Todas las armas
Los aullidos surgieron de cada sombra, de cada rincón de la noche, que era el dominio de Rufo. Cadderly sabía que había lobos en las Copo de Nieve, muchos lobos (todo el mundo lo sabía) ¡pero ninguno de ellos sospechó que hubiera tantos y tan cerca!
Shayleigh mantuvo al grupo en movimiento, girando en ángulos insospechados a través de la montaña, avanzando entre altas rocas, por gargantas muy profundas. La elfa veía en la oscuridad, y también los enanos, y Cadderly tenía su tubo de luz, con el rayo muy estrecho, medio escondido bajo la capa de viaje para que no atrajera demasiado la atención.
Mientras los lobos se acercaban, sus aullidos sonaban como un largo lamento fúnebre. El joven clérigo se vio obligado a cerrar el tubo y guardarlo. Avanzó lo mejor que pudo en una noche que aún se volvió más oscura, mientras Pikel e Iván lo ayudaban, y Shayleigh intentaba no alejarse mucho.
En un momento determinado, le pareció como si se separaran. Un grupo de lobos aullaba al frente, en el camino por el que avanzaban. Shayleigh volvió la mirada hacia los otros tres. Sus ojos de color violeta brillaban, incluso para la pobre vista nocturna de Cadderly, y su expresión reveló que pronto se quedaría sin respuestas.
—Parece que volveremos a luchar —refunfuñó Iván, y fue la primera vez que Cadderly vio al enano contrariado por esa posibilidad.
De repente, la manada de lobos siguió su camino, atravesó el sendero y no se dirigió hacia el grupo. Aullaban excitados, como si hubieran encontrado una presa que perseguir.
Shayleigh no se cuestionó su buena suerte. Espoleó a sus amigos para que avanzaran a toda velocidad y llegaron a un bosquecillo de árboles frutales. Shayleigh habría preferido coníferas, donde las oscuras copas de los pinos les ofrecerían escondrijo, pero la manada perseguidora no estaba muy lejos y esos árboles eran fáciles de escalar, incluso para las piernas cortas de los enanos. Los cuatro subieron, tan alto como les permitieron las ramas. Shayleigh encontró un recoveco seguro y tensó el arco de inmediato.
Las formas oscuras de grandes lobos llegaron al claro junto a la arboleda, su pelaje plateado y negro encrespado bajo la exigua luz. Uno fue directo hacia el árbol de Cadderly y Pikel, olfateó el aire, y luego lanzó otro aullido terrorífico.
Le respondió la docena de compañeros que estaba en la arboleda, y luego un grupo más grande, el que había estado delante de ellos, algo más al este. Allí los gritos continuaban, aumentaban, y aunque ese grupo estaba subido a los árboles, sintieron la emoción de la caza. La manada se alejó, aunque Shayleigh y los demás no bajaron. La elfa explicó que era el punto más defendible en kilómetros.
Los aullidos continuaron durante un rato, desesperados, como si los lobos tuvieran una pista fresca. El corazón de Cadderly se agitó con cada grito… ¿Sería a Danica a quien perseguían los lobos?
Entonces los aullidos se atenuaron y se mezclaron con gruñidos resonantes, y les pareció que fuera lo que fuese lo que perseguían estaba atrapado.
—Debemos ir a ayudar —anunció Cadderly, pero ninguno de los demás parecía dispuesto a saltar al suelo. Los miró, en particular al robusto Iván, como si lo hubieran engañado.
—Tres docenas de lobos —remarcó el enano barbirrubio—, quizá más. ¡Todo lo que haríamos es darles más comida!
Cadderly no se acobardó mientras bajaba hacia una rama más baja.
Iván resopló y rebulló en la rama, se acercó lo bastante para darle una bofetada a Pikel y conseguir que él también descendiera. La ágil Shayleigh ya estaba en el suelo, esperándolos.
