Una fe idónea
Danica miraba fijamente las llamas de la fogata, observando cómo danzaban el naranja y el blanco, y usando sus efectos hipnóticos para dejar que su mente viajara lejos. Sus pensamientos se centraban en Cadderly y sus problemas. Tenía la intención de oponerse al Decano Thobicus, y hacer trizas todos los rituales y la burocracia en la que se había instalado la orden de Deneir a través de los años. La oposición sería taimada y rotunda, y aunque Danica no creía que la vida de Cadderly corriera peligro, como había sucedido en el Castillo de la Tríada, sabía que su dolor, si perdía, sería eterno.
Aquellos razonamientos la llevaron a pensar en Dorigen, sentada sobre una manta al otro lado del fuego.
¿Qué pasaba con la maga?, se preguntó. ¿Qué pasaba si Thobicus esperaba a lo que sucediera con Cadderly, y sin respetar sus derechos, ejecutaba a Dorigen?
Danica apartó esas turbadoras ideas de su cabeza y se reprendió por dejar volar su imaginación. Al fin y al cabo el Decano Thobicus no era un hombre malo, y su debilidad siempre había sido la ausencia de actos decididos. Dorigen no estaba en peligro.
—La zona sigue tranquila —dijo Shayleigh, arrancando a Danica de sus pensamientos. Levantó la mirada cuando la doncella elfa entró en el campamento, arco en mano. Shayleigh sonrió y señaló a Dorigen, que parecía dormir como un tronco.
—Las montañas aún no han despertado del sopor invernal —respondió Danica.
Shayleigh sonrió, pero su sonrisa traviesa y élfica le mostró a Danica que el momento para la danza de la primavera se acercaba.
—Ahora descansa —propuso Shayleigh—. Entraré en el ensueño al anochecer.
Danica miró a Shayleigh durante un largo rato antes de asentir, intrigada, como siempre, por la referencia de la elfa a su ensueño. Los elfos no dormían, al menos según la definición humana de la palabra. Entraban en un estado meditativo aparentemente tan tranquilo como el verdadero sueño. Danica le preguntó varias veces por ello, y lo observó durante su estancia con los elfos en el Bosque de Shilmista, pero aunque eran abiertos respecto de ese aspecto de su vida, le seguía pareciendo extraño. La práctica de Danica comportaba muchas horas de meditación profunda, y aunque descansaba, no se acercaba al ensueño. Decidió que algún día descubriría el secreto y descansaría como uno de ellos.
—¿Necesitamos hacer guardias? —preguntó.
Shayleigh paseó la mirada por los oscuros árboles que las rodeaban. Era su primera noche en las Copo de Nieve, después de un largo viaje a través de los labrantíos al norte de Carradoon.
—Quizá no —respondió la elfa. Se sentó junto al fuego y sacó una manta de su mochila—. Pero duerme con un ojo abierto y mantén las armas cerca.
—Mis armas son mis manos —le recordó Danica con una sonrisa.
Al otro lado del fuego, Dorigen entreabrió uno de sus ojos e intentó esconder su sonrisa. Quizá por primera vez en toda su vida, la maga se sentía entre amigas. Se había escabullido y emplazado salvaguardas mágicas alrededor del campamento. Aunque no necesitaba hablarles de ellas, ya que había configurado los conjuros para que la luchadora y la elfa no los activaran.
Con aquellas reconfortantes ideas en la cabeza se permitió caer en el sueño.
Shayleigh salió de su ensueño algo después del amanecer, los bosques aún estaban en sombras. Notó que algo andaba mal, por lo que se levantó, se deshizo de la manta y asió el arco. La penetrante mirada de Shayleigh se adaptó deprisa a la noche. Las montañas surgían como siluetas oscuras a su alrededor, y todo parecía tranquilo, como tendría que ser.
A pesar de ello, un escalofrío le recorrió la espalda. Sus sentidos la advertían del peligro, no muy lejano.
La elfa miró con atención hacia la oscuridad; inclinó la cabeza en diferentes ángulos intentando discernir algún sonido fuera de lugar. Luego husmeó el aire y frunció la nariz disgustada.
Trolls. Shayleigh conocía ese olor fétido; casi todos los aventureros de los reinos se habían encontrado a un maldito troll al menos una vez durante sus viajes.
—Danica —llamó en voz baja, al no querer advertir a sus enemigos de que sabía que estaban cerca.
