Libres una noche
Corrieron por el camino de entrada a la biblioteca, entre las hileras de altos árboles, y Cadderly, a pesar de la situación, no hacía otra cosa que pensar en lo a menudo que había visto los árboles como un signo de que estaba en casa. Su mundo había cambiado de forma drástica en los últimos años, pero ninguna de las desgracias anteriores, ni las muertes de Avery y Pertelope o la revelación de que Aballister era su padre, habían preparado al joven para este último cambio.
Cadderly y Pikel tenían que acarrear a Iván. La cabeza del enano se bamboleaba de un lado a otro, su pelo rubio rozaba la piel de Cadderly. El joven clérigo apenas podía creer cuánto peso había embuchado en el musculoso cuerpo del enano. Iba encorvado para mantener nivelado a Iván, y empezó a cansarse.
—Tenemos que encontrar un escondrijo.
El enano de barba verde asintió.
—Sí, hazlo —se oyó desde arriba. Cadderly y Pikel se detuvieron y levantaron la cabeza al unísono. La distracción hizo que soltaran al pobre Iván. El enano cayó de morros al suelo.
Era Rufo, acuclillado sobre una rama a menos de cuatro metros de altura sobre los tres amigos. Con un gruñido animal (¡y parecía muy adecuado al venir de él!) dio un salto, y cayó grácilmente detrás de los dos. Ambos se dieron media vuelta, y se dispusieron a enfrentarse al vampiro.
—Ya estoy en vías de reponerme —dijo Rufo, y Cadderly vio que el monstruo decía la verdad. La herida que Cadderly le había abierto con el bastón ya estaba cerrada, y la cicatriz del agua de Pikel había pasado del rojo chillón al blanco.
Se oyó el aullido de un lobo en el aire de la noche.
—¿Los oyes? —comentó Rufo, y Cadderly pensó que el aplomo del vampiro era algo más que un poco enervante. Habían golpeado a Rufo con todas las armas que tenían, y sin embargo, ahí estaba, frente a ellos e imperturbable.
Otro aullido contestó al primero.
—Son mis hijos, las criaturas de la noche —se regodeó el vampiro—. Aúllan porque saben que estoy cerca.
—¿Cómo? —preguntó Cadderly sin rodeos—. ¿Cómo es que estás aquí? ¿Qué has hecho, Kierkan Rufo?
—¡He encontrado la verdad! —replicó Rufo enfadado.
—Has caído en la mentira —lo corrigió al instante el joven clérigo. El vampiro empezó a temblar; un brillo rojo surgió en los ojos de Rufo. Parecía que iba a abalanzarse y estrangular a su peor enemigo.
—Oh, oh —murmuró Pikel, esperando que los atacara, y sabía que ninguno sería capaz de detenerlo.
Rufo se calmó de pronto, incluso sonrió.
—¿Qué podrías entender? —le preguntó a Cadderly—. Has perdido el tiempo con rezos a un dios que te mantiene en la insignificancia. ¿Qué podrías entender? Tú, que no te atreves a mirar más allá de las limitaciones que te ofrece Deneir.
—No pronuncies su nombre —advirtió Cadderly.
Rufo se rió de él. De Deneir, y Cadderly lo sabía, sabía que todo lo que era Kierkan Rufo se mofaba de Deneir y todos los dioses del bien, del significado, del mismísimo concepto de ética. Y en lo que respectaba a Cadderly, del propósito de la vida.
El joven clérigo, con los ojos clavados en aquel instrumento de la perversión, empezó a salmodiar en voz baja, reclamando que la canción de Deneir volviera a su mente. Fuego. Necesitaba un conjuro de fuego para herirlo, para producir quemaduras que no regeneraran. ¡Cómo deseaba que el anillo de ónice de Dorigen mantuviera el encantamiento!
Cadderly apartó esa idea inútil y se concentró en su llamada a Deneir. Necesitaba fuego para purificar la perversión, canalizado gracias a él por su dios. En la cabeza de Cadderly empezó ese dolor familiar, pero no cedió, sus pensamientos navegaron por la corriente de la melodía.
—La tengo —oyó que decía el arrogante Rufo, y el corazón de Cadderly se agitó en ese momento, y la concentración, a pesar de toda su motivación, vaciló.
Pikel soltó un chillido y se plantó delante de Cadderly, con el odre de agua bajo el brazo. Berreó y apretó, y la piel respondió con un estallido flatulento. Pikel bajó la mirada hacia el odre vacío, las últimas gotas de agua caían de su extremo. Entonces el enano miró a Rufo. Su expresión era ceñuda.
