16

El golpe de Pikel

De todas las cosas que Cadderly o los Rebolludo habían oído en su vida (los gritos de animales salvajes en la noche de las montañas, los de los moribundos en un claro de Shilmista, el rugido de un dragón engañado) ninguna fue comparable al grito sobrenatural de Kierkan Rufo, del vampiro que perdió el más preciado de sus tesoros.

Cadderly, cuando recuperó la presencia de ánimo, creyó por instinto que debería seguir ese sonido, que lo conduciría a Rufo, y, a su vez, a Danica. Pero le costó decirles eso a los Rebolludo, y racionalizar cualquier decisión que los llevara hasta el que había proferido el lamento. Miró por la puerta, hacia la noche vacía. Un paso atrás y sabía que la canción de su dios sonaría con más claridad en su mente. Un paso atrás… pero Danica estaba delante.

—Deneir no está conmigo —susurró Cadderly, para sí mismo.

—¿Adonde nos dirigimos? —quiso saber Iván con impaciencia, su frente mostraba gotas de sudor, más por los nervios que por el cansancio.

—Arriba —respondió Cadderly—. Ha venido del segundo piso, los aposentos.

Cruzaron el vestíbulo y varias salitas, más allá de la cocina donde Iván y Pikel habían trabajado durante años. No encontraron enemigos, pero la biblioteca despertaba a su alrededor. Lo sabían, notaban la sensación, un frío repentino en una atmósfera inmóvil.

—Cadderly. —La voz, femenina, lasciva, los dejó helados, apenas a doce pasos de la serpenteante escalera que llevaba al segundo piso. Cadderly, que iba al frente, con el tubo de luz en mano, se volvió despacio, la iluminación pasó por encima de las cabezas de Iván y Pikel y enfocó directamente la cara llena de quemaduras de Histra.

La vampiresa, con los colmillos al descubierto, se retorció y siseó ante la invasora luz.

Pikel chilló y cargó con el garrote, y acabaron los dos cayendo escaleras abajo.

Cadderly se dio media vuelta instintivamente hacia la escalera, y levantó el brazo a la defensiva justo a tiempo para detener el ataque de un zombi andrajoso. El joven clérigo trastabilló, e Iván, sin llegar a volverse del todo para descubrir qué sucedía delante, se agachó y afirmó los pies.

Sobre el enano cayeron Cadderly y el zombi, que rodaron enmarañados para unirse a Pikel e Histra en el corredor de abajo.

Pikel dio una serie de saltitos, intentando flanquear a la vampiresa, que estaba agachada. Movió el garrote de modo amenazador, y luego se abalanzó, haciendo girar en el aire el garrote una y otra vez. Se detuvo por lo inútil de la acción, y, mareado, trastabilló.

—¿Eh? —preguntó el confundido enano, pues Histra no estaba frente a él, donde debería estar.

El puño de ella alcanzó su hombro, y Pikel se volvió de nuevo. Afortunadamente para el enano, esta vez rotó en dirección opuesta, y se le fue el mareo, por lo que cuando se detuvo (y otra vez la suerte estaba con él), se encontró frente a la vampiresa, que avanzaba hacia él.

—Je, je, je —rió Pikel con disimulo. Cargó con una fuerza tremenda, y se desvió un poco. Histra viró deprisa para mantenerse erguida, pero Pikel, firme sobre sus grandes pies, se lanzó hacia ella en un ataque directo. Sus curtidos músculos se tensaron y restallaron, el garrote evitó el brazo levantado de Histra y la alcanzó de lleno en la cara. Salió volando como si le hubieran disparado con una ballesta, y chocó contra la pared, pero Pikel se dio cuenta de que no estaba herida cuando iba a volver a reír.

Bajó la mirada hacia el garrote, luego la dirigió a la confiada vampiresa, y luego de nuevo al arma, como si pensara que ésta lo estaba engañando.

—¡Oh, oh! —murmuró el enano de barba verde un instante antes de que la fuerte bofetada de Histra lo lanzara dando vueltas. Realizó dos perfectos mortales y medio, y luego chocó de cabeza contra la pared.