La cautelosa luchadora se despertó de inmediato, pero no hizo movimientos repentinos.
—Trolls —susurró Shayleigh—, no muy lejos.
Danica miró el fuego, ahora no era más que unas brasas, toda la madera consumida. Los trolls odiaban el fuego, y lo temían, si es que temían algo.
Danica llamó en voz baja a Dorigen, pero la maga no se movió. Una mirada a Shayleigh hizo que la elfa rodeara el fuego, lo bastante cerca para azuzarla con el arco.
Dorigen gruñó y empezó a despertar, y entonces abrió los ojos de golpe cuando Danica soltó un grito. Se produjo una explosión, una de las salvaguardas de Dorigen alcanzó a un monstruo, que se desplomó envuelto en llamas azules. Pero tres trolls más dejaron atrás a su compañero sin importarles su destino y penetraron en el claro, sus ojos tenían un brillo rojizo, y su hedor casi las abrumó. Las enjutas figuras se alzaron ante el grupo (uno debía medir más de tres metros) y, cuando entraron en el radio de la luz, su elástica piel se mostró de un verde pardusco.
El arco de Shayleigh estaba presto y ya disparaba al instante, tres flechas se hundieron en el troll más cercano. El monstruo se agitó con cada impacto, pero siguió adelante con tenacidad, sus brazos huesudos lanzaban manotazos.
Shayleigh no se confió por los movimientos desmañados; los tres dedos de una de aquellas manos acababan en garras largas y afiladas que arrancarían sin esfuerzo la piel de un oso. Una cuarta flecha alcanzó de lleno el pecho del monstruo, aunque Shayleigh se apartó de un salto, pensando que sería mejor golpear a la criatura desde la distancia.
Dos destellos, uno plateado, y otro dorado, pasaron ante la elfa cuando Danica avanzó con sus dagas. La luchadora dio un salto mortal sobre la fogata, y las dos dagas (las dos alcanzaron al siguiente troll) salieron a toda velocidad. Rodó sobre sí misma, saltó, y giró, una de sus piernas trazó un arco que alcanzó con fuerza el abdomen del troll.
Danica se estremeció con el sonido del impacto, pero no se atrevió a vacilar. Repitió el giro para dar otra patada, luego se elevó y le soltó dos puñetazos en la mandíbula.
—¡Dorigen! —gritó al ver al tercer troll cayendo sobre la maga sentada. Por lo que Danica sabía, Dorigen no tenía armas, y pocos, si es que tenía, componentes de conjuros; ni el apropiado libro de conjuros que estudiar. La luchadora, muy enzarzada en el combate con el monstruo, y con Shayleigh todavía en liza con el primer troll, pensó que su nueva compañera estaba condenada cuando el troll extendió los brazos hacia la mujer.
Se produjo un resplandor brillante, y el troll retrocedió, asiendo la manta y nada más. Ésta se consumió de pronto y provocó un grito de dolor, al abrasar los brazos del monstruo.
Danica no tenía idea de dónde había sacado Dorigen ese conjuro, pero no había tiempo para reflexiones.
El troll la atacó varias veces, y ella ejecutó una danza de contorsiones para mantenerse alejada de sus brazos mortales. Avanzó hacia él, salvó la guardia del monstruo, pensaba rodearlo hasta la espalda y alcanzarlo con unos cuantos golpes antes de que el inútil se volviera; pero el troll demostró ser más rápido y apañado de lo que pensaba, y a punto estuvo de desmayarse cuando el monstruo abrió su boca grande y horrible. Los colmillos largos y afilados surgieron a un dedo de la cara de Danica (olía el asqueroso aliento del ser) y el troll la habría alcanzado, si no fuera porque la ágil luchadora levantó el pie, y lo situó ante las fauces, aunque sólo hubiera un palmo de espacio entre ella y el troll.
La patada alcanzó al troll en su larga nariz y la impulsó hacia atrás con un fuerte crujido. Danica se agachó en un instante, esquivando los flagelos que eran los brazos del ser, y se deslizó, bajo la axila del troll, hasta situarse a su espalda, donde lanzó una andanada de fuertes puñetazos.
Shayleigh continuaba disparando flecha tras flecha al troll que la perseguía. Supo que no lo conseguiría, ya que las heridas iniciales del troll ya se curaban. Los trolls se regeneraban, su piel se unía por voluntad propia, y podían recibir un gran número de heridas antes de caer muertos.
