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Caminos diferentes

Los tres miembros barbudos de la compañía, los enanos Iván y Pikel Rebolludo y el pelirrojo firbolg, Vander, estaban sentados a un lado de la entrada de la cueva, jugaban a los dados, apostaban y reían. Iván ganó una mano, por quincuagésima vez, y Pikel aporreó a Iván en la cabeza con un sombrero azul de ala ancha, que llevaba una pluma anaranjada y el símbolo de Deneir del ojo sobre la vela.

Cadderly, al ver el movimiento, fue a protestar. Después de todo era su sombrero, sólo se lo había prestado a Pikel, y el casco de Iván estaba decorado con las astas de un ciervo. El joven clérigo cambió de parecer y se calló, al ver que no estaba dañado y que Iván se merecía el golpe.

La amistad entre Iván, Pikel, y Vander había prosperado tras la caída del Castillo de la Tríada. El gigantesco Vander, de más de tres metros y medio de altura y más de trescientos sesenta kilos, ayudó a Pikel, que pretendía ser druida, a teñirse el pelo y la barba de color verde y trenzar el tupido nudo en su espalda. El único momento de tensión sobrevino cuando Vander puso algo del tinte de Pikel en el brillante pelo rubio de Iván, algo que al Rebolludo de anchos hombros, y más serio, no le gustó del todo.

Pero las conversaciones últimamente eran bien humoradas; a pesar del pésimo tiempo. Los siete compañeros, incluidos Cadderly, Danica, Dorigen y Shayleigh, la doncella elfa, habían planeado ir directamente desde el Castillo de la Tríada a la Biblioteca Edificante. Apenas un día de camino por las montañas y el invierno se desató con toda su fuerza, bloqueando los caminos, de modo que ni Cadderly, con la magia, se atrevió a continuar. Aún peor, Cadderly se puso enfermo, aunque insistió en que sólo estaba exhausto. Como clérigo, Cadderly servía como canal de los poderes de su dios, y durante la batalla en el Castillo de la Tríada (y las anteriores semanas de lucha), buena parte de esa energía había fluido a través del joven clérigo.

Danica, que conocía a Cadderly mejor que nadie, no dudó que estuviera exhausto, pero sabía, también, que el joven clérigo había sufrido un golpe emocional. En el Castillo de la Tríada, vio todo su pasado y su verdadera herencia. Se vio obligado a enfrentarse a lo que su padre, Aballister, se había convertido.

En el Castillo de la Tríada, Cadderly lo mató.

Danica tenía fe en que Cadderly se sobrepondría al trauma, confiaba en su fuerte carácter. Estaba consagrado a su dios y a sus amigos, y todos estaban a su lado.

Incomunicados y con Cadderly enfermo, la compañía se dirigió al oeste, fuera de las montañas y sus estribaciones, hacia los labrantíos al norte de Carradoon. Incluso las tierras bajas mostraban un grosor de nieve como nunca se había visto en décadas en las Llanuras Brillantes. Los amigos encontraron una cueva con muchas cámaras en la que resguardarse, y convirtieron el lugar en un hogar aceptable a lo largo de los días, usando las habilidades de Danica, Vander, los enanos y la magia de Dorigen. Cadderly ayudó cuanto pudo, pero su papel era descansar y recuperar fuerzas. Sabía, y Danica también, que cuando llegaran a la Biblioteca Edificante, el joven clérigo se enfrentaría a la prueba más dura.

Después de varias semanas, las nieves empezaron a derretirse. A pesar de lo duro que fue el invierno, finalizó pronto, y los compañeros empezaron a pensar en el curso que seguir. Eso a Cadderly le provocó sentimientos encontrados, había escalado muy rápido en la jerarquía de su orden. Estaba en la entrada de la cueva, mirando los campos nevados, cuyo resplandor, bajo la luz de la mañana, le hería los ojos grises. Se sintió culpable por sus debilidades, ya que creyó que debería haber vuelto a la biblioteca a pesar de las nieves, a pesar de las pruebas que había afrontado, meses antes, incluso si eso significaba dejar atrás a sus amigos. El destino lo esperaba en la biblioteca, pero incluso ahora, que volvía a sentirse fuerte, que oía cómo la canción de Deneir sonaba con fuerza en las profundidades de su mente, no estaba seguro de querer hacerlo.

