Epílogo

Shayleigh se fue a Shilmista, y volvió en plena canícula para ver el progreso de la nueva catedral de Cadderly. Esperaba ver a una multitud trabajando en el edificio, pero se sorprendió de la poca gente que había, Cadderly y Danica, Vicero Belago y el Hermano Chaunticleer, los Rebolludo, y un puñado de hombres robustos de Carradoon.

Aunque se habían hecho progresos, y Shayleigh cayó en la cuenta de que no esperaba menos. Era una construcción mágica, no un trabajo físico, y parecía como si Cadderly necesitara poca ayuda. Ahora muchas zonas estaban libres de escombros, un tributo de los enanos y los hombres de Carradoon, y tres de los arbotantes estaban alineados en el extremo norte de lo que sería la nueva biblioteca. A seis metros de ellos, hacia el sur, Cadderly había empezado una construcción en la pared, una estructura de apariencia delicada.

Shayleigh se quedó sin aliento cuando vio que el clérigo trabajaba en una enorme ventana abovedada de cristal multicolor y hierro negro que encajaría en la pared, entre los espaciados arbotantes. Prestaba atención a cada detalle mientras trabaja en el tosco diseño, formando patrones al variar los colores de los trozos de cristal.

La elfa era una criatura de los bosques, una de las miríadas de bellezas que la naturaleza ofrecía y que el hombre no podía copiar, pero sintió que su corazón se elevaba, su espíritu ascendía mientras su imaginación visualizaba la catedral acabada. Había demasiados detalles, demasiados diseños intrincados, para que ella los apreciara bien. Era como un olmo de ramas largas y extensas, y Cadderly se esmeraba en poner cada ramita y cada hoja en su sitio.

Shayleigh encontró a Danica en la parte este de los terrenos de la biblioteca, estaba estudiando un montón de pergaminos. El Hermano Chaunticleer estaba cerca, cantaba a su dios, conjurando encantamientos de conservación y protección mientras observaba los montones de obras de arte y manuscritos de gran valor que se habían sacado de la vieja biblioteca. Belago estaba cerca de él, inspeccionaba los montones y también cantaba. Por lo que parecía, el enjuto alquimista al final había encontrado la fe en una religión.

«¿Y quién se lo echaría en cara?,» pensó Shayleigh, mientras observaba al hombre. Dadas las maravillas vistas por Belago, la mejor de las cuales era la construcción, ¿cómo no podía encontrar la fe en Deneir?

La cara de Danica se iluminó cuando vio que su amiga había vuelto. Intercambiaron saludos y abrazos, y la sagaz Shayleigh descubrió al instante que la sonrisa de Danica escondía algo que no era tan alegre.

—Se pasa haciendo eso todo el día —comentó la luchadora, al mirar al Hermano Chaunticleer, aunque Shayleigh comprendió que se refería a Cadderly.

Shayleigh, intentando un cambio sutil en el tema de conversación, miró los pergaminos del suelo.

—Listas —explicó—. Listas de hombres y mujeres que me acompañarán al Lucero Nocturno y al tesoro del dragón. Ya he enviado emisarios a Shilmista.

—Me crucé con ellos en el camino —comentó Shayleigh—. Es probable que ya se hayan reunido con el Rey Elbereth, aunque sospecho que le dirán cosas que ya sabe.

—Invitarán a Shilmista a unirse a la expedición —dijo Danica.

—Eso esperaba —contestó Shayleigh con una sonrisa sosegada—. Comprendemos y apreciamos la amistad que Cadderly y tú habéis empezado.

Danica asintió y, a pesar de su tono, no pudo evitar dirigir una mirada a su amado ante la mención de su nombre. Cadderly todavía rebosaba de energía mientras trabajaba en su visión, pero ya no parecía un hombre en la veintena. A pesar del trabajo agotador, era más corpulento; sus músculos eran grandes y todavía fuertes, pero no era tan ágil como antes.

