiro, eran pura agonía. Baccio intentó apartarse de los estallidos, intentó ponerse en posición fetal y esconderse, sin resultado. La lluvia de luces se aferró a él, atacó su cuerpo de no muerto con la furia de chispazos ardientes. Para una criatura viva, éstas solo cegaban; para un muerto viviente, quemaban.

Mas illu —dijo Cadderly por tercera vez, y en el momento en que la tercera explosión finalizó, Baccio se dejó caer contra la pared, y se quedó mirando a Cadderly con odio e impotencia.

Cadderly apartó la varita y sacó el símbolo sagrado del sombrero. Avanzó hasta situarse ante el vampiro herido, y con calma, metódicamente, puso el símbolo sagrado sobre la cara de Baccio.

El vampiro levantó una mano temblorosa y asió la muñeca de Cadderly, pero el joven clérigo no vaciló. Sostuvo el símbolo con firmeza y entonó una oración a Deneir mientras golpeaba repetidas veces con el pomo del bastón, destruyendo al monstruo a conciencia.

Cadderly se dio media vuelta y descubrió que sus cuatro amigos lo miraban con incredulidad, asombrados por el despliegue de furia desenfrenada.

Pikel gimió, y el extremo del garrote cayó fláccido al suelo.

Shayleigh hizo una mueca de dolor cuando miró a Cadderly. Tenía el hombro derecho mal herido, y los jadeos en su voz le indicaron que los golpes de Baccio probablemente le habían roto unas costillas que le habían perforado los pulmones. Se acercó a ella de inmediato, sin decir una palabra, y buscó la lejana canción de Deneir.

El fluir de la melodía no era fuerte esta vez; no encontraba los niveles más altos del poder clerical. Todavía era pronto, aunque se dio cuenta de que ya estaba cansado, se dirigió hacia conjuros menores de curación, y presionó las manos con delicadeza sobre las costillas de Shayleigh y después sobre el hombro.

Cadderly volvió del todo a la conciencia para encontrarse a la elfa, que descansaba tranquila. La magia ya había curado las heridas.

—No has encontrado a Danica —razonó Shayleigh, con voz decidida aunque temblorosa por el dolor y la debilidad. Era evidente para todos que necesitaba dormir y no podía continuar.

Cadderly sacudió la cabeza, confirmando los temores de la elfa. Miró quejumbroso la cama, la forma serena de su amor perdido.

—Aunque no es una muerta viviente —comentó, más para sí que para los demás.

—Escapó —acordó Shayleigh.

—Danica no debería estar en este lugar —dijo Cadderly. Miró con determinación a cada uno de sus amigos—. Debemos llevárnosla de aquí.

—El mausoleo está despejado —comentó Shayleigh.

Cadderly sacudió la cabeza.

—Más lejos —dijo—. La llevaremos a Carradoon. Allí, lejos de la oscuridad de Kierkan Rufo, atenderé mejor tus heridas y enterraré a Danica. —Su voz se quebró al terminar la frase.

—¡No! —dijo Iván de repente, captando la atención de Cadderly—. ¡No vamos a irnos! —replicó el enano—. Ahora no, mientras el sol está alto. Rufo la atrapó, y atrapará a otros si nosotros nos vamos. Puedes irte si lo necesitas, pero yo y mi hermano nos quedamos.

—¡Oo oi!

—¡Se lo haremos pagar por Danica, no lo dudes! —finalizó Iván.

«Se lo haremos pagar». Esa idea vagó por la mente de Cadderly durante un rato, ganando impulso e impartiendo fuerza. «¡Se la devolveremos!». Por supuesto, Rufo se las pagaría. Encontró el arrojo en la idea de venganza.

—Llevad a Danica al mausoleo —dijo a Belago y Shayleigh—. Si los enanos y yo no volvemos en el momento en que el sol empiece su descenso, disponeos a abandonar este lugar, id a Shilmista o Carradoon, y no volváis.

Shayleigh, tan enfurecida por Danica como todos los demás, quiso discutir pero cuando iba a responder, un dolor agudo le subió desde el costado. Cadderly había hecho lo que había podido por sus heridas; necesitaba descansar.

—Iré con Belago al mausoleo —dijo de mala gana, al comprender que sólo entorpecería a sus amigos con su debilitado estado. Agarró el brazo de Cadderly cuando empezaba a alejarse de ella y cruzaron sus miradas—. Encuentra a Rufo y destrúyelo —dijo—. No abandonaré el mausoleo hasta que regrese a la biblioteca contigo.

Cadderly comprendió que no habría manera de convencer a la elfa. Danica había sido como una hermana para Shayleigh, y nunca se alejaría del que había matado a su hermana. Comprendía ese sentimiento. Él tampoco abandonaría el lugar hasta que Rufo fuera destruido, y aceptó su compromiso con un cabeceo.