La naturaleza del mal
El camino serpenteaba para sortear un alto peñasco, pero la impaciencia de Danica crecía. Se dirigió a la base, levantó la mirada hacia la cima, que se alzaba a diez metros, y con cuidado empezó a escoger los asideros que le proporcionaban las grietas de la roca.
Dorigen se situó bajo ella. La maga hablaba, pero Danica, concentrada en asirse a las grietas y en escoger el mejor lugar para asentar los pies, no escuchaba. Poco después, la ágil luchadora levantó la mano por encima del borde y palpó, y al final agarró la gruesa base de un pequeño arbusto. Probó su peso, y luego, convencida de que era seguro, lo usó para izarse.
Desde la atalaya, Danica consiguió atisbar la Biblioteca Edificante. Estaba en un llano en el que desembocaba un sendero que ascendía, con un despeñadero al norte y un barranco cortado a pico al sur. Parecía un bloque rechoncho de piedra sin importancia, no era una obra de arquitectura atractiva, y desde aquella distancia Danica no veía las ventanas (había muy pocas), que estaban cubiertas por tablas y tapices.
Todo estaba silencioso y tranquilo, como era habitual en la antigua biblioteca, y Danica, ansiosa por acabar con el sucio asunto del juicio de Dorigen, se sintió aliviada al volver a verla. Se dio media vuelta, con la intención de decirle a Dorigen que la biblioteca estaba muy cerca, pero se sorprendió al ver que la mujer escalaba el risco, más lenta que Danica, pero con decisión.
Danica se tumbó en el suelo y le indicó dónde agarrarse. En ese momento se sentía orgullosa de Dorigen, de la disposición de la maga para enfrentarse a los obstáculos. El risco era pequeño y no era un desafío para alguien con el entrenamiento de Danica, pero apreciaba lo imponente que le parecería a Dorigen, que se había pasado años con la nariz metida en los libros. Sin embargo allí estaba Dorigen, extendiendo el brazo para asir la mano que le ofrecía Danica, escalando sin quejarse.
Un centenar de metros más lejos, escondida tras un soto, Shayleigh estaba impresionada por igual. Cuando Danica había estado tan expuesta subiendo el risco, Dorigen había podido hacer algo para asegurarse su libertad. Pero de nuevo la maga demostró su espíritu, y Shayleigh, como Danica cuando Dorigen ayudó en el combate con los trolls, descubrió que no estaba sorprendida.
De pronto la doncella elfa se sintió culpable por la desconfianza. Se agachó, aflojó la cuerda del arco, y murmuró en voz baja que debería haberse ido de cabeza a Shilmista en vez de seguirlas casi todo el camino hasta la biblioteca.
Shayleigh sabía que llegarían al edificio en menos de una hora, y ya estaría a medio camino de su hogar en el bosque. Esperó en los árboles hasta que Danica y Dorigen desaparecieron, y entonces, también, se dirigió a la elevación rocosa. Con una agilidad natural que, como mínimo, igualaba a la de Danica, la elfa subió a la cima. Puso una rodilla en el suelo y escudriñó la oscura línea que era el camino que surgía entre ramas de la espesura y grandes rocas. Al final divisó a Danica y Dorigen, que avanzaban sin dificultad un poco más adelante, y, con la paciencia de un ser que viviría siglos, observó su movimientos por el camino, hasta que llegaron a las puertas principales de la biblioteca.
Ya no esperaba problemas por parte de Dorigen, y se despidió de sus amigas.
Percival las saludó cuando llegaron a los terrenos de la biblioteca, la ardilla blanca saltaba a lo loco entre los árboles y chillaba como si estuviera chiflada.
—Nunca vi una reacción semejante —comentó Dorigen.
—Ése es Percival —explicó Danica—, un amigo de Cadderly.
Miraron con curiosidad cuando la ardilla saltó al suelo a más de tres metros de ellas, corrió hacia el extremo de una rama próxima a ellas, y soltó tales chillidos que Danica pensó que había contraído alguna enfermedad.
—¿Qué pasa? —le preguntó Danica al roedor, y Percival siguió saltando en círculos y chillando como si la hubieran tirado en una olla de agua hirviendo.