—La construcción paga su peaje —comentó Shayleigh.

—La creación —corrigió Danica. Lanzó un suspiró profundo, y recibió toda la atención de la elfa—. Era una elección —añadió Danica—, una elección entre Deneir, su camino, el propósito de su vida, y…

—Y Danica —acotó Shayleigh en voz baja, posando una mano en el hombro de Danica.

—Y Danica —admitió la joven—. Una elección entre la llamada de Deneir y la vida que Cadderly, como hombre, deseaba de verdad.

Shayleigh clavó la mirada en la joven y supo que Danica creía en sus palabras. La generosa luchadora comprendió que Cadderly había escogido un amor superior, un amor que ningún mortal podría igualar. No había celos en el tono de Danica, pero sí una tristeza, un profundo dolor.

Se sentaron en silencio, y observaron a Cadderly y a los enanos. Iván y Pikel habían marcado otra zona y, por lo que parecía, discutían el siguiente paso para soportar las torres de la estructura que ya estaban levantadas.

—Acabará la catedral —dijo Danica.

—Una nueva Biblioteca Edificante.

—No —respondió la luchadora, al tiempo que sacudía la cabeza y levantaba los ojos para mirar a Shayleigh. A Cadderly nunca le había gustado ese nombre, nunca pensó que fuera apropiado para la casa del dios de la literatura y el arte y el conocimiento—. Espíritu Elevado será el nombre que le dará a su catedral.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Shayleigh.

—Cadderly y los enanos dibujaron los planos —respondió Danica, su voz se hizo un susurro—. Cinco años.

—Cinco años —repitió Shayleigh en voz baja, y con todo, Danica había mencionado que Cadderly la vería acabada. ¡Sólo cinco años!—. La creación cobra su peaje —remarcó Shayleigh—. Es como si diera parte de su ser para los materiales de la catedral.

Exacto, pensó Danica, pero no tenía fuerzas para responder. Cadderly lo discutió todo con ella, le dijo que ése era el propósito de su vida. Esa catedral, Espíritu Elevado, resistiría milenios, un tributo al dios al que servía. Le dijo el precio que pagaría, y lloraron juntos por la vida que no podrían compartir. Poco después, Danica se mordió el labio y añadió con valentía a la razón de Cadderly que Espíritu Elevado también sería un tributo a él mismo, el clérigo que tanto se había sacrificado.

Cadderly no quería oír hablar de ello. La catedral era sólo para los dioses, y el hecho de que le permitieran construirla era un regalo, no un sacrificio.

—Espera vivir lo bastante para ofrecer un servicio en la nueva catedral —susurró Danica. Shayleigh frotó el hombro de Danica, entonces, compungida y en silencio, se alejó, para hablar con Vicero Belago y el Hermano Chaunticleer. Apenas se podía creer el sacrificio del joven clérigo. Los humanos vivían bastante poco, pero para uno de ellos, dar quizá tres cuartos de su esperanza de vida era inconcebible para la elfa de larga vida.

Danica observó a Shayleigh durante un momento, luego sus ojos se posaron inevitablemente en Cadderly, el hombre que amaba, y lo quería más por su decisión de seguir el rumbo que le había marcado Deneir. Sin embargo descubrió que odiaba a Cadderly, odiaba haberlo conocido y haberle entregado su corazón. Cuando estuviera muerto, y ella aún fuera joven, ¿cómo podría amar a otro?

No, decidió, mientras sacudía la cabeza por el punzante dolor. Mejor haberlo conocido. Mejor haberlo amado. Ese pensamiento hizo que la mano de Danica acariciara su abdomen. Esperaba dar a luz, darle a Cadderly otro legado, un legado vivo.

La sonrisa de Danica, mientras seguía al hombre con la mirada, era agridulce. Se preguntó si alguna vez las lágrimas dejarían de anegar sus ojos.