No, muertos no, recordó Shayleigh, ya que hasta un troll muerto, incluso descuartizado, volvería a la vida, entero, a menos que sus heridas estuvieran quemadas por completo. La idea hizo que mirara el fuego, pero las brasas prometían poca ayuda. Les llevaría algún tiempo convertirlas en llamas, aunque no tenían tiempo para nada. La elfa miró a un lado del campamento, pero descubrió que el troll consumido por la explosión (que Shayleigh no entendía) había caído sobre la nieve, y las llamas que lo habían destruido estaban a punto de apagarse. Shayleigh murmuró una maldición élfica.
Otra flecha se hundió en el troll, alcanzándolo en la cara. A pesar de ello el testarudo avanzó, y Shayleigh bajó la mirada hacia su aljaba medio vacía. Pensó en correr hacia los bosques, alejar al monstruo, pero una mirada en dirección a Danica le hizo ver que no podía, que su amiga sería incapaz de seguirla.
El troll que había avanzado sin éxito hacia Dorigen ahora iba tras la luchadora, él y su horripilante compañero la rodeaban para encontrar un flanco expuesto. Danica se esforzó en mantener la guardia contra los ataques que le llegaban desde todos los ángulos, ya que con sus largos brazos los trolls rodeaban cualquier defensa sin mucho esfuerzo.
—¿Adónde ha ido? —le gritó Danica a Shayleigh, refiriéndose a la maga desaparecida.
Shayleigh suspiró con impotencia y le disparó otra flecha al troll que la perseguía.
«¿Adónde ha ido Dorigen?» se preguntó, y sospechó que la maga había decidido que era un buen momento para escapar.
El fuerte puñetazo de Danica alcanzó la sien de un troll con un crujido. Cuando retiró la mano, encontró un trozo de la piel del monstruo en sus nudillos, junto a algunos cabellos del ser. Danica gimió asqueada cuando lo descubrió, ya que el pelo del troll se movía con voluntad propia.
Convirtió ese asco en rabia, y cuando un troll avanzó para atacarla, se acercó a él y lo golpeó repetidas veces. Luego se arrodilló y rodó hacia un lado cuando el segundo se precipitaba hacia ella. Ambos monstruos estaban sobre ella cuando se puso en pie de un salto, y lanzó una patada, apartando una mano que arremetía contra ella.
—¡Se curan al mismo tiempo que los hiero! —gritó de frustración la luchadora, cansada.
La afirmación de Danica no era del todo cierta, descubrió Shayleigh cuando la siguiente flecha, el disparo que hacía dieciséis, abatió al troll. Miró su aljaba, le quedaban cuatro flechas, y volvió a suspirar.
Danica fue a la izquierda, se vio obligada a ir en dirección contraria, y se retiró desesperada cuando de pronto ambos trolls se abalanzaron sobre ella. Un tronco inclinado, un árbol muerto que se apoyaba en otro, la dejó sin lugar al que escapar.
—¡Maldición! —escupió, saltó y dio una patada doble, alcanzando a uno de los trolls, que trastabilló hacia atrás varios pasos. Se dio cuenta de que el otro la atraparía, y se retorció mientras descendía para proteger sus puntos vitales.
Cuando el troll empezó su ataque, se le hundió una flecha en un lado de la cabeza. El ímpetu del monstruo se diluyó ante el repentino impacto, y aunque el brazo la alcanzó, tenía poca fuerza.
Danica dio una vuelta completa para recuperar el equilibrio, luego devolvió el golpe, su pie lanzó una sucesión de patadas que alcanzaron repetidas veces al monstruo.
—Y cuando acabe contigo —gritó desafiante, aunque la bestia no entendía lo que decía—, ¡perseguiré a cierta maga cobarde y le enseñaré lo que es la lealtad!
En ese momento, como si se tratara de una señal, Danica vio que una pequeña esfera de fuego aparecía sobre la cabeza del troll más cercano. En un instante, la esfera hizo erupción, lanzando un manto de llamas sobre el cuerpo del troll.
El monstruo chilló de dolor y agitó los brazos con furia, pero las llamas no lo abandonaron ni cejaron. Danica hizo bien en alejarse del llameante infierno. Mostró la suficiente inteligencia para concentrarse en el segundo monstruo, que rodeó al compañero que ardía, y se enfrentó a él con otra patada doble.