Cadderly sonrió a escondidas, contento de confirmar una vez más que contaba con la bendición de tener unos amigos valientes y justos. La sonrisa del clérigo desapareció, y los cuatro se quedaron paralizados (excepto Pikel, que cayó de la rama y chocó contra el suelo), cuando una explosión tremenda sacudió el suelo bajo sus pies y se elevó una bola de fuego al este, acompañada de los gemidos de muchos lobos.
—¿Dorigen? —preguntaron Shayleigh y Cadderly al unísono, pero ninguno de ellos se movió, sin saber qué hacer.
Pikel gimoteó y se puso en pie, mientras se quitaba las hojas de la barba. Arriba, en lo alto del árbol, una forma pequeña se movía a rápidos saltos. En realidad volaba de rama a rama.
Iván, sobre una rama, soltó un grito y se dio media vuelta, con el hacha en alto, pero la orden de Shayleigh lo detuvo a tiempo.
—Percival —explicó la doncella elfa—. Sólo es Percival.
Cadderly subió tan alto como pudo, y se reunió con su amiga ardilla. Percival parloteó excitado, saltando en círculos sobre la rama, y Cadderly comprendió que la ardilla había sido algo más que un casual testigo de todo aquello, cuando un momento después, oyó los desesperados gritos de un hombre, y los aullidos de los lobos que quedaban en su persecución.
Shayleigh y Pikel se volvieron a subir al árbol, y los cuatro, y la ardilla también, permanecieron callados, mirando al oeste. Shayleigh captó el movimiento, y levantó el arco. Una flecha pasó como un rayo para abatir a un lobo que le pisaba los talones al hombre que huía.
El hombre, sorprendido y sin creer que tenía aliados en aquel oscuro lugar, soltó un grito cuando el proyectil pasó junto a él. Cadderly reconoció la voz.
—Belago —murmuró el joven clérigo.
Iván bajó por las ramas hasta que estuvo en la más baja, y Pikel se unió a él. Ambos miraron al hombre que corría, calculando el lugar por el que se acercaría, y se movieron a la vez para ir a su encuentro. Pikel se sujetó a las piernas de Iván cuando se descolgaba por la rama y enganchó las rodillas, mientras dejaba los brazos colgando.
Belago se acercaba, a ciegas, mientras los lobos le pisaban los talones. Otra flecha le pasó rozando. La puntería de la elfa era perfecta, pero el asustado hombre no veía nada. Parecía que no tenía nada presente excepto que estaba solo y desamparado en una noche oscura, a punto de ser pasto de los lobos.
Pasó bajo el árbol a toda velocidad, sólo porque ese rumbo era el más recto, y sabía que no tendría tiempo de escalar.
Entonces lo cogieron, y gritó mientras lo subían, alzado por las fuertes manos de un enano. Sin saber que Iván era un aliado, se retorció y defendió, conectando varios golpes en la cara del enano. Iván sacudió la cabeza y masculló algunas maldiciones sobre la gente estúpida.
Belago no se liberaba, pero sus forcejeos evitaban que Iván se apartara. Al fin el enano lo levantó hasta donde pudo y le dio un puñetazo en la cara. Belago se quedó inconsciente en sus brazos, e Iván, con ayuda de Pikel, tiró de él hasta la rama.
Se oyó el arco de Shayleigh varias veces más, manteniendo alejada a la manada mientras los enanos se enderezaban y subían al atontado Belago.
—¡Por los dioses! —susurró Belago repetidas veces, cuando al final salió de su estupefacción y reconoció a sus salvadores mientras las lágrimas brotaban de sus ojos—. ¡Por los dioses! ¡Y Cadderly! ¡Querido Cadderly! —sollozó, mientras se ponía en pie para estar más cerca del joven clérigo—. ¡Me temo que has vuelto demasiado tarde!
Cadderly se deslizó por la rama y bajó hasta el nivel de Belago, intentando calmar al hombre.
—¿Dorigen está contigo? —preguntó Cadderly por fin, que aún pensaba en la explosión.
Belago no reconoció el nombre.
—¿Danica? —preguntó el joven clérigo desesperado—. ¿Qué me dices de Danica?
—Estaba contigo —respondió el delgado alquimista, que se hallaba bastante confundido.
