¿Cómo luchar contra la desgracia? Luchando contra nosotros mismos: comprendiendo que el origen de la desgracia se encuentra en nuestro interior. Si pudiéramos darnos cuenta en cada instante de que todo depende de las imágenes que se reflejan en nuestra conciencia, de ampliaciones subjetivas y de la acuidad de nuestra sensibilidad, lograríamos alcanzar ese estado de lucidez en el que la realidad recobra sus verdaderas proporciones.
No aspiramos con ello a la felicidad, sino simplemente a sufrir menos.
Es un signo de resistencia el hecho de permanecer desesperado, como lo es de debilidad dejarse invadir por la imbecilidad tras una desgracia prolongada. Para disminuir la intensidad de las desgracias se necesita haber recibido una verdadera educación y realizar un esfuerzo interior constante.
Sin embargo, ambos están condenados al fracaso a partir del momento en que se intenta alcanzar la felicidad. Se haga lo que se haga, es imposible llegar a ser feliz si se ha tomado el camino que conduce a la desgracia. Se puede pasar de la dicha a la desdicha, pero ese camino es un camino sin retorno. Lo cual significa que la felicidad puede causar sorpresas más dolorosas que las de la desgracia. La dicha nos hace considerar perfecto el mundo tal como es; la desgracia, por el contrario, nos hace desear que sea ante todo diferente de cómo es. Y, a pesar de que somos conscientes de que el origen de las desdichas se halla en nosotros, transformamos fatalmente un defecto subjetivo en deficiencia metafísica.
Nunca la desgracia será lo bastante generosa como para reconocer sus propias tinieblas y las improbables luces del mundo. Considerando nuestra miseria subjetiva como un mal objetivo, creemos poder aliviar nuestra carga y eximirnos de los reproches que deberíamos hacernos. En realidad, esa objetivación acentúa nuestra desgracia y, presentándola como una fatalidad cósmica, nos impide disminuirla o hacerla más soportable.
La disciplina de la desgracia reduce las inquietudes y las sorpresas dolorosas, atenúa el suplicio y controla el sufrimiento. Se trata de un disfraz del drama interior, de una discreción de la agonía.