—Oí hablar de una enfermedad de la mente que afecta a estos animales —comentó Dorigen—. Y una vez vi el resultado en un lobo. Observa con atención —pidió a la luchadora—. Si descubres espuma en la boca de la criatura, entonces debes matarla de inmediato.
Danica lanzó una mirada cautelosa en dirección a Dorigen, y cuando la maga la vio, se enderezó al tiempo que se preguntaba qué habría dicho para provocar una reacción tan fuerte.
—Percival es amigo de Cadderly —repitió Danica—. Quizá su amigo más íntimo. Si crees que la ardilla está loca, acabarás muerta por Cadderly si alguna vez descubre que matamos al animal.
Eso tranquilizó a Dorigen. Danica posó la mirada en Percival y le hizo señas de que volviera a los árboles.
Entonces se volvieron hacia las puertas, y Danica llamó con fuerza. Percival corrió a toda prisa por las ramas, subiendo, siguiendo un rumbo que le permitiría saltar al extremo más bajo del tejado delantero de la biblioteca. La ardilla blanca saltó a un punto justo sobre las puertas principales, con la intención de lanzarse sobre Danica y detener su avance, pero en el momento en que Percival llegó al lugar, se cansaron de esperar una respuesta y Danica empujó las puertas y entró en el vestíbulo.
Estaba oscuro y en silencio, Danica miró a su espalda y vio la gruesa manta extendida sobre los ventanucos que había sobre la puerta.
—¿Qué es esto? —preguntó Dorigen. Nunca había estado en la biblioteca, pero sospechó que esa atmósfera no era la normal para el lugar.
«¿Dónde están todos los clérigos? —se preguntó—. ¿Y por que se me eriza el vello de la nuca?».
—Nunca vi la biblioteca así —respondió Danica. Aunque la luchadora no estaba tan nerviosa como Dorigen. Había pasado los últimos años en la Biblioteca Edificante; el lugar que para ella se había convertido en su hogar.
—Quizá estén en una ceremonia que no conozco —razonó Danica.
La ingenua Danica era incapaz de apreciar la verdad de su comentario.
—¡Fiuu!
Pikel arrugó la nariz y sacudió la cabeza ante el terrible hedor. Se volvió despacio y soltó un tremendo estornudo, duchando a su hermano.
Sin sorprenderse (por las muchas décadas pasadas junto a Pikel), Iván no dijo nada.
—Huele a troll —remarcó Cadderly.
—A troll quemado —puntualizó Iván, mientras se secaba la cara.
Cadderly asintió y avanzó con cautela por el camino. Estaban a tres días de la biblioteca, avanzaban sin dificultad por el mismo camino que Danica y las demás habían seguido. El sendero subía un trecho corto, luego rodeaba unos arbustos, y desembocaba en un claro que se había usado como campamento.
El corazón de Cadderly latió desbocado cuando llegó cerca del claro. Estaba seguro de que Danica había estado allí, y, por lo que parecía, se había encontrado con unos miserables trolls.
El hedor a punto estuvo de abrumar al joven clérigo cuando se encaramó para rodear los arbustos, y se detuvo frente a los horripilantes restos del combate.
Tres formas enormes, bultos de carne ennegrecida, yacían en el pequeño claro.
—Parece que los achicharraron —comentó Iván, que llegó detrás de Cadderly.
Pikel empezó a asentir con su típico «¡Oo Oi!» pero en cambio estornudó, justo cuando Iván se volvió para mirarlo. Iván respondió con un puñetazo en la nariz, a lo que Pikel contestó hincando el extremo de su garrote entre las rodillas de Iván, y luego se echó a un lado, con lo que tiró a su hermano. En un instante, los dos rodaban por el suelo.
Cadderly, a gatas, buscó para determinar qué había sucedido exactamente, sin prestar atención a los dos enanos. Se habían peleado una docena de veces durante las últimas semanas, y ninguno de los dos parecía herido.