Danica tenía intención de reunir al troll con su llameante compañero, pero el astuto monstruo no tenía intención de dejarse. Se tambaleó hacia atrás por la patada, y luego la rodeó otra vez, situando a Danica entre él y el troll que ardía.
Una flecha se hundió en su costado; volvió la fea cabeza para mirar a Shayleigh.
Danica volvió a saltar sobre él antes de volverse, y el monstruo trastabilló y cayó. Danica se puso en pie deprisa, pensaba en saltar sobre el monstruo; pero se detuvo en seco, al ver que otra esfera llameante surgía sobre el troll tumbado.
Un instante después, ese troll también chillaba, envuelto por las mordientes llamas mágicas.
Shayleigh notó movimiento a un lado, se volvió y soltó la flecha sobre el troll que ya había derribado. La criatura se derrumbó hecha un ovillo, pero se retorcía obstinadamente, intentando levantarse.
Danica se abalanzó sobre él en un instante, golpeando a lo loco. Shayleigh se unió a ella, espada en mano, y con unos fuertes tajos, le cortó las piernas al troll.
Aquellas extremidades empezaron a culebrear de inmediato, intentaban unirse al cuerpo, pero Danica, de una patada, las lanzó hacia los restos de la fogata.
Tan pronto como una de las piernas tocó los rescoldos, empezó a arder, Danica la recogió por el otro extremo, y la usó como antorcha. Corrió atravesando el claro y la azuzó contra la cara del troll que quedaba. El formidable monstruo seguía moviéndose ante el vapuleo que le propinaba Shayleigh. Poco después, ese troll también ardía, y el combate finalizó.
Entonces Dorigen regresó al campamento, inspeccionando su trabajo en los dos trolls envueltos en llamas. En ese momento eran poco más que cuerpos carbonizados, y su proceso regenerativo era contrarrestado por las llamas de la maga.
Danica apenas soportaba mirar a Dorigen, avergonzada por sus dudas anteriores.
—Pensé que te habías escapado —admitió.
Dorigen sonrió.
—Juré… —empezó Danica.
—Perseguirme y enseñarme qué es la lealtad —acabó Dorigen por ella, sin tono acusador—. Pero, querida Danica, ¿no sabes que tú y tus amigos ya me enseñasteis lo que significa lealtad?
Danica se quedó mirando a la maga, pensaba en la bravura de Dorigen, que se preocupó por quedarse cerca y ayudar en el combate. Eso pesaría en su favor cuando volvieran a la biblioteca. Mientras pensaba en ello, Danica se dio cuenta de que no la sorprendía la heroicidad de Dorigen. La maga se entregó, en cuerpo y alma, y, aunque estaba de acuerdo en que Dorigen tenía que pagar con una pena rigurosa por sus actos a favor del Castillo de la Tríada, por la guerra que había dirigido contra el pueblo de Shayleigh, la luchadora esperaba que la pena fuera positiva, una que permitiera que Dorigen utilizara sus considerables poderes mágicos por el bien de la región.
—Probablemente has salvado nuestras vidas —remarcó Shayleigh, captando la atención de Danica—. Te lo agradezco.
—Es miseria en comparación con lo que os debo a ti y a tu gente —respondió la maga, contenta por la observación.
Shayleigh asintió con la cabeza.
—Una deuda que confío en que pagarás por completo —dijo con severidad, pero con aparente confianza.
Danica estaba contenta de oírlo. Shayleigh no se mostraba distante con Dorigen, pero tampoco era su amiga. Danica veía la confusión de la doncella elfa. Era inteligente, basaba sus juicios en los actos individuales. Ella, más que ningún otro de su clan, había aceptado a Iván y Pikel como verdaderos amigos y aliados, no había permitido que los típicos prejuicios elfos sobre los enanos nublaran su juicio. Y ahora, la única entre los elfos de Shilmista, veía el nuevo lado de Dorigen, llegaba al punto donde quizá perdonaría, o incluso olvidaría.
Ese apoyo, así como el del Rey Elbereth (y Danica confiaba en que el rey elfo aceptaría el juicio de Shayleigh), sería importante en la próxima confrontación de Cadderly con el Decano Thobicus.
—Ya casi está aquí el alba —comentó Dorigen—. No tengo estómago para desayunar con el hedor a troll en el aire.
Danica y Shayleigh asintieron con entusiasmo, por lo que recogieron el campamento y emprendieron la marcha temprano. Llegarían a la Biblioteca Edificante en apenas tres días.