—Danica regresó a la biblioteca —contestó Cadderly con aspereza.
—Llevo varios días fuera —respondió Belago, y contó la historia rápidamente. Cuando acabó los cuatro se dieron cuenta de que sabían más de la biblioteca que él; todo lo que sabía el alquimista era que lo echaron, y que por lo que parece después sucedieron cosas terribles. Belago no se dirigió a Carradoon, como ordenó el Decano Thobicus. Resolvió esperar al retorno de Cadderly, o al menos hasta una estación más cálida. Tenía amigos en la montaña y se refugió en una choza con un cazador que conocía, un hombre llamado Minshk, al este de la biblioteca.
»Por allí rondaban seres oscuros —remarcó el alquimista, que se refería a los días que pasó en la choza del cazador—. Minshk y yo lo sabíamos, y por eso a la mañana siguiente íbamos a partir hacia Carradoon. —Miró al este, con los ojos tristes, y repitió con pena—: A la mañana siguiente.
»Pero llegaron los lobos —continuó el alquimista, la voz apenas era un susurro—. Y algo más. Conseguí escapar, pero Minshk… —Belago se desplomó sobre la rama y se quedó callado, y los cuatro amigos volvieron su atención hacia la manada que rodeaba el árbol. Los lobos no podían alcanzarlos, pero esos continuos aullidos probablemente atraerían algo, o alguien, que sí podría.
—Deberíamos largarnos de aquí —propuso Iván.
Por primera vez, la expresión de Vicero Belago se iluminó. Metió la mano bajo su gruesa capa y sacó un frasco, y se lo tendió a Cadderly.
Pikel, mientras tanto, iba a la suya. Chasqueó los dedos y agarró el hacha de la espalda de su hermano.
Cadderly, interesado por lo que Belago le ofrecía, no hizo caso a la creciente discusión de los enanos.
—Aceite de Impacto —dijo el alquimista con excitación—. Te iba a hacer otra bandolera de dardos explosivos, pero no tuve tiempo antes de que Thobicus… —Se calló, abrumado por el doloroso recuerdo. Y luego su cara volvió a iluminarse e hizo un gesto para que Cadderly lo cogiera.
»Tenía otro frasco —explicó—. Quizá viste la explosión. Esperaba crear otra, justo cuando Iván me agarró, pero no tuve tiempo.
Cadderly entendió entonces la bola de llamas que se había elevado en el este, y con cuidado (mucho cuidado) aceptó el regalo del alquimista.
—¡Eh! —gritó Iván, captando la atención de todos. Pikel acababa de ganar ese asalto de la discusión, empujando a Iván con tanta fuerza que tuvo que ponerse de puntillas para no caer sobre la manada de lobos. Pikel bajó el hacha sobre el tronco del árbol, e hizo un corte. Tan pronto como Iván recuperó el equilibrio, Pikel le tendió el hacha, y éste se la arrancó, mirando a su hermano con curiosidad.
No tanta como la de Cadderly. Él, más que todos los demás, sabía en lo que Pikel se había convertido, lo que el amor del enano por los árboles y las flores le había dado, y la gravedad del acto de Pikel, el hecho de que el futuro druida acababa de atacar un árbol vivo, no escapó al joven druida. Cadderly pasó ante Iván, que estaba más que deseoso de alejarse de su impredecible hermano, y se encontró al enano de barba verde murmurando por lo bajo, con un pequeño cuchillo en la mano.
Antes de que Cadderly preguntara, pues el joven clérigo no quería interrumpir, Pikel se hizo un corte en la mano con el cuchillo.
Cadderly agarró la muñeca del enano y lo obligó a mirarle. Pikel sonrió y asintió, señaló a Cadderly, la herida, y la que había infligido al árbol.
Pikel cantaba de nuevo, y lo mismo hacía Cadderly. Éste intentaba encontrar, en la canción de Deneir, alguna energía que añadir al intento del enano.
De la herida de Pikel fluyó más sangre, cada gota encontró el camino en la grieta del árbol. De la fisura se elevó una calidez que transportaba el olor de la primavera.