—Estoy preparada para ti —dijo una voz desde el interior de la cueva, que se elevó por encima de las continuas reyertas entre Vander y los enanos. Cadderly se volvió y dejó atrás al grupo.

—Je, je, je —rió Pikel que sabía qué iba a suceder. Ladeó el sombrero de ala ancha, como si saludara a un guerrero que iba a la batalla.

Cadderly miró ceñudo al enano y lo dejó atrás, acercándose a una pequeña piedra, con la que el apañado Iván había modelado un taburete. Danica estaba junto a éste, esperando a Cadderly, con sus bellas dagas en la mano, una con la empuñadura de oro en forma de tigre, la otra un dragón de plata. Para cualquiera que no conociera a Danica, aquellas armas, o cualquiera, parecerían fuera de lugar en aquellas engañosas manos delicadas. Apenas medía metro y medio (si se pasara dos días sin comer, ni llegaría a los cuarenta kilos), los rizos de pelo cobrizo le caían sobre los hombros y tenía unos ojos almendrados de color castaño claro. Un vistazo diría que era una candidata para un harén del sur, una bella y delicada flor.

El joven clérigo pensaba lo contrario, como cualquiera que pasara un tiempo con Danica. Aquellas delicadas manos podían romper roca; esa bonita cara podía aplastar la nariz de un hombre. Danica era una luchadora, una guerrera disciplinada, y sus estudios no eran menos intensos que los de Cadderly, su adoración por la sabiduría de antiguos maestros no era menor que la de Cadderly por su dios. Era la guerrera más perfecta que conocía Cadderly; usaría cualquier arma, y vencería a la mayoría de los espadachines con las manos desnudas. Y clavaría cualquiera de las dos dagas en los ojos de un enemigo a seis pasos. Cadderly tomó asiento, y dio la espalda a los bulliciosos jugadores, mientras Danica empezaba a cantar en voz baja.

Cadderly supo que era vital que permaneciera absolutamente quieto. De pronto, Danica empezó a moverse, sus brazos dibujaban intrincados patrones en el aire, sus pies se movían de un lado a otro, manteniendo el equilibrio. Las hojas afiladas hasta lo imposible empezaron a girar en sus dedos.

La primera surgió como una centella, pero Cadderly, concentrado como estaba, ni respingó. Apenas sintió la caricia cuando el filo del cuchillo le afeitó la mejilla, apenas tuvo tiempo de oler el metal engrasado cuando el dragón plateado pasó a toda velocidad bajo su nariz y descendió hacia el labio superior.

Era un ritual que los dos celebraban cada día, que a él lo mantenía afeitado y a los afilados músculos de Danica tonificados.

Terminó en menos de un minuto, la barba incipiente de Cadderly desapareció sin un corte en su piel morena.

—También podría cortar esta mata —bromeó Danica, mientras agarraba un puñado del pelo castaño rizado de Cadderly.

Cadderly extendió el brazo y le agarró la muñeca, y la obligó a acuclillarse, de manera que sus caras estuvieran juntas. Se amaban, estaban prometidos para el resto de sus vidas, y la única razón por la que aún no estaban casados era que Cadderly no consideraba a los clérigos de la Biblioteca Edificante dignos de realizar la ceremonia.

Cadderly le dio un beso, y los dos se apartaron de un salto cuando una centella azul brilló entre ellos y pinchó sus labios. De inmediato, los dos se volvieron hacia la entrada de la sala en la pared izquierda, y les saludaron las carcajadas de Dorigen y Shayleigh.

—Qué pasión —comentó Dorigen con sarcasmo. Era la que acababa de producir la chispa; claro que era la maga. Dorigen había sido su enemiga, fue uno de los líderes del ejército que invadió Shilmista, y por lo que parecía, había cambiado su manera de ver la vida y ahora volvía con los demás para ser juzgada en la biblioteca.

—Nunca vi semejante chispa de amor —añadió Shayleigh, que sacudió la cabeza de modo que la melena de cabello dorado se apartó de su cara. Incluso a la luz mortecina que entraba en la entrada este de la cueva, los ojos violeta de la elfa relampaguearon como diamantes.