Cadderly tuvo mejor suerte contra el zombi. Se levantó mucho más rápido, mientras ya tenía situado el dedo en el lazo del buzak, dos discos de adamantita unidos por un pequeño cilindro de metal. Los lanzó hasta el final de la cuerda y los recuperó, y repitió la operación dos veces más para tensarla. Cuando al final el zombi se puso en pie, Cadderly lo dirigió sin piedad a la cara del no muerto.

El joven clérigo se estremeció ante el ruido de los huesos rotos. El zombi se tambaleó hacia atrás, pero impulsado por órdenes que era incapaz de cuestionar, volvió de nuevo, con los brazos extendidos.

El buzak hizo blanco otra vez, bajo la barbilla, y cuando el monstruo reemprendió la acometida, tenía la cabeza ladeada de modo extraño, con los huesos de la nuca destrozados.

No volvió a levantarse después del tercer golpe, pero cuando cayó al suelo, el proyectil enano, Pikel Rebolludo, chocó con él, despejando el espacio que había entre Cadderly e Histra.

Cadderly oyó a Iván en las escaleras, trabado con algún enemigo. Miró en esa dirección un momento, luego se volvió y vio que Histra había reducido la distancia. Estaba a poco más de medio metro de él, mostrando aquella sonrisa terrible.

La golpeó con fuerza en el pecho con el buzak mientras avanzaba con decisión, pero el arma sólo le hizo dar un paso atrás, y sonrió de nuevo, con sorna, mostrándole que no estaba herida.

—Querido Cadderly —ronroneó—. No hay defensa contra mí. —Cadderly, como Pikel antes que él, bajó la mirada hacia el buzak como si lo engañara.

—¿No prefieres el destino que te ofrezco? —dijo Histra con tono burlón. Le parecía una caricatura grotesca, un insulto que se mofaba de la mujer sensual y cautivadora que había sido una vez. Como clériga de Sune, la Diosa del Amor, se acicalaba y perfumaba, había mantenido su contorneado cuerpo en excelente condición física, y una luz en los ojos que prometía el placer más puro a cualquier hombre que, según ella, se lo mereciera.

Pero ahora la piel de su cara se pandeaba, como hacía su escote, que se mostraba entre los andrajos de lo que una vez fue una túnica escarlata. Ningún perfume superaba el hedor a quemado que acompañaba a la desfigurada vampiresa. Peor aún era la mirada de sus ojos, hacía tiempo una promesa de placer, ahora los fuegos diabólicos de la impureza, del mal encarnado.

—Te ofrezco la vida —ronroneó la fea vampiresa—. Un trato mejor, Rufo sólo te ofrecerá la muerte.

Cadderly recuperó fuerzas ante aquella horrible imagen, y ante la simple mención de Kierkan Rufo, usó las dos manos para reforzar su fe, como símbolo, un claro recordatorio de la caída en la tentación. Levantó el símbolo sagrado, con el tubo de luz detrás, y nunca mostró la verdad de Deneir con tanto ímpetu.

Rufo se había resistido al símbolo de Cadderly, pero Histra no era el amo, aún estaba lejos de los plenos poderes del vampirismo. Detuvo su avance de inmediato y empezó a temblar.

—¡Por el poder de Deneir! —gritó Cadderly, al tiempo que daba un paso, con el símbolo en alto e inclinado hacia abajo, de modo que la potencia de la luz hizo que Histra se arrodillara.

—¡Bien, no vamos a ir por ahí! —gritó un ensangrentado Iván mientras medio tropezaba al bajar las escaleras.

Cadderly soltó un gruñido y presionó la luz hacia abajo, e Histra se arrastró mientras lloriqueaba. Entonces el joven clérigo miró las escaleras, a la hueste de zombis que caminaban tras Iván. Miró al otro lado de la sala, a Pikel, que por suerte estaba en pie y corría en círculos… no, danzaba, descubrió Cadderly. Por alguna razón que no llegaba a comprender, bailaba alrededor de su garrote, mientras hacía gestos con sus manos rechonchas, y movía la boca más de lo que nunca había visto.