El joven clérigo inspeccionó al troll más cercano, y llegó a la conclusión de que Shayleigh lo alcanzó con una andanada de flechas antes de que las llamas lo consumieran. El siguiente troll al que se acercó, que estaba a medio camino de donde estaban los restos de la fogata, no mostraba signos de estar herido o muerto antes de que las llamas lo consumieran. Cadderly buscó con cuidado, incluso movió el cuerpo carbonizado a un lado. No encontró marcas, ni huellas de que usaran una antorcha para combatir al troll.
Se levantó y se volvió hacia el círculo de piedras que rodeaban la fogata, con la esperanza de descubrir la situación del fuego cuando los trolls atacaron.
Iván y Pikel rodaron por encima de las cenizas y esparcieron las piedras, demasiado absortos en su forcejeo para advertir los movimientos del clérigo. Chocaron contra el cuerpo del tercer troll, y la piel llena de ampollas se abrió, derramando la grasa fundida de la criatura.
—¡Yuc! —chilló Pikel, que se puso en pie de un salto.
Iván hizo lo mismo. Agarró a su hermano por la túnica y lanzó a Pikel de cabeza hacia un arbusto, entonces flexionó las piernas y saltó tras él. Lo derribó mientras Pikel intentaba ponerse en pie.
Cadderly, agobiado por sus distraídos amigos mientras intentaba confirmar algo importante, se fue impacientando, pero continuó sin decir nada. Se precipitó sobre la fogata y empezó a inspeccionarla.
Sospechaba que había brasas en el momento del ataque, o los trolls, temerosos de las llamas, habrían esperado. También sabía que sus amigas no se habrían quedado en la zona después del combate; el hedor sería muy fuerte. Y Danica, y en particular Shayleigh, que reverenciaba la naturaleza, no habría dejado el fuego encendido.
Como Cadderly sospechaba, no encontró leños quemados de una longitud significativa. Había brasas. El joven clérigo volvió la mirada hacia los trolls carbonizados y asintió, sus sospechas confirmadas.
—¡Quita tus dedos de mi cuello! —aulló Iván, que captó la atención de Cadderly.
Pikel se quedó al borde del claro dándole la espalda al joven clérigo y encarándose con Iván mientras el enano barbirrubio se libraba de los arbustos.
—¡Quítame los dedos del cuello! —repitió Iván, aunque miraba a Pikel, que estaba con los brazos extendidos, una mano vacía, y en la otra el enorme garrote.
Iván, al darse cuenta de la verdad, se detuvo y se rascó la barba.
—Bien… si no eres tú —murmuró con desconfianza.
Iván saltó para darse la vuelta, esperaba encontrarse a un enemigo en el arbusto a sus espaldas. Desde luego un enemigo se agarraba a su cuello, pero la verdad salió a la luz con ese giro.
Cadderly tragó con fuerza y se llevó la mano a los ojos para tapárselos.
—Uy —dijo Pikel, y se tapó la boca.
Era un brazo de troll, cortado a la altura del codo pero con vida, que se agarraba con fuerza a Iván, las uñas clavadas con fuerza en la nuca del enano.
—¿Qué? —preguntó Iván y empezó a darse la vuelta. Palideció cuando vio que el garrote de Pikel trazaba un arco en dirección a él. Todo lo que hizo fue cerrar los ojos y esperar el golpe, pero la puntería de Pikel fue excelente. El enano de barba verde aplastó el brazo cortado arrancándoselo y lo alejó.
El miembro chocó contra un árbol y cayó al suelo, y luego se arrastró como si se tratara de una araña de cinco patas.
Iván enmudeció, y se abrazó el cuerpo.
La extremidad del troll se arrastró bajo un arbusto, y Pikel se dirigió hacia él. Se detuvo al instante, cuando descubrió a Cadderly. El joven clérigo estaba muy serio, con un brazo extendido, y la mano crispada en un puño.
—¡Fete! —gritó el joven clérigo, y del anillo de ónice, que le había quitado a Dorigen, salió una línea de fuego. Engulló el arbusto y el brazo de troll de inmediato. En pocos segundos, el arbusto ya no existía y el esqueleto ennegrecido y el brazo carbonizado no se movieron más.
Aunque para sorpresa de Cadderly, la línea de fuego se disipó más pronto de lo que esperaba.
—Huy —repitió Pikel, al observar los restos.