—¿Debería añadir esto a tu lista de crímenes? —le preguntó Cadderly a Dorigen.

—Si éste es el mayor de mis crímenes, no me preocuparía volver a la biblioteca contigo, joven clérigo —respondió la maga tranquilamente.

Danica miró a uno y otro, reconociendo el lazo que se había formado entre ellos. Para la luchadora no era difícil reconocer la fuente de esa atracción. Con el cabello negro, que mostraba canas, y sus ojos, Dorigen se parecía a Pertelope, la maestre de la biblioteca que para Cadderly fue como su madre hasta su reciente muerte. Sólo Pertelope pareció comprender la transformación que le sobrevino a Cadderly, la canción divina que sonaba en su mente y le daba acceso a poderes sacerdotales que rivalizaban con los de los clérigos de mayor rango de todos los reinos.

Danica veía algunas de estas mismas características en Dorigen. La maga era una erudita, una persona que calibraba la situación con cuidado antes de actuar, y que no temía seguir su corazón. Se revolvió contra Aballister en el Castillo de la Tríada, se pasó al lado de Cadderly a pesar de ser consciente de que sus crímenes no quedarían en el olvido. Lo hizo porque así se lo dictó su conciencia.

Danica no la apreciaba, ni le gustaba, a pesar de las semanas de obligada convivencia, pero la respetaba, y de algún modo, confiaba en ella.

—Bueno, lo has sugerido durante muchos días —le dijo Dorigen a Cadderly—. ¿Es el momento de que nos pongamos en marcha?

Cadderly miró por instinto hacia la entrada y asintió.

—Los caminos del sur hacia Carradoon deberían estar lo bastante despejados para viajar —respondió—. Y la nieve caída en muchos de los caminos que van a las montañas también. —Cadderly hizo una pausa, y los otros, sin comprender por qué tendrían que importarles los caminos de las montañas, lo observaron con atención, buscando alguna pista.

—Aunque me temo que el deshielo podría provocar avalanchas —concluyó el joven clérigo.

—No temo las avalanchas —dijo la voz atronadora del firbolg desde la entrada—. He vivido en las montañas toda mi vida, y sé ver cuándo un camino es seguro.

—No volverás a la biblioteca —añadió Iván, mirando con desconfianza a su gigantesco amigo.

—¡Oh! —añadió Pikel, que al parecer no estaba muy contento por ello.

—Tengo mi propio hogar, mi familia —dijo Vander. Él, Iván y Pikel habían discutido ese tema muchas veces durante las últimas semanas, pero hasta ese momento Vander no había tomado una decisión.

Iván, por supuesto, no estaba emocionado. Él y Vander eran amigos, y despedirse nunca fue una cosa fácil. Pero el recio enano estaba de acuerdo con la decisión del firbolg, y le prometió, anteriormente y ahora, que un día viajaría al norte, a las Montañas de la Columna del Mundo y buscaría el clan de firbolgs de Vander.

—Pero ¿por qué hablas de las montañas? —preguntó Shayleigh sin ambages—. Excepto Vander, no tenemos que ir hacia las montañas hasta que dejemos Carradoon, y eso nos llevará como poco una semana de camino.

—Iremos más pronto —respondió Danica por Cadderly, pensando que sabía lo que tenía en mente. Descubrió que era verdad a medias.

—No tenemos que ir todos —negó Cadderly—. No hay necesidad.

—¡El tesoro del dragón! —rugió Iván de pronto, al referirse a la cueva que habían dejado atrás, donde vivió el viejo Fyrentennimar. Los amigos acabaron con el viejo rojo en las montañas, dejando el tesoro sin protección—. ¡Piensas en el tesoro del dragón! —El enano dio una palmada a su fornido hermano en la espalda.

—Un tesoro sin vigilancia —acordó Shayleigh—. Pero necesitaríamos ir los siete, y muchos más, para sacar esa gran fortuna.

—No sabemos ni si encontraremos el tesoro —les recordó Cadderly—. La tormenta que Aballister lanzó sobre la Montaña Lucero Nocturno posiblemente selló varias cámaras.