—Oh, oh —gimoteó Pikel, y se echó a un lado antes de que el revés de Rufo lo alcanzara. Dio unos cuantos saltos mortales, hasta que chocó con un árbol, luego se puso en pie de un brinco, dejó el garrote en el suelo, y empezó la misma danza que en el corredor de la biblioteca.
Cadderly no se apartó, esta vez no se retiraría ante Rufo. La referencia a Danica había distraído su concentración, lo había apartado del fluir de la canción de Deneir, no tenía tiempo de volver a ella. Pero mantenía la fe. Por encima de todo, tenía sus convicciones y no mostraría miedo ante un vampiro. Afirmó los pies en el suelo y mostró el símbolo sagrado, gritándole con todas las fuerzas que reunió que se alejara.
Rufo vaciló hasta detenerse y estuvo a punto de dar un paso atrás hasta que encontró, en la maldición del caos, la fuerza para resistir. Pero la cara del vampiro no era alegre, y donde antes había confianza, ahora había determinación.
Cadderly avanzó un paso, y Rufo hizo lo mismo, y se quedaron enfrentados, apenas a un metro.
—Deneir —dijo Cadderly con claridad. Cuánto deseaba zambullirse en la canción de su dios, encontrar un conjuro de fuego, ¡o una palabra sagrada que lanzase oleadas de discordia por el cuerpo delgado del vampiro! Aunque no podía, con Rufo tan cerca y tan fuerte. Esto se convirtió en un duelo de voluntades, una prueba de fe, y Cadderly tenía que aferrarse a ello, poner el corazón en el símbolo, y centrar toda su atención en él.
El aire que había entre ellos parecía soltar chispas, la energía positiva y la negativa luchaban. Ambos hombres temblaban por el esfuerzo.
En la distancia, el aullido de un lobo.
Cada segundo parecía una eternidad; Cadderly pensó que estallaría por la presión. Sentía la maldad en Rufo, una cosa tangible que lo engullía, negando su fe. Sentía la fuerza de Tuanta Quiro Miancay, un brebaje diabólico contra el que ya había luchado, una maldición que a punto estuvo de vencerlo y acabar con la biblioteca. Ahora estaba encarnado, aún más fuerte, pero él era más viejo y más sabio.
Rufo intentó avanzar, pero el pie desobedeció sus deseos. Cadderly se concentró en aguantar allí. No confiaba en que Pikel atacara, como antes. No esperaba nada. Su concentración era plena. ¡Se enfrentaría a Rufo hasta el amanecer si era necesario!
Unos proyectiles de energía verdosa se hincaron en las costillas del joven clérigo. Jadeó y dio un paso atrás, y en el momento en que se enderezó, recuperando la concentración, Kierkan Rufo le agarró la muñeca y levantó el brazo de Cadderly para mantener el símbolo de Deneir lejos de su cara.
—Tus aliados están ocupados —dijo Rufo.
Cadderly se las arregló para mirar a un lado, y vio a Pikel que saltaba y agitaba el garrote a la desesperada, en persecución de un divertido Druzil que revoloteaba entre las ramas bajas de los árboles cercanos.
Rufo empujó hacia adelante, y Cadderly forcejeó con impotencia. Iván refunfuñó en el suelo; se sorprendió de que el enano estuviera tan cerca de la conciencia. Aunque esta vez, no le sería de ayuda.
—La tengo —repitió Rufo, confiado en su victoria, y a pesar de la rabia que manaba de Cadderly, estaba en una posición tan desfavorable que fue incapaz de hacer nada ante la terrible fuerza del vampiro. Rufo lo doblaba hacia atrás; pensó que se le iba a partir la columna.
De pronto el vampiro dio una sacudida, y luego otra, y se enderezó, aflojando la presión en la espalda de Cadderly. Rufo se sacudió de nuevo y gimió, con una expresión de dolor en la cara.
Cuando el cuarto aguijonazo lo alcanzó, Rufo tiró a Cadderly al suelo y se dio media vuelta, y vio que sobresalían cuatro flechas de sus omóplatos. Se oyó el siseo de una quinta, que alcanzó a Rufo en el pecho, y éste se tambaleó, con los ojos llenos de sorpresa.