Iván, también, miraba el montón, con el entrecejo fruncido por el disgusto. Cadderly usó la distracción para girar el brazo a un lado, y volvió a ordenar al anillo que lanzara el fuego.
No pasó nada. Entonces Cadderly comprendió que el encantamiento del anillo era una cosa finita, y acababa de expirar. Era probable que el anillo aún sirviera como canalizador, por lo que a lo mejor conseguiría recargarlo, o al menos Dorigen o cualquier otro mago. Aunque no estaba muy preocupado, creía que los futuros combates serían de voluntad y no de fuerza física.
En el momento que apartó sus meditaciones y levantó la mirada hacia los enanos, vio que volvían a discutir, empujándose.
—¿Os podría convencer a los dos de que dejarais de pelearos y me ayudarais? —preguntó Cadderly enfadado.
Los dos enanos pararon al instante y asintieron como estúpidos.
—Nuestras amigas estuvieron en el campamento —explicó Cadderly—, y vencieron a los trolls.
—Bien por ellas —remarcó Iván, al tiempo que se volvía hacia Pikel—. Chicas listas que usaron el fuego.
—No lo hicieron —corrigió Cadderly, que arrancó una mirada de confusión de los dos hermanos—. Había brasas cuando atacaron los trolls.
—Los trolls me parecen quemados —dijo Iván.
—Fue Dorigen y su magia las que ganaron el combate —respondió Cadderly.
—Oh —dijeron al unísono Iván y Pikel, mientras se miraban el uno al otro.
—Así que tenías razón —dijo Iván.
Cadderly asintió.
—Eso parece —respondió—. La maga encontró su camino, y es más generosa de lo que me atreví a esperar. —Entonces Cadderly miró hacia el suroeste, en dirección a la Biblioteca Edificante. Iván y Pikel leyeron sus pensamientos en su expresión seria; reflexionaba sobre la naturaleza y el valor del castigo.
—El mineral está escondido —comentó Iván.
Cadderly, interesado, se lo quedó mirando.
—Un dicho enano —explicó Iván—. Encuentras una piedra que parece no tener valor, aunque no lo sabes hasta que la partes en dos. Es lo que hay dentro lo que cuenta. Y así es con Dorigen.
Cadderly sonrió y asintió.
—Pongámonos en camino —propuso, ansioso por volver a la biblioteca.
Para su alivio, encontraron tres pares de huellas que se alejaban del campamento, juntas.
El camino que tomarían.
Danica y Dorigen encontraron el primer cuerpo en la pequeña capilla lateral del vestíbulo. Romus Scaladi estaba mutilado.
—Salgamos —susurró Dorigen, y Danica asintió mientras se volvía hacia la puerta, hacia el vestíbulo.
Las dos mujeres se detuvieron al instante.
Histra de Sune estaba en el dintel, sonriente, mostrando sus colmillos.
—Estoy muy contenta de que hayáis vuelto —dijo con calma—. Sólo hay tres mujeres en la biblioteca, y muchos, muchos hombres. No puedo atenderlos a todos.
Las palabras, y la apariencia de Histra (la mujer estaba evidentemente muerta) hicieron que se formularan un centenar de preguntas en la mente de Danica. Aunque tenía una respuesta definitiva, una que concernía a las evidentes intenciones de Histra, y Danica, a la que nunca había paralizado el miedo, se puso en guardia con rapidez, preparada para saltar como un resorte. Miró por el rabillo del ojo a Dorigen, y se sintió aliviada al ver que la maga movía los labios imperceptiblemente.
Histra también vio el movimiento, y con la boca abierta lanzó un siseo de protesta, y luego se volvió como si huyera. Danica no quería meterse en medio del conjuro de Dorigen, pero sus reacciones eran instintivas. Saltó hacia delante, rápida como un lince, y aterrizó con una pierna en alto, que alcanzó con fuerza las costillas de Histra.
La vampiresa salió despedida a más de un metro, pero no pareció herida, y se abalanzó sobre Danica, agitando los brazos. Danica levantó un pie, entre los brazos de Histra, que le dio de lleno en la cara. La cabeza de Histra se echó hacia atrás con violencia; pero de nuevo, si el golpe hirió a la vampiresa, no dio muestras de ello.
