El exceso de subjetivismo no puede conducir a quienes carecen de fe más que a la megalomanía o a la auto-denigración. Cuando nos interesamos demasiado por nosotros mismos, acabamos forzosamente amándonos o detestándonos exageradamente. En ambos casos nos agotamos antes de tiempo. El subjetivismo nos convierte en Dios o en Satán.