Shayleigh continuó su inexorable avance, con tranquilidad puso otra flecha en la cuerda del arco y la lanzó infaliblemente hacia el vampiro. A un lado, Pikel, cansado de la vana persecución, salió trotando de entre los árboles, con el garrote en alto para cargar contra Rufo. El enano patinó entre Cadderly y el vampiro, y aprestó el garrote.
Rufo se volvió de pronto, hizo un gesto con la mano, y lanzó una ola de energía que paralizó a Pikel momentáneamente.
—Ven a buscar a tu amada, Cadderly —soltó el vampiro, sin hacer caso de otra flecha que se hundió en su costado—. Te estaré esperando.
La figura de Rufo se hizo borrosa, una niebla verdosa se levantó a su alrededor, lo engulló. Pikel salió de su trance, mientras sacudía la cabeza vigorosamente, y acabó el golpe; pero se detuvo al instante, cuando la siguiente flecha de Shayleigh atravesó al insustancial vampiro y se clavó en el garrote.
—Oh —murmuró el enano, al mirar el proyectil.
—¿Seguirá haciendo eso? —rugió Iván, y Cadderly y Pikel se dieron la vuelta, sorprendidos por lo ocurrido.
Cadderly, de rodillas, clavó la mirada en el duro enano; desde luego duro, pues las heridas de Iván, que el joven clérigo pensó que eran mortales, ¡ahora no parecían tan graves!
Iván advirtió la mirada, guiñó un ojo a modo de respuesta y levantó la mano izquierda para mostrar un anillo que le dio Vander al separarse. Cadderly conocía el objeto, un instrumento de curación que incluso traería a su portador del reino de los muertos, y en ese momento todo tuvo sentido.
En lo que a Iván concernía, al menos. El joven clérigo se puso en pie y miró en dirección contraria, a Shayleigh. ¿Qué hacía allí, y qué sabría del destino de Danica?
—Acabo de regresar —saludó Shayleigh mientras se acercaba a los tres, como si el inminente chorro de preguntas de Cadderly fuera evidente—. Dejé a Danica y a Dorigen ayer, en un desvío, y estaría a medio camino de Shilmista.
—¿Sólo qué? —instigó Cadderly.
—Vi el humo —explicó Shayleigh—. Y tu amigo Percival, vino a mí. Entonces supe que había problemas en la biblioteca, pero…
La expresión en la cara de Cadderly le concedió un respiro, el joven clérigo se inclinó hacia adelante, con los ojos muy abiertos, y la boca abierta por la expectación.
—Pero no sé nada de la suerte de Danica —acabó de decir Shayleigh, y Cadderly volvió a enderezarse. Rufo había hablado del destino de Danica, y el joven clérigo descubrió, con la confirmación de Shayleigh, que Danica y Dorigen habían llegado a la biblioteca, que no podía negar la afirmación del vampiro. Además, al conocer el destino de la biblioteca, y la probabilidad evidente de que Danica y Dorigen entraran, creía saber la fuente del fuego en la pequeña capilla. Iniciar un fuego normal en la biblioteca no sería fácil, ya que había poco combustible para alimentar las llamas. Aunque la bola de fuego de un mago (y Dorigen era bastante experimentada en eso) hubiera bastado.
—Lo que atacó la biblioteca fue más que fuego —respondió Cadderly a la elfa—, rufo se ha convertido en algo siniestro.
—Un vampiro —dijo Shayleigh.
Cadderly asintió.
—Y hay otros —dijo.
—Uno menos —respondió Shayleigh, a la que los tres amigos miraron con interés—. Encontré al Decano Thobicus —contó la elfa—, en el mausoleo. También era un no muerto, pero estaba herido por la luz del sol, creo, y no era muy fuerte.
—¿Y lo venciste? —preguntó Iván, que ya no parecía herido.
Shayleigh asintió. Se acercó a Pikel y tiró con fuerza de la flecha hundida en el garrote del enano. Salió con un chasquido, y levantó la punta para que la vieran los demás. El filo refulgió con un brillo gris bajo los rayos de luna.
—Bañada en plata —explicó Shayleigh—. El más puro de los metales, a los no muertos les afecta. Pero me temo que quedan pocas —dijo, mientras señalaba el carcaj casi vacío—. Nos encontramos algunos trolls…
—Eso vimos —dijo Iván.
—Recuperé algunas de éstas, y todas las que usé contra el Decano Thobicus —dijo Shayleigh—. Pero Kierkan Rufo se llevó unas cuantas, me temo que mi acopio de puntas de flecha ha disminuido. —Para enfatizar el comentario, tocó una bolsa en su cinturón y la sacudió.