Danica olió el aliento hediondo de Histra y hundió un dedo en uno de los ojos inyectados en sangre de la no muerta. Eso hizo que Histra cediera, pero al mismo tiempo, levantó la mano y asió el antebrazo de Danica.
Danica se hacía cruces de su fuerza; era más fuerte que cualquiera de las presas de los fornidos luchadores Oghmanitas, más de lo que era natural en un humano. Intentó retorcerse, alcanzó a Histra con una serie rápida de puñetazos y patadas (todos en puntos vitales) pero la vampiresa siguió agarrada, y volvió a oler el gélido aliento de su adversaria.
Dorigen siguió la lucha intensamente. Se vio obligada a desechar su primer conjuro, un rayo eléctrico, ya que habría alcanzado a Danica. Ahora la maga volvía a salmodiar, concentrada en un ataque más controlable y exacto.
No oyó el ligero revoloteo que pasaba de su espalda a su flanco, y la sorpresa fue completa cuando, de pronto, la forma de un murciélago cambió y Kierkan Rufo la agarró por el cuello y tiró de su cabeza hacia atrás con tanta fuerza que Dorigen pensó que perdería la conciencia.
La expresión lasciva de Histra reveló su absoluta confianza en que la mujer no podía herirla. Retorció el brazo de Danica, mostrando cara de placer ante la expresión de dolor de la luchadora.
—Eres mía —ronroneó, pero su expresión cambió cuando una daga, con la empuñadura esculpida en forma de dragón plateado, ¡desgarró su codo! Histra se apartó y soltó un aullido. Danica cogió al instante la otra daga y se quedó frente a la vampiresa, sin retirarse un ápice.
Aunque la seguridad de la luchadora se desvaneció cuando miró de reojo y vio cómo Kierkan Rufo sostenía a Dorigen, el cuello de la mujer torcido para partirle el cuello sin esfuerzo.
Danica sintió cómo le venían náuseas cuando pensó en lo que implicaba que Rufo estuviera en la biblioteca, ¡rufo e Histra vampiros! Entonces comprendió que las ventanas estuvieran cubiertas, y se dio cuenta, para su horror, que el lugar había caído del todo.
—Danica —dijo Rufo con lascivia—. Mi querida Danica. No puedo decirte lo que anhelaba tu regreso.
Los nudillos de Danica se tornaron blancos cuando aferró las dagas con fuerza. Buscaba un blanco, clavar uno de los cuchillos encantados en la fea cara de Rufo.
Como si leyera sus pensamientos, Rufo apretó el cuello de Dorigen y tiró hacia atrás la cabeza de la maga, obligándola a hacer una mueca de dolor.
—Sería fácil separar su cabeza de los hombros —reprochó Rufo—. ¿Te gustaría verlo?
Los músculos de Danica se relajaron un poco.
—Bien —dijo el sagaz vampiro—. No hay necesidad de que seamos enemigos. Querida Danica, haré de ti una reina.
—Tu reina te cortará la cabeza —respondió Danica.
Sabía que no debería haber dicho esas palabras con Dorigen en una situación tan peligrosa, pero pensar en lo que le ofrecía Rufo le llenaba la boca de bilis. No había soportado hablar con él en vida. Ahora…
—Esperaba eso de ti, Danica —replicó Rufo con aspereza—. Pero en lo que a ti respecta, Dorigen… —ronroneó, girando la cabeza de la maga de manera que viera su pálida faz—. Una vez fuimos aliados, ¡y por eso seremos aliados una vez más! Ven a mí, y sé una reina, ¡conoce el poder que Aballister nunca te dio!
Sólo por un instante, Danica temió que Dorigen se entregara. El precio del rechazo era evidente, aunque Danica reconsideró sus miedos de inmediato, al recordar todo lo que había aprendido de Dorigen durante su viaje a la biblioteca.
—Cadderly te destruirá —advirtió Danica a Rufo. El alto vampiro relajó la mano y posó una mirada iracunda sobre ella. Nada captaba más la atención de Rufo que la mención de Cadderly.
Danica aguantó la mirada de Rufo, pero no antes de vislumbrar que los labios de Dorigen volvían a moverse.