Iván retomó el combate al pie de las escaleras. A cada golpe, la afilada hacha sesgaba las extremidades de los tercos zombis que intentaban alcanzarlo.

—¡Hay un centenar de estos malditos seres! —aulló el enano.

Algo más rápido y siniestro que los zombis se abrió paso entre sus filas para enfrentarse al enano. El hacha de Iván lo alcanzó de lleno; pero cuando la hoja alcanzó el blanco, el vampiro, sin pestañear, la agarró del mango y la apartó a un lado.

—Ciento uno —corrigió el enano.

Cadderly apretó el símbolo de su dios contra la frente de Histra. Un humo acre se levantó de la herida. La vampiresa intentó extender una mano y rechazar el ataque, pero no había fuerza en sus manos temblorosas.

—¡Te expulso, te maldigo! —gruñó Cadderly, apretando con todas sus fuerzas. De nuevo, Histra se vio atrapada porque aún no dominaba su nuevo estado, no era capaz de transformarse con facilidad en un murciélago o cualquier otra criatura de la noche, o en vapor y escapar.

—¡Mantenlos a raya! —le gritó Cadderly a Iván, al saber que Histra estaba indefensa. Iba a llamar a Pikel, pero sólo soltó un gruñido, al ver que el enano seguía danzando de modo extraño, preocupado porque hubiera perdido la cordura.

Iván refunfuñó, lanzó un furioso ataque contra el vampiro y golpeó a la criatura varias veces. Pero el monstruo, y la horda de zombis que estaban detrás, avanzaron irremediablemente. Si hubiera sido leal, un verdadero camarada, el vampiro habría dejado atrás al enano para salvar a Histra, pero era uno de los dos esbirros de Rufo que quedaban, y Baccio de Carradoon posó la mirada en el poderoso clérigo y su brillante símbolo sagrado, y conoció el miedo. Además, se dio cuenta que la muerte de Histra reforzaría su posición como segundo de Rufo.

Y por eso el vampiro permitió que el desesperado e inefectivo enano lo mantuviera alejado.

Pronto Cadderly fue engullido por el humo negro. Mantuvo la invocación a Deneir, al igual que el símbolo sobre la frente de Histra, aunque no la veía a través de la nube. Al final, la vampiresa se desplomó. Cuando el humo se disipó, Cadderly vio que había desaparecido. Sólo podía imaginar (y se estremeció cuando lo hizo) el premio que aguardaba a Histra. Imaginó sombras agazapadas y oscuras que se dibujaban en su alma condenada, que la arrastraban hacia la infernal eternidad. Sin embargo, la vampiresa parecía mucho más serena con la muerte verdadera que un momento antes. Sus ojos volvieron a su color normal, y casi parecía aliviada. Quizás incluso los grandes pecados se perdonaban.

No tenía más tiempo para pensar en Histra. Una sola mirada de reojo le dijo que iban a vencerlos, que no podían, a pesar de sus temores por Danica y su determinación por rescatarla, vencer a la biblioteca de Rufo en la oscuridad de la noche.

Baccio, también, ya había visto suficiente. Con un solo tortazo envió a Iván a la otra punta, donde resbaló hasta llegar junto a Pikel. Éste recogió el garrote con una mano y a su apaleado hermano con la otra.

Cadderly soltó un grito y se encaró con el vampiro, presentando el símbolo como había hecho con Histra. Baccio, un hombre más viejo y sabio, que se había puesto al servicio de Rufo de buen grado, se acobardó, pero no retrocedió.

Cadderly extendió el brazo, y Baccio se estremeció de nuevo. Pidió ayuda a Deneir y avanzó un paso, y el vampiro descubrió que tendría que retirarse. Duró sólo un segundo, pero supo que tenía ventaja, que si presionaba con toda su fe, lo destruiría como había hecho con Histra.

Baccio también lo sabía, pero el vampiro mostró una sonrisa perversa, de improviso, y ordenó mentalmente a la horda de zombis que lo rodeara, para impedir que la luz de la fe de Cadderly llegara a él.

El primero de esos monstruos sin mente acabó bañado por la luz, como había sucedido con los zombis que Cadderly se había encontrado cuando volvieron a entrar en la biblioteca. Se convirtió en un montón de polvo, como ocurrió con el siguiente, pero había demasiados.