—Por lo que quieres volver para descubrir si puedes recuperar el tesoro —razonó Danica.

—Recuperarlo cuando el tiempo sea más agradable —dijo Cadderly—. Por eso no necesitaré que todos viajemos a las montañas.

—¿Qué propones? —preguntó Danica, aunque ya conocía las líneas generales de lo que diría Cadderly.

—Volveré a las montañas —respondió el joven clérigo—, con Iván y Pikel, si están de acuerdo. Esperaba que tú también vinieras.

—Parte del camino —prometió el firbolg—. Pero estoy ansioso…

Cadderly lo interrumpió levantando la mano. Comprendía sus sentimientos y no haría preguntas, había pasado mucho tiempo fuera de casa, atormentado por el asesino, Espectro, para demorarse mucho más. —El trecho que nos acompañes será agradecido —insistió Cadderly, y Vander asintió.

Cadderly se volvió hacia las tres mujeres.

—Sé que debes volver a Shilmista —le dijo a Shayleigh—. El Rey Elbereth necesitará un informe completo de lo que sucedió en el Castillo de la Tríada, de modo que pueda reducir la vigilancia. El camino más rápido para ti sería hacia el sur, más allá de Carradoon, y luego volver por los caminos más transitados, al oeste de la biblioteca.

Shayleigh asintió.

—Y yo acompañaré a Dorigen —razonó Danica.

—No eres de ninguna de las dos órdenes —explicó después de asentir—, de este modo, Dorigen será tu prisionera y no estará bajo la jurisdicción de los maestres.

—En los que no confías —añadió Dorigen con astucia.

Cadderly ni se esforzó en contestar.

—Si todo va bien en el Lucero Nocturno, los enanos y yo deberíamos estar en la biblioteca unos días después que vosotras.

—Pero mientras vaya sola, Dorigen será mi prisionera —razonó Danica, y sonrió a pesar del hecho que no quería perderse la aventura en el Lucero Nocturno, y tampoco apartarse de Cadderly.

—Tu juicio será más imparcial, estoy seguro —dijo Cadderly mientras le guiñaba un ojo—. Y me será más fácil convencer a los maestres de que acepten esa sentencia que conseguir que apliquen un castigo justo por ellos mismos.

Danica sabía que era un plan sólido, uno que le ahorraría la horca.

La sonrisa de Dorigen demostró que también comprendía las virtudes del plan.

—De nuevo tienes mi gratitud —dijo—. Sólo deseo ser merecedora de ella.

Cadderly y Danica intercambiaron una mirada de complicidad, a pesar de que estaban preocupados por dividir el grupo con un prisionero a remolque. Dorigen era una maga poderosa, y si quisiera escapar, a buen seguro ya lo habría hecho. Durante las semanas que había pasado con ellos, no había estado atada, y sólo durante las primeras la vigilaron. Nunca hubo un prisionero tan voluntarioso, y Cadderly confiaba en que Dorigen no intentaría escapar. Más que eso, estaba convencido de que Dorigen usaría sus poderes para ayudar a Shayleigh y Danica si se metían en problemas de camino a la biblioteca.

En ese momento lo convinieron, sin desavenencias. Iván y Pikel se frotaban las manos a menudo y se daban tantos golpes en la espalda que sonaban como los tambores de una galera. Nada contentaba tanto a un enano como la promesa del tesoro abandonado de un dragón.

Danica encontró a Cadderly más entrada la mañana, mientras los otros se preparaban para el viaje. El joven clérigo apenas la oyó acercarse, estaba sobre una zona rocosa, fuera de la cueva, observando las Montañas Copo de Nieve.

Danica se acercó y enlazó el brazo con el de él, ofreciéndole el apoyo que creía que necesitaba. Para ella, Cadderly no estaba preparado para volver a la biblioteca. Sin duda, seguía confundido por el último incidente con el Decano Thobicus, cuando doblegó la mente de éste a su voluntad. Además de eso, con todo lo que había pasado (las muertes de Avery y Pertelope y la revelación de que el mago malvado Aballister era, en realidad, su propio padre), su mundo se había vuelto del revés. Se cuestionó su fe y su hogar durante algún tiempo, y aunque llegó a aceptar su lealtad a Deneir, Danica se preguntó si pasaba por momentos difíciles al pensar que la Biblioteca Edificante era su hogar.