Cadderly encontró una corriente de pensamiento, de notas que encajaban en la escena, y la siguió de todo corazón, sin saber lo que sucedería, ni lo que Pikel acababa de iniciar.
Cerró los ojos y siguió cantando, haciendo caso omiso de los continuos gruñidos y aullidos de los lobos, y los jadeos de asombro de sus amigos.
Cadderly abrió los ojos cuando la rama en la que estaba se elevó, como si tuviera vida. El árbol floreció por completo, en cada rama se veían grandes manzanas. Iván ya tenía una en la mano, y le había dado un mordisco.
Aunque la mirada del enano se ensombreció, y no por el sabor.
—¿Crees que me cebaré para que los lobos coman mejor? —preguntó muy serio, y lanzó la manzana a la nariz del lobo más cercano.
Pikel chilló de contento; Cadderly apenas creía lo que los dos acababan de hacer.
¿Qué habían hecho?, se preguntó el joven clérigo, ya que no veía una ventaja en la floración prematura del árbol. Las manzanas suministraban proyectiles que podrían lanzar a los lobos, pero nada que alejara a la manada.
El árbol se levantó, y luego otra vez, y otra, para sorpresa de todos los que estaban en la rama, excepto, por supuesto, Pikel, cobró vida, no como una planta, ¡sino como un ser que se movía, inteligente!
Las ramas se enroscaron hacia arriba y bajaron con fuerza, lanzando una andanada de manzanas con una potencia tremenda que impactó en los lobos. Aunque lo peor estaba por venir, las ramas más bajas se inclinaron hacia abajo para golpearlos, aplastar sus patas o lanzarles por los aires. Belago estuvo a punto de caer, y rodeó la rama con los brazos. Iván cayó y rebotó hasta el suelo. Se puso en pie de un salto, con el hacha preparada, esperando que una docena de lobos se le lanzara al cuello.
Shayleigh estaba a su lado en un instante, pero el enano no necesitaba protección. Los lobos estaban demasiado ocupados esquivando y corriendo. Un momento después, Pikel y Cadderly, y al final Belago (porque se cayó), estaban al lado de Iván. Algunos de los lobos más cercanos realizaron ataques poco entusiastas al grupo, pero los cuatro amigos estaban bien armados y entrenados, y gracias a que la mayor parte de la manada se había desperdigado, los alejaron sin esfuerzo.
Aquello pronto terminó. Varios lobos quedaron muertos en el suelo, y los otros huyeron. El árbol volvía a ser sólo un árbol.
—Tu magia nos ha dado algo de tiempo —felicitó Shayleigh a Cadderly. El joven clérigo asintió, pero luego miró a Pikel, el duu-dad de barba verde mostraba una sonrisa satisfecha. Cadderly no sabía qué papel había desempeñado en el conjuro, y tampoco el de Pikel, pero no era el momento de descifrar el misterio.
—Si vuelven, usa el frasco —propuso Belago, que se acercó a Cadderly.
Cadderly observó al enjuto alquimista durante un momento y se dio cuenta de que estaba desarmado. Le devolvió el frasco.
—Úsalo tú, pero sólo si es absolutamente necesario. Aún tenemos un camino más oscuro por delante, amigo mío, y sospecho que necesitaremos todas las armas que reunamos.
Belago asintió, aunque no sabía, no podía saber, lo profunda que era la oscuridad de la que hablaba Cadderly.
Como descubrieron, esa noche no necesitaron el frasco de Belago, o cualquier otra cosa. Shayleigh los puso en movimiento de inmediato, de vuelta al este, hacia una arboleda de gruesos pinos, y allí pasaron el resto de la noche, los cinco y Percival, que vigiló hasta el amanecer desde las ramas más altas.
Cadderly suponía que Rufo estaba herido de gravedad, porque el vampiro no los encontraba. Eso era bueno, a primera vista, pero era incapaz de sacarse de la cabeza que si Kierkan Rufo no estaba con él, estaría con Danica.
Cadderly no se durmió hasta que la noche llegaba a su fin, hasta que el cansancio lo venció.