—Mi hacha no hiere a esas cosas —resopló Iván.
—¿Adamantita? —preguntó Shayleigh, sacudiendo la cabeza, expectante.
—Eso y hierro —explicó Iván.
—Ni tampoco mi buzak hirió a Rufo —añadió Cadderly—. Pero mi bastón —mostró el mango en forma de cabeza de carnero— es mágico, además de ser de plata. Le produjo una herida terrible a Rufo.
Iván asintió, entonces Cadderly y él se miraron con curiosidad. Juntos se volvieron despacio y miraron a Pikel, que con timidez deslizó el garrote a su espalda.
—Sólo un garrote —comentó Iván, deslizándose hacia su hermano y arrancándole la enorme arma de las manos—. ¡Yo mismo vi cómo lo extraía del tronco de un árbol muerto!
—Sólo un garrote —acordó Cadderly—. Sin embargo hirió a Rufo.
Pikel se inclinó y le susurró algo a Iván, y al Rebolludo barbirrubio se le iluminó la cara al entenderlo.
—Dice que no es un garrote —le explicó Iván a Cadderly—. Mi hermano lo llama… —Iván cruzó una mirada inquisitiva con su hermano, que se puso de puntillas y volvió a susurrarle a Iván.
»Lo llama sha-lah-lah —explicó Iván con alegría.
Cadderly y Shayleigh repitieron la palabra a la vez, y al final Cadderly lo entendió.
—Un shillelagh —dijo, y en un instante todo se aclaró, un shillelagh era una vara mágica que usaban los druidas a menudo. Esa clase de arma seguro que heriría a un vampiro. Un momento más tarde, por supuesto, dejó de tener sentido… ¿dónde demonios había conseguido Pikel la vara encantada de un druida?
—¿Y el agua? —le preguntó Cadderly a Pikel.
El orgulloso enano se puso de puntillas y pegó los labios en la oreja de Iván.
La expresión de Iván se agrió cuando, también, empezó a hacerse una idea, a digerir la imposibilidad de todo ello.
—Agua druídica —dijo secamente, con una voz desprovista de toda emoción.
—¿Duu-dad? —chilló Pikel.
De nuevo cruzaron miradas de curiosidad, los tres se preguntaban qué demonios le sucedía a Pikel. Iván y Shayleigh habían visto cómo Pikel había amansado una serpiente en el Castillo de la Tríada; pero eso, a diferencia del garrote y el agua, se explicaba de muchas maneras. Pero esto… ¿Qué explicación había excepto que Pikel poseía alguna habilidad druídica?
Aunque con todo lo que pasaba, no era el momento de tratar el tema, o cuestionarse su aparente buena suerte. Cadderly, Shayleigh e incluso Iván llegaron a la conclusión de que si le decían a Pikel con la suficiente firmeza que los enanos no podían ser druidas, acabaría creyéndolos. Eso no haría nada más que darles menos armas para luchar contra Rufo.
—Entonces tenemos los medios para atacar a Rufo —constató Cadderly, finalizando el debate—. Debemos volver a la biblioteca.
La sonrisa desapareció, e Iván sacudía la cabeza antes de que Cadderly acabara la afirmación.
—Por la mañana —añadió Shayleigh—. Si Danica y Dorigen están ahí, y no sabemos si lo están, no hay nada que podamos hacer por ellas esta noche. Confía en ellas. Rufo es más fuerte en las horas de la oscuridad.
El aullido de un lobo hendió el aire, y fue respondido por otro, y luego un tercero y un cuarto.
—Y el vampiro reúne sus fuerzas —continuó Shayleigh—. Alejémonos de aquí. Por la noche, el movimiento es nuestro único aliado.
Cadderly se volvió hacia la biblioteca. A pesar de lo que Shayleigh acababa de decir, sabía, en su corazón, que Danica estaba allí. Dorigen también, aunque el joven clérigo tenía la terrible corazonada que la maga había encontrado su fin. Aunque las palabras de Shayleigh sobre Rufo eran bastante ciertas. Ése era el momento de Rufo, y sus aliados pronto los rodearían. No podía vencerlo, por la noche no, ni dentro de la biblioteca.
Asintió y siguió a la doncella elfa, que los adentró en el bosque. Pikel se detuvo lo bastante para rellenar el odre con el agua clara de un arroyo cercano.