Permanecieron callados durante varios minutos, Cadderly con la mirada puesta en las montañas y Danica en él.

—¿Temes el cargo de herejía? —preguntó la joven al fin.

Cadderly se volvió hacia ella, con expresión curiosa.

—Por tus actos contra el Decano Thobicus —aclaró—. Si recuerda el incidente y se da cuenta de lo que le hiciste, a buen seguro que no te dará la bienvenida.

—Thobicus no se opondrá a mí abiertamente —dijo Cadderly.

Danica no omitió el hecho de que llamara al hombre sin su título, una cuestión importante en las reglas de la religión y la biblioteca.

—Aunque presumiblemente recordará mucho de lo que sucedió cuando hablamos por última vez —agregó el joven clérigo—. Espero que refuerce sus alianzas… y degrade o expulse a aquellos que sospecha que me son leales.

Danica notó que a pesar del serio comentario, había poca inquietud en el tono de Cadderly, y la expresión de la chica delató su sorpresa.

—¿Qué aliados puede hacer? —preguntó Cadderly, como si eso lo explicara todo.

—Es el líder de la orden —respondió Danica—, y también tiene muchos amigos en la orden de Oghma.

Cadderly rió entre dientes y se burló de esa idea.

—Ya te he dicho que Thobicus es el líder de una jerarquía falsa.

—¿Y tú simplemente entrarás y lo afirmarás?

—Sí —respondió Cadderly con calma—. Tengo un aliado que el Decano Thobicus no resistirá, que pondrá de mi lado a los clérigos de la biblioteca.

Danica no tuvo que preguntar qué aliado era. Cadderly creía que el mismo Deneir estaba con él, que la deidad le había asignado una tarea. Dados los poderes del clérigo, no dudó del razonamiento. A pesar de ello, estaba un poco preocupada de que fuera tan osado, incluso arrogante.

—Los clérigos de Oghma no se verán envueltos —continuó Cadderly—, esto no les concierne. La única oposición a la que me enfrentaré, y con todo el derecho, verá la luz después de que derroque a Thobicus como mandatario de la orden. Bron Turman se opondrá a mí por el título de decano.

—Turman es un líder de la biblioteca desde hace tiempo —dijo Danica.

Cadderly asintió y no se mostró demasiado preocupado.

—Será una dura prueba —razonó Danica.

—No importa cuál de los dos ascienda a la posición de decano —respondió Cadderly—. Mi deber es con la orden de Deneir. Cuando todo esté arreglado, me preocuparé por el futuro de la Biblioteca Edificante.

Danica lo aceptó, y de nuevo permanecieron callados durante unos largos minutos, Cadderly miraba una vez más las majestuosas Copo de Nieve. Danica creía en él, y en su razonamiento, pero no encajaba su aparente calma con el hecho de que estuviera allí, reflexionando, en vez de en la biblioteca. La demora de Cadderly revelaba el verdadero tumulto que había tras su fría expresión.

—¿En qué piensas? —preguntó, y acarició la mejilla del joven clérigo, atrapando su mirada.

Cadderly sonrió afectuosamente, conmovido por su preocupación.

—Allí arriba está el tesoro abandonado más grande de toda la región —dijo Cadderly.

—No sabía que te preocuparas por lo material —remarcó Danica.

Cadderly volvió a sonreír.

—Estaba pensando en Innominado —dijo, al referirse a un pobre leproso que se encontró una vez en un camino en las cercanías de Carradoon—. Pensaba en todos los demás Innominados de Carradoon y del Lago Impresk. El tesoro del dragón haría un gran bien a la región. —Miró a Danica—. Dará un nombre a todas aquellas gentes.

—Será más complicado que eso —razonó Danica, ya que los dos conocían la ecuación de riqueza y poder. Si Cadderly tenía la intención de compartir el dinero con los pobres, encontraría resistencia entre los acaudalados de Carradoon, que equiparaban riqueza con nobleza y categoría, y usaban su dinero para sentirse superiores.