—Debería estar en las puertas de la biblioteca en este instante —continuó Danica, con fingida confianza—. Es fuerte, Rufo. Aplastó a Aballister y todo el Castillo de la Tríada.
—¡Si hubiera llegado lo sabría! —rugió el vampiro, y sólo su tono le dijo a Danica que estaba sofocado—. Si lo hace, estaría encantado…
Las palabras de Rufo se convirtieron en un revoltijo, todo su cuerpo se sacudió de pronto cuando unos arcos de electricidad salieron de las manos de Dorigen y recorrieron todo el cuerpo del vampiro. Dorigen se retorció, gruñó, y se apartó, y la descarga final del conjuro los lanzó a ambos al suelo, mientras se elevaban unas vaharadas de humo de la carne quemada de Rufo.
Dorigen volvió a salmodiar, de inmediato, mientras Rufo intentaba recuperar los sentidos.
—¡Te torturaré eternamente! —prometió el vampiro, y Dorigen supo que estaba condenada, que no acabaría el conjuro antes de que Rufo se abalanzara sobre ella.
Una astilla metálica captó la atención de Rufo. Levantó la mano para cubrirse la cara y chilló cuando la punta de la daga de Danica se hundió en su antebrazo.
Danica olió el azufre mezclado con el aroma de la carne quemada. Miró a Dorigen, y luego a Rufo, que se arrancó la daga y la arrojó al suelo.
—Corre —oyó que decía Dorigen, y cuando volvió la mirada hacia la maga se le partió el corazón. Dorigen estaba serena, demasiado serena, y una esfera de fuego danzaba en el aire sobre su mano levantada. Danica conocía lo suficiente de magia para comprender.
—¡No! —rugió Rufo. Se arrebujó en sus ropas y se concentró en sus nuevos poderes.
—Corre —repitió Dorigen, con voz segura.
Danica atravesó el dintel antes de mirar al frente y se dio cuenta de que Histra iba a por ella. Lanzó un tajo con la daga que le quedaba, para que la vampiresa perdiera el equilibrio, luego giró hacia un lado y se agachó, y lanzó un barrido con el pie que alcanzó a Histra en la parte de atrás de la pierna. Oyó que Rufo ordenaba a Dorigen que se detuviera y la maga soltó una carcajada como respuesta.
Danica dio otra patada, que lanzó a Histra de vuelta hacia la puerta de la capilla y usó el impulso para alejarse. Trastabilló por el esfuerzo, y se lanzó al suelo, donde rodó, mientras la forma de Rufo se fundía, y Dorigen lanzaba una bola de fuego entre ella y donde había estado el vampiro.
A Danica todo le pareció irreal, como si el mundo se hubiera detenido. Las llamas brotaron de la capilla; vio cómo los brazos y el pelo de Histra se extendían por la fuerza de la explosión. Y luego sólo fue una bola de fuego, que se acercaba perezosamente hacia Danica.
Se hizo un ovillo, escondió la cabeza, y se convirtió, por los años de entrenamiento, en una piedra. Las llamas la tocaron, se arremolinaron a su alrededor, pero Danica sintió muy poco calor. Cuando acabó, un instante más tarde, estaba incólume, y sólo los extremos de su capa estaban chamuscados.
La sensación de lentitud de ese horrible instante desapareció cuando Danica miró a Histra. La vampiresa iba de un lado a otro de la sala, chocando contra las paredes y sacudiendo los brazos mientras su piel burbujeaba gracias a las hambrientas llamas. Las vigas de roble de la sala humeaban; los tapices de más de un millar de años se consumían; y salía un humo negro y acre de la capilla destruida: el lugar en el que Dorigen entregó su vida.
Danica luchó contra las lágrimas mientras gateaba hacia la puerta. Tenía que unirse a Cadderly y los enanos, quizás encontrar a Shayleigh. Tenía…
La puerta no se abría.
Danica tiró con todas sus fuerzas, y el pomo se rompió, lanzándola al suelo.
Una niebla gris surgió de una grieta en la pared junto a la puerta, se arremolinó en una nube vertical, y luego estalló de repente y se disipó. Kierkan Rufo, enfadado, y sin apenas heridas estaba ante la luchadora.