Otro alarido, mucho más terrorífico, resonó en las paredes y bajó por las escaleras.

—El amo viene —murmuró Baccio desde detrás de la horda.

—¡Hacia la puerta! —gritó Iván, y aunque a Cadderly le dolió en el corazón pensar que Danica estaba en ese lugar impío, sabía que el enano tenía razón.

Caminaron por la sala, y dejaron atrás a los lentos zombis, Pikel se dio media vuelta al atravesar el primer umbral, cerró la puerta de golpe y corrió el pasador.

—Subiremos por otro lado —dijo Cadderly, y empezó a rastrear sus recuerdos, en busca del camino más rápido de vuelta a las escaleras.

La mano de Baccio atravesó la puerta, y los dedos del vampiro empezaron a palpar en busca del cerrojo.

Los tres corrían de nuevo, atravesaron cuartuchos, dejaron atrás la cocina y cerraron cada puerta que dejaban atrás. Llegaron al vestíbulo, los enanos en dirección a la puerta abierta, mientras Cadderly intentaba que fueran hacia el ala sur y la capilla principal, donde había una galería que conducía al segundo piso.

—¡Fuera no! —insistió el joven clérigo.

—¡Dentro no! —replicó Iván al instante.

De pronto Kierkan Rufo surgió ante ellos, a medio camino entre la puerta que los llevaba a la noche y la sala que los llevaría a la capilla principal.

—A ninguna parte —comentó Iván al detenerse.

Cadderly levantó el símbolo sagrado, con la luz del tubo brillando detrás, proyectando su imagen en la cara de Rufo.

El vampiro, que temblaba de rabia por la muerte de Danica, no se amilanó, se aproximó, con un aire que prometía poco menos que una terrible muerte al joven clérigo.

Cadderly invocó el nombre de Deneir una docena de veces sin resultado. Se dio cuenta de que tendrían que salir hasta el umbral, fuera del lugar que Rufo llamaba hogar.

—Moveos hacia la puerta —susurró a sus compañeros, y con valentía dio un paso al frente. Era Cadderly, se recordó, clérigo elegido de Deneir, el que se había enfrentado a un dragón en solitario, el que había enviado su mente al reino del caos y había vuelto, el que había destruido el artefacto del mal, Ghearufu, y el que había vencido al terrible Aballister. De algún modo nada de ello tenía valor ahora contra la perversión final de la vida.

De alguna manera, de algún lugar, Cadderly encontró fuerzas para alejarse de los enanos, para enfrentarse a Rufo y proteger a sus amigos.

E Iván hizo lo mismo. El bravo enano se dio cuenta de que Cadderly solo sería capaz de enfrentarse a Rufo y ganar. Pero no allí. Cadderly vencería a Rufo si el joven clérigo conseguía salir de aquel lugar impío.

El enano barbirrubio soltó un grito, cargó, y se detuvo ante el vampiro (que nunca apartó los ojos del joven clérigo, su mortal enemigo). Sin miedo, sin una sola duda, Iván volvió a gritar y alcanzó a Rufo con un golpe descendente.

Rufo apartó el arma a un lado y pareció que veía a Iván por primera vez.

—Me estoy empezando a cansar de esto —gruñó Iván a su inefectiva hacha.

La única suerte que tuvo el pobre enano es que el fuerte puñetazo de Rufo lo lanzó en dirección a la puerta abierta.

Cadderly se abalanzó.

—¡No puedes herirme! —gruñó Rufo, pero el joven clérigo ya tenía algo pensado. Mostró el símbolo lo mejor que pudo, sosteniéndolo junto al tubo de luz con una mano, pero la verdadera arma estaba en la otra. Su dedo aún estaba en el lazo del buzak, pero lo dejó caer al suelo, pues Cadderly comprendió que no sería efectivo con un vampiro. Mientras arremetía, sacó la segunda arma del cinturón, el bastón con empuñadura de cabeza de carnero, encantado por un mago de Carradoon.

Rufo aceptó el golpe como si tal cosa, y el arma encantada le arrancó la piel de la mitad de la cara.

Cadderly levantó el brazo para golpear otra vez, pero Rufo le agarró la muñeca y la dobló hacia atrás, obligando al joven clérigo a arrodillarse. Cadderly enderezó el brazo en el que llevaba el símbolo sagrado, y lo usó para interceptar la cara de Rufo, que se acercaba.

Mantuvieron la postura durante lo que pareció una eternidad, y Cadderly supo que no vencería, que su fe suprema no derrotaría a Rufo.

Sintió una salpicadura en la mejilla. Pensó que sería sangre, pero se dio cuenta de que era agua fría y limpia. Rufo se retiró de pronto, y Cadderly levantó la mirada y vio que una línea de piel quemada arrugaba la otra mejilla del vampiro.

Un segundo chorro rechazó a Rufo, lo obligó a soltar el brazo de Cadderly. La confusión del joven clérigo creció cuando Pikel avanzó, con el odre de agua bajo el brazo, mientras a cada presión lanzaba un chorro de agua al vampiro.

Rufo apartó el agua con dedos humeantes y siguió retirándose hasta que su espalda tocó la pared del vestíbulo.

Pikel arremetió con una determinación en la cara como Cadderly nunca había visto; pero Rufo se enderezó y recuperó la compostura, pasado el momento de sorpresa.

Pikel volvió a alcanzarle con el agua, pero el vampiro hizo caso omiso.

—¡Te arrancaré el corazón! —amenazó, y se separó de la pared.

De pronto Pikel salió disparado, dio una vuelta completa para ponerse de rodillas y lanzó un golpe lateral con el garrote que alcanzó a Rufo en una pierna. Sorprendentemente, se oyó un retumbante crujido de huesos, y la pierna del vampiro se dobló. Rufo cayó con fuerza, y Pikel se levantó sobre él, con el garrote levantado para un segundo golpe.

—¡Lo tenemos! —aulló Iván desde la puerta. Mientras su hermano gritaba victoria, el arma de Pikel golpeó con fuerza el suelo de piedra, atravesó la niebla en que se convirtió Rufo.

—¡Eh! —rugió Iván.

—¡Ooh! —convino un enfadado y engañado Pikel.

—¡Eso es juego sucio! —soltó Iván, y el grito pareció arrebatarle las últimas fuerzas. Dio un paso hacia su hermano, se detuvo y se quedó mirando a Pikel y a Cadderly con curiosidad durante un instante, y luego cayó de bruces al suelo.

Cadderly miró a su alrededor, intentando discernir su siguiente movimiento (seguir dentro o salir) mientras Pikel se dirigía hacia su hermano. El joven clérigo comprendió que Rufo no estaba vencido, que el otro vampiro y la horda de zombis no estaban muy lejos. Entornó los ojos mientras escudriñaba con cuidado el vestíbulo, al recordar que Druzil, el malvado y miserable Druzil, probablemente los estaba observando incluso ahora. No olvidaba la dolorosa picadura de la magia del imp, y aún menos, su aguijón venenoso. El veneno que había tumbado a Pikel, hacía tiempo. Aunque conocía conjuros para contrarrestar el veneno, sospechaba que no sería capaz de acceder a ellos desde allí.

Era de noche y estaban mal preparados.

¡Pero Danica estaba allí! Cadderly no olvidaba eso, ni por un instante. Quería ir hasta ella… ¡ahora! Buscar en cada habitación del enorme edificio hasta que la encontrara y la sostuviera otra vez entre sus brazos.

¿Qué le habría hecho el asqueroso Rufo?, gritaban sus miedos. Espoleado por esa alarma interior, estuvo a punto de volver corriendo hacia la cocina, hacia la hueste de zombis y el vampiro menor.

Oyó una voz tranquilizadora en su cabeza, la de Pertelope, que le recordaba quién era, y qué responsabilidades conllevaba su posición.

Le recordaba que confiara en Deneir, y en Danica.

Era algo más difícil que entrar en aquel lugar impuro, pero se acercó a Pikel y lo ayudó a llevar a su hermano inconsciente, y salieron al exterior, salieron a la noche.