—Deneir está conmigo —dijo Cadderly tranquilo, y en ese momento Danica comprendió que su amado estaba dispuesto para esa lucha, preparado para Thobicus y todos los demás.

Varios clérigos trabajaron con denuedo atendiendo a Kierkan Rufo, sobre el suelo frío y mojado, ante la puerta de la Biblioteca Edificante. Lo envolvieron en sus capas, sin prestar atención al viento helado de principios de primavera, pero no obviaron la marca de la frente, la vela apagada sobre el ojo cerrado, e incluso los clérigos de Oghma entendieron su significado: no podían llevar al hombre al interior de la biblioteca.

Rufo siguió con las náuseas y los vómitos. El pecho se le alzaba y contraía, y el estómago se le convulsionaba, entre estertores agónicos. Unos cardenales brotaron bajo la piel sudada del hombre.

Los Oghmanitas, algunos de ellos poderosos, lanzaron conjuros de curación, aunque los Deneiritas no se atrevieron a invocar los poderes de su dios debido a la marca.

Ni uno de ellos funcionó.

El Decano Thobicus y Bron Turman llegaron juntos a la puerta, abriéndose paso a través del creciente gentío de mirones. Los marchitos ojos del decano mostraron sorpresa cuando vio que era Rufo el que estaba en el suelo.

—¡Debemos llevarlo al interior! —le gritó uno de los clérigos que lo atendía.

—No puede entrar en la biblioteca —insistió Bron Turman—, con esa marca no. ¡Kierkan Rufo fue proscrito por sus actos, y el destierro persiste!

—Entradlo —dijo Thobicus inesperadamente, y Turman a punto estuvo de desmayarse cuando oyó las palabras. Aunque no protestó abiertamente. Rufo era de la orden de Thobicus, y éste, como decano, tenía dentro de sus atribuciones dejar que el hombre entrara.

Un momento más tarde, después de que Rufo fuera conducido entre el gentío y Thobicus desapareciera con los clérigos, Bron Turman llegó a una conclusión turbadora, una deducción de las palabras del decano que no le encajaba. Kierkan Rufo no era amigo de Cadderly; de hecho, fue él quien lo marcó. ¿Eso había hecho que el decano tomara la decisión de dejarlo entrar?

Bron Turman esperaba que no fuera el caso.

En una habitación lateral vacía, que solía usarse para las oraciones íntimas, los clérigos entraron un banco para usarlo como catre y continuaron con sus heroicos esfuerzos para sanar a Rufo. Nada de lo que hicieron pareció surtir efecto; incluso Thobicus intentó invocar sus potentes conjuros de curación, salmodiando sobre Rufo mientras los otros lo sostenían. Pero, o el conjuro no fue concedido o la dolencia de Rufo lo rechazó, y las palabras del decano cayeron en saco roto.

Sangre y bilis manaron de la boca y la nariz de Rufo, y su pecho subía con movimientos espasmódicos, intentando coger aire a través de su obstruida garganta. Un fornido clérigo de Oghma agarró a Rufo y se lo puso sobre el abdomen, mientras le golpeaba la espalda para obligarlo a sacarlo todo.

De pronto, sin previo aviso, Rufo se sacudió y se volvió con tanta violencia que el clérigo de Oghma salió volando hasta el otro lado de la habitación. Luego Rufo se aposentó sobre el banco y se calmó de modo extraño, mientras levantaba la mirada en dirección al Decano Thobicus. Con una débil mano le hizo señas al decano para que se acercara, y Thobicus, después de mirar a su alrededor con nerviosismo, se inclinó y puso la oreja junto a la boca del hombre.

—Me… habéis invitado… —farfulló Rufo, mientras la sangre y la bilis acompañaban cada palabra.

Thobicus se enderezó, observando al hombre, sin comprender.

—Me habéis invitado a entrar —dijo Rufo claramente con la última brizna de fuerza. Luego empezó a reírse, de modo extraño, y las carcajadas se convirtieron en un gran espasmo, y luego en un grito final.

Ninguno de los que lo atendieron había visto morir a un hombre de